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Historias chilenas paranormales

Cesar Parra

Fragmento

 Introducción. Horrores cotidianos

Introducción

HORRORES COTIDIANOS

Han pasado ya veinte años desde que se publicó Guía mágica de Santiago, un libro que cambió mi vida para siempre. Lo paranormal ha sido mi obsesión desde que era pequeño, cuando me fascinaba escuchando los relatos de mi abuela alrededor del viejo fogón, allá en Yumbel, pero nunca pensé que estas dos últimas décadas viviría de contar historias espeluznantes.

Ha sido un placer asustar a miles de personas, ya sea a través de relatos horrorosos o de los exitosos Ghost Tours que hemos realizado en más de treinta lugares distintos. Sin embargo, pienso que he sido ingrato con la escritura. Prometo que eso no volverá a pasar. Sé que hay gente que dirá que solo me dedico a reproducir, sin ningún tipo de orden ni teoría, un montón de historias asombrosas. Pero, al final, ¿qué más se puede hacer con ellas? ¿Quizás clasificarlas en historias de duendes, en historias de hombres de negro, en historias de brujería? Es una opción, aunque, como lo paranormal es caos, caos serán mis libros. Quiero que el lector pueda abrirlos en cualquier página y se enganche con lo que hay ahí, sin necesidad de abarcar la obra completa, como si fuera un ejemplar de Condorito. No tengo mayores pretensiones.

Ante la pregunta de «¿qué es lo paranormal?», tengo mis teorías. En realidad, tengo mis teorías favoritas que han hecho otros en torno al tema. Es más, sin que el lector me lo pida, voy a recomendarle tres poderosos textos. Uno es Visiones, apariciones, visitantes del espacio del gran Hilary Evans, que considero el libro sobre teoría de lo paranormal más potente que conozco. Su gran aporte es distinguir la aparición de aquello que la produce. Solo por ese concepto, estas páginas son una revolución en lo cultural respecto al fenómeno paranormal. Un segundo libro que recomiendo es, por supuesto, The Trickster and the Paranormal de George P. Hansen. Aquí está la explicación, la clave para entender por qué lo paranormal es un fenómeno en eterno escape, inasible. Cuando creemos tenerlo en la mano, se confunde con el engaño y la trampa. Por último, merece una mención especial la obra completa de Colin Wilson, autor de clásicos como Poesía y misticismo y Lo oculto: una historia, quien entendió que lo paranormal no es científico; es lo anticientífico por excelencia. Por lo mismo, se debe hablar en sus términos: desde la ironía y lo irracional.

Ahora sí, vamos a lo nuestro. Las fuentes de los textos que vas a disfrutar son básicamente tres: primero, los encuentros anuales que tengo con los alumnos del electivo de Folclor Chileno, en el Instituto de Estética de la Universidad Católica, que deben contar sus propias historias paranormales. La segunda fuente es lo que distintas personas han depositado en cesarparraguia@gmail.com, la dirección que dejamos en Historias chilenas de fantasmas editado por Penguin Random House, para que ustedes nos enviaran sus propias vivencias aterradoras. La tercera fuente es Pueblo fantasma, mi programa en YouTube, que sigue siendo una cantera inagotable de experiencias paranormales. Por último, y como bonus track, debo citar también como fuente los recortes antiguos e inéditos de mi querido amigo Marco Antonio Rojas, quien me facilitó la historia del vampiro de Talca y del ómnibus perseguido por un ovni en San José de Maipo.

Entonces, ya lo sabes. Este libro tiene un sistema para ser leído. Debes recostarte en tu cama, proveerte de buena luz, dejar la ventana entreabierta por si algo quisiera asomarse. Y, ojalá, esperar por un día en que el viento haga que la casa cruja y tus sentidos se confundan. Si puedes tener cerca un gato que salte de improviso porque un ruido inaudible lo ha despertado, muchísimo mejor.

Felices pesadillas en compañía de este texto que no va en ascenso ni en descenso, pues, ya lo dije, lo paranormal no tiene orden que lo sustente.

CÉSAR PARRA

Puerto Montt, 2025

Espectros en el metro

Las instalaciones del Metro de Santiago son impresionantes, frías y funcionales. Verdaderos ríos humanos fluyen durante todo el día por la red del tren subterráneo, pero ¿existen fantasmas en este pináculo del transporte urbano? Y en caso de haberlos, ¿quiénes son? El siguiente testimonio ocurrió en plenos años noventa, cuando el aséptico ambiente del metro se transformó en el escenario de una verdadera historia de horror.

Eran las doce de la noche en la estación Los Héroes y la máquina de limpieza de toda la red subterránea estaba en plena acción para preparar las instalaciones que recibirían seis horas más tarde la multitud de gente con destino a su trabajo.

Una de las tres funcionarias de aseo que limpiaban el andén con dirección a la estación La Cisterna levantó repentinamente su vista del piso y miró hacia el extremo del andén, por la parte de las vías. Lo que vio no lo olvidará jamás. Parada en medio de los rieles había «una niña de unos ocho años que daba botes a una pelota». Miraba fijamente hacia el horizonte, concentrada en su frío juego. La funcionaria corrió hacia donde estaban sus dos compañeras para avisarles lo que estaba sucediendo y entre tartamudeos y señas les pidió que miraran hacia el sector donde se encontraba la niña. La escena era improbable: una niña parada en medio de las vías electrificadas, exponiendo su vida, a esas horas.

Como sabían que ellas no podrían hacer nada, corrieron al nivel superior para avisar al guardia de turno lo que estaba sucediendo. El hombre bajó corriendo las escaleras, vio a la niña, encendió su linterna y saltó a los rieles. Pidió a las mujeres que no se acercaran y se deslizó caminando con sigilo hacia el extremo del andén, donde la pequeña seguía jugando con una pelota de colores con total tranquilidad. El guardia comenzó a hacer señas a la niña y le ordenó a gritos que subiera al andén. Sin embargo, sus reclamos solo se encontraron con la «gélida mirada que no dejaba de observar un punto en el horizonte».

El guardia, decidido, se acercó a la niña, y entonces sucedió lo terrorífico: en décimas de segundo, como si hubiese sido el haz de una linterna, ella se deslizó unos metros hacia atrás. En ese momento, el guardia tuvo la primera impresión de que estaba enfrentando una situación más allá de lo normal. El deslizamiento en reversa había sido veloz, sin voltear ni dar ningún paso, sin mover el cuerpo. Los cuatro testigos de esta escena quedaron paralizados.

El hombre quiso seguir pensando que lidiaba con un problema de seguridad, intentó cumplir con su deber e insistió en acercarse lento. El terror se apoderó una vez más de todos cuando la niña volvió a retroceder unos metros a una gran velocidad, deslizándose como si la empujara una energía eléctrica como la que usaban las vías.

En ese instante todo cambió, en segundos, el escaso personal que observaba aterrado a la niña se dio cuenta de que no era un ser real, sino una figura fantasmal.

Sin embargo, lo peor estaba por suceder.

De la nada, una figura masculina y otra femenina surgieron al lado de la vía y se pusieron cerca de la niña, en actitud de jugar con ella a la pelota. A diferencia de la pequeña, los padres espectrales miraron fijamente y con un rostro de odio infinito a los cuatro funcionarios. Ahí, toda racionalidad se quebró. Huyeron despavoridos hacia el primer nivel, entre gritos y atropellándose unos con otros.

Una vez en la boletería, el guardia, atrincherado junto con las mujeres que se abrazaban entre sí, comenzó a llamar a cualquier supervisor nocturno que se encontrase en el área. El primer supervisor, al otro lado del intercomunicador, escuchó, o más bien descifró de su tartamudeo, la historia más extraña que había oído en su vida.

Apenas llegaron los supervisores a la estación, la primera aseadora renunció a su trabajo y se fue a su casa. Sus dos compañeras, testigos también de esta escena irreal, siguieron su ejemplo a la mañana siguiente. El guardia fue un caso aparte: fue trasladado a otra estación a cumplir su servicio, sin embargo, nunca más pudo volver a observar la boca de un túnel en medio de la noche sin pensar en aquella macabra experiencia. Fue una pesadilla que lo acompañó durante meses y que al final lo obligó también a renunciar.

Sería largo enumerar los fenómenos curiosos que ocurren en el Metro de Santiago. La historia que acabamos de leer no es una excepción, el guardia y personal de mantención saben a ciencia cierta que una vez que el último pasajero ha abandonado la boca de la última estación abierta, se inicia una sinfonía distinta de seres que los acompañan, compuesta de pasos, gritos, voces y torniquetes que giran solos.

«He estado en tu casa»

Desde Talca llegó este testimonio de un hombre que, según sus propias palabras, vive en constante sintonía con lo extraño. Gianni Salas afirma que ve, siente y experimenta fenómenos que escapan a la lógica ordinaria, y el siguiente relato lo comprueba.

Una noche, tuvo un sueño de esos extraños, asombrosamente vívido. Se encontraba llegando a una casa que no conocía, y los detalles se grabaron en su memoria con precisión: un cobertizo en la entrada; adentro, una cocina con ventana de medio punto que daba al cuarto de estar, una puerta lateral que miraba al comedor. A un lado, una escalera que llevaba a un segundo piso donde había dos habitaciones. En una de ellas había una cama, una cómoda antigua y una profusión de peluches y muñecas viejas. En la otra habitación, Gianni vio algo escalofriante: una cama de metal albergaba a una persona agonizante que le habló: «Debajo, en un rincón», susurró, «hay un hoyo donde escondí una carta que explica lo que pasó». En ese instante, la atmósfera se tornó ominosa: un hombre oscuro, con sombrero, y un niño detrás de él irrumpieron en la escena. El sueño se disolvió en la huida de Gianni, quien saltó por una ventana para escapar.

Pasaron los años. El terremoto del 27 de febrero de 2010, un evento que sacudió a Chile, trajo consigo una mayor cohesión comunitaria. En este contexto de reconstrucción y camaradería Gianni y su esposa fueron invitados por primera vez a la casa de un compañero de trabajo.

Al descender del auto y ser recibidos por Sole, la esposa de su compañero, las palabras brotaron de Gianni con una certeza inquebrantable: «Sole, yo he estado en tu casa», le dijo mirando la fachada. La reacción de ella fue de incredulidad: «Pero si tú nunca has venido para acá».

Fue entonces cuando Gianni, con una precisión asombrosa, comenzó a describir el interior. Detalló el living, la ubicación de la escalera, la disposición de la cocina. Describió el segundo piso en el que estaban las dos piezas, una con la cama, la cómoda y los peluches, y la otra con la cama de metal. Sole, al escucharlo, palideció. «¿Eres brujo?», preguntó con el miedo reflejado en su rostro. Gianni le relató lo que había visto en el sueño, incluyendo la figura agonizante y la presencia del hombre oscuro.

Desde aquel día, Gianni empezó a visitar más seguido la casa de Sole y su compañero. Al entrar sentía un sueño abrumador, una pesadez inexplicable. Y, con frecuencia, la sensación inconfundible de que un niño pasaba justo detrás de él, una presencia invisible pero palpable.

Pero la revelación más inquietante aún estaba por llegar. Tras decidirse a ir más lejos, descubrieron que bajo la cama de metal, en la habitación del segundo piso, en efecto había un hueco que estaba cubierto. Al destaparlo, se encontraron con la carta. Un papel antiguo, cuyo contenido, sin embargo, permaneció en un misterio. La carta estaba escrita en un idioma indescifrable, lleno de símbolos.

La casa de Talca, con su pasillo familiar y sus habitaciones cotidianas, se reveló como un punto de convergencia entre el sueño y la realidad, entre el pasado y un presente cargado de ecos. ¿Quién era la figura agonizante? ¿Qué secretos guardaba la carta? ¿Quién era el hombre oscuro que aparecía? La experiencia de Gianni Salas se suma a las narraciones de lo inexplicable. Un recordatorio de que, a veces, los límites entre lo que soñamos y lo que vivimos son más delgados de lo que imaginamos.

El pasillo paranormal

Las casas nuevas, construidas sobre cimientos recientes, suelen provocar una sensación de comienzo, de historia por escribir. Sin embargo, a veces, incluso en la más moderna de las villas, lo incomprensible encuentra una grieta por donde manifestarse. Tal es el caso de Estefy, quien junto a su marido y sus hijos, se fue a vivir a la casa nueva de su suegra en Puerto Montt. Lo que comenzó como una convivencia temporal, se transformó en un encuentro con lo que algunos describirían como «un velo entre dimensiones».

El epicentro de los sucesos era un pasillo de la casa sureña, un corredor en apariencia inofensivo que conectaba la cocina, el baño y la pieza principal de la suegra, justo al pie de las escaleras que daban al segundo piso. Fue en este espacio donde la normalidad comenzó a desdibujarse.

Una mañana, la suegra de Estefy, ya en la cocina, creyó ver a su nieto más pequeño bajar las escaleras y correr hacia su habitación, como solía hacer para acurrucarse con ella. Con la intención de sorprenderlo, se escondió. El tiempo pasó, pero el niño no salía. Preocupada, fue a buscarlo, solo para descubrir que la habitación estaba vacía. En ese instante, vio que Estefy bajaba las escaleras con su nieto de la mano. Ante su pregunta, ella aseguró que los dos acababan de despertar, y la mujer, impactada, le relató lo sucedido. El niño que había visto pasar no era su nieto. Una figura etérea, un fulgor de movimiento, había cruzado el pasillo.

La actividad en la casa se intensificó. Otro de los hijos de Estefy, de unos ocho años en ese entonces, sentía una profunda aprensión al ir al baño por la noche. Aseguraba que lo «observaban» desde el pasillo, como si miradas invisibles lo acecharan en la oscuridad.

Un día, mientras jugaba en la cama de su abuela, el niño levantó la vista y a los pies vio a una mujer mayor, encorvada, como si estuviera recogiendo algo del suelo. Llorando les contó a sus papás que la señora esa había desaparecido cuando cerró los ojos.

La tensión en el hogar creció. La familia entera vivía con los nervios a flor de piel. Y todo se puso peor una tarde, cuando en la cocina, mientras veían una película, el marido de Estefy fijó su mirada en el pasillo y pegó un grito. Sus ojos se abrieron desmesuradamente. «Vi una viejita, de esas como agachaditas, pasar lentamente por el pasillo», dijo casi en un grito, confirmando la visión de su hijo.

Ante la impotencia y el miedo, Estefy, quien cursaba un diplomado en terapias complementarias, decidió tomar cartas en el asunto. Durante una semana, la casa se llenó de los sonidos del Padre Nuestro en arameo y otros mantras de protección. El humo de la ruda purificó los ambientes, y en la puerta principal, un tetragrámaton, antiguo símbolo protector, fue colocado como barrera.

Tras la intervención, la actividad paranormal en esa casa, que había sido prácticamente recién construida, disminuyó. «Se calmó un poco la cosa», contó Estefy, con la actitud de ambigüedad que a menudo acompaña a quienes ven estos fenómenos.

¿Fue una coincidencia? ¿Una sugestión colectiva? ¿O realmente las vibraciones de un «portal» se atenuaron ante la fuerza de la intención y la fe?

Lo que vivió esta familia de Puerto Montt es un recordatorio de que lo inexplicable puede manifestarse en cualquier lugar, en cualquier momento, y que hasta en nuestra propia casa pueden ocurrir fenómenos que la mente no puede entender.

El centinela de los confines

En las gélidas tierras del extremo sur de Chile, donde la vastedad del océano se funde con la soledad de las islas más remotas, se susurran historias de presencias que no son de este mundo; reflejos de un pasado que se niega a descansar. Así lo atestigua Juan, quien, en el año 1996, en medio de un aislamiento militar, fue testigo de los tormentos que casi volvieron loco a su amigo Lizana.

Ese año 96, en pleno invierno, un contingente de la Armada se hallaba desplegado en los puestos de vigilancia más australes, en islas como Picton, Nueva, Lennox, Dawson, y la enigmática Williams, donde los límites de la civilización se difuminan en la inmensidad del paisaje.

Había transcurrido más de un mes en riguroso aislamiento cuando un llamado de radio rompió la monotonía. Lizana, desde un puesto ubicado en la remota isla Navarino, a kilómetros de cualquier asentamiento humano, contactó a Juan con una voz que denotaba pesar y terror.

Su amigo, un hombre de armas entrenado para todo, le confesó que desde hacía días era testigo de fenómenos inexplicables y perturbadores. En la quietud de la noche, una mano invisible agitaba su cama, un viento repentino le movía las frazadas hacia atrás, una fuerza extraña lo abofeteaba y golpes resonaban en las murallas de su solitaria estación. Además sentía que era observado y que una presencia inmaterial lo seguía durante sus rondas.

Lizana sospechaba que el origen de este tormento se hallaba en una de sus tareas cotidianas. Junto a un marino y un soldado de Infantería de Marina, todos los días debía subir un cerro para ir a una caseta de control y cruzar p

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