La colmena (Edición conmemorativa de la RAE y la ASALE)

Camilo José Cela

Fragmento

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LIMPIA, FIXA, Y DA ESPLENDOR.

 

 

El año del centenario luctuoso de Rubén Darío ha coincidido con el del natalicio del escritor español Camilo José Cela y con el VII Congreso Internacional de la Lengua Española (CILE) organizado por Puerto Rico en la ciudad de San Juan a partir del 15 de marzo de 2016. Con anterioridad, la reunión plenaria de directores y presidentes de la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE) que tuvo lugar en Guadalajara de México el 1 de diciembre de 2014 aprobó el proyecto de una edición conmemorativa de ambos autores, y en una nueva asamblea de la misma índole, en Santiago de Chile el 15 de octubre de 2015, ASALE aprobó los proyectos finalmente desarrollados por Nicaragua y por España, respectivamente, de una obra selecta de Rubén y La colmena de Cela, conforme a las pautas de la colección de ediciones conmemorativas iniciada en 2004 con el Quijote, y luego continuada con títulos señeros como Cien años de soledad, La región más transparente, En verso y prosa. Antología de Gabriela Mistral, Antología general de Pablo Neruda y La ciudad y los perros.

En este caso, bajo la coordinación general del presidente de ASALE, y la supervisión textual y la elaboración del glosario por parte del encargado de publicaciones de la Academia Española, Carlos Domínguez Cintas, se han reunido cinco estudios preliminares, debidos al propio Darío Villanueva, al académico correspondiente de la Academia chilena Eduardo Godoy Gallardo, al académico español don Pedro Álvarez de Miranda que estudia la importante contribución de Cela al léxico de nuestra lengua, al catedrático Jorge Urrutia y al hijo del escritor, Camilo José Cela Conde, con su visión personal del Madrid de La colmena.

En cuanto al texto propiamente dicho de la novela, se han tenido muy en cuenta, como no podría ser de otro modo, las indicaciones expuestas por el autor en el prólogo general a sus Obra completa, que data de 1962, titulado «Cauteloso tiento por lo que pudiera tronar», donde se dan como «definitivas las versiones que hoy ofrezco y ruego a mis editores y traductores que en lo sucesivo, a ellas se remitan».

Finalmente, el volumen se completa, amén del glosario y el «censo de personajes», con el apartado encabezado por el rubro «Texto y discursos de La colmena», con sendas aportaciones del profesor Dru Dougherty y de la doctora Amalia Barboza, de la Universidad de Saarlandes (Alemania). Mención aparte merece el trabajo de transcripción e interpretación de los nuevos testimonios de la génesis textual de La colmena aparecidos en el legado del hispanista Noël Salomon depositado en la Biblioteca Nacional de España, minuciosa tarea que ha correspondido al catedrático de la Universidad de Barcelona don Ignacio Sotelo.

Además de a todos los colaboradores mencionados, ASALE desea expresar en este punto su más rendido agradecimiento a la Biblioteca Nacional de España y a su directora, doña Ana Santos, por todas las facilidades que nos han dado para enriquecer esta edición conmemorativa de La colmena con materiales textuales inéditos que marcan un hito en la transmisión de una de las más importantes novelas de la literatura en español del siglo XX.

Camilo José Cela, nacido en Iria Flavia (Padrón, A Coruña), el 11 de mayo de 1916, es el primer novelista español que consigue, en 1989, el Premio Nobel de Literatura, luego de que, por sus indiscutibles méritos en el mismo género literario, lo hubiesen obtenido el guatemalteco Miguel Ángel Asturias (1967) y el colombiano Gabriel García Márquez (1982), y posteriormente el peruano Mario Vargas Llosa (2010).

Fueron decisivos para su formación como escritor sus experiencias y contactos en el Madrid de la época inmediatamente anterior a la Guerra Civil. En la Facultad de Filosofía y Letras se hace amigo del poeta chileno Luis Enrique Délano, secretario del consulado de su país, a través del cual conoce a Pablo Neruda y Gabriela Mistral. El autodidactismo nutre, sin embargo, su incipiente inquietud literaria, que se manifiesta por vez primera con la publicación de varios poemas suyos en periódicos y revistas de La Plata, en la República Argentina, entre 1935 y 1938.

Terminada la Guerra Civil, en la que Camilo José Cela forma en el ejército franquista, es cuando se consolida su vocación, desarrollada mediante colaboraciones ocasionales en libros y revistas entre 1940 y 1942.

Su primera novela, La familia de Pascual Duarte, fue escrita entre 1940 y enero de 1942. Editada en los últimos días de diciembre de este mismo año, el éxito es inmediato y rotundo. Y se mantiene invariable, como para hacer de ella, hasta el presente, una de las obras más traducidas del español a las diversas lenguas después del Quijote.

Los veranos de 1947 a 1950 los pasa Cela en el pueblo abulense de Cebreros. Allí remata la primera versión de La colmena, la novela que ahora edita ASALE. Cinco años más tarde, en 1951 la publicación de la obra en Buenos Aires, tras un infructuoso forcejeo con la censura española, tuvo amplio eco a ambos lados del Atlántico, a pesar de su prohibición en España.

En 1952, Cela viaja a Chile y Argentina, adonde pensó incluso trasladarse, y en 1954 de nuevo visita varios países hispanoamericanos. En Caracas es declarado huésped de honor de la República y recibe el encargo de escribir una novela de ambientación venezolana, que aparece en 1955 con el título de La catira y obtiene el Premio de la Crítica en España. Desde ese año de 1954 Camilo José Cela fija su residencia en Palma de Mallorca. Allí comienza a publicar, en 1956, la revista mensual Papeles de Son Armadans, que desaparecerá, por dificultades económicas, en 1979. Se trata de una de las publicaciones más determinantes de la vida cultural española durante el franquismo, y en ella Cela abre sus páginas a los escritores españoles en el exilio, preferentemente en Latinoamérica, así como a autores procedentes de aquellas latitudes. Y el 26 de mayo de 1957 se produce el ingreso de Cela en la Real Academia Española para ocupar el sillón Q.

A principios de 1965, forma parte en La Habana del jurado del Premio Casa de las Américas. Y funda la editorial Alfaguara, en la que aparecerá, en 1966, ilustrada por Eduardo Vicente, la octava edición de La colmena, primera con el texto completo, sin las supresiones impuestas en su día por la censura argentina. Con motivo de un nuevo viaje a Hispanoamérica, Cela visita a su viejo amigo Pablo Neruda en su casa de la Isla Negra. Años más tarde, a raíz de la muerte del poeta y los dramáticos sucesos de Chile, Cela renuncia al doctorado que le había otorgado la Universidad de Santiago.

En febrero de 1985 Cela es elegido en París presidente de la Asociación Cultura Latina, puesto en el que sucede a Julio Cortázar. Y en 1986 constituye en su aldea natal la fundación que lleva su nombre, cuyo objetivo es, según reza el primer artículo de sus estatutos, «promover el estudio de la obra de Camilo José Cela y conservar su patrimonio cultural, humano y aun anecdótico».

En 1987, el escritor obtiene el Premio Príncipe de Asturias y viaja a Estados Unidos, pues está escribiendo su novela Cristo versus Arizona que se publicará al año siguiente. Y el jueves 19 de octubre de 1989, Camilo José Cela se convierte en el quinto Nobel de Literatura español, tras Echegaray, Benavente, Juan Ramón Jiménez y Vicente Aleixandre, premio que recibe de manos del rey de Suecia en Estocolmo el 10 de diciembre.

En diciembre de 1995, Cela inscribe, asimismo, su nombre en la lista de los galardonados con el Premio Miguel de Cervantes, el más importante de los concedidos a escritores hispanos. La muerte le sobreviene, finalmente, el 17 de enero de 2002 en Madrid, en donde había fijado su residencia poco antes.

La nueva aportación ya mencionada con la que contamos —el legado de Noël Salomon— enriquece la presente edición de La colmena y, como hemos apuntado, es objeto de un estudio particular por parte de Adolfo Sotelo.

Todo parece indicar que se trata de borradores complementarios a las distintas versiones de La colmena existentes en la Fundación Camilo José Cela, así como de otras páginas totalmente desconocidas hasta ahora que, probablemente por su intenso contenido sexual, el propio Cela descartó como parte del primer original que sometió infructuosamente a la censura en el año 1946.

La colmena, obra que estaba en el telar de Camilo José Cela desde fecha tan temprana como 1945, es arquetipo de una novela sin héroe, de protagonista colectivo o «novela de ciudad»; con un tiempo reducido de la historia narrada, no más de tres días; texto concebido como una red de microtextos, a modo de una novela «estructural» en la que cada elemento condiciona a y depende de todos los demás; y una novela conductista o «behaviorista», todo ello conforme a un modelo que desde Berlín Alexanderplatz de Döblin o el Ulises de Joyce nos lleva hasta Manhattan Transfer de John Don Passos o Mrs. Dalloway de Virginia Woolf.

 

Colofón

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Camilo José Cela

 

Camilo José Cela.

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Cenefa

 

 

DARÍO VILLANUEVA

 

LA COLMENA: PRINCIPIOS Y FINAL

 

 

Cuando, fallecido ya su autor, se han cumplido los sesenta y cinco años de La colmena en su primera andadura, la personalidad literaria de Camilo José Cela se nos muestra con nitidez como la de un escritor de casta, un poeta que ha mantenido unas peculiares y fructíferas relaciones con el género novelístico.

Cela no dejó nunca de afirmar una y otra vez lo que defendía Pío Baroja, uno de sus maestros indiscutibles, al que el escritor de Iria Flavia debe también la articulación marcadamente episódica y fragmentaria de sus discursos narrativos, la proliferación de personajes en ellos y el tratamiento de los mismos con la «técnica del improperio» de que hablaba Ortega y Gasset a propósito de Baroja, rasgos todos bien presentes en La colmena. Pero me interesa destacar especialmente ahora la tesis barojiana de que la novela es un «oficio sin metro», el reino literario de la libertad absoluta en la forma y en el contenido. Las declaraciones de Camilo José Cela en idéntico sentido se repiten a lo largo de su amplio recorrido artístico, pero acaso el texto que mejor refleje su pensamiento al respecto sea el titulado «Algunas palabras al que leyere», que precedió en 1953 a la primera edición de Mrs. Caldwell habla con su hijo:

 

He coleccionado definiciones de novela, he leído todo lo que sobre esta cuestión ha caído en mis manos, he escrito algunos artículos, he pronunciado varias conferencias y he pensado constantemente y con todo el rigor de que pueda ser capaz sobre el tema y, al final, me encuentro con que no sé, ni creo que sepa nadie, lo que, de verdad, es la novela. Es posible que la única definición sensata que sobre este género pudiera darse, fuera de decir que «novela es todo aquello que, editado en forma de libro, admite debajo del título, y entre paréntesis, la palabra novela» [Cela, 1953: 9].

 

 

EL ESCRITOR HACIA LA COLMENA

 

Por eso Cela, en los párrafos siguientes de dicho prólogo, puede jactarse de haber ensayado hasta 1953 cinco variedades distintas y haber utilizado cinco técnicas diferentes de novela, y en la misma convicción escribirá en 1955 La catira según las pautas tradicionales y ortodoxas de la narración con argumento, propondrá en 1962 que Tobogán de hambrientos es, mejor que una sarta de cuentos, una «novela inusual», y romperá de nuevo los moldes gastados de su obrador en Vísperas, festividad y octava de San Camilo del año 1936 en Madrid, publicada en 1969.

En 1973, en el acto de presentación de su desconcertante novela poética, que alcanza las últimas fronteras de la experimentación formal, Oficio de tinieblas 5, Camilo José Cela afirmaba:

 

Les ofrezco a ustedes el acta de defunción de mi maestría, de la que abdico. Me niego a convertirme en mi propia caricatura y también en mi propia mascarilla mortuoria. Tuve todo y renuncio a todo; quiero seguir creciendo y, para ello, me niego a construir.

 

Todas estas declaraciones del escritor, y tantas más que podríamos aducir, definen con justeza uno de los rasgos determinantes de su personalidad: su carácter de novelista experimental y en constante renovación que le reconocen los especialistas más acreditados, desde Gonzalo Sobejano hasta Ignacio Soldevila.

El abandono por parte de Cela de cualquier a priori en la elaboración de sus novelas, en un constante afán de investigación de nuevas fórmulas, le granjeó, sin embargo, entre algunos críticos menos perspicaces (y escritores como Francisco Umbral) la injusta fama de que era un excelente artífice de la prosa, pero un mediocre novelista, ya que casi todas sus obras sacrificaban ante el humorismo «tremendista», los tipos y los primores del estilo elementos fundamentales de la narrativa como la estructura, la acción o el desarrollo de los caracteres.

Si efectivamente admitiésemos que Cela no es un novelista, debería sin embargo causarnos no poca desazón el hecho evidente de que haya estado en la brecha en los cuatro momentos decisivos de nuestra novelística de la posguerra, rompiendo con lo estereotipado y abriendo caminos que otros seguirían después, pero también que haya sido él quien mejor supo conectar con la tradición narrativa precedente —siempre discontinua, y gravemente perjudicada por la escisión resultante de la Guerra Civil y el exilio—, actualizándola a la luz de los intentos renovadores del género producidos en Europa y América desde principios del siglo XX.

Esos cuatro momentos a los que nos referíamos fueron la reanudación del tracto de nuestra novelística después de la Guerra Civil, función que cumple en 1942 La familia de Pascual Duarte; la incursión en un realismo de denuncia social, para lo que sirvió de acicate y modelo La colmena en 1951; la superación de los excesos más indeseables de esta tendencia, sobre todo la ramplonería de sus presupuestos y la pobreza estilística y formal, que Cela suscribe en 1969 con Vísperas, festividad y octava de San Camilo del año 1936 en Madrid; y, finalmente, la oleada de la posmodernidad que en él se encarnó no solo en su última novela, Madera de boj, sino también en Cristo versus Arizona.

En el verano de 2005, la revista literaria Leer publicó, con motivo de su vigésimo aniversario, una encuesta de SigmaDos realizada con el objeto de identificar, en relación a varios criterios, las novelas españolas más destacadas del siglo XX. La muestra comprendía 201 entrevistas telefónicas o personales con profesores de literatura, críticos, escritores e intelectuales, y sus resultados son muy significativos para acreditar el lugar de Camilo José Cela en la narrativa contemporánea.

A la pregunta primera y fundamental, referida a las tres mejores novelas españolas del siglo XX, los encuestados responden situando en primer lugar La colmena y, después de Tiempo de silencio de Luis Martín-Santos, La familia de Pascual Duarte como tercera obra señalada. Pero la pregunta de qué obras tienen y tendrán más proyección de futuro y serán más leídas en siglos venideros destaca las dos novelas mencionadas de Camilo José Cela en primero y segundo lugar, y Mazurca para dos muertos en el vigésimo.

Oficio de tinieblas 5 es considerada, por su parte, la decimosexta novela más innovadora, escala en la que Madera de boj ocupa la vigesimosegunda posición. Huelga decir que La colmena y La familia de Pascual Duarte aparecen siempre entre las primeras de las seis clasificaciones que avala la encuesta de SigmaDos para Leer.

Me parece especialmente significativo que entre los títulos de Camilo José Cela seleccionados en esta oportunidad figuren la primera novela que escribió en 1942, La familia de Pascual Duarte, y la última por él publicada en 1999, tan solo tres años antes de su muerte: Madera de boj.

En este sentido, téngase en cuenta un dato que viene a confirmar la concepción global de toda su obra que nuestro Nobel tuvo y parece haber alcanzado ya al comienzo mismo de su carrera literaria. En 1947, con motivo de una visita a su Galicia natal, Cela declaraba al diario compostelano La Noche lo siguiente: «Pienso escribir una trilogía de novelas gallegas: la heroica novela del mar, la epicúrea novela del valle, la dura novela de la montaña. El sitio elegido para la segunda es el Ullán y, naturalmente, su corazón, Iria Flavia».

Este último libro —ya que no novela propiamente dicha— está escrito desde 1959: es La rosa, el primer tomo de las memorias celianas. La «dura novela de la montaña» tendría que esperar los treinta y seis años que van desde aquel 1947 de la entrevista compostelana hasta 1983, cuando aparece Mazurca para dos muertos. Y la primera de las obras prometidas, la novela del Finisterre —otro de los escenarios gallegos preferidos por Cela—, tenía ya título y una primera página escrita, al menos, cuando el escritor obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1989. Madera de boj hubo de esperar, no obstante, diez años antes de publicarse como última novela de su autor, que cumplía así aquel temprano compromiso narrativo con Galicia, finalmente redondeado con otro título, La cruz de San Andrés (1994), de ambientación urbana en este caso, pues la acción transcurre en la ciudad coruñesa representada también aquí, a su modo, como una colmena donde se trenza una historia de fanatismo, sexo y muerte fragmentariamente narrada.

Ese fragmentarismo, que tanto tiene que ver con la impronta lírica de toda la novelística de Cela, conforma igualmente el texto de Madera de boj, y no deja de ser sino la radicalización del procedimiento narrativo secuencial que aparecía en Pabellón de reposo y La colmena, se reiteraba ya con mayor intensidad en San Camilo, 1936, y alcanzaba su culminación en las «mónadas» de Oficio de tinieblas 5, uno de los textos fundamentales de su autor.

Gonzalo Sobejano ha identificado con buen tino el impulso renovador de Cela novelista con tres modelos, la confesión, la crónica y la letanía [Sobejano, 1977: 139-162]. Esta última variante vale tanto para Cristo versus Arizona (1988), El asesinato del perdedor (1994) y La cruz de San Andrés como para Madera de boj (1999), la decimotercera novela del escritor. Pero hay en esta un sincretismo de temas y formas integradoras del complejo sistema novelístico de Camilo José Cela que la erigen como broche final de una cumplida trayectoria que se había iniciado en 1942 con La familia de Pascual Duarte.

Cela aborda en Madera de boj, como había prometido ya en 1947, la «heroica novela de la mar», pues la letanía que la compone es la de la sucesión implacable de los naufragios que jalonan de tragedia y de mito la llamada «Costa da Morte», en torno a un Finisterre que para él es «la última sonrisa del caos del hombre asomándose al infinito».

Pero las microhistorias de Madera de boj, esos centenares de accidentes verídicos que en ella se recuerdan, son narradas desde la tierra por un escritor que ha sido vagabundo de todos los vericuetos de las Españas, para quien «la mar no perdona pero la tierra tampoco, son dos animales carniceros, dos bestias sanguinarias». Galicia es un país legendario, como Irlanda, Cornualles y Bretaña, que actúa como un imán: por tierra atrae a los peregrinos del camino jacobeo y desde la mar a los marineros que naufragan en sus costas. En Madera de boj, donde se lee que «el ruido de la mar va y viene como el latido del corazón o el péndulo de los relojes», el énfasis litúrgico de la letanía se compadece a la perfección con la temática, la intencionalidad expresiva, la reiteración rítmica y lírica de un texto que queda ya consagrado definitivamente como el colofón novelístico de Camilo José Cela.

Con todo ello, el escritor consigue realizar una ambición suya alimentada a lo largo de su vida y ya apuntada por Eugenio de Nora: la identificación de la novela, sin que esta reniegue de su libérrima esencia, con el poema. En 1963 manifestaba Cela: «Una página se escribe en verso o en prosa y en ella puede esconderse, o no, la poesía […]. Prosa es un concepto puramente formal, como lo es verso; poesía, en cambio, es un quehacer del espíritu, inaprensible por esencia y, a lo que hasta hoy se va viendo, indefinible. Poesía, etimológicamente, significa ‘creación’ (y poeta, creador). Prosa y verso, en cambio, tienen un origen puramente adjetivo, administrativo, procesal». Toda la trayectoria narrativa de Camilo José Cela, desde La familia de Pascual Duarte hasta La cruz de San Andrés, y con especial énfasis en La colmena, Mazurca para dos muertos y Madera de boj, tiene su norte en la novela lírica, desiderátum al que se accede por la fragmentación y poematización del capítulo, el acendramiento de la prosa, la subjetividad de la estructura moralizadora (la visión y la voz narrativas), y una especial tensión en la anécdota, las situaciones y los personajes. Por ello, Cela proyecta en continuidad la cadena de los Azorín, Gabriel Miró, Ramón Pérez de Ayala y Benjamín Jarnés, entre otros novelistas líricos que pudieron servirle de ejemplo.

Cambiando de tercio, existen unas páginas del propio Cela que pueden orientar significativamente a la hora de reproducir el esquema de su trayectoria vital. Se trata del breve ensayo titulado «Sobre la soledad del escritor» aparecido en su revista Papeles de Son Armadans en 1956, en donde establece los hitos fundamentales en el desarrollo y feliz logro de una carrera literaria que es fácil reconocer inmediatamente como la suya propia. Cela viene a decir allí que el escritor germina en la infancia y la adolescencia, necesita de la ciudad para su consagración iniciática, pero siempre se nutre de materia prima en los pueblos, pues allí la vida campa, desnuda, por sus respetos. Luego perfecciona y contrasta sus valores allende las fronteras de su país e, incluso, de su lengua, mas solo alcanza su sazón si atina a romper con el medio natural de la fama que ha obtenido y, escritor provinciano, encuentra en la soledad la paz de espíritu y el ámbito de trabajo que le permita continuar fiel a su vocación.

Esos cuatro o cinco momentos que Cela señala en el camino del escritor tienen en su caso particular, que es del que se trata, una clara correspondencia espacial, pues no en vano es un artista singularmente encarnado en un solar preciso, España, donde encuentra no solo una lengua para su proyecto, sino también los personajes, los temas, la estética y la ideología que lo configurarán.

El momento germinativo tiene su escenario en la Galicia natal de Cela, y luego en el Madrid de la República tal y como él mismo cuenta en los dos tomos de sus memorias: La rosa (1959) y Memorias, entendimientos y voluntades (1993). El éxito capitalino se produce, una vez acabada la Guerra Civil, en el Madrid de la década de 1940, ciudad que él convertirá en el auténtico protagonista colectivo de La colmena. El regreso a las raíces coincide desde aquel momento con la faceta del Cela viajero por casi todo el país, pero con especial atención a lo que él gusta llamar «la España árida». El descubrimiento de nuevos horizontes lo lleva primero a Iberoamérica, pero también, desde muy pronto, al resto de Europa y a Estados Unidos. Y finalmente, el laborioso retiro que permite trabajar al escritor ya consagrado tiene a Palma de Mallorca como escenario entre 1954 y el año del Nobel, 1989. Desde entonces, Camilo José Cela vuelve a la Guadalajara de su Viaje a la Alcarria y a su gallega aldea natal, en donde en la primavera de 1991 los Reyes de España inauguran la sede de la fundación que lleva su nombre y fue constituida en 1986.

En Iria Flavia, en las proximidades de la villa coruñesa de Padrón, había nacido el 11 de mayo de 1916 el primogénito del matrimonio formado por Camilo Cela Fernández y Camila Emmanuela Trulock y Bertorini. Tres sangres, como proclama el propio Camilo José Cela y Trulock, confluyen en la suya: la española y gallega de su padre y la inglesa e italiana de los antepasados maternos. Pietro Bertorini, tatarabuelo del novelista, fue gobernador de Parma; su hijo Camilo, nacido en Barcelona, se educó y casó en Inglaterra, para establecerse finalmente en Galicia como constructor del West Railway que unía Santiago con Carril. Su hija se casó con uno de los gerentes ingleses de dicho ferrocarril, John Trulock, y de su unión nació la madre del escritor.

A causa de la profesión de su padre, funcionario de Aduanas, Camilo José vivió su primera infancia en diferentes lugares: Almería, Villagarcía de Arosa, Iria Flavia, Tuy, Barcelona y Cangas de Morrazo, con viajes a Londres, La Coruña y Madrid, donde la familia se estableció definitivamente en 1925. Comenzó sus estudios en el Instituto Cardenal Cisneros y los continuó con los Hermanos Maristas, para escoger luego la carrera de Medicina, que abandonó en el primer año. Por mandato paterno, preparó su ingreso en el Cuerpo de Aduanas; prueba también, según sus propias declaraciones, con Ciencias Físicas y Peritaje Agrícola. Pero lo más importante de cara a la formación del escritor en esta época inmediatamente anterior a la Guerra Civil es su asistencia a las clases de Pedro Salinas en la nueva Facultad de Filosofía y Letras de la Ciudad Universitaria madrileña. Allí se hace amigo del filólogo Alonso Zamora Vicente, así como del poeta chileno Luis Enrique Délano, secretario del consulado de su país, a través del cual conoce a Pablo Neruda y Gabriela Mistral. También frecuenta a Miguel Hernández y a María Zambrano, en cuya casa coincide en tertulia con Max Aub y otros escritores e intelectuales. Introducido por Salinas, Cela se presenta con sus poemas ante Ramón Menéndez Pidal en el Centro de Estudios Históricos. Un libérrimo autodidactismo nutre, sin embargo, su incipiente inquietud literaria, que se manifiesta por vez primera con la publicación de varios poemas suyos en periódicos y revistas de La Plata, en la República Argentina, entre 1935 y 1938. El día 18 de julio de 1936, Cela celebra su onomástica en Madrid, como recuerda su novela San Camilo, 1936,1 publicada en 1969, y cuando la ciudad es bombardeada a principios de noviembre, continúa escribiendo un poemario de título gongorino, Pisando la dudosa luz del día, que no será libro sino en 1945.

El año de la instauración de la Segunda República, Cela había sido internado en el sanatorio antituberculoso del Guadarrama, lo que determina que sea declarado ahora inútil para la milicia. Sin embargo, tras permanecer catorce meses en la capital, abandona la zona republicana por Valencia, formando parte de una expedición de la embajada inglesa y amparado por un salvoconducto del ministro de Defensa Nacional, Indalecio Prieto. Se incorpora al ejército nacional en el Regimiento de Infantería Bailén n.º 24, es herido en el frente de los Monegros y se recupera en el hospital militar provisional de la Escuela de Artes y Oficios de Logroño. Acogido ya por sus familiares cuando recibe el alta médica, completa su recuperación primero en La Vecilla y luego en Galicia. Allí en La Coruña, presenta en marzo de 1938 una solicitud de ingreso en el Cuerpo de Investigación y Vigilancia que es desestimada por ser menor de edad, de acuerdo con la legislación vigente. Pese a haber sido declarado de nuevo inútil total por tuberculoso, se enrola a finales de 1938 en el Regimiento de Artillería Ligera n.º 16, en el que actúa como cabo habilitado en el frente de Extremadura y en la zona de Castellón hasta el final de la guerra.

Terminada esta, Camilo José Cela se desplaza a Santiago de Compostela con el propósito de preparar de nuevo el examen de ingreso en la universidad, pues su expediente académico se hallaba perdido entre los escombros de la Ciudad Universitaria. Mas una disposición entonces promulgada sobre el acceso de los excombatientes a los estudios superiores le permite matricularse directamente en la Facultad de Derecho madrileña, en la que hace tres cursos completos y asignaturas sueltas de los otros dos. Es por estos años cuando, sin embargo, se consolida su vocación de escritor, desarrollada mediante colaboraciones ocasionales en libros y revistas entre 1940 y 1942.

Su primera novela, La familia de Pascual Duarte, fue escrita entre 1940 y enero de 1942 en la oficina del Sindicato Nacional Textil, en donde Cela trabajaba como administrativo, y en el nuevo sanatorio antituberculoso de Hoyo de Manzanares en el que convalece mientras lee exhaustivamente a Ortega y a los clásicos en la colección completa de Rivadeneyra. Editada su novela por Aldecoa en Burgos, los primeros ejemplares son puestos en circulación en los últimos días de diciembre de ese mismo 1942. El éxito es inmediato y rotundo. Recibe Cela un primer homenaje el 2 de enero de 1943 en el café Nacional y pasa a ser uno de los nombres habituales en las más importantes publicaciones del momento, en especial El Español, La Estafeta Literaria y Fantasía, concebidas por el delegado nacional de Prensa, Juan Aparicio, como instrumento de soporte, acicate y control de la vida literaria española. Para obtener el carné de periodista, Cela realiza también las pruebas preceptivas en la sede de la agencia Efe y se relaciona con Gregorio Marañón, el pintor Solana y con el Grupo Juventud Creadora formado, entre otros, por Azcoaga, Ruiz Iriarte, García Nieto y Jesús Juan Garcés, que se reúne habitualmente en el café Gijón. Cuando conmemoramos el primer centenario de su autor, se cumplen setenta y cuatro años de vida en letra impresa de esta novela que como pocas adquirió desde el mismo instante de su primera publicación en 1942 el rango de hito histórico-literario alcanzado por contados textos narrativos, poéticos o teatrales. Pero lo más admirable del caso es que se resiste con éxito a verse convertida en mero monumento inerte, que ostenta desdeñoso su esencia intemporal fosilizada (por así decirlo), y sigue viva no solo para los lectores españoles sino para los de muchas otras lenguas. Cuando en 1994 Fernando Huarte Morton elaboró y publicó su último recuento de ediciones y traducciones de La familia de Pascual Duarte, fueron 203 las papeletas que pergeñó con la precisión y elegancia que caracterizaron su trabajo como bibliógrafo. Puestos ahora de nuevo manos a la obra, un nuevo recuento confirmaría con la terquedad de los datos bibliográficos una evidencia que está en el ambiente: que la novela de aquel joven poeta prácticamente inédito que era Camilo José Cela en 1942, virgen, por lo demás, en narrativa, ya ha sentado sus reales en ese territorio privilegiado de la literatura, en el único ámbito humano que, como quería T. S. Eliot, vence las limitaciones del espacio y el tiempo.

Esta obra significó, pues, el do de pecho precoz de un escritor que probablemente había cambiado el rumbo de su creación a consecuencia de la Guerra Civil, y que desde entonces situaría en el meollo de toda su literatura el desgarrado carpetovetonismo de su obra primera, enseguida calificado como «tremendismo» no sin cierto deje despectivo, el mismo que se vierte al atribuir a una persona, una costumbre o una actitud el primitivismo atribuible a aquellos primeros pobladores de la piel de toro que fueron los carpetos y los vetones.

En uno de sus prólogos más enjundiosos, escrito para El gallego y su cuadrilla que se titula precisamente «Relativa teoría del carpetovetonismo», el escritor da la siguiente definición de esta modalidad literaria definitivamente acuñada por él: «El apunte carpetovetónico pudiera ser algo así como un agridulce bosquejo, entre caricatura y aguafuerte, narrado, dibujado o pintado, de un tipo o de un trozo de vida peculiares de un determinado mundo: lo que los geógrafos llaman, casi poéticamente, la España árida» [Cela, 1965: 778]. Ese escenario fue ya el ámbito escogido tanto para sus primeros libros de viaje cuanto para La familia de Pascual Duarte y Nuevas andanzas y desventuras de Lazarillo de Tormes. En este sentido, y como el propio Cela nos desvela más adelante en aquel prólogo, «el carpetovetonismo como actitud estética o literaria (y aun humana) viene de antes y sigue hasta después»: tiene unos precedentes inconfundibles que el escritor, espontáneo reconocedor de sus deudas, asume totalmente, y acaba por erigirse en el rasgo más característico de su pluma, «el alcaloide —son sus palabras— de todo, o casi todo, lo que haya podido escribir».

En este sentido, La colmena no se puede considerar al margen de esta estética habida cuenta, además, del propio carácter fragmentario de su texto, compuesto por más de dos centenares de viñetas, alguna de las cuales fue publicada, por otra parte, como cuento o verdadero apunte carpetovetónico, no en la línea rural predominante en el conjunto de la obra de Cela, sino, en este caso, urbana.

No cabe duda, asimismo, que el carpetovetonismo celiano está ya en germen en esa primera novela de Extremadura que es La familia de Pascual Duarte, sin que falte en ella, cumplidamente, la tremenda crueldad y la paradójica ternura. Lo que sí está ausente será un rasgo que finalmente caracterizará a los apuntes: el humorismo. La primera obra de Camilo José Cela es ante todo, como hemos visto ya, una novela trágica, configurada según la acertada síntesis de Adolfo Sotelo «como una autobiografía escrita desde la cumbre de la fatalidad que ha acechado fieramente la vida de este carpetovetónico campesino extremeño» [Sotelo, 1995: LXX] que es su protagonista.

En definitiva, esa visión que Cela convirtió en un género literario con sus cuentos «entre desgarrados y humorísticos» a los que dio en llamar apuntes carpetovetónicos, representa una búsqueda de la autenticidad. Cela, que alguna vez prometiera desarrollar la tesis de que un hombre sano no tiene ideas, para hallar lo esencial de las personas y ponerlo en el centro de su literatura prescinde de todos los perifollos y disfraces culturales o sociales que pueden ocultarlo, y al término de su poda se encuentra con lo escatológico, lo cruel, lo ruin, lo elemental, pero también con el sorprendente e inagotable filón de los valores descarnadamente humanos, la ternura, la generosidad, la gallardía.

Todo esto figura entre los pilares constitutivos de La colmena, y define su singularidad como novela en el conjunto de la producción española del momento.

En el origen de esta actitud, que en su pluma adquiere desde La familia de Pascual Duarte matices estéticos singulares e irrepetibles, está el perspectivismo de Ortega y Gasset, que el mozo Camilo José, tísico convaleciente, leyó desde el alfa hasta el omega, junto a una cumplida colección de clásicos castellanos, con especial parada en la picaresca de los siglos XVI y XVII. El filósofo había escrito en las páginas preliminares de El espectador algo que el futuro premio Nobel siempre tendrá en cuenta: «Situado en el Escorial, claro que toma para mí el mundo un semblante carpetovetónico». Mas Cela no es un pensador, sino antes que otra cosa, y desde su primera juventud anterior a la guerra, todo un artista de la palabra, un poeta. Así, aquel desvelamiento de la esencia humana coincide, por su afán de ignorar lo superfluo, con la búsqueda de la pureza del instrumento verbal que él siempre intenta, e invariablemente consigue desde, precisamente, La familia de Pascual Duarte —la historia de un criminal «inocente» contada por él mismo con las palabras justas, las más verosímiles y convincentes, las más emocionadoras también—, hasta su novela de la ciudad, La colmena, en la que los personajes por separado tienen poca mayor entidad que las abejas.

Por eso se ha dicho de Camilo José Cela que era un lírico disfrazado de humorista. Para el poeta los temas posibles son pocos, continuamente reiterados. Y cuando a Cela se le preguntó sobre la fórmula del humorista respondió así: «Escepticismo, siempre. Y crueldad y caridad a teclas alternas». Fórmula que está en este párrafo de la dedicatoria de su libro de 1962 Tobogán de hambrientos: «Bienaventurados los Juan Lanas, los cabestros, los que lloran como Magdalenas, los incomprendidos, los miserables, los tontos del pueblo, los cagones, los presos: en el Evangelio de San Mateo se les consuela a todos».

Pascual Duarte, Pascualillo como le llamó su última víctima, el conde de Torremegía, en el trance de su asesinato, fue el primero de estos bienaventurados, y sin duda seguirá siendo el más famoso de todos ellos. Y La colmena incluye en su cumplida nómina de personajes muchos que lo son de esa misma estirpe.

Cela abandona por aquellos primeros años cuarenta su modesto empleo como oficinista y se incorpora a la Delegación Nacional de Prensa, sección de Información y Censura, en la que se ocupará de las revistas hasta su destitución a fines de 1945. Ello no impedirá que la censura retire la segunda edición de La familia de Pascual Duarte en 1943, año en que aparece una nueva novela fundamentada en las experiencias sanatoriales del autor, Pabellón de reposo. En 1944 Cela contrae matrimonio con María del Rosario Conde Picavea y publica Nuevas andanzas y desventuras de Lazarillo de Tormes. En 1946 nace su único hijo, Camilo José, y el escritor hace a pie una larga excursión veraniega en compañía del fotógrafo Kart Wlasak y Conchita Stichaner, experiencia de la que saldrá su Viaje a la Alcarria, aparecido en 1948. Posteriores viajes suyos darán el fruto de libros como, entre otros, Del Miño al Bidasoa, Notas de un vagabundaje (1952) o Judíos, moros y cristianos (1956), obra que finalmente, según el propio Cela, le abrirá las puertas de la Real Academia Española.

Los veranos de 1947 a 1950 los pasa Cela en el pueblo abulense de Cebreros, etapa que él mismo calificó como muy dura pero extraordinariamente aleccionadora. Allí frecuenta los encierros y ruedos taurinos y acaba de concebir la forma literaria peculiar a la que responde El gallego y su cuadrilla y otros apuntes carpetovetónicos (1949); allí, también, remata la primera versión de La colmena. Cinco años más tarde, en 1951, la publicación de esta novela en Buenos Aires, tras un infructuoso forcejeo con la censura española, tuvo amplio eco a ambos lados del Atlántico, a pesar de su prohibición en España, lo que representa para el autor la salida forzosa de la Asociación de la Prensa de Madrid y la supresión de la mayoría de sus colaboraciones en diferentes medios.

En 1952, Cela viaja a Chile y Argentina, adonde pensó incluso trasladarse, y en 1954 de nuevo visita varios países hispanoamericanos. En Caracas es declarado huésped de honor de la República y recibe el encargo de escribir una novela de ambientación venezolana, que aparece en 1955 con el título de La catira y obtiene el Premio de la Crítica en España. Dos años atrás había sido editada su novela anterior, Mrs. Caldwell habla con su hijo. Al tiempo, en el prólogo de la primera traducción inglesa de La colmena (The Hive, Nueva York, 1953), el novelista exiliado Arturo Barea destaca, por encima de toda diferencia política, los elevados valores literarios y testimoniales de la obra.

 

 

CELA, HOMBRE-PLUMA

 

No conocí, entre los escritores españoles que frecuenté, un caso de tan exhaustiva conservación de todo lo relacionado con su trayectoria creadora como el de Camilo José Cela.

En este sentido resulta del máximo interés la semblanza con que Cela despedía desde las páginas de Papeles de Son Armadans [Cela, 1972: 117] a uno de sus colegas, muerto en el exilio mexicano: «En mi juventud, Max Aub (quizá con Ramón Gómez de la Serna, por un lado, y con Juan Ramón Jiménez, por el otro) y tan dispar y casi artesano fue para mí el arquetipo del escritor arquetípicamente puro, del hombre que amaba, en este duro oficio, desde la palabra que se dice hasta el tipo y cuerpo de letra con que se dice a los demás». El escritor de Iria probablemente no conocía entonces aquella carta a Louise Colet del 2 de enero de 1852 en la que Flaubert confiesa: «Je suis un homme-plume», pues de otra forma podría haberla traído a cuento para remachar su visión y recuerdo del amigo desaparecido. Pero lo que me importa destacar es que ese carácter de «hombre-pluma», y los rasgos que le corresponden tanto en el caso de Flaubert como en el de Aub, son los mismos que caracterizan la personalidad literaria de Camilo José Cela.

Él fue ante todo un artista comprometido con la palabra. Sus obras son el resultado de laboriosos procesos que él mismo resumió en esta frase, tan flaubertiana, con que presentó su novela, a la que hemos hecho referencia ya, Oficio de tinieblas 5 el 14 de noviembre de 1973 en los salones del hotel Colón de Barcelona: «La literatura no es más que una mantenida pelea contra la literatura». Pero una vez que las palabras ya están ahí, y constituyen el texto, no se desentendía de ellas, sino que cuida la materialidad de la impresión, y así sus libros, ya editados por él mismo ya por otros, añaden a sus valores específicamente literarios los de una elegante tipografía, a menudo enriquecida por ilustraciones de excelentes artistas, para ser por último fijados en la Obra completa tanto en su texto definitivo como en el lugar que el autor les ha destinado en un conjunto donde hasta la página más breve y aparentemente ocasional tiene un papel orgánico que cumplir.

Precisamente al principio de estas obras completas que Cela comenzó a publicar en 1962 y no llegaron a ultimarse, nuestro «hombre-pluma» (y en el sentido más literal de la expresión, en esta época en la que los ordenadores han convertido a la máquina de escribir en una antigualla) confiesa su decidida inclinación a redactar prólogos y notas previas a sus propios libros, y en todos estos escritos suyos encontramos no solo información autobiográfica y sobre la génesis de cada obra en concreto, sino también sus concepciones acerca de la estética, el arte literario en general y la naturaleza, sobre todo, del género novelesco. Y en ese mismo prólogo general titulado «Cauteloso tiento por lo que pudiera tronar», declara: «Me dispongo a fijar los textos y a fecharlos, cuando me resulte posible hacerlo, me preparo a anotar las variantes, de forma, claro es, que no entorpezca el hilo de la lectura… y me lío la manta a la cabeza, en fin, para corregir personalmente las pruebas y no poder culpar a nadie de cualquier desaguisado…». En consecuencia, proclama como «definitivas las versiones que hoy ofrezco y ruego a mis editores y traductores que en lo sucesivo, a ellas se remitan» [Cela, 1962: 23-24].

Por todo ello, si mucho se ha estudiado ya la obra del último Nobel español, otro tanto queda por hacer, sobre todo cuando todos estos elementos de información ya accesibles estén debidamente ordenados e interpretados, junto a los que el autor fue guardando con esmero y constituyen el patrimonio de la fundación que lleva su nombre, radicada en su aldea natal de Iria Flavia, Padrón, La Coruña.

La reciente entrega a la Biblioteca Nacional de parte del legado del gran hispanista francés Noël Salomon viene a enriquecer este ya prolijo archivo textual celiano, especialmente, además, en lo que se refiere a la génesis de La colmena.

La parte más valiosa del mismo depositada en la fundación de Iria Flavia está constituida, ciertamente, por el conjunto de los manuscritos de sus obras, prácticamente completo una vez recuperado el de La familia de Pascual Duarte. Mas la minuciosidad celiana trascendió lo que sería el mero encuadernado de sus inconfundibles páginas, escritas a pluma, con la versión final de cada texto, y así junto a ella se encuentran, en volúmenes similares, versiones previas, borradores, anotaciones, esquemas, recortes, comentarios, ideas súbitas, todo lo que, en fin, los flaubertianos pudieron conocer con cien años de retraso gracias a la edición completa de los «carnets de trabajo». Esta tarea, brillantemente realizada por Pierre-Marc de Biasi en el caso de Flaubert, se han sumado otros investigadores que han encontrado auténticos filones entre los papeles de Hugo, Proust, Valéry, Gide, André du Bouchet, Georges Perec, Nabokov o Euclides da Cunha. Una última muestra de ello nos la ofrece Bénédicte Vauthier con su «estudio de crítica genética» de Paisajes después de la batalla de Juan Goytisolo.

 

 

LOS PRINCIPIOS DE LA COLMENA

 

Resulta obligado, así, iniciar el estudio de La colmena en la perspectiva de esta corriente metodológica de la «genética literaria», caracterizada por el aprovechamiento de la técnica filológica y ecdótica del análisis de los manuscritos con un objetivo preciso: la elucidación del proceso creativo de la obra. Su punto de partida resulta, pues, muy simple: el texto definitivo que llega a los lectores es el resultado —salvo en raras excepciones— de un laborioso proceso que se inicia con la búsqueda por el autor de documentos, referencias, informaciones, fuentes —en fin— de muy diverso tipo, y pasa luego frecuentemente por sucesivas fases de redacción y de corrección.

La nueva aportación con la que contamos —el legado de Noël Salomon— enriquece la presente edición de La colmena incluida en la serie conmemorativa de la Asociación de Academias de la Lengua Española, y es objeto de un estudio particular, con incorporación de nuevos fragmentos, incluido en ella con el estudio del distinguido especialista en Camilo José Cela Adolfo Sotelo.

De acuerdo con las noticias que nos han llegado de él, y algunas anotaciones personales que pude hacer revisando el legado Salomon gracias a la cortesía de la directora de la Biblioteca Nacional doña Ana Santos, todo parece indicar que se trata de materiales complementarios a las distintas versiones de La colmena existentes en la Fundación Camilo José Cela, así como otras páginas totalmente desconocidas hasta ahora que, probablemente por su intenso contenido sexual, el propio Cela descartó como parte del primer original que sometió infructuosamente a la censura en el año 1946, cuando pensaba en publicar una primera edición de la novela en Ediciones del Zodíaco de Carlos F. Maristany.

Mas la génesis de La colmena y su transmisión editorial fueron sumamente complejas, como el propio Cela relata en el escrito «Historia incompleta de unas páginas zarandeadas» (pp. 3-11), aparecido en Papeles de Son Armadans en 1966 e incorporado como único prólogo, de los múltiples que el autor escribió para esta obra, en la edición definitiva del tomo VII de la Obra completa.

Leemos allí cómo comenzó a escribir La colmena en 1945, y trabajó, a partir de esta fecha, en cinco versiones sucesivas. En el verano de 1948 concluía en Cebreros una de las más cercanas a la definitiva, y en el invierno de 1950 daba a este texto una revisión completa en profundidad.

Ya en enero de 1946, como hemos adelantado ya, Cela presentó a censura «una primera versión ni dulcificada ni agriada pero sí incompleta», y en abril de ese año el diario Arriba publicaba como relato —titulado «Unas gafas de color» y con otros nombres para los personajes— las secuencias 14, 12, 25 y 18, por este orden, del capítulo V de La colmena. Este texto está incluido, como narración independiente, en El bonito crimen del carabinero y otras invenciones desde su primera edición de 1947 (Barcelona, José Janés).

La respuesta de la Administración fue negativa, incluso para una tirada reducida de lujo denegada el 9 de marzo. José María Martínez Cachero, en su documentada Historia de la novela española entre 1936 y 1975, transcribe los dictámenes de los censores del manuscrito celiano. El poeta Leopoldo Panero era favorable a su impresión, dado su «considerable valor literario», si se suprimían algunos párrafos y se aconsejaba al autor que atenuase «algunas de las escenas que reitera». Pero la opinión que prevalece es la del padre Andrés de Lucas Casla, para quién La colmena ataca el dogma y la moral, tiene valor literario o documental escaso, un estilo horro de mérito y, en definitiva, es obra «francamente inmoral y a veces resulta pornográfica y en ocasiones irreverente».

Al tomar la decisión de publicar su novela en la Argentina (Buenos Aires, Emecé, febrero de 1951) Cela topa de nuevo con la censura peronista, y debe hacer algunas supresiones en el manuscrito, generalmente para suavizar expresiones de matiz sexual. Solo en la octava edición (Madrid, Alfaguara, 1966), enriquecida con 36 litografías de Eduardo Vicente, se puede, por fin, leer el texto completo y original. A la vuelta de la portadilla de la edición vigesimonovena (Barcelona, Noguer, 1977) se inserta la nota «La colmena y su confusa bibliografía», que ordena, definitivamente, todas las apariciones de la novela en la lengua en que fue escrita hasta aquella fecha.

En la Fundación Camilo José Cela existe una documentación de primer orden para reconstruir la génesis textual de La colmena. Me refiero a la contenida en cuatro tomos tamaño folio, encuadernados, que forman parte de la colección particular de Camilo José Cela.

El primer tomo de la serie nos revela el título inicial que la obra tuvo, pues está encabezado así:

 

 

CAFÉ EUROPEO (Novela) por Camilo José Cela

 

Y sigue, en lápiz, «Café La Delicia», antes de la primera frase de la Parte primera, capítulo primero, con mínimas variantes por detractatio sobre la que lo será definitivamente: «—No perdamos la perspectiva, es lo único importante».

Se inicia con ella una serie de cuartillas, escritas con pluma las correspondientes a los capítulos I y II, y a máquina en el caso de los dos siguientes, con insertos que desaparecerán del texto publicado. Este primer bloque nos lleva hasta el episodio de Martín Marco y Purita cuando él le recita versos del soneto de Juan Ramón que comienza con «Imagen alta y tierna del consuelo» y se titula «Sueño».

Sin solución de continuidad aparece una nueva versión en folios mecanografiados, precedida por el nombre del escritor y en la línea siguiente, tachado, el epígrafe «Vagando por los caminos inciertos». De este procede, como es bien sabido, el antetítulo de La colmena en todas sus ediciones menos la novena (edición escolar norteamericana a cargo de José Ortega), que dio pábulo a la expectativa de que el autor iniciaba una trilogía, alimentada por lo que el propio Cela escribió en una «Nota a la primera edición» de su novela en la editorial Noguer (Barcelona-México, octubre de 1955): «Mi novela La colmena, primer libro de la serie Caminos inciertos…».

En esta nueva versión, cuyos 45 folios se inician con las mismas palabras que la anterior y llegan al mismo punto argumental que ella, abundan las correcciones a mano, hay párrafos enteros tachados y la separación entre secuencias se indica en el texto mediante líneas trazadas a pluma. El tomo concluye con cerca de noventa cuartillas más, llenas de variantes en relación a la primera edición y a la definitiva.

El segundo tomo de la Fundación Camilo José Cela presenta suma complejidad, por lo variado de los elementos que lo integran y la dificultad en ordenarlos e interpretarlos desde la perspectiva genética del texto sin el estudio demorado cuya exposición requeriría el espacio del que no disponemos ahora.

Aporta inicialmente otra versión parcial de La colmena en folios grandes, mecanografiados, con anotaciones manuscritas, que no lleva título ni división en partes o capítulos, pero sí blancos entre secuencias, y mantiene la misma frase de partida que en los casos precedentes.

Aunque se trata de un texto mucho más limpio y elaborado, no está todavía completo, sino que sigue siendo una redacción de trabajo. Así, por ejemplo, en el folio 35 aparece en lápiz rojo y rodeada por un círculo la indicación «primer día/madrugada». Concluye veinte folios más adelante con un relato, titulado «Historia de una fotografía», que yo sepa nunca publicado exento como tal. Se aprovecha en él la materia argumental de la foto de don Obdulio que en la alcoba de la casa de citas de doña Celia, su viuda, preside impertérrito los encuentros eróticos de don Roque Moisés con su amante Lola y los de su hija Julita Moisés con su novio Ventura Aguado.

El tranco siguiente aporta, sin embargo, otra redacción menos limpia que la anterior, con más anotaciones y correcciones a máquina. El encabezamiento es significativo: «Libro primero / LA COLMENA / CAMINOS INCIERTOS [palabras rodeadas por un círculo] / Capítulo primero». Concluye en el folio trigésimo cuarto, con el encuentro entre Martín Marco y Nati Robles, correspondiente al capítulo tercero de la novela editada.

Nos encontramos asimismo aquí con un «Prólogo a la primera edición» interrumpido abruptamente a la altura del tercer folio —muy diferente a la «Nota a la primera edición» que ya mencionamos—, con citas de Proust, Savonarola y San Agustín. Hay un apunte para concluirlo: «2 razones / justificar su crudeza / Explicar el plan general de la obra». Siguen dos cuartillas manuscritas con la «Breve historia de una fotografía» y otros textos dispersos en folios u hojas de agenda escritos a lápiz.

Sorprendentemente, el orden en que van dispuestas las versiones en este tomo segundo que comentamos parece ser inverso al natural, pues las cuartillas que siguen regresan al título primero, «CAFÉ EUROPEO / (Novela)», para dar luego lo que podría ser acaso el primer esbozo sobre el que Cela trabajó, una simple enumeración de características —«1 000 personajes / 3 000 cuartillas / 100 capítulos de 30 cuartillas / 4 partes de 25 capítulos»—, esquemas de la red tendida entre los personajes a modo de árbol genealógico, borradores de las anécdotas y episodios por capítulos numerados y unas «Notas para un prólogo» que concluyen con una cita de Stendhal.

Sin embargo, el sector siguiente ofrece un texto mecanografiado más extenso que los anteriores, con escasas correcciones a mano, bajo el título definitivo seguido del antetítulo, y llega hasta la frase final del texto impreso, salvo las dos últimas exclamaciones: «—¡Ja, ja! ¡Los pueblos del cinturón! [¡Qué chistoso! ¡Los pueblos del cinturón!]».

El escritor pone, además, fecha y colofón a lo escrito: Madrid, diciembre 1945 [subrayado] /Fin de «LA COLMENA» / LIBRO PRIMERO DE / CAMINOS INCIERTOS.

La variedad informativa de este tomo alcanza incluso al episodio de rechazo censorial inmediatamente posterior, al que hemos aludido ya. Con notas manuscritas de Cela figura el expediente 61-46 por el que la editorial Zodíaco de Barcelona solicita permiso de edición de La colmena con fecha de 18 de enero de 1946. Además de los informes de Panero y Andrés de Lucas, figuran aquí el acuerdo de denegación de 6 de marzo de ese año y el oficio que lo comunica tres días después.

La última página de este tomo es una tarjeta con este texto: CAMILO JOSÉ CELA / LA TAREA INFINITA / (NOVELA). Se añade una cita de Kant: «La totalidad de las condiciones no es dada nunca al pensamiento, sino que le es propuesta como una tarea o problema infinito».

Todo ello parece sugerir el desánimo experimentado por el escritor a raíz del rechazo de su original por parte de los censores. Sin embargo, su proyecto de editar La colmena sigue en pie, tal como indica un lema de Marcial, «Hominem nostra pagina sapit», que va acompañado del título genérico «Caminos inciertos».

Así, el tomo tercero del manuscrito y carnet de trabajo de Cela se abre con un esquema de impresión explícitamente preparado «Para Ediciones del Zodíaco», con dibujos de la maqueta incluso. El resto de los materiales aquí reunidos son muy heterogéneos. Hay folios mecanografiados, originales o en fotocopia, numerados desde el 31 al 97, donde se sitúa el «Fin de La Colmena» y, tachado, «Madrid diciembre de 1945». Asimismo, esquemas de personajes por capítulos, y otras hojas, algunas de papel cuadriculado y con pegados, sin duda procedentes de estadios muy primitivos en la génesis de la obra.

El tomo cuarto de la Fundación Camilo José Cela contiene, finalmente, la versión de La colmena que fue a la imprenta bonaerense. Aparecen por ello indicaciones marginales del tipo «Bodoni redondo» y otras de la misma índole, así como la de que entre secuencia y secuencia de las que articulan el texto irán «3 líneas blanco (igual en los sucesivos)».

Son 139 folios mecanografiados, con correcciones a mano y párrafos tachados con lápiz rojo que sin embargo aparecerán luego impresos. De sumo interés es la primera lista de «modificaciones y supresiones sugeridas» a Emecé Editores, veinticuatro en un principio, a las que se añaden a mano nueve más. Siguen otros folios de supresiones en papel con el membrete de la revista Clavileño, y luego una hoja con «Dos notas» (sic) que no aparecieron en la primera edición, carente de preliminares.

El tomo se completa con materiales diversos: las viñetas de Lorenzo Goñi que ilustrarán la segunda y otras ediciones de Noguer, el original del prólogo a la traducción francesa de La colmena debido a J. M. Castellet y unas «Instrucciones y normas generales para la edición de La Colmena», referidas a la quinta de Noguer (febrero de 1965). Se trata de correcciones o breves añadidos manuscritos, pues —cito— «los más largos […] se indican en hoja aparte, a máquina y con expresión de la página y de las líneas anterior y posterior». Son en total once, algunas de las cuales no fueron finalmente insertadas.

El resto son recortes, todos ellos relacionables con aspectos concretos de la génesis de La colmena y susceptibles de demorado comentario. Por ejemplo, noticias de la prensa madrileña del 4-12-1943 y 11-12-1943 referentes a la guerra mundial en su frente europeo y a la conferencia de Malta, que permiten ratificar que Cela se equivocó posteriormente al situar la acción de su obra en 1942, como analizaremos más adelante. Es interesante una noticia y comentario deportivo de Lorenzo López Sancho titulado «Derrota discutida y desquite el día 27», donde se afirma que «Hay demasiadas irregularidades en torno al campeón Young Martin». Cela subraya y rodea en rojo el nombre de Martín Marco que llevará su personaje más destacado, acaso sugerido por el del boxeador. Las tres hojas de la obra de F. Nietzsche Aurora, editada por F. Sempere y Cía. en Valencia, con traducción de Pedro González Blanco, tienen que ver con el personaje del anarquista Celestino Ortiz, dueño precisamente del bar Aurora –Vinos y Comidas, al que se le dedica una secuencia muy explícita a este respecto en el capítulo segundo de La colmena. Las cuartillas a máquina sobre la usucapión nos remiten directamente a don Ibrahim de Ostolaza y Bofarull que ensaya un discurso académico sobre este tema jurídico en el mismo capítulo. Páginas, en fin, de revistas religiosas como El Mensajero del Corazón de Jesús, publicada en Bilbao, que en su número 10, de julio de 1945, da una relación de favores concedidos a sus devotos por el hermano Gárate, muerto en olor de santidad. En una de las viñetas del capítulo tercero de la novela, don Roque Moisés, el padre de Julita, después de echar una ojeada a una revista que su esposa, la beata doña Visi, guarda celosamente exclama:

 

—Ya está aquí este.

Este era el cura bilbaíno de los milagros.

 

 

FINAL DE LA COLMENA Y SU SENTIDO

 

La misma variedad que se puede percibir en la distribución en 217 viñetas de los capítulos que componen la novela se da también en su significado, sin que por esto La colmena sea una obra inconexa. Estoy plenamente de acuerdo con la definición temática que de cada uno de ellos ha hecho Gonzalo Sobejano [Sobejano, 1978: 113-126] en 1978.

En el capítulo I —también lo destaca Carenas [Carenas, 1971: 229-255]— brilla como tema principal la humillación, y se apuntan como subtemas la indecisión y el aburrimiento. La pobreza domina en el capítulo II, junto a la indecisión, la opresión y la violencia. En el III, el aburrimiento, que implica al sexo, y este a la pobreza. El sexo, precisamente, es el rey del capítulo IV. Una de sus servidumbres es el encubrimiento, que se nos presenta en el V, en donde también se oculta la pobreza. En el VI es la repetición, realzada en la secuencia novena y final: «La mañana, esa mañana eternamente repetida, juega un poco, sin embargo, a cambiar la faz de la ciudad, ese sepulcro, esa cucaña, esa colmena…». En el capítulo titulado «Final» el significado predominante, según Sobejano, es la amenaza. Aunque su presencia sea indiscutible, para mí esta coda consagra un tema que por su posición sobresaliente afecta al significado de toda la novela en su conjunto: la solidaridad. Pero aclaremos antes una cuestión previa.

En este capítulo final, de mañana Roberto y Filo, Pablo Alonso y Laurita, Paco y Celestino Ortiz, doña Jesusa y Purita, Ventura Aguado y su novia, Rómulo e incluso don Ramón, el panadero, enterados por el periódico de que algo amenaza a Martín, comienzan a actuar febrilmente para protegerlo. Mientras tanto, el poeta visita la tumba de su madre, hace planes de futuro y experimenta una euforia que resulta patética, pues lo sabemos en peligro.

¿Cuál es ese peligro? El relato se mantiene aquí, como en otros momentos, en una ambigüedad que potencia expresivamente su significado. Preguntado al respecto por José María Martínez Cachero en uno de los coloquios recogidos en el libro Novela española actual, Cela respondió evasivamente: «En cuanto a lo que le pasó a Martín Marco yo no lo sé porque yo no era ni deudo ni allegado de Martín Marco, yo no era más que su biógrafo. Es posible que si lo hubiera sabido, lo hubiera dicho». Hay, sin embargo, suficientes elementos en la novela para aclarar esta interrogante.

En la última secuencia de La colmena Martín, al que ha regalado el periódico del día un empleado del cementerio, sueña con encontrar en él una oferta de trabajo. Pero «por un vago presentimiento» no quiere precipitarse: «En el bolsillo lleva el periódico, del que no ha leído, todavía, la sección de anuncios ni los edictos. Ni el racionamiento de los pueblos del cinturón».

Evidentemente, la amenaza que se cierne sobre él está entre los edictos. No, por cierto, como afirma D. W. McPheeters en su libro sobre Cela, por algo tan irrelevante, incluso en 1943, como que sus papeles no estén en orden. Los deudos de Martín Marco leen algo como lo que el diario Arriba publica el martes 7 de diciembre de 1943 en su segunda página:

 

JUZGADOS MILITARES

EDICTO

Amadeo Rodríguez Sánchez, de treinta años de edad, de estado soltero, natural de Medina del Campo, de profesión camarero, y que tuvo su domicilio últimamente en Madrid, calle del Amparo, 21, desconociéndose en la actualidad su paradero, comparecerá en el término de ocho días, a contar de la fecha de publicación del presente edicto en la Prensa, para prestar declaración en diligencias previas que se instruyen en el Juzgado Militar Eventual Número 24, Piamonte, 2, segundo; apercibiéndosele de que en caso de no efectuar dicha comparecencia le pasará el perjuicio a que haya lugar.

 

A Martín le amenaza la Ley de Responsabilidades Políticas decretada por el Generalísimo Franco en febrero de 1939, pues el juzgado militar ha reparado en él para evaluar su «actuación y conducta durante el glorioso Movimiento Nacional», o para que preste, acaso, «declaración en procedimiento que se le sigue por su actuación durante el período rojo», como leemos en otros edictos de la misma época. Este personaje, que duerme de prestado en un cuarto de la casa de su acomodado amigo Pablo Alonso (es decir, con domicilio desconocido), ha sido miembro del sindicato universitario de izquierdas FUE (III, viñeta 111), piensa que no deberían existir clases sociales (II, 52), es amigo de otro intelectual, Paco, que acaba de salir de la cárcel (II, 55), y se reúne con él en el bar de Celestino Ortiz que había sido comandante con el caudillo anarquista Cipriano Mera (II, 71). Cuando Martín discute con Celestino por lo que le debe, sus palabras son harto significativas: «Parece mentira que usted y yo andemos a vueltas siempre con lo mismo, como si no tuviéramos tantas cosas que nos unan» (II, 73).

Algo relacionado con la guerra —Martín Marco tiene, ya lo sabemos, «un tatuaje en el brazo izquierdo y una cicatriz en la ingle» (I, 20)— pesa sobre él y explica este continuo recelo suyo. Cuando Nati Robles le llama por su nombre en la Red de San Luis, «Martín la miró temeroso. Martín mira con cierto miedo a todas las caras que le resultan algo conocidas, pero que no llega a identificar. El hombre siempre piensa que se le van a echar encima y que le van a empezar a decir cosas desagradables» (III, 111).

Ahí está también la clave del miedo rayano con la histeria que nuestro personaje experimenta al ser abordado por un inspector de policía que le cachea y le pide la documentación una noche (IV, 150). Se defiende con argumentos tales como que colabora en la prensa falangista y su último artículo ha sido «Razones de la permanencia espiritual de Isabel la Católica», lo que viene a coincidir con las directrices más tópicas de la propaganda oficial. Y en su convulsivo monólogo interior de IV, 152, se repite a sí mismo una y otra vez: «—¿De qué tengo yo miedo? […] ¡Yo no me meto en nada! ¡En nada! ¿Qué me pueden hacer a mí si yo no me meto en nada?». Sobre lo mismo vuelve Filo en el «Final»: «Mi hermano no hizo nada, yo se lo aseguro a usted; eso debe ser una equivocación, nadie es infalible, él tiene sus cosas en orden…». Y es que Martín Marco está realmente «en libertad vigilada», como, sin segundas intenciones pero con gran sobresalto por parte del pobre escritor, le dice el ciclista que está a punto de atropellarlo en II, 52.

Porque es indudable que sobre el significado de La colmena se proyecta una situación histórica, política y social muy concreta y determinada: los años más duros de la inmediata posguerra española, época de aislamiento, de rencor, de pobreza física y espiritual. La colmena la refleja más explícita y poéticamente, a la vez, que ninguna otra obra literaria. Sí, Cela nos muestra «la España asustada por el peso de la paz que se le había venido encima», en brillante expresión de Alonso Zamora Vicente [Amorós, 1977: 240], y este valor testimonial fue quizá lo que más impresionó en el momento de su publicación, como demuestran los escritos de algunos españoles exiliados, Arturo Barea y Emilio González López entre otros. El primero de ellos, en el prólogo a la traducción inglesa que ya hemos citado, la aplaude como la mejor obra de arte y documento social de la po

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