71 poemas (Nueva edición revisada)

Emily Dickinson

Fragmento

cap-1

NOTA A LA PRESENTE EDICIÓN

El extenso material inédito de Emily Dickinson se presta a distintas lecturas, tanto por las posibles interpretaciones de su caligrafía como por la existencia de dos, tres, cuatro y hasta siete fuentes de una cuarta parte de sus poemas. Cuando, en 1999, empecé a traducir los 71 poemas, seis de ellos aún inéditos en español, acababan de publicarse dos nuevas ediciones de la poesía completa de la poeta de Amherst a cargo de R. W. Franklin: la edición variorum en tres tomos, que recoge las distintas versiones de un mismo poema, y la edición de lectura, que por lo general recoge la última. Fue esta la que utilicé de referencia, en lugar de la de T. H. Johnson, considerada canónica hasta entonces. Poco después, acometí la traducción —en parte financiada por el pintor Miquel Barceló— de ciento una de sus cartas, visité su casa y su tumba, y consulté los manuscritos disponibles en la Universidad de Harvard, lo que me brindó nuevas percepciones. La reinmersión en el hermético universo dickinsoniano, el acceso digital a los originales y al lexicón de la poeta, y la relectura de mis composiciones veintiún años después han desembocado en la presente edición.

Las novedades de la edición de Franklin con respecto a la de Johnson son, en primer lugar, que Franklin recoge 1.789 poemas frente a los 1.775 de Johnson, lo que ha resultado en nuevas dataciones y, por tanto, numeraciones (en mi selección, indico la numeración de Franklin precedida por una F, y la de Johnson por una J). En segundo lugar, frente al guion medio de Johnson, Franklin ha optado por el corto, lo que es muy acertado: los guiones manuscritos de Dickinson, de carácter más musical que ortográfico, son de distintos largos y formas: a veces (las menos) se extienden horizontalmente, otras (las más) se inclinan hacia arriba o hacia abajo, y pueden confundirse con comas, puntos, e incluso exclamaciones e interrogantes. En tercer lugar, la edición de Franklin no solo respeta, como la de Johnson, las idiosincrasias de la poeta en cuanto a puntuación y substantivación, sino también su peculiar ortografía (vayan como ejemplo: «opon», «wo», «hav’nt», «does’nt», «did’nt», «her’s», «your’s», «it’s», forma esta última que, para mayor complejidad, Dickinson utiliza tanto a modo de pronombre posesivo como de contracción de «it is»). Indico a pie de página las variaciones de la edición de Johnson respecto a la de Franklin.

Por lo que hace a esta segunda edición revisada, además de enmendar erratas y de haber afinado, creo, los poemas en español, he aligerado la introducción obviando los tecnicismos y he incorporado a esta las observaciones más pertinentes del aparato de notas, que he eliminado. La tabla cronológica sigue casi igual, aunque es algo más completa. Dejo a la discreción del lector el porqué de mis decisiones. Ojalá las comparta.

N. d’A. A.

RELEÍ A EMILY DICKINSON

La obra de Emily Dickinson es tan rotunda como inclasificable. ¿Cómo logró una mujer apartada de todo escribir una poesía emblemática no solo de las fuerzas disonantes que deshacían y rehacían Estados Unidos a mediados del siglo XIX, sino también de las contradicciones inherentes a su condición de mujer y ser humano? Quizá el secreto se halle en que insistió en ser ella misma. Cuando, en 1862, el coronel y escritor T. W. Higginson —su «preceptor»— se extrañó, al inicio de la correspondencia entre ambos, de que una persona que vivía sola escribiera versos tan ricos y variados, la poeta repuso: «Para un Emigrante, el País es huero salvo si es el propio».

Dickinson era solitaria, pero no estaba sola: «Estaría más sola sin la Soledad», escribió. Si bien es cierto que tras su «blanca elección» en 1860, cuyo signo exterior fue vestir siempre de blanco, cerró la puerta a «su divina mayoría», también lo es que vivía con sus padres y su hermana Lavinia, tenía de vecinos en la finca paterna a su hermano Austin y su cuñada Susan —lectora privilegiada de su poesía—, efectuaba esporádicos viajes por Nueva Inglaterra y seguía recibiendo a unos pocos elegidos. Además, conocía «de la Natura a varia gente», y cohabitaba con «Huestes» de emociones y conceptos abstractos, antropomorfizados (de ahí las mayúsculas que, por desgracia, algunos traductores han estimado oportuno obviar). Pero, sobre todo, mantenía el vínculo con el mundo mediante la palabra escrita. Poemas y cartas, con frecuencia intercambiables, no solo rozaban la inmortalidad porque eran «la mente sola sin amigo corpóreo», sino que constituían un desafío perfecto al silencio de la divinidad: «una Carta es una alegría de la Tierra - denegada a los Dioses».

Dickinson vivió una vida de privación que, gracias a la poesía, ella supo convertir en su mayor riqueza. No se casó, lo que le permitió amar con mayor ardor y prodigalidad que si hubiera estado atada por el matrimonio (se le conoce un único y tardío pretendiente, el juez Otis P. Lord, amigo de su padre, que falleció poco después de pedirle la mano). Tampoco hizo profesión de fe, sino que se resistió a las olas de conversión que barrían el país de este a oeste y de norte a sur, y terminaron engullendo a todo su entorno. Sin embargo, hurgó en la Biblia con la fatalidad de un Judas y cultivó la amistad de algunos pastores, en particular, la del reverendo Charles Wadsworth, el más probable destinatario de las célebres cartas de amor denominadas «Cartas al Maestro».

Tampoco publicó. De los 1.789 poemas conocidos hasta la fecha, solo diez salieron a la luz, de forma anónima y sin su consentimiento: nueve en los mejores periódicos de la zona y alrededores —el Springfield Daily Republican de Massachusetts, de cuyos directores S. Bowles y J. G. Holland se hizo amiga, pese o gracias a que les negó «la Mente», el Brooklyn Daily Union, el Drum Beat y el Round Table de Nueva York—, y uno en la antología A Masque of Poets, editada en Boston. Su rechazo a publicar, propiciado en parte por la recomendación de su padre de que «si tenía que escribir, lo hiciera en privado», y en parte por las libertades que se tomaban los editores con los poemas robados —asignarles título (como «La serpiente» en el poema F1096) y «corregir» las estrofas, la puntuación, las rimas y la ortografía—, le permitió ahondar en la poesía con la audacia de quien sabe que no va a ser censurada y, en el proceso, meritar la inmortalidad.

Pero su aislamiento literario también era parcial. Su temible padre, abogado como su hermano, tenía una excelente biblioteca y le compraba «muchos libros» —aunque «le suplicaba que no los leyera porque sacudían la Mente»—, y estaba suscrito a los mejores periódicos de la época, que la poeta leía para estar al corriente de la actualidad política y literaria, lo que desmiente la leyenda que ella misma fraguó al escribirle a su preceptor: «las únicas nuevas que conozco son Boletines todo el día de la Inmortalidad». Ello no quita que sus lecturas principales fueran la Biblia y Shakespeare, a quien consideraba «el Futuro» (de donde, en parte, el plural mayestático y los vocablos relativos a la realeza). También leía a Wordsworth, Byron, Keats, Shelley, E. B. Browning y Emily Brontë y a sus paisanos y coetáneos Emerson, Thoreau y Hawthorne, por nombrar a los más evidentes.

Como señaló Allen Tate, Emily Dickinson escribió sus propias Sagradas Escrituras, y al hacerlo se convirtió en la mayor poeta religiosa de Estados Unidos. Sus poemas están sembrados de alusiones bíblicas explícitas e implícitas, y del vocabulario teológico y ritual, con frecuencia irónico y resemantizado, sobre todo de la Iglesia congregacional calvinista, pero también de la católica. Tal vez por influjo de Margaret O’Bryan, sirvienta de los Dickinson, rezaba a la Madre de Dios por la salud de los suyos, y hacia el final de su breve existencia confió a su mentor: «Si me atreviera a darle mi amor a la Madonna...». Sin embargo, mantuvo abierto el interrogante. Confesó a Lord: «Acaso te sorprenda que hable de Dios - lo conozco solo un poco, pero Cupido enseñó Jehová a muchas mentes legas - la Brujería es más sabia que nosotros -».

La asociación de la poesía con la brujería, y de esta con el más allá, permea muchos poemas y cartas que inciden en la primacía del amor como vehículo de conocimiento. En la primavera de su muerte, la poeta concluyó su última carta a Higginson: «le dijo Jacob al Ángel, “No te dejaré si no te bendigo” - Púgil y Poeta, Jacob estaba en lo cierto». La inversión de la cita es expresa. En 1869, cuando este mencionó el «extraño poder» de sus versos, ella repuso en alusión a la doxología del Padrenuestro —«Porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos»— que recordaba «haber oído el notable pasaje de niña y haber preferido el “Poder”, sin saber entonces que el “Reino” y la “Gloria” estaban incluidos». Como Dickinson bien sabía, el poder de la palabra es limitado: confiere «solo el don de matar», «y el don de morir - no -».

Lo mismo que, sin duda por su temperamento volcánico, tendente a la «idolatría», dosificaba y espaciaba a los selectos visitantes que aún se dignaba recibir, sentía una veneración casi mística por la palabra aislada. Como atestiguan las diversas versiones manuscritas de un mismo poema, la elección de cada vocablo era un proceso lento y metódico, fruto de una estricta y tenaz atención a cada ser vivo, animado e inanimado, y a cada partícula del lenguaje. El metro corto de la estrofa hímnica —equivalente en nuestra lírica al verso de arte menor, que al decir de Góngora y Lope vehicula la más alta y grave poesía—, recortado todavía por el guion, magnifica cada palabra, y aun cada sílaba, como lo haría una lupa. Ello contribuye al tono elevado de sus versos, que se mantiene como una suma de cúspides y cuya lectura causa una siempre renovada sensación de frescura.

Su negocio fue amar, su negocio fue cantar, su negocio fue la circunferencia. Vivió al filo, y de este modo alcanzó a domeñar su desespero y a transformar el «emparedamiento» del espíritu en el cuerpo, y me atrevería a decir de la palabra en el verso, en una «Mágica Cárcel». La vida era éxtasis suficiente. Del otro lado, la irreversibilidad de la muerte. Su mejor amiga fue la naturaleza y, escéptica hasta el final, conservó intactos la duda y el pasmo que esta le provocaba. Sin embargo, algo parecido a una certeza se abrió paso en ella poco antes de morir, cuando escribió a las hermanas Norcross: «Primitas - Me reclaman».

N. d’A. A.

71 POEMAS

39

Solo perdí tanto dos veces -

Y en la tierra ocurrió.

¡Dos veces de pie he mendigado

A las puertas de Dios!

Ángeles - dos veces descendiendo

Repusieron mi caudal -

¡Ladrón! ¡Banquero - Padre!

¡Soy pobre una vez más!

(1858)

F39 (J49)

I never lost as much but twice -

And that was in the sod.

Twice have I stood a beggar

Before the door of God!

Angels - twice descending

Reimbursed my store -

Burglar! Banker - Father!

I am poor once more!

(1858)

1] twice

81

Aguantó hasta que las simples venas

Azules en su mano fueron trazos -

Hasta que implorantes cabe su ojo quieto

Las Ceras púrpura se alzan.

Hasta llegados e idos los Narcisos

No acierto a decir cuántos,

Y entonces dejó de aguantar -

Y se sentó con los Santos.

No más con su paciente figura

Al ocaso el suave encuentro -

No más su esquiva capota

Por la calle del pueblo -

Mas en vez coronas, y cortesanos -

Y tan bello allí en medio,

¿De quién el inmortal - tímido rostro

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