Cuentos completos

Roberto Bolaño

Fragmento

librob-2

Nunca más volvió a verlo

Prólogo

Mi propuesta literaria está en relación directa con mi vida. Mi propuesta literaria es mi vida. […]

La propuesta literaria, el poema del poeta, es el poeta mismo. Siempre, ¿sabes? Siempre.

ROBERTO BOLAÑO

I. Sabe que subrayó los cuentos de B pero no qué frases, y de todos modos, piensa, muy a menudo una acaba olvidando por qué trazó una línea debajo de ciertas palabras o dibujó un signo de exclamación o escribió algo en el margen de la página. Esto piensa M mientras relee, en este volumen, las cuatro colecciones de relatos que ya había leído en unas ediciones que no tiene a mano. Lo que está subrayando ahora no pudo llamarle la atención entonces, piensa, porque lo que ahora le inquieta es la reiteración de una misma frase triste y ominosa. «Nunca más lo volvió a ver.» «Ya no nos volvimos a ver.» «Nunca más se volverán a ver.» «Como si […] nunca más se fueran a ver.» M se pregunta por qué un autor con tanto recurso estilístico y estructural, con una retórica tan desenfadada y fresca, con la desbordante imaginación de B, repitió tantas veces esa frase. No puede tratarse de un descuido ni de un acomodo formulaico, de eso está segura, sino de un gesto voluntario de despedida de alguien que se perdió en el camino o el deseo de desempolvar a unos amigos, escritores, enemigos, amantes, poetas del pasado que se atravesaron en su camino dejándole una herida en la memoria. En ese «nunca más» palpita algo que se resiste a la extinción. M puede intuirlo porque ella, que ahora escribe o intenta escribir el prólogo de este libro, ha perdido compañeras, colegas, amantes en el curso de su vida. Tal vez por eso esta frase resuena en ella, que alguna vez conoció a B, que alguna vez fue su amiga y luego su enemiga y luego ya no fue nada, nunca más volvió a verlo.

II. Cuando B todavía no era el célebre escritor internacional en el que pronto se iba a convertir, cuando recién empezaba a ser considerado uno de los grandes autores latinoamericanos en España, M leyó La literatura nazi en América, y deslumbrada por ese libro inclasificable que apareció como novela, consiguió su siguiente libro, Estrella distante, y lo terminó de una sentada. Era una novela tan llena de guiños a la dictadura chilena y a la vanguardia de la poesía chilena, tan llena de jóvenes sureños aspirantes a escritores que se volverían víctimas y victimarios, unos de otros, bajo ese régimen nefasto. Esa novela conmovió a M que también era chilena y escribía, aunque todavía no había publicado. M estaba intentando volverse escritora en Madrid y porque vivía de trabajos eventuales le propuso a la revista para la que todavía colaboraba entrevistar a ese notable escritor chileno aún desconocido en Chile. Así fue como M dejó su pequeña pieza cerca de la plaza de toros y se desplazó a Barcelona en un bus donde aprovechó de leer los cuentos de Llamadas telefónicas. De madrugada se tomó un tren de cercanías a Blanes, donde B la estaba esperando. Parecía contento de verla aun cuando nunca se habían conocido. Tomaron desayuno en un boliche desierto, o tal vez sólo fue ella quien desayunó un café y una barra de pan con aceite mientras él se fumaba el enésimo cigarrillo de la mañana y le daba sorbitos ocasionales a una manzanilla. B le apagó la grabadora que ella, diligente, había encendido para atrapar esa voz llena de acentos chilenos y chilangos y españoles y tal vez catalanes, aunque de esto último no estaba segura. Era él quien la interrogaba clavándole los ojos a través de sus grandes anteojos: quería saber de los escritores chilenos que todavía no había leído pero que pronto leería, y del campo literario chileno sobre el que tenía acertadas intuiciones. Ella respondió como pudo mientras terminaba su café, B pagó la cuenta y se encaminaron hasta el estudio de la calle del Loro donde comenzaría por fin la entrevista que se iba a publicar semanas después.

III. Era la primera entrevista que B concedía para el país que había dejado en 1968 y al que regresó brevemente en 1973. M recupera esa nota en su computadora para constatar que B le había hablado de un arresto ocurrido antes del golpe, no durante, no después, no como se cuenta en «Detectives» donde dos policías de una comisaría resultan ser antiguos compañeros de liceo de Belano y deciden salvarlo de un posible fusilamiento. El episodio se menciona también en «Compañeros de celda» y en «Carnet de baile» y reaparece en «Últimos atardeceres en la Tierra», donde B le cuenta a su padre que en Chile estuvieron a punto de matarlo. «Su padre lo miró y se sonrió» y preguntó: «¿Cuántas veces?», y cuando el hijo responde que dos el padre se ríe a carcajadas. El padre no se había creído ese cuento como sí lo hicieron algunos lectores por fuera de los libros. Esa historia generó especulación sobre si era o no cierta, pero no sería la única: los reseñistas ingenuos y los futuros biógrafos volverían a caer en la irresistible trampa que B les tendía al arrojarles pedazos desnudos de su biografía envueltos en otra ropa y al cargar cada relato de referencias exactas pero engañosas. Su voz literaria, tan personal, creaba ficciones de cercanía y autenticidad (autenticidad que el mismo B se encargaba de parodiar en «El gaucho insufrible», ese cuento escrito en homenaje a Borges). Dicho de otra manera, B se había ocultado en la pieza oscura de la ficción mientras sus lectores intentaban averiguar su paradero, vueltos, esos lectores, detectives privados.

IV. Cuando le preguntó por Chile, B no había publicado ninguno de los relatos sobre la supuesta detención. B sólo declaró que su voluntad de quedarse en el país obedecía a que la «bronca era tan anfetamínica que volver a México era como perder la dosis», pero que después de 1973 nunca había vuelto y no sabía si lo haría porque le tenía pánico a los aviones. M notó que a B le gustaba contradecirse, darle vueltas a sus afirmaciones con un extraño humor, hacerse preguntas sobre lo que acababa de decir, de la misma manera en que lo hacían algunos de sus personajes. «¿Volver a Chile? Sí, ahora que lo dices no sería una mala idea. ¡Me encantaría! Hace veinticuatro años que salí de Chile. ¿Veinticuatro ya? ¡Qué cantidad de años! Nunca volví.»

V. «Yo todo lo que escribo lo he vivido.» ¿Verdadero o falso? ¿Verdadero y falso?

VI. Los detectives literarios no concedían tregua, andaban frenéticos en busca de pistas biográficas y dieron, como era de esperar, con «Playa»: un cuento escrito en una sola eficaz oración que se despliega sobre cuatro páginas, una oración larga y resbalosa como culebra de mar que tuvo a bien colarse en Entre paréntesis donde no había escritos de ficción. Y porque apareció como crónica autobiográfica, y porque era un exadicto quien contaba su historia, y porque los detectives literarios seguían enredados en el juego de falsas identidades (medusas, aguamalas, nudosos cochayuyos, recitó M como en un conjuro), concluyeron que el autor había sido heroinómano y peor, que había muerto de una sobredosis.

VII. Febrero de 1998, murmura ya cerrando el archivo de la entrevista que le hizo en Blanes, o más bien el archivo de lo que se publicó de esa conversación que se extendió dos días y una noche (B insistió en que se quedara, M acabó aceptando dormir en la pequeña cama de su hijo). Se detiene en la fecha d

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