INTRODUCCIÓN
Las causas VIP están a salvo
Cuando CIPER Chile publicó en noviembre de 2023 los primeros reportajes sobre el Caso Hermosilla, sentí nostalgia. Habían pasado casi seis años desde que renunciamos con mi colega Pablo Norambuena al Ministerio Público, una decisión de la que nunca me he arrepentido, pues la tomamos por una cuestión ética. Porque no estábamos de acuerdo con las decisiones adoptadas por nuestros superiores en las causas sobre financiamiento político.
Sin embargo, aquella serie de reportajes me hizo añorar esos días. Era evidente: se venía una nueva serie de casos como los que alguna vez pasaron por nuestras manos en la Fiscalía de Alta Complejidad, pero ya no estábamos ahí y solo éramos espectadores.
Lo que no me imaginaba era que, esta vez, los involucrados no serían solo políticos y empresarios vinculados económicamente y de espaldas a la ciudadanía, lejos del escrutinio público. Ahora le tocaba también el turno a la propia Fiscalía y al Poder Judicial. A jueces y fiscales, a la institución a la que pertenecí como funcionario y, vale la pena recordarlo, representante del interés público en la persecución de delitos.
Ahora era solo un ciudadano más que se enteraba por la prensa que investiga al poder. Tuvieron que transcurrir casi diez meses para que todo lo que vivimos en el Misterio Público, investigando los casos Penta, SQM y Corpesca, cobrara sentido y explicación. Que las piezas del puzle terminaran de calzar.
No me olvido de esta fecha: 4 de octubre de 2024, el día que Te Clinic publicó una porción de los chats entre el abogado Luis Hermosilla y el exfiscal Manuel Guerra, el mismo que nos sucedió en el Caso Penta y lo cerró con penas simbólicas para los condenados, las famosas clases de ética y suspensiones ridículas para los políticos involucrados.
En esos chats de mensajería un fiscal de la república en ejercicio le informa a un abogado que no es interviniente de las causas acerca de una situación administrativa. «Las causas VIP ya se las quité y están en mi poder», le escribe. «Así que todo a salvo», le agrega. «Me alegro» le responde Hermosilla. Se refiere a las investigaciones sobre cohecho, fraude tributario y financiamiento ilegal de la política que estaban a nuestro cargo. ¿De quién estaban a salvo estas causas? Pues de los propios fiscales que las habían investigado, el fiscal Norambuena y yo.
Guinda de la torta, Hermosilla nos trata de «los santones».
Ese día sentí que valía la pena escribir acerca de lo que viví como fiscal, de lo que significaron los casos que llevé en el Ministerio Público y de lo difícil que es investigar al poder e intentar hacer justicia. Es la historia de un aprendizaje y de una toma de consciencia. Era verdad lo que muchos chilenos pensaban. Las investigaciones y los fallos judiciales no operan de la misma manera cuando el imputado es un político, un empresario, un exministro o una persona común y corriente.
Venía dilatando la decisión de escribir por algo muy humano: inseguridad frente a la palabra escrita. Es parte de mi trabajo como abogado, usar la palabra escrita y la oralidad, la teatralidad incluso, pero un relato en primera persona es algo más complicado.
Los audios y chats me liberaron de esa inhibición y aquí estoy, escribiendo sobre cómo llegué a ser calificado como «un santón» por Luis Hermosilla. En este detalle se juega mucho, pues siempre creí que el trabajo de un fiscal era llegar a la verdad y que se aplicaran castigos justos, es decir, proporcionales a la gravedad de la conducta. Siempre he creído como reza mi presentación en Twitter que «solo fui un funcionario público haciendo su pega».
Escribo y releo los resúmenes de mis alegatos de esa época, los artículos que se publicaron, veo los videos que quedaron, las sentencias que se dictaron. Corroboro fechas y reconstruyo historias y en ese proceso voy recordando porqué decidí estudiar Derecho, la decisión azarosa de postular al Ministerio Público, mis primeros casos, lo que fui aprendiendo en el camino, las vueltas de la vida que me instalaron en la Fiscalía Oriente y el comienzo de las investigaciones sobre casos de corrupción. Yo era un niño, y luego un adolescente, más de números que de palabras. A los cuarenta años me vi juntando las palabras y los números para investigar crímenes cometidos por delincuentes de cuello y corbata.
Todo lo cuento en este libro. Ojalá leerlo los anime a discutir con otros, sin descalificaciones, acerca de cómo tener un mejor país y una nación más justa. Sonará iluso, pero qué importa. La utopía, dice Galeano, no es inútil. Sirve para caminar. Es una bandera que vale la pena levantar en estos tiempos convulsos de ahora.
CURICANO DE CURICÓ
Nací en noviembre de 1972, el cuarto hijo de una familia de cinco hermanos. Mi papá era técnico agrícola y mi mamá profesora normalista. Tuvieron algún problema con uno de los primeros embarazos y entonces la decisión fue que todos los hijos viniéramos a nacer a la capital. Solo por eso en mi partida de nacimiento figura Santiago y no Curicó. Aunque solo fui santiaguino por setenta y dos horas.
Hice mis primeros estudios en la Alianza Francesa y luego en el Instituto San Martín, el colegio de los Hermanos Maristas, ambos en Curicó. Toda mi infancia se desarrolló en dictadura, lo que me marcó bastante, pues mi papá era una persona de oposición, fue dirigente del partido Demócrata Cristiano y era el vicepresidente del partido en Curicó justo para la época del plebiscito de 1988.
Ese período de la dictadura fue determinante, tomé consciencia de las desigualdades y reconocí los derechos humanos como un principio universal al que adherirme. Mi vocación por el derecho viene de esos años.
La persona que más influencia ejerció sobre mí en esa época fue mi papá. Él me inculcó la actitud de no tenerle miedo al futuro, una cuestión de la que después tomé consciencia. Mi papá era una persona católica, muy creyente y, ante las vicisitudes y problemas, él siempre decía: «Dios proveerá».
Tuvo junto a mi madre cinco hijos, algo no tan raro en la época, pero que le exigió bastante esfuerzo, para llegar a tener un pasar económico que le permitiera educarnos en colegios privados y después ir a universidad.
Era técnico agrícola y trabajaba como funcionario público en el Servicio Agrícola y Ganadero (SAG). Una de sus funciones era fiscalizar la producción ilegal del vino, que era un problema relevante y él se lo tomaba muy en serio. Por esa actividad le apodaban «Elliot Ness», el estricto policía de la serie Los intocables. Además de su trabajo en el SAG tenía un local comercial a un costado de la casa en que vivíamos. Era un local de un tamaño bastante aceptable, en una época en que casi no había supermercados, por el que recibía un ingreso mensual. Pues bien, durante la Unidad Popular le dejaron de pagar ese arriendo y como los desalojos judiciales estaban prohibidos, la familia se quedó sin ese ingreso.
Todo esto lo supe después, de oídas, el hecho es que, cuando cayó la Unidad Popular él pudo recuperar este local comercial, y decidió no arrendarlo más sino trabajarlo él mismo. Y le fue muy bien. Dios proveyó en la forma de una idea sencilla y eficaz que nos permitió tener un buen pasar como familia.
A pesar de este buen pasar que podría haber condicionado su posición política en ese momento, mi papá fue siempre un activo y vociferante opositor del régimen de Pinochet.
Además, como tenía este local comercial y era una figura conocida en el barrio fue una persona influyente a su escala.
Yo no tengo el don de la fe que tenía mi papá, pero sí me legó esa confianza en que en el futuro todo va a estar bien y cierta rebeldía frente a la injusticia. Esa es otra frase que tenía y que yo repetiría en el futuro: «no hay que tenerles miedo a los poderosos».
Mientras mi padre era intenso y apasionado, de mi madre heredé la templanza. La tranquilidad al momento de tomar decisiones de que nada es tan grave ni definitivo. Mis grandes pasiones son el fútbol y la música, pero en el resto soy bastante mesurado.
En general fui buen alumno en el colegio, y en especial me iba bien en matemáticas. En esa época se daba la prueba de aptitud académica, y fui puntaje máximo nacional en la prueba de matemáticas del año 1989, por lo que lo natural hubiera sido entrar a una carrera más vinculada a la ingeniería, pero me hacía mucho ruido la conciencia de estar en una sociedad marcada por la injusticia y tenía la idea de que eran las humanidades las herramienta más importantes para poder enfrentarla.
Cursé un primer semestre de Psicología en la Pontificia Universidad Católica de Chile lo que marcó mi arribo a la capital, pero me retiré y entonces tomé la decisión definitiva de entrar a Derecho en la Universidad de Chile en el año 1991.
A Santiago llegué en 1990, o sea, los primeros tiempos de la democracia, en pleno inicio de la transición. Al año siguiente asesinaron a Jaime Guzmán. A pesar de esto, mis recuerdos de ese tiempo son poco políticos, ya que esta había dejado de ser importante después de haber estado tan presente durante la dictadura. Se produjo un fenómeno de desmovilización, la gente empezó a hacer su vida mirando desde lejos lo que pasaba y se instaló esta idea de que la política era un tema de los políticos profesionales y de los técnicos. Como veremos en este libro, aquello trajo consecuencias.
En este contexto yo no fui la excepción. La política no fue un tema importante en mi quehacer universitario y, sin embargo, sí lo fue en términos de formación académica y discusión intelectual.
Otro aspecto fundamental de mi experiencia en la universidad fue conocer a un conjunto de personas, de compañeros muy diversos, con los que compartí y aprendí mucho.
Valoro mucho la diversidad que había y sigue habiendo en la Universidad de Chile, que permite tener miradas muy distintas, muy respetuosas, con personas con otra forma de pensamiento y con otras realidades.
El ramo que más me gustaba era Derecho Económico. Como era bueno para las matemáticas y me gustaba la relación entre los números y el derecho, fue natural mi interés por la economía. Recuerdo, por ejemplo, a profesores como Juan Manuel Baraona, que exigía llegar todos los lunes con el suplemento de la «Semana Económica» que publicaba El Mercurio ya leído para comentarlo en clases. Yo lo hacía con mucho gusto porque me gustaba entender cómo funciona el mundo a través de la economía. Por esta razón mi área de interés natural era el derecho privado. Recuerdo a muchos profesores que motivaron en mí el amor por el derecho debido a la pasión con la que transmitían sus conocimientos. Uno de ellos fue José Zalaquett.
En tercer año entré a trabajar al Consejo de Defensa del Estado (CDE), como procurador en áreas civiles. Después, cuando empecé a tener vida académica, fui profesor ayudante en la Universidad de Chile también en Derecho Civil.
En otras palabras, estuv
