Crecer entre hermanos

Andrea Cardemil Ricke

Fragmento

 Introducción

INTRODUCCIÓN

Imagina un mundo en el que hermanos y hermanas crecen en casas donde hacer daño no es permitido; donde cada niño es valorado como un ser individual y no en relación con otros; donde reina la cooperación por sobre la competencia, donde los niños día a día tienen experiencias guiadas de cómo resolver sus diferencias1.

Adele Faber

Bienvenidos a mi cuarto libro, Crecer entre hermanos. Estoy muy feliz de volver a acompañarlos, esta vez con un tema tan importante.

Diversas investigaciones han demostrado que la relación entre los hermanos juega un rol significativo en el desarrollo de los niños, ya sea promoviendo competencia y salud mental, o bien incrementando el riesgo de desórdenes conductuales y emocionales2. Cito algunas investigaciones a modo de ejemplo:

➝ Las relaciones cálidas y cooperativas constituyen un soporte y promueven el desarrollo socioemocional.3

➝ Las relaciones agresivas y hostiles pueden ser un factor de riesgo para el desarrollo de problemas conductuales, que pueden menoscabar la competencia social de los niños con sus pares cuando entran al colegio.4

➝ Los preescolares que tienen más juego simbólico e in- tercambios sociales positivos con sus hermanos mayores tienen mayores niveles de comprensión social.5

La buena noticia es que décadas de investigación muestran que es posible que los hermanos tengan una relación cálida, cercana, positiva y prolongada en el tiempo, pero que para ello necesitan que sus padres los guíen y los ayuden a desarrollar las habilidades sociales y emocionales para llevarse bien y construir un buen vínculo.

Mi objetivo es entregarles herramientas e información para que puedan ayudar a sus hijos en esta construcción. Veremos que la clave está en enseñarles las habilidades necesarias para llevarse bien, evitar prácticas que fomenten los celos y la competencia, promover experiencias de conexión y fortalecer nuestra propia relación con ellos.

Mientras antes partamos con este proceso, mejor. Los estudios demuestran que la calidad del vínculo entre hermanos durante sus primeros años predice cómo será después. De alguna manera, ese periodo establece la base para lo que vendrá, por lo que conviene nutrir la relación desde el comienzo.

Pero si no lo hiciste, no significa que ya no se pueda. La diferencia más importante entre actuar de manera temprana y tardía es el grado de dificultad y el tiempo que toman los cambios. Porque no es lo mismo nutrir un patrón que se está desarrollando, que cambiar uno que lleva años funcionando de una misma manera.

¿Qué significa que haya una buena relación entre hermanos?

Esta es una pregunta difícil de responder. Cuando se la hago a los papás y mamás, la mayoría de las veces obtengo dos tipos de respuestas:

Respuesta 1: «Yo creo que se llevan bien, igual pelean y son celosos como todos los hermanos, supongo que es normal... no sé ahí, me dices tú si es normal o no».

Respuesta 2: «Se llevan pésimo, no pueden estar ni un segundo sin pelear, aunque igual se quieren; tienen una relación como de amor y odio».

Aunque la primera respuesta apunta a que se llevan bien y la segunda a que se llevan mal, la verdad es que en el fondo no difieren mucho una de la otra. Pienso que eso tiene que ver con que no existe un límite claro que determine hasta qué punto las peleas y los celos son normales.

A esto tenemos que sumar algo que es muy importante: nuestra percepción y vivencia de las situaciones. Lo que es normal o estresante para uno, puede no serlo para el otro. Hay familias en las que los niños pelean todo el día y a los padres les da lo mismo, mientras que en otras se afligen al punto de consultar con un experto.

Teniendo en cuenta estas variables, tratemos de definir algunos puntos que nos puedan ayudar a ver cómo es la relación de nuestros hijos. Esto nos va a permitir evaluar nuestra situación y tener expectativas más realistas.

1. Cantidad de peleas. Un estudio determinó que durante la infancia temprana los hermanos pelean aproximadamente siete veces en una hora6. Esta estimación es similar a la planteada por Perlman y Ross7, quienes señalaron que hermanos entre los dos y cuatro años pelean 6.3 veces por hora.

Iremos viendo, a lo largo del libro, que es normal que los niños de esta edad peleen tanto porque su cerebro aún es muy inmaduro y no pueden controlar los impulsos, el lenguaje todavía no es su fuente primaria de comunicación y carecen de las habilidades sociales necesarias para resolver conflictos de manera asertiva. Entonces, cuando quieren algo, lo arrebatan (en vez de pedir prestado); cuando no quieren prestar algo, empujan (en vez de decir «no»); cuando se enojan, rasguñan (en vez de decir «no me gustó lo que dijiste»).

Otro dato curioso es que los niños pequeños realizan alrededor de cinco conductas intrusivas por hora (como pisar, pasar a llevar, quitar algo, no respetar el espacio del otro, etc.). Esto hace que las posibilidades de conflictos sean mayores que en niños más grandes (especialmente si no cuentan con la madurez y las herramientas para resolverlos de buena manera).

2. Grado de malestar que sienten los niños. Esta variable es muy importante, porque nuestros niños pueden pelear cada quince segundos y no importarles, o hacerlo de manera ocasional y quedar muy afectados. Una de las cosas que puede determinar esta diferencia es el temperamento. Hay niños que son más sensibles, por lo que reaccionan con mayor intensidad ante los estresores y les puede tomar más tiempo recuperar la calma.

Fernanda tiene cinco años y su hermana Lucía, tres. Los padres comentan que Fernanda se ve muy afectada por cualquier cosa que pase con Lucía: «Se enoja cuando le hacemos cariño, cuando gana un juego o cuando no hace lo que ella quiere. Lucía, por el contrario, se pone feliz cuando su hermana gana algo o recibe algún regalo».

Lo otro que influye es la diferencia de edad. Con frecuencia los hijos menores se ven muy afectados cuando tienen un conflicto con un hermano que es muchos años mayor.

Martín tiene nueve años y es el cuarto de cinco hermanos. Desde muy chico ha sentido una adoración por su hermano mayor, que tiene dieciocho. Cuando tienen un conflicto (que es de vez en cuando), Martín queda muy afectado.

Finalmente, el manejo que tengamos de las peleas también influye en el grado de malestar que puede sentir un niño. Cuando es el manejo adecuado, los niños logran comprender y resolver el conflicto, sin sentirse dañados o injustamente tratados. Pero cuando no se aborda de buena manera, no solo terminan estresados por el

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