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UNMONSTRUO VIENE A VERMEE DICIÓNE SPE CI ALUna novela de PatrickNessSobre una idea original de SiobhanDowd IlustracionesdeJimKayCon material adicional deJ.A.Bayona,LiamNeeson,SigourneyWeaver,FelicityJonesyLewisMacDougall


ÍNDICEUn monstruo viene a verme– 7La historia del libro – 231Cómo se hizo la película – 268


UN MONSTRUO VIEN E A V ERME


NOTA DE LOS AUTORESNo llegué a conocer en persona a Siobhan Dowd. Solo la co-nozco como la conoceréis la mayoría de vosotros: a través desus extraordinarios libros. Cuatro novelas para jóvenes llenas defuerza, dos de ellas publicadas en vida, dos después de su tem-prana muerte. Si no las habéis leído, poned remedio a ese des-cuidoinmediatamente.Este habría sido su quinto libro. Tenía los personajes, unapremisa y un inicio. Lo que no tenía, desgraciadamente, eratiempo.Cuando me preguntaron si estaría dispuesto a convertir sutrabajo en un libro, dudé. Lo que no quería —lo que no podíahacer— era escribir una novela imitando su voz. Eso habría sidohacerle un flaco favor a ella, al lector, y sobre todo a la historia.No creo que la buena escritura pueda funcionar así. Pero lo que tienen las buenas ideas es que generan otras ideas.Casi antes de que pudiera evitarlo, las ideas de Siobhan me sugi-rieron otras nuevas, y empecé a sentir ese deseo que todo escritoransía: el deseo de juntar palabras, el deseo de contar una historia.Sentí —y siento— que me habían cedido un testigo, como siuna escritora especialmente dotada me hubiera dado su historia

y me hubiera dicho: «Adelante. Corre con ella. Métete en líos».Y eso fue lo que intenté hacer. A lo largo del camino tuve unaúnica directriz: escribir un libro que a mi parecer a Siobhan lehabría gustado. Ningún otro criterio importaba realmente.Y ahora ha llegado el momento de pasarte el testigo. Lashistorias no terminan con los escritores, aun cuando sean mu-chos los que tomen la salida. Aquí tienes lo que se nos ocurrió aSiobhan y a mí. Así que, adelante. Corre con ello.Métete en líos.PatrickNessLondres, febrero de 2011

ParaSiobhan


Solo eres joven una vez en la vida, dicen, pero ¿no se alarga mucho en el tiempo? Más años de los que puedes soportar.HilaryMantel


15UN MONSTRUO VIENE A VERME El monstruo apareció pasadas las doce de la noche. Como hacentodos los monstruos.Conor estaba despierto cuando el monstruo llegó. Acababa de tener una pesadilla. Bueno, una pesadilla no. Lapesadilla. La que tenía tantas veces últimamente. La de la oscu-ridad y el viento y los gritos. La pesadilla en la que unas manosse escapaban de las suyas por muy fuerte que las sujetara. La queacababasiemprecon...«Vete», susurraba Conor a la oscuridad de la habitación en elintento de que la pesadilla retrocediera, de que no lo siguiera almundo del despertar. «Vete de una vez.»Miró el reloj que su madre había colocado en la mesilla. Las 00.07. Muy tarde si al día siguiente había que levantarse para iral colegio, tarde sobre todo para un domingo por la noche.No le había contado a nadie lo de la pesadilla. A sumadre, por razones obvias, pero tampoco a su pa-dre cuando hablaban por teléfono cada

16dos semanas (más o menos) y, por supuesto, tampoco a su abue-la, ni a nadie del instituto. Eso por descontado.Lo que sucedía en la pesadilla no tenía por qué saberlo nadie.Conor miró adormilado su habitación y frunció el ceño.Algo se le estaba escapando. Se sentó en la cama, un poco másdespierto. La pesadilla lo iba soltando, pero había algo que nopodía precisar, algo diferente, algo...Aguzó el oído intentando desentrañar el silencio, pero solooyó los ruidos de la casa en calma; de vez en cuando el crujido dealgún mueble en el desierto piso de abajo, o el roce de las mantasen la habitación de al lado, donde su madre dormía. Nada.Y luego algo. Aquello que lo había despertado.Alguiendecíasunombre.Conor.Sintió una oleada de pánico, se le encogieron las tripas. ¿Lo ha-bía seguido? ¿Había conseguido salir de la pesadilla y...? «Noseas idiota —se dijo—. Eres mayor para creer en monstruos.»Y lo era. Había cumplido los trece el mes anterior. Losmonstruos eran cosa de bebés. Los monstruos erancosa de niños que se hacían pis en la cama. Losmonstruos eran...Conor.
16dos semanas (más o menos) y, por supuesto, tampoco a su abue-la, ni a nadie del instituto. Eso por descontado.Lo que sucedía en la pesadilla no tenía por qué saberlo nadie.Conor miró adormilado su habitación y frunció el ceño.Algo se le estaba escapando. Se sentó en la cama, un poco másdespierto. La pesadilla lo iba soltando, pero había algo que nopodía precisar, algo diferente, algo...Aguzó el oído intentando desentrañar el silencio, pero solooyó los ruidos de la casa en calma; de vez en cuando el crujido dealgún mueble en el desierto piso de abajo, o el roce de las mantasen la habitación de al lado, donde su madre dormía.Nada.Y luego algo. Aquello que lo había despertado.Alguiendecíasunombre.Conor.Sintió una oleada de pánico, se le encogieron las tripas. ¿Lo ha-bía seguido? ¿Había conseguido salir de la pesadilla y...? «Noseas idiota —se dijo—. Eres mayor para creer en monstruos.»Y lo era. Había cumplido los trece el mes anterior. Losmonstruos eran cosa de bebés. Los monstruos erancosa de niños que se hacían pis en la cama. Losmonstruos eran...Conor.17Allí estaba otra vez. Conor tragó saliva. Era un octubreinusitadamente cálido y la ventana estaba abierta. Tal vez el rocede las cortinas movidas por la brisa sonara igual que...Conor.Vale, no era el viento. Era una voz, pero no una voz cono-cida. No era la de su madre, eso seguro. No era para nada unavoz de mujer, y por un instante se preguntó si su padre no habríahecho un viaje sorpresa desde Estados Unidos y habría llegadodemasiado tarde para llamar por teléfono y...Conor.No. Su padre no. Esa voz tenía un sonido muy peculiar, unsonido monstruoso, salvaje e indómito.Entonces oyó fuera un crujido, como si un ser gigantescocaminara por un suelo de madera. No quería levantarse a mirar. Y, a la vez, una parte de él lodeseaba más que nada en el mundo.Se zafó de las mantas, se levantó de la cama y fue hasta laventana. A la pálida luz de la luna vio claramente la torre dela iglesia en la pequeña colina que había detrás de la casa, allídonde las vías del tren trazaban una curva, dos líneas metálicasque lanzaban un pálido resplandor en mitad de la noche. La lunatambién brillaba sobre el cementerio adosado a la iglesia, llenode lápidas que apenas se podían leer.Conor vio también el enorme tejo que crecía en el centro delcementerio, un árbol tan viejo que parecía hecho de la mismaUn monstruo viene a verme-RK09083.indd 1715/7/16 14:56

piedra que la iglesia. Sabía que era un tejo porque se lo habíadicho su madre; primero de pequeño, para que no se comieralas bayas, que eran venenosas; y luego otra vez el año anterior,cuando ella miró por la ventana de la cocina con una expresiónrara y le dijo: «Sabes que eso es un tejo, ¿verdad?».Y entonces oyó de nuevo su nombre.Conor.Como si se lo dijeran muy bajito a los dos oídos a la vez.—¿Qué? —dijo Conor, con el corazón dándole saltos en elpecho, impaciente de pronto por ver qué sucedía.Una nube ocultó la luna, dejó el paisaje en tinieblas, y seoyó el susurro del viento que descendía a toda velocidad por lacolina, se metía en su cuarto y mecía las cortinas. Sonó otra vezel crujido seco de la madera, como el gemido de un ser vivo,como el estómago hambriento del mundo pidiendo a gritos sucomida.Entonces pasó la nube, y volvió a brillar la luna.Sobreeltejo.Que ahora estaba plantado en medio de su jardín.Y ahí estaba el monstruo.Mientras Conor lo miraba, las ramas más altas del árbol sejuntaron hasta tomar la forma de una cara enorme y terrorífica,con un destello del que surgió una boca, una nariz y hasta unosojos que lo miraban fijamente. Otras ramas se enredaron unascon otras, sin parar de crujir, sin parar de gemir hasta formar

dos largos brazos y una segunda pierna apoyada junto al troncoprincipal. El resto del árbol fue uniéndose en torno a una espinadorsal, después en un torso, y las hojas, finas como agujas, tren-zaron una piel peluda y verde que se movía y respiraba como sidebajo hubiera músculos y pulmones.Más alto ya que la ventana, el monstruo crecía a lo ancho eiba dando forma a una figura imponente, la figura de algo queparecía fuerte, que parecía poderoso. Miraba fijamente a Conor,que oía el rugido huracanado de la respiración que salía por suboca. El monstruo apoyó las gigantescas manos a ambos ladosde la ventana, agachó la cabeza hasta que sus enormes ojos ocu-paron todo el marco, y clavó en Conor una mirada fulminante.La casa gimió quedamente bajo el peso del monstruo.

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Y entonces el monstruo habló.—Conor O’Malley —dijo, y una ráfagaenorme de aquella cálida respiración que olíaa hojas descompuestas entró por la ventana deConor echándole el pelo hacia atrás. Lavozdelmonstruoretumbaba,sonaba alta y baja a la vez, con una vibración tan hon-da que Conor la sentía dentro del pecho.—Vengo a por ti, Conor O’Malley. —Elmonstruo se apretó contra la casa y cayeroncuadros, libros, aparatos electrónicos y un vie-jo rinoceronte de peluche.«Un monstruo», pensó Conor. Un mons-truo tan real como la vida misma. En la vidareal, despierto. No en un sueño, sino allí, ensuventana.Que venía a por él.Peronosaliócorriendo.De hecho, ni siquiera estaba asustado.Lo que sentía, lo que había sentido desdeque apareció el monstruo, era una desilusióncada vez mayor.No era el monstruo que él esperaba.—Pues vale, ven a por mí.–•–
Y entonces el monstruo habló.—Conor O’Malley —dijo, y una ráfagaenorme de aquella cálida respiración que olíaa hojas descompuestas entró por la ventana deConor echándole el pelo hacia atrás. Lavozdelmonstruoretumbaba,sonaba alta y baja a la vez, con una vibración tan hon-da que Conor la sentía dentro del pecho.—Vengo a por ti, Conor O’Malley. —Elmonstruo se apretó contra la casa y cayeroncuadros, libros, aparatos electrónicos y un vie-jo rinoceronte de peluche.«Un monstruo», pensó Conor. Un mons-truo tan real como la vida misma. En la vidareal, despierto. No en un sueño, sino allí, ensuventana.Que venía a por él.Peronosaliócorriendo.De hecho, ni siquiera estaba asustado.Lo que sentía, lo que había sentido desdeque apareció el monstruo, era una desilusióncada vez mayor.No era el monstruo que él esperaba.—Pues vale, ven a por mí.–•–Hubounextrañosilencio.—¿Qué has dicho? —preguntó el monstruo.Conor se cruzó de brazos. —He dicho que vale, que vengas a por mí.El monstruo se quedó parado unos instantes, luego soltó unbramido y empezó a darle puñetazos a la casa. El tejado se com-bó y aparecieron grandes grietas en las paredes. El aire resonabacon los bramidos enfurecidos del monstruo.—Grita todo lo que quieras —dijo Conor encogiéndose dehombros—, he visto cosas peores.El monstruo rugió todavía con más fuerza y metió el brazopor la ventana, destrozando los cristales, el marco de madera ylos ladrillos. Una rama enorme y nudosa agarró a Conor por lacintura, lo sacó de su habitación y lo sostuvo contra el cerco dela luna; apretaba con tal fuerza que casi no podía respirar. Conorvio los dientes aserrados de madera dura y rugosa en la boca delmonstruo, y sintió que un aliento cálido llegaba hasta él.—Notienesmiedo,¿eh?—No —dijo Conor—. Por lo menos, no de ti.El monstruo entrecerró los ojos.—Ya lo tendrás —dijo—. Antes del final.Y lo último que recordó Conor fue el rugido del monstruocuando abrió la boca para comérselo vivo.Un monstruo viene a verme-RK09083.indd 2315/7/16 14:56

24EL DESAYUNO—¿Mamá? —dijo Conor entrando en la cocina. Sabía que no estaría allí, no se oía el agua hirviendo en la te-tera, y eso era lo primero que hacía su madre, pero últimamenteConor la llamaba cuando entraba en cualquier habitación de lacasa. Tal vez se había quedado dormida en algún sitio sin pre-tenderlo, y él no quería asustarla.Pero su madre no estaba en la cocina. Posiblemente seguíaen la cama. Lo que implicaba que Conor tendría que prepararseel desayuno, algo a lo que se había acostumbrado últimamente.Bien. Mejor que bien, de hecho, sobre todo esa mañana.Abrió el cubo de la basura y metió bien la bolsa de plásticoque llevaba y la cubrió con más basura.—Ya está —dijo hablando con nadie, y respiró hondo unosinstantes. Luego asintió con la cabeza y dijo—: El desayuno.El pan en la tostadora, los cereales en un bol, el zumo en unvaso, y ya sentado a la pequeña mesa de la cocina. Su madre secompraba el pan y los cereales en un herbolario del centro, y Co-nor, afortunadamente, no tenía que compartirlos con ella. Erande un sabor tan triste como el aspecto que tenían.

Miró el reloj. Quedaban veinticinco minutos. Yallevaba puesto el uniforme del colegio, la mochila contodo lo necesario para el día lo esperaba junto a la puerta.Se lo había preparado todo él solo.Se había sentado de espaldas a la ventana de la coci-na, la que estaba encima del fregadero, con vistas al pequeñojardín de la parte de atrás de la casa, a las vías del tren y,más arriba, a la iglesia con su cementerio.Ysutejo.Conor tomó otra cucharada de cereales. El sonidoque hacía al masticar era lo único que se oía en la casa.Había sido un sueño. ¿Qué otra cosa podía haber sido?Esa mañana al abrir los ojos, lo primero que hizo fuemirar la ventana. Todavía seguía allí, por supuesto, sin dañoalguno, sin ningún boquete. Pues claro que seguía allí. Soloun bebé pensaría que había sucedido de verdad. Solo unbebé creería que un árbol, ¡en serio, un árbol!, había baja-do andando desde la colina y había atacado la casa.Después de un poco, por lo absurdo que era, se habíalevantado de la cama.Y había sentido un crujido bajo los pies.Todo el suelo de su habitación estaba cubierto dehojas de tejo, cortas y picudas.

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Se llevó a la boca otra cucharada de cereales sin mirarbajo ningún concepto el cubo de la basura, donde habíametido la bolsa de plástico llena de hojas que había bar-rido esa mañana nada más levantarse.Había sido una noche ventosa. Estaba claro que sehabían metido con el viento por la ventana abierta.Estaba claro.Se acabó los cereales y las tostadas, se bebió lo quequedaba del zumo, luego enjuagó los platos y los metióen el lavavajillas. Todavía le quedaban veinte minutos.Decidió sacar la basura, así corría menos riesgos, y lle-vó la bolsa al contenedor con ruedas que había frente ala casa. Como le pillaba de paso, recogió lo que habíapara reciclar y lo sacó también. Luego puso una lava-dora con las sábanas que había tendido en la cuerdacuando volvió del colegio.Entró otra vez en la cocina y miró el reloj.Todavía quedaban diez minutos.Seguía sin haber señales de...—¿Conor? —oyó que decían en el piso de arriba.Soltó todo el aire que, sin darse cuenta, habíaretenido en los pulmones.

29–•–—¿Ya has desayunado? —le preguntó su madre, apoyadacontra el quicio de la puerta de la cocina.—Sí, mamá —dijo Conor, mochila en mano.—¿Deverdad?—Que sí, mamá.Ella lo miró no muy convencida. Conor entornó los ojos. —Tostadas y cereales y zumo —dijo—. He metido los platosenellavavajillas.—Y has sacado la basura —dijo su madre en voz baja al verlo ordenada que había dejado la cocina.—También he puesto una lavadora —dijo Conor.—Eres un buen chico —dijo ella y, aunque le sonreía, habíatristeza en su voz—. Siento no haberme levantado.—No pasa nada.—Es que este nuevo ciclo de...—No pasa nada —dijo Conor.Su madre se quedó callada, pero le seguía sonriendo. To-davía no se había atado el pañuelo, y el cráneo pelado parecíademasiado blando, demasiado frágil con la luz de la mañana,como el de un bebé. A Conor le dolía el estómago solo de verlo.—¿Fuiste tú el que hizo ruido anoche? —preguntó su madre.Conor se quedó helado. —¿Cuándo?

30—Tuvo que ser poco después de medianoche —dijo ella,arrastrando los pies al ir a encender la tetera—. Pensé que estabasoñando pero juraría que oí tu voz.—Seguramente hablaba en sueños.—Seguramente —dijo su madre con un bostezo. Tomó unataza de la repisa que había al lado de la nevera—. Se me olvidódecirte que tu abuela viene mañana —añadió susurrando. —Jo, mamá. —Conor hundió los hombros.—Ya lo sé, pero así no tendrás que hacerte el desayuno cadamañana.—¿Cada mañana? ¿Cuánto tiempo se va a quedar?—Conor...—Nolanecesitamos...—Sabes cómo me pongo con el tratamiento.—Hasta ahora estábamos bien...—¡Conor! —zanjó su madre, con un tono tan duro que losdos se sorprendieron. Tras un largo silencio, ella volvió a sonreír;parecía muy, muy cansada—. Intentaré que sea el menor tiempoposible, ¿vale? Sé que no te gusta dejarle tu cuarto, y lo siento.No le habría pedido que viniera si no hiciera falta, ¿de acuerdo?Conor tendría que dormir en el sofá. Sin embargo, ese no erael problema. No le gustaba cómo le hablaba su abuela, igual quesi fuera un empleado suyo que estuviera a prueba. Una pruebaque por supuesto no superaría. Además, su madre y él siempre selas habían apañado los dos solos: por muy mal que se sintiera su

madre con el tratamiento, era el precio que pagaba para ponerse buena...—Solo serán un par de noches —dijo su madre, como si lehubiera leído el pensamiento—. No te preocupes, ¿vale?Conor pellizcó la cremallera de la mochila e intentó pensaren otras cosas. Y entonces se acordó de la bolsa llena de hojasque había metido en el cubo de la basura. Quizá que su abuelaocupara su cuarto no era lo peor que podía pasar.—Esa es la sonrisa que a mí me gusta —dijo su madre; cogióla tetera cuando el agua estuvo caliente y dijo con una muecafingida de horror—: Me va a traer sus pelucas viejas, ¿te lo pue-des creer? —Se pasó la otra mano por la cabeza pelada—. Voy aparecer el zombi de Margaret Thatcher.—Se me hace tarde —dijo Conor mirando el reloj.—Vale, cariño —dijo ella, y fue tambaleándose hasta dondeél estaba para besarlo en la frente—. Eres muy bueno —dijo denuevo—. Ojalá no tuvieras que ser tan bueno.Cuando Conor se disponía a salir, vio que su madre se lleva-ba la taza de té hacia la ventana de la cocina que quedaba encimadel fregadero y, al abrir la puerta de la calle, oyó que decía «Ahíestá ese viejo tejo», como si estuviera hablando sola.
32EL COLEGIOCuando se levantó, notó el sabor de la sangre. Se había mordidoel labio por dentro al golpearse contra el suelo, y una vez de piese concentró en ese sabor extraño y metálico que te daba ganasde escupir nada más sentirlo, como si hubieras comido algo queno era comida ni nada que se le pareciera.Pero en vez de escupirlo se lo tragó. A Harry y a sus com-pinches les habría encantado saber que Conor estaba sangran-do. Podía oír a Anton y a Sully riéndose detrás de él, y sabíaexactamente la expresión que Harry tendría en la cara aunqueno pudiera vérsela. Hasta podía adivinar lo que iba a decir acontinuación con su voz tranquila y divertida, como imitando lade esos adultos que es mejor no encontrarse nunca por la calle.—Ten cuidado con esos escalones —dijo Harry—, no te va-yas a caer.Justo, eso mismo.No siempre había sido así.Harry era el Rubito de Oro, el mimado de los profesores33curso tras curso en el colegio. El primero en levantar la mano,el jugador más rápido en el campo de fútbol, pero aparte de eso,era un niño más en la clase de Conor. No habían llegado a serlo que se dice amigos (Harry en realidad no tenía amigos, soloseguidores; Anton y Sully se limitaban a estar siempre detrás deél y a reírle todas las gracias), pero tampoco habían sido enemi-gos. Si le hubieran dicho que Harry sabía cómo se llamaba no selo habría creído.Pero en el último año algo había cambiado. Harry empezóa fijarse en Conor, lo buscaba con la mirada, lo observaba condivertidaindiferencia.Este cambio no se produjo cuando empezó todo con la ma-dre de Conor. No, llegó más tarde, cuando empezó a tener la pe-sadilla, la pesadilla de verdad, no el tonto del árbol, la pesadillade los gritos y la caída, la pesadilla que nunca le contaría a nin-gún bicho viviente. Cuando Conor empezó a tener esa pesadilla,Harry se fijó en él, como si le hubieran puesto una señal secretaque solo él pudiera ver.Una señal que atraía a Harry igual que un imán atrae elhierro.El primer día del nuevo curso, Harry le puso la zancadilla enel patio del colegio, y él se cayó al suelo.Asíhabíaempezado.Y así había seguido.–•–Un monstruo viene a verme-RK09083.indd 3215/7/16 14:56
32EL COLEGIOCuando se levantó, notó el sabor de la sangre. Se había mordidoel labio por dentro al golpearse contra el suelo, y una vez de piese concentró en ese sabor extraño y metálico que te daba ganasde escupir nada más sentirlo, como si hubieras comido algo queno era comida ni nada que se le pareciera.Pero en vez de escupirlo se lo tragó. A Harry y a sus com-pinches les habría encantado saber que Conor estaba sangran-do. Podía oír a Anton y a Sully riéndose detrás de él, y sabíaexactamente la expresión que Harry tendría en la cara aunqueno pudiera vérsela. Hasta podía adivinar lo que iba a decir acontinuación con su voz tranquila y divertida, como imitando lade esos adultos que es mejor no encontrarse nunca por la calle.—Ten cuidado con esos escalones —dijo Harry—, no te va-yas a caer.Justo, eso mismo.No siempre había sido así.Harry era el Rubito de Oro, el mimado de los profesores33curso tras curso en el colegio. El primero en levantar la mano,el jugador más rápido en el campo de fútbol, pero aparte de eso,era un niño más en la clase de Conor. No habían llegado a serlo que se dice amigos (Harry en realidad no tenía amigos, soloseguidores; Anton y Sully se limitaban a estar siempre detrás deél y a reírle todas las gracias), pero tampoco habían sido enemi-gos. Si le hubieran dicho que Harry sabía cómo se llamaba no selo habría creído.Pero en el último año algo había cambiado. Harry empezóa fijarse en Conor, lo buscaba con la mirada, lo observaba condivertidaindiferencia.Este cambio no se produjo cuando empezó todo con la ma-dre de Conor. No, llegó más tarde, cuando empezó a tener la pe-sadilla, la pesadilla de verdad, no el tonto del árbol, la pesadillade los gritos y la caída, la pesadilla que nunca le contaría a nin-gún bicho viviente. Cuando Conor empezó a tener esa pesadilla,Harry se fijó en él, como si le hubieran puesto una señal secretaque solo él pudiera ver.Una señal que atraía a Harry igual que un imán atrae elhierro.El primer día del nuevo curso, Harry le puso la zancadilla enel patio del colegio, y él se cayó al suelo.Asíhabíaempezado.Y así había seguido.–•–Un monstruo viene a verme-RK09083.indd 3315/7/16 14:56
34Conor continuó dándoles la espalda mientras Anton y Sully sereían. Se pasó la lengua por dentro del labio para ver si el corteera muy profundo. Nada s