El Sunset Limited

Cormac McCarthy

Fragmento

El Sunset Limited

Una habitación en un bloque de pisos de un gueto negro de Nueva York. Hay una cocina con sus fogones y un frigorífico grande. Una puerta que da al pasillo exterior y otra, presumiblemente, a un dormitorio. La puerta del pasillo está provista de una extravagante colección de cerraduras y barras de seguridad. Hay en la habitación una mesa barata de formica y dos sillas de plástico con patas cromadas. La mesa tiene un cajón. Encima de la mesa hay una biblia y un periódico. Unas gafas. Un bloc y un lápiz. En una de las sillas (lado derecho del escenario) está sentado un hombre negro corpulento y en la otra un hombre blanco de mediana edad con pantalón de chándal y zapatillas de deporte. Luce una camiseta, y la parte de arriba del chándal –que hace juego con el pantalón– está puesta sobre el respaldo de su silla.

NEGRO: Bueno, profesor, y ahora ¿qué hago con usted?

BLANCO: ¿Por qué habría de hacer nada?

NEGRO: Ya se lo he dicho, hombre. A mí que me registren. Esta mañana cuando he salido de aquí para ir al curro usted no entraba en mis planes. Y ya ve.

BLANCO: Eso no significa nada. Lo que sucede no necesariamente ha de tener otro significado.

NEGRO: Mm-mm. No, ¿eh?

BLANCO: No.

NEGRO: ¿Y qué significa entonces?

BLANCO: No significa nada. Uno se cruza con gente, puede que algunos estén en un aprieto o lo que sea, pero eso no quiere decir que deba sentirse responsable de ellos.

NEGRO: Mm-mm.

BLANCO: Además, la gente que siempre anda fijándose en desconocidos suele ser la que nunca se fija en aquel en quien debería fijarse. O así lo veo yo. Si uno se limita a hacer lo que se supone que debe hacer, nunca se convierte en héroe.

NEGRO: Se refiere a mí, ¿eh?

BLANCO: No sé. ¿Sí?

NEGRO: Bueno, no le niego que lo que dice tiene su punto de verdad. Pero volviendo a lo nuestro, yo ni idea de la clase de persona en la que tenía que fijarme ni qué se suponía que iba a hacer cuando la encontrara. En este caso solo había una forma de actuar.

BLANCO: ¿Cuál?

NEGRO: Hombre, veo allí un tipo y pienso: Vale, no puedo decir que parezca un hermano, pero ahí está. Qué tal si le miro otra vez.

BLANCO: Ah. Y eso ha hecho.

NEGRO: Bueno, cualquiera le habría mirado. Déjeme que le diga que ha sido usted bastante directo.

BLANCO: ¿Cómo que directo? Yo no he dicho nada. Ni siquiera le he visto.

NEGRO: Mm-mm.

BLANCO: Será mejor que me marche. Estoy empezando a ponerle nervioso.

NEGRO: Qué va. No me haga caso. Parece un buen tipo, profesor. Será que no entiendo cómo ha podido meterse en semejante lío.

BLANCO: Ya.

NEGRO: ¿Se encuentra bien? ¿Anoche durmió?

BLANCO: No.

NEGRO: ¿Y cuándo decidió que tocaba hacerlo hoy? ¿Es un día especial?

BLANCO: No. Bueno, hoy cumplo años. Pero no lo considero un día especial en absoluto.

NEGRO: Pues cumpleaños feliz, profesor.

BLANCO: Gracias.

NEGRO: O sea que vio que se acercaba su cumpleaños y pensó que quizá era un buen día.

BLANCO: No sé. Quizá es que los cumpleaños son peligrosos. Como la Navidad. Adornos colgando de los árboles, guirnaldas colgando de las puertas, cadáveres colgando de tubos de calefacción a lo largo y ancho de todo el país…

NEGRO: Mm-mm. Eso no dice mucho de la Navidad, desde luego.

BLANCO: La Navidad ya no es lo que era.

NEGRO: Yo diría que ahí ha dado en el clavo, sí señor.

BLANCO: Tengo que irme.

Se levanta. Coge la chaqueta del respaldo de la silla y se la pone sobre los hombros, y luego introduce ambos brazos en las mangas en lugar de meter primero un brazo y después el otro.

NEGRO: ¿Siempre se pone la chaqueta así?

BLANCO: ¿Le parece mal cómo me pongo la chaqueta?

NEGRO: No he dicho que me pareciera mal. Pensaba si era su método habitual, nada más.

BLANCO: No tengo un método habitual. Simplemente me la pongo.

NEGRO: Mm-mm.

BLANCO: ¿Qué? ¿Le parece afeminado o algo así?

NEGRO: Mm-mm.

BLANCO: ¿Qué pasa?

NEGRO: No pasa nada. Estoy aquí sentadito observando cómo hacen las cosas los profes.

BLANCO: Vale, muy bien. Pero tengo que irme.

El negro se pone de pie.

NEGRO: Bueno, voy a por la chaqueta.

BLANCO: ¿La chaqueta?

NEGRO: Sí.

BLANCO: ¿Adónde va?

NEGRO: Le acompaño.

BLANCO: ¿Cómo que me acompaña? ¿Adónde?

NEGRO: Adonde vaya usted.

BLANCO: Ni hablar.

NEGRO: Eso lo veremos.

BLANCO: Yo voy a mi casa.

NEGRO: Muy bien.

BLANCO: ¿Muy bien? Usted no se viene a casa conmigo.

NEGRO: Vaya que no. Espere que cojo la chaqueta.

BLANCO: No puede venir a mi casa.

NEGRO: ¿Por qué?

BLANCO: Porque no.

NEGRO: Esta sí que es buena. ¿Usted puede venir a mi casa y yo no puedo acompañarlo a la suya?

BLANCO: No. Quiero decir, no se trata de eso. Necesito ir a mi casa y punto.

NEGRO: ¿Vive en un piso?

BLANCO: Sí.

NEGRO: Y qué pasa, ¿no dejan entrar negros en el edificio?

BLANCO: No. Quiero decir, claro que dejan. Mire, basta de bromas. Tengo que irme. Estoy muy cansado.

NEGRO: Bueno, espero que no se arme ningún follón porque entre yo en el edificio.

BLANCO: Habla en serio.

NEGRO: Yo diría que usted sabe que sí.

BLANCO: No puede estar hablando en serio.

NEGRO: Por mis muertos que sí.

BLANCO: ¿Por qué lo hace?

NEGRO: ¿Yo? ¿Y qué quiere que haga? No tengo elección.

BLANCO: Claro que la tiene.

NEGRO: Que no.

BLANCO: ¿Quién ha dicho que sea mi ángel de la guardia?

NEGRO: Voy a por la chaqueta.

BLANCO: Le he hecho una pregunta.

NEGRO: La respuesta ya la sabe. Yo no le he pedido que saltara a mis brazos esta mañana en el metro.

BLANCO: Yo no he saltado a sus brazos.

NEGRO: Ah, ¿no?

BLANCO: No.

NEGRO: ¿Y cómo fue a parar ahí, entonces?

El profesor permanece de pie, cabizbajo. Mira la silla y

luego da media vuelta y se sienta.

NEGRO: ¿Qué? ¿Ahora no nos vamos?

BLANCO: ¿De verdad piensa que Jesús está en esta habitación?

NEGRO: No es que lo piense.

BLANCO: Ah, ¿no?

NEGRO: Yo sé que está en la habitación.

El profesor junta l

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