Julio César

William Shakespeare

Fragmento

Prólogo

PRÓLOGO

Todo el mundo debería leer la obra de teatro Julio César de Shakespeare, al menos, una vez en la vida. O, en su defecto, asistir a una representación de la misma. Y, si es posible, ambas cosas.

El teatro de Shakespeare, como cualquier obra dramática, nace en la mente de su creador para ser puesto en escena y ser visto por un público que quede atrapado por la historia y por el modo en que ésta es representada ante sus ojos. Ahora bien, la intensidad de los conflictos planteados en cada una de sus escenas, así como la bella factura del lenguaje empleado hacen que a Shakespeare se lo pueda disfrutar también, inmensamente, desde la lectura. Y eso es, precisamente, lo que puede conseguirse leyendo el libro Julio César de esta edición con la magnífica versión en español de Alejandra Rojas.

Pero ¿qué es lo que se narra en esta obra de teatro? Por el título, uno podría pensar que se nos va a contar la vida de Julio César, pero tal empresa, en una sola obra, es del todo imposible: la juventud de Julio César, su ascenso político, su conquista de las Galias, su enfrentamiento descarnado con Pompeyo, su relación con Cleopatra, la reina de Egipto, y, por fin, su muerte en los idus de marzo del 44 a.C., no puede narrarse toda su épica en una única obra. Y de esto era buen conocedor William Shakespeare, de modo que él optó por centrarse sólo en el final del personaje, en sus últimos momentos. Pero, adicionalmente, nuestro aparente protagonista desaparece y la obra sigue dos actos más. ¿Cómo puede ser esto? Pues en gran medida porque la obra Julio César de Shakespeare no es tanto un texto sobre el propio Julio César como sobre Bruto, uno de quienes se conjuran para asesinarlo. Esto es, después de mucha duda hamletiana sobre si, en efecto, unirse a la conjura contra César o no hacerlo. ¿Por qué, entonces, no tituló Shakespeare esta obra sencillamente Bruto? Volveremos sobre este punto, pero, primero, respondamos a otra pregunta: ¿cómo llega Shakespeare a Julio César?

El autor inglés con toda probabilidad no sabía ni griego clásico ni latín. En el siglo XVI las fuentes que informaban sobre la vida de Julio César se encontraban en estas lenguas, de modo que Shakespeare no pudo tener acceso directo a estos textos. La obra está datada habitualmente en torno al 1599, pero resulta que unos años antes, en 1580, sir Thomas North tradujo al inglés las Vidas paralelas de Plutarco en diez volúmenes. La traducción no fue directa del griego, sino de la versión francesa que ya existía en la época producto del obispo francés Jacques Amyot unos veinte años antes.

Aunque la traducción de North no fuera directamente del original de Plutarco, pronto se transformó en un material de referencia para estudiosos y, también, autores ávidos de tener acceso a más historias, a más personajes. De hecho, Shakespeare no sólo recurriría a la traducción de las Vidas de Plutarco elaborada por North para la escritura de su Julio César, sino también para otras obras históricas de la civilización clásica como Coriolanus o Antonio y Cleopatra. De este modo, el César que encontramos en Shakespeare, así como el Bruto de la obra, son creados a partir de las informaciones que Plutarco vierte en sus textos. Esto implica que hay un punto de oportunismo político más que de auténtica ideología para favorecer al pueblo en la figura shakesperiana de Julio César, por un lado, de igual forma que se percibe un claro tinte exculpatorio hacia la traición de Bruto. Son otros conjurados sobre los que recae más culpa y perversas razones para acabar con Julio César, mientras que la figura de Bruto es, en cierta medida, salvada y presentada como alguien que se levantó contra un César tiránico.

El debate sobre si César fue más un dictador en el sentido negativo actual o un promotor de mayor igualdad y derechos para un pueblo romano claramente enfrentado a un Senado represor sigue en pie. César se atreverá a demandar, como ya hicieran los Gracos, tribunos de la plebe nietos de Escipión el Africano, nada más y nada menos que la reforma agraria. O, lo que es lo mismo, reclamó lo que más temían los senadores romanos poseedores, como latifundistas, de la mayor parte de los terrenos de cultivo bajo el control de Roma. Y César también incorporará senadores provenientes de las provincias en sus reformas del Senado cuando alcanza el poder buscando una representación más justa de todos los gobernados por Roma, pero todas estas cuestiones no son claves en la obra de Shakespeare tanto como el debate moral al que se somete Bruto. Es este el centro de la obra más que la conjura contra César en sí misma. En este sentido, y como ya hemos apuntado arriba, Bruto se nos asemeja a un Hamlet en duda constante, valorando los pros y los contras morales de alzarse con violencia ante un personaje como César que, en gran medida, se había portado generosamente con él y su familia. Sólo el convencimiento de que el hecho violento contra alguien que lo había favorecido era necesario para salvaguardar una república, que se muestra aquí idealizada, es lo que terminará a decidiendo a Bruto por unirse a la conjura.

La república romana del siglo I a.C. tiende a asimilarse, de forma errónea, con una república moderna con parlamento democrático y sufragio universal, pero esto nada tiene que ver con el sistema político que regía Roma durante aquellos años. La república romana de este período se asemejaba más a un régimen controlado por una pequeña oligarquía de familias senatoriales que acumulaban la mayor parte de la riqueza y derechos del estado romano, y que en modo alguno deseaban compartir de forma más equitativa con el pueblo de Roma. Pero nada de esto aparece en la mente de un Bruto shakespeariano para quien César encarna la tiranía, más allá de que en lo personal pudiera éste haberse portado de forma generosa con él.

Todo esto se refleja, sin duda, en el que es uno de los momentos estelares de la obra: los discursos de Bruto y de Marco Antonio justo después del asesinato de César. Es aquí donde brilla en plenitud la excelsa factura del lenguaje shakespeariano, ya sea en la prosa empleada por Bruto como en los pentámetros poéticos de ritmo yámbico puestos en boca de Marco Antonio por el autor inglés.

En el caso del parlamento de Bruto, Shakespeare construye un perfecto discurso que justifica la acción de asesinar a César rebelándose contra alguien que ha sido casi como un padre para él. Se trata de una intervención plagada de metáforas, imágenes de toda índole y repeticiones de estructuras sintácticas de modo que el argumentario bien trabado se apoya en un lenguaje hermoso. La idea es persuadir al pueblo de la necesidad de asesinar a César y Bruto consigue su objetivo: la plebe parece aceptar el razonamiento de que eliminar a un César al que todos querían era ineludible para mantener la libertad de muchos.

Es, entonces, el momento de Marco Antonio. Tiene permiso para hablar, pero sólo para alabar lo que César hizo de bueno en el pasado, no para arremeter contra sus asesinos. Por otro lado, el discurso de Bruto parece incontestable. Es aquí cuando Shakespeare

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