Nosotros somos

Varinia Painivilo (Americavi)

Fragmento

 LECCIÓN UNO. Las perras siempre vuelven a su hogar

LECCIÓN UNO

Las perras siempre vuelven a su hogar

It’s been a hell of a year, thank God we made it out

Yeah, we were riding a wave and trying not to drown

And on the surface, I held it together

But underneath, I sorta came unwound

Where would I be? You’re all that I need

My world, baby, you hold me down

You always hold me dow

Tick-tock, tick-tock, tick-tock, tick-tock.

—Savannah, ¡¿puedes detenerte?! Me estás poniendo histérica —me gruñó América con los dientes apretados, o quizás fue más bien un grito que no logré escuchar por el cambio de presión y la altura.

—No, no puedo. Soy yo a la que van a decapitar apenas pongamos un solo pie en la casa.

¿En verdad eso sería posible? ¿Cómo me vería decapitada? Quizás sería por siempre un fantasma que vagaría por el mundo, de semana de la moda en semana de la moda, al no poder cumplir mis sueños como diseñadora y empresaria exitosa de productos para la piel. Me convertiría en una leyenda que todos los diseñadores del mundo comentarían en sus reuniones, mientras cuentan miles de millones de dólares. Sería aquella promesa de la industria que nunca alcanzó su meta porque perdió la cabeza en las manos de sus padres.

Y con lo bien que me había ido en el instituto. Había hecho muchos cursos de textura, tela, color y composición, ¿o eran lo mismo? Bueno, lo teórico no era lo mío, cuando uno nace con un don dado por la mismísima Santa Lechuga, simplemente eres y ya.

Todo aprobado, todo en sobresaliente.

—Deberías dejar de leer Harry Potter, es en serio. Tu cabeza tiene que estar enfocada en cómo...

—Shhh —La hice callar. Mi hermana se puso turnia al ver cómo mi dedo estaba sobre sus labios carnosos. Abrí mis ojos lo más que pude y le golpeé suavemente la nuca con mi mano libre para que sus ojos volvieran al centro. Esta vez tomé su cara colocando ambas palmas sobre sus cachetes— Una cosa a la vez. ¿Está bien? En estos momentos toda mi concentración está puesta en que esos dos deliciosos huevos revueltos con tocino que me tragué, sigan en mi maldito estómago.

América asintió sin decir nada más. Yo, por mi parte, tras respirar profundo me volví a acomodar en el asiento. Ordené mi pelo y me medio acurruqué observando por la pequeña ventanilla cómo las luces que cubrían toda la ciudad se hacían cada vez más brillantes y grandes.

«En breves instantes comenzará el aterrizaje. Por favor, ajusten sus cinturones de seguridad y asegúrense de cerrar las mesas. Muchas gracias por su atención», dijo la voz mecánica de los altoparlantes.

Tragué la saliva que se me había acumulado en la boca. Sin duda lo que se venía de aquí en adelante era por lejos lo más difícil que enfrentaría. En silencio, sentí cómo la morena apoyaba su mano sobre mi pierna. La tomé sin pensarlo dos segundos, y tratando de que mis pensamientos no me consumieran por completo, busqué concentrarme en lo inmediato.

Mis oídos volvieron a silbar, señal típica de que estábamos descendiendo. Cualquiera pensaría que después de tantos vuelos el cuerpo ya estaría acostumbrado, pero la verdad es que no. Ahí estaba el pitido de mierda y esa sensación de náuseas.

Porque las náuseas eran por eso, ¿verdad?

Las ruedas del avión tocando suelo firme hicieron que mis tetas rebotaran. Recordé mi última cita con el médico y todos los cambios que me explicó que experimentaría de ahora en adelante.

Ya estábamos en tierra firme.

Poco a poco fueron desembarcando los pasajeros, sin embargo yo parecía pegada a mi asiento como si mi vida dependiera de ello. Hundida en lo más profundo de la frazada de primera clase.

—¿Vamos? O te vas a quedar aquí para siempre —me dijo mi hermana con los ojos bien abiertos, mientras me extendía mi cartera.

—¿Cinco minutos más? —pregunté de regreso mostrando una sonrisa impecable.

—¿Estás de broma?

—¿Me ves cara de broma? —le dije levantando ligeramente una ceja.

—Bueno, no te gusto tir...

—¡¡Ya!! —grité y me puse de pie de un salto—. ¿Quieres que se entere todo el vuelo?

—¿Qué vuelo? Savannah, ya bajaron todos, por favor.

Le di una mirada rápida al asiento para asegurarme de que a la pajarita no se le quedara nada más. Con la noticia que llegaba ya bastaba, no le sumaría los retos por despistada por haber perdido la cédula de identidad, el celular o la billetera.

Hablando de celular, había quedado de marcarle a Copeland apenas aterrizáramos. El último tiempo se había vuelto un poquito más paranoico con la seguridad, como si no lo hubiese sido antes con los autos, la velocidad, el cinturón de seguridad y un gran, gran etcétera.

Después de mi revisión exhaustiva tipo policía de investigaciones buscando por debajo y entremedio de los asientos, ya estaba lista para finalmente bajar. Tomé el bolso y me lo colgué a mitad de brazo, cual diva. América me dio un codazo para prestarle atención a la azafata que estaba con los brazos cruzados y lucía un moño perfecto, parada en medio del pasillo con cara de fastidio. Mi hermana, tan linda y angelical con su cara de marraqueta morochita, le mostró sus dientes impecables y derechos en señal de disculpa, al tiempo que inclinaba su cabeza de manera cortés. Un modo que había agarrado viendo series chinas, coreanas, o como sea. Había pasado del españolete absoluto al «gamsahabnida».

—¿Algo más? —me preguntó la azafata una vez que pasamos por su lado.

—Sí, querida, está medio cochinito debajo —le respondí con voz sarcástica. Casi escuché el turn down for what, y para ponerle drama me bajé los lentes que estaban en mi cabeza mientras daba mi mejor caminata por el túnel de salida.

—¿En serio, Savannah? ¿Es en serio? —La voz de América era de completa reprimenda—. Eso no fue nada cool, por cierto. Quedaste como una tonta, una estúpida, una payasa —comentó imitando claramente a un presentador de televisión que una vez entrevistó a un tipo muy ridículo.

—Quizás tú no la conoces, pero yo sí. Es la prima de Sofía. De hecho, le escribió este verano a Diego.

—¿Qué? ¿Cómo sabes?

—La busqué en Instagram, y sí, le escribió casi interpelándolo. Que Sofía estaba muy afectada y que hace tiempo estaba tratando de contactarlo. Tú sabes, el cuento de nunca acabar, pero la verdad es que ya ni me molesta.

—¿Ah, sí?

Miré mal a mi hermana.

—Fíjate que sí. Ya no me molesta. Con Diego todo este tiempo hemos construido una relación sólida y sana. Tenemos comunicación y estamos mejor que nunca. Ya no somos los dos adolescentes problemáticos del ISP.

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