La verdad y las mentiras de Ella Black

Emily Barr

Fragmento

9788417384302-1

Contenido

Portada

Dedicatoria

1. Cuarenta días para que muera

2. Treinta y siete días

3. Treinta y cinco días

4. Treinta y cuatro días

5. Treinta y tres días

6. Treinta y dos días

7. Treinta y un días

8. Treinta días

9. Veintiocho días

10. Veintisiete días

11. Veintiséis días

12. Veinte días

13. Dieciséis días

14. Quince días

15. Seis días

16. Cinco días

17. Dos días

18. Doce horas para que muera

19. Cinco horas

20. Una hora

Un año después

Diecinueve años antes

Agradecimientos

Créditos

9788417384302-2

Para Craig

9788417384302-3

1
Cuarenta días para que muera

Estoy sentada en un banco, temblando de frío y hecha un ovillo, pero me da igual porque estoy entretenida. Tengo un lápiz y un bloc de dibujo en equilibrio sobre las rodillas, y me encuentro en un parque con vistas al edificio del Parlamento, junto a Jack, que está leyendo un libro. Estoy concentrada en mi dibujo, que no recrea las vistas. Es cierto que tengo unos cuantos Big Bens dibujados en el bloc, pero, por alguna razón, no parece que sea eso lo que acaba saliendo en esta hoja.

—Ya te queda poco, ¿no? —pregunta mi amigo—. A ver, tómate el tiempo que necesites, pero va a llover y... —Se vuelve y observa mi dibujo—. Vaya, vaya... ¿Una interpretación metafórica de las vistas?

—Exacto.

—O sea que Ella Black ha hecho que me congele en un banco durante una hora para poder dibujar a... Ella Black.

—No es Ella Black.

—Siento decírtelo, bonita, pero creo que es justo eso.

Miro el dibujo: se parece a mí, pero no soy yo. Ojalá Jack también fuera capaz de verlo, aunque no tiene mucho sentido esperar eso de él. Si se lo contara probablemente acabaría entendiéndolo, pero nunca se lo he dicho ni pienso decírselo. Se me escapa una risita nerviosa, y mi amigo también se ríe.

—¿Qué tal tu libro? —pregunto.

—Fabuloso, la verdad. El apocalipsis en todo su esplendor... Oye, ahora que lo dices, tienes razón, no se parece a ti del todo: eres tú pero con ojos de psicótica. ¿No crees? Eres tú pensando en algo que odias a muerte.

Miro a mi amigo. Intento controlar la respiración.

—Sí —digo—. Sí, tal cual. Es justo eso.

—No estarás pensando en mí, ¿verdad?

Me lo quedo mirando: rubio, de aspecto poco llamativo y uno de mis dos mejores amigos en este mundo... Bueno, uno de mis dos únicos amigos en este mundo. Me encanta su rostro. Me encanta que no tengamos secretos entre nosotros, aunque en realidad yo sé su mayor secreto y él no sabe el mío... Quizá yo tampoco lo sepa todo sobre él. No, seguramente no.

—Claro que no estoy pensando en ti, capullo —contesto, y en ese momento una gota de lluvia cae en medio de mi dibujo y emborrona la cara.

Cierro el bloc y Jack guarda su thriller apocalíptico, y los dos echamos a correr hasta un árbol grande. Nos refugiamos allí abajo, contemplando la lluvia y a la gente, que se protege con paraguas y capuchas y camina presurosa hacia sitios inimaginables, mientras nosotros nos quedamos esperando a que amaine un poco para poder ir andando hasta Trafalgar Square y, allí, coger el tren de vuelta a Kent.

Estamos a mitad de trimestre y nos hemos escapado a Londres. Hemos pasado la mañana yendo a galerías gratuitas y viendo arte, y luego hemos comprado unos libros y hemos ido a sentarnos al parque, donde yo he intentado dibujar las bonitas vistas, pero he acabado dibujándome a mí misma con ojos de psicótica. Sé por qué lo he hecho y me alegro.

Para cuando llegamos a la estación de Charing Cross, estamos en plena hora punta. Se nos ha hecho más tarde de la cuenta, y eso que he estado literalmente mirando uno de los relojes más famosos del mundo durante gran parte de la tarde.

—Hemos calculado fatal —dice Jack.

—Ya te digo.

Nos quedamos mirando el trasiego del vestíbulo. Hay un gran ajetreo, y no sólo por los trabajadores que cogen a diario el tren de regreso a sus casas (aunque sí son mayoría), sino también por los estudiantes que están a mitad de trimestre, como Jack y yo. Estudiantes que han ido a Londres para hacer turismo, y luego se han olvidado de que habría sido mejor que cogieran un tren de vuelta a casa antes o después de esta hora. Si pillamos el tren bueno, sólo nos llevará cuarenta minutos, aunque el trayecto será de lo más incómodo. Vivimos en una ciudad de la periferia, y a estas horas hay miles de personas que vuelven a casa.

Vamos por la mitad del trayecto cuando empieza a pitarme la cabeza. Voy de pie, separada de Jack por dos hombres de negocios que han subido en London Bridge y hacen como si siguieran trabajando. Uno va apretado contra mí, leyendo algún tostón financiero en su iPad. El otro va agarrado de una barra como si fuera un stripper y le fuese la vida en ello, mientras mantiene una conversación importantísima por el móvil sobre una reunión de accionistas. Me digo que me pita la cabeza porque voy de pie y estoy cansada y harta. Además, no puedo distraerme con el móvil porque ayer lo perdí. Tampoco puedo hablar con Jack, que está demasiado lejos. Tengo que vivir el momento presente, y todo está emborronándose por los bordes debido a que voy de pie y estoy cansada y harta. Me digo entre dientes que he de tratar de no perder la calma. A nadie le importa. Nadie se da cuenta.

Sin embargo, cuando ya vamos andando camino de mi casa, intuyo que la cosa va a empeorar. No debería haber hecho ese dibujo. Me pitan los oídos cada vez más, por mucho que estemos en la calle al aire libre, vayamos de la mano y todo parezca normal. Le he cogido la mano a Jack porque a veces me ayuda a tranquilizarme, y a él nunca le ha importado. Intento parar el pitido. Trato de utilizar la energía de mi amigo para recuperar la estabilidad.

Se vuelve más fuerte.

Se

vuelve

más y más fuerte.

Y aunque voy andando camino de casa y parezco normal, sé que no soy una chica normal y que necesito llegar a mi refugio. Tengo que llegar a mi cuarto y cerrar la puerta. Tengo que quedarme a solas ya.

Aprieto con más fuerza la mano de Jack, que me devuelve el gesto sin tener ni idea. La lluvia reciente ha oscurecido la acera y las nubes vuelven a agruparse, pero la puesta de sol está convirtiendo el cielo en un manto purpúreo y todo parece un cuadro.

Vete, por favor, digo para mis adentros. Vete, por favor. Si quieres, vuelve luego.

La otra hace que se me difumine la visión por los bordes; es su mod

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos