Vuela lejos

Kristin Hannah

Fragmento

Prólogo

Prólogo

Está desplomada en la cabina de un baño, con lágrimas secas en las mejillas que emborronan el rímel que tan meticulosamente se ha aplicado unas horas antes. Salta a la vista que ese no es su lugar, y, sin embargo, allí se encuentra.

El dolor es un ente furtivo, siempre yendo y viniendo como un invitado que no es bien recibido, pero al que tampoco puedes echar. A ella le gusta ese dolor, aunque nunca lo haya reconocido. Últimamente, es lo único que le parece real. Se sorprende pensando en su mejor amiga a propósito, incluso después de tanto tiempo, porque quiere llorar. Es como una niña que no puede evitar rascarse una costra, aunque sabe que le va a doler. Ha intentado seguir adelante sola. Lo ha intentado con todas sus fuerzas. Todavía lo sigue intentando, a su manera, pero a veces hay una persona que es la que te sostiene en la vida, la que te mantiene en pie, y, sin esa mano a la que agarrarte, puedes acabar cayendo en picado por muy fuerte que fueras antes, por mucho que trates de mantenerte a flote.

Una vez, hace mucho tiempo, ella caminaba sola por una calle oscura llamada Firefly Lane, en la peor noche de su vida, y se topó con un espíritu afín.

Así empezó nuestra historia. Hace más de treinta años.

Tully y Kate. Tú y yo contra el mundo. Mejores amigas para siempre. Pero todas las historias tienen un final, ¿no? Cuando pierdes a tus seres queridos, debes encontrar la manera de seguir adelante.

Tengo que pasar página. Despedirme con una sonrisa.

No va a ser fácil.

Ella todavía no sabe los engranajes que ha puesto en marcha. En unos instantes, todo cambiará.

Capítulo 1

1

2 de septiembre de 2010

22.14 horas

Se encontraba un poco atontada. Era agradable, como estar envuelta en una manta calentita, recién salida de la secadora. Pero al volver en sí y darse cuenta de dónde estaba, dejó de resultarle tan grato.

Se hallaba sentada en la cabina de un baño, desplomada hacia adelante, con lágrimas resecas en las mejillas. ¿Cuánto tiempo llevaba ahí? Se levantó lentamente y salió del aseo, abriéndose paso a través del abarrotado vestíbulo del cine, ignorando las miradas críticas que le dirigía la gente guapa que bebía champán bajo una reluciente lámpara de araña del siglo XIX. La película debía de haber terminado.

Una vez fuera, se adentró en las sombras con sus ridículos tacones de charol. Enfundada en aquellas carísimas medias negras, caminó bajo la llovizna por las sucias aceras de Seattle, en dirección a su casa. Eran solo unas diez manzanas. Podía hacerlo y, de todos modos, sería imposible encontrar un taxi a esas horas de la noche.

Mientras se acercaba a la calle Virginia, un llamativo letrero rosa con las palabras «martini bar» captó su atención. Unas cuantas personas se agolpaban delante de la puerta principal, fumando y hablando al resguardo de un voladizo.

Todavía se estaba prometiendo pasar de largo, cuando de repente giró, fue hacia la puerta y entró. Avanzó por el interior oscuro y abarrotado para ir directamente hacia la larga barra de caoba.

—¿Qué le pongo? —le preguntó un chico delgado con pinta de esnob, el pelo color mandarina y más herrajes en la cara que la sección de ferretería de unos grandes almacenes.

—Un chupito de tequila —respondió ella.

Se bebió el primero de un trago y pidió otro. La música alta la reconfortaba. Se tomó el chupito moviéndose al ritmo de la melodía. A su alrededor, la gente hablaba y se reía. Casi se sentía como si formara parte de toda aquella actividad.

Un hombre vestido con un traje caro italiano se acercó a ella. Era alto y saltaba a la vista que estaba en forma; tenía el cabello rubio pulcramente cortado y peinado. Probablemente sería un banquero, o un abogado de empresa. Demasiado joven para ella, por supuesto. No podía tener más de treinta y cinco años. ¿Cuánto tiempo llevaría allí, echando la caña, buscando a la mujer más guapa del local? ¿Una copa, dos?

Por fin, se volvió hacia ella. Vio en su mirada que la había reconocido y ese pequeño detalle la sedujo.

—¿Puedo invitarte a una copa?

—No lo sé. ¿Puedes? —¿Estaba arrastrando las palabras? Eso no era bueno. Y no conseguía pensar con claridad.

Él dejó de mirarla a la cara para bajar la vista hacia sus pechos, antes de volver de nuevo a la cara. Fue una mirada de lo más elocuente.

—Yo diría que a una copa como mínimo.

—No suelo ligar con desconocidos —mintió ella. Últimamente, solo había extraños en su vida. Todos los demás, todos los que importaban, se habían olvidado de ella. Sintió que el ansiolítico empezaba a hacerle efecto de verdad, ¿o era el tequila?

Él le acarició la barbilla, rozándole la mandíbula de una forma que la hizo estremecerse. Era muy osado al tocarla; ya nadie lo hacía.

—Soy Troy —dijo.

Ella alzó la vista hacia sus ojos azules y sintió el peso de su propia soledad. ¿Cuándo había sido la última vez que un hombre la había deseado?

—Tully Hart —repuso ella.

—Lo sé.

La besó. Tenía un sabor dulce, a algún tipo de licor y a tabaco. O tal vez a marihuana. Ella deseaba perderse en la pura sensación física, disolverse como un pedacito de caramelo.

Quería olvidar todo lo que le había salido mal en la vida y cómo era posible que hubiera acabado en un sitio como aquel, sola en un mar de extraños.

—Bésame otra vez —le pidió, con ese patético tono de súplica que tanto aborrecía. Así sonaba su voz de pequeña, cuando era una niña y esperaba con la nariz pegada a la ventana a que su madre volviera. «¿Qué tengo de malo?», le preguntaba aquella niña a cualquiera que quisiera escucharla, pero nunca había recibido una respuesta. Tully lo agarró y lo atrajo más hacia sí, pero mientras él la besaba y estrechaba su cuerpo contra el suyo, ella se dio cuenta de que estaba empezando a llorar y, cuando las lágrimas brotaban, ya no había forma de contenerlas.

3 de septiembre de 2010

02.01 horas

Tully fue la última p

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