Meditación para escépticos

Vicente Villela

Fragmento

Introducción

INTRODUCCIÓN

Antes de mudarnos de casa, visitamos nuestro futuro hogar, recorremos sus habitaciones, probamos las llaves de agua y de gas, revisamos los interruptores de luz. Preguntamos por goteras y filtraciones, por la seguridad del barrio y las alarmas. Decidir dónde vamos a vivir nos preocupa tanto como para hacer todo tipo de averiguaciones. Pero antes de cualquier mudanza ya habitamos otra casa, una de la que nunca podemos salir: nuestra mente.

Sin embargo, sobre esta casa rara vez nos hacemos las mismas preguntas. ¿De qué está hecha tu mente? ¿A qué habitaciones no te atreves a entrar? ¿Qué guardas en el sótano? ¿Cuánto polvo has acumulado? ¿Cómo resistes las tormentas? Y quizás más importante, ¿cómo se siente vivir ahí adentro?

La mayoría de nosotros no dedicamos mucho tiempo a conocer nuestra mente. No lo hacemos ni en tercera persona (estudiando psicología o cómo funciona el cerebro) ni en primera persona (a través de la introspección). En parte, porque estas cosas requieren tiempo, cuidado y atención. Y estamos demasiado ocupados, corriendo demasiado rápido, respondiendo a demasiadas cosas, resolviendo demasiados problemas.

Pero pasar de largo por esto es pasar de largo también por nuestro potencial de transformación hacia una vida más deliberada y más significativa. Hacia una vida examinada. Si dedicas el tiempo a conocerte, si descubres cómo funciona tu mente, si investigas ciertas verdades sobre la consciencia, entonces se abre la puerta para cambiar cómo habitas el mundo y reconsiderar tus concepciones más vitales sobre tu rol aquí, para mejor.

Por lo general no damos bienvenidas a lugares en los que ya llevamos un buen rato. Pero cuando la mayoría no hicimos preguntas al respecto y cuando a la mayoría no nos dieron respuestas, cuando muchos ni siquiera nos dimos cuenta de dónde estábamos, entonces esa bienvenida está al debe.

Este libro es la bienvenida que nunca recibimos al lugar donde siempre estuvimos, nuestra mente.

Esta bienvenida será en la forma de una exploración. Con el foco en cómo podemos cambiar nuestra experiencia usando nuestra atención de forma deliberada. La meditación como entrenamiento mental será central para este recorrido, pero también visitaremos la experiencia psicodélica, las consecuencias del trauma, la influencia de las redes sociales y algunos principios budistas.

Antes de todo esto, antes de sumergirnos en los efectos del LSD, antes de explorar qué quieren decir los budistas cuando hablan de la ilusión del ego y antes de tratar de persuadirte de por qué meditar puede ser una buena idea, lleguemos a algunos acuerdos básicos.

Lo primero sobre lo que deberíamos estar de acuerdo es que tienes una mente. Esto puede parecer extraño de afirmar, puesto que quizás te resulte una obviedad innecesaria. Pero no reflexionar ni un minuto sobre este hecho es olvidar algo fundamental de nuestra existencia. Porque nuestra mente es el principal recurso que tenemos. Y así como antes de emprender cualquier actividad es necesario conocer al menos algo sobre sus límites y reglas —sea carpintería, un deporte, música o ciencias—, contemplar qué es y cómo funciona nuestra mente es requisito de una vida examinada.

Independiente de tu nivel de interés en la mente humana, independiente de qué tan escéptico seas sobre la espiritualidad, tienes una mente.2 Sin importar tus preferencias, tus intereses, tus modelos del mundo ni nada de lo que consideras central en tu vida, el mero hecho de que estés leyendo esto es evidencia de la existencia de tu mente.

Tu mente está conformada por una serie de facultades: tu memoria, tu atención, tu razón, tu percepción, tu imaginación. Tampoco debería ser necesario insistir en esto; por muy desconectado que estés de tu vida interior, ya te debes haber dado cuenta de que posees estas facultades: puedes prestar atención a ciertas cosas, puedes traer recuerdos al presente y percibes el mundo a través de tus sentidos. Debes saber que a veces manejas estas facultades de manera deliberada, intencionada, y otras veces operan de forma inconsciente, en piloto automático. Pero lo que sea que hagas, donde sea que vayas y con quien sea que interactúes, es tu mente la que guía, responde y organiza muchos de tus movimientos en el mundo. En un sentido importante, eres tu mente.

Piénsalo así: ¿cuándo has ido a algún lugar donde no te hayas llevado contigo? Esta pregunta también puede parecer extraña o trivial, pero no por eso sugiere algo menos verdadero: siempre estás contigo, siempre estás con tu mente. En tus relaciones interpersonales, cuando te cansas de alguien y necesitas estar solo, puedes salir de la habitación y descansar de quien agota tu paciencia. O si es necesario, escapar del país. Pero cuando el amigo del que te cansas eres tú, esa alternativa no existe. Por muy hastiado que estés de ti mismo, no puedes salir de la habitación y dejarte a ti ahí. Ni subirte a un avión y dejarte en el aeropuerto. Siempre estás contigo.

Vale la pena examinar esto un poco más de cerca. Estás presente en todo lo que haces. Estás contigo en todas tus comidas y en todos tus desvelos. Todas las noches te vas a acostar con quien eres. Y no hay día que despiertes y no te encuentres a ti mismo en tu cama. Estás contigo cuando te enojas y cuando lloras y cuando estornudas. No hay escapatoria, vas con tu mente a todos lados.

Este es el segundo acuerdo al que deberíamos llegar: llevas a tu mente donde sea que vayas. Desde lo más mundano hasta lo más extraordinario de tu biografía, tu mente siempre estuvo ahí. Y en cada situación que enfrentas se hacen presentes tus facultades mentales. Tu capacidad de regulación emocional o la falta de ella, tu impulsividad, tus conocimientos y recuerdos, tus habilidades y tus patrones. Y esas facultades y capacidades son todo lo que tienes para lidiar con tus circunstancias.

El tercer acuerdo sobre el que deberíamos aterrizar es que no estás condenado a la mente que tienes hoy: la mente es maleable. No es estable ni fija ni sólida, sino que cambia de acuerdo con lo que es expuesta y a los patrones de uso que le demos. Esto no debería ser ninguna sorpresa dada la multiplicidad de expresiones humanas que existen. Maestros de ajedrez, genios musicales, mentes matemáticas, poetas y un indio que memorizó más de treinta mil dígitos del número pi (para que te hagas una idea, memorizó más de diez páginas de nada más que dígitos: 3,14159... por páginas y páginas). Y ninguna de estas personas nació con una mente que le permitiera brillar en su área, sino que cada uno dedicó miles de horas para llegar ahí. Es decir, la mente puede ser entrenada. Solo imagina las incontables horas de tedio del indio memorizador de pi.

Al mismo tiempo, la mente cambiará sin una intención clara que la dirija en alguna dirección. La falta de intencionalidad también tendrá un resultado, solo que será uno que nadie se propuso, como el destino de un barco a la deriva. Porque no es solo que podemos cambiar nuestra mente, ella cambiará querámoslo o no, apuntemos en alguna dirección o no.

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