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Portadilla
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Octubre de 1994
Aquí está Theo
Theo se va adaptando poco a poco
Theo sabe de qué habla
Theo mira
Theo habla
Theo habla por teléfono
Theo se mueve (también)
Theo y la gente
Theo y los animales
Theo al volante
Theo va de compras
Theo en Bibione
Theo y los niños
Conversaciones con Theo
Se abre camino a preguntas
Ya no habla con cualquiera
Está encantado de conocerse
Vive para el fútbol
Él tiene que ganar siempre
Retiene demasiadas cosas
Él no necesita a Harry Potter
Quiere aprender chino
Conoce el mundo de la A a la Z
Nunca se mueve lo suficiente
Octubre de 2007
Se toma la revancha con una entrevista
Notas
Sobre el autor
Créditos
Octubre de 1994
Cuando conocí a Theo, él era un ser extraordinariamente pequeño. Estaba en la incubadora, medía 47,50 centímetros de largo y ostentaba 2.570 gramos de peso. Más recién nacido no podía ser. Se había adelantado orgullosamente en treinta días a la fecha planeada para su alumbramiento (y a día de hoy sigue manteniendo esa ventaja). Sus párpados miniatura se encontraban cerrados. Su boca tenía el corte y la forma de un guión. Theo no hacía más que lo mínimamente necesario para vivir: respirar. Pero lo hacía de una manera tan sosegada, que despertaba admiración; con tal serenidad, que dejaba pasmado a más de uno. La visión de Theo al otro lado de la campana de cristal despertaba reacciones enérgicas. Quien así lo veía, no podía evitar preguntarse qué llegaría a ser de él con el tiempo.
Uno de los que pensaba en esas cosas era yo. Pero es que yo escondía además una cuestión literaria, que fue saliendo poco a poco de su escondite hasta ocupar toda mi cabeza: ¿qué tal si empezaba a describir a un ser humano que justamente estaba empezando a serlo? Y retomarlo un año después, cuando ya fuera alguien. Y al año siguiente otra vez; que ya tendría el doble de años que aquel otro que había sido. Y un año más tarde. Y al otro. Y así sucesivamente. Año tras año. Mis lectores, en representación de la opinión pública mundial, tendrían la posibilidad de participar de la trayectoria vital de un recién nacido, serían testigos de la evolución de su yo, observarían sus avances, lo verían hacerse, compartirían sus vivencias, sus ocupaciones, su narración, cómo construye sobre lo ya existente y sin embargo se crea de nuevo día a día, cómo madura y envejece a porfía con cada uno de nosotros. Que fuera él quien nos dibujase a nosotros los anillos anuales. Que fuera él quien midiera nuestra transitoriedad. Que él le indicara el camino al correr del tiempo, lo dotara de piernas, le ofreciera su calzado.
Ahí estaba, reposando tranquilamente en la incubadora. Theo, mi sobrino, mi elegido, mi héroe, instrumento de mi ambición de escritor. El proyecto podía comenzar. Pues sí, el objeto de observación era una cosita de 47,50 centímetros: él.
Él iba a tener que entregarse; tendría que participar en el juego.
Yo necesitaba su aprobación; necesitaba su sí.
—Theo, soy yo, tu tío —le susurré a través de la pared de cristal—. Una preguntita: ¿Me permitirías retratarte de año en año?
No se inmutó, no dio señal de ningún tipo.
—Theo, si tienes algo en contra, abre los ojos. Si das tu consentimiento, déjalos cerrados.
Esperé tres minutos. La respuesta no dejaba lugar a dudas.
Aquí está Theo
Theo busca. Él en realidad todavía no sabe qué, pero tiene la sensación de que en alguna parte hay algo más que… ¿Que qué? Theo todavía no conoce bien el sitio, es nuevo aquí. Nuevo ¿dónde?
El periodo de gestación fue agradable. Por entonces nadie sabía que, de allí, saldría Theo. A él le resultaba tranquilizador estar rodeado por todas parte de una mamá médico. Una vez, debió de ser en el quinto mes, fue en avión a Grecia. Estuvo allí tres semanas. Después volvió. Tampoco fue tan emocionante.
Theo es hijo del deseo. Deseó que su cumpleaños fuera el 25 de octubre, aunque en realidad debería haber venido al mundo cuatro semanas y media más tarde. ¡Sorpresa!
Los valores sanguíneos de mamá estaban alterados. Theo se había acomodado de manera poco convencional, transversal a la placenta, y estaba ejerciendo presión. El martes por la mañana llegó la hora. La mesa de operaciones de la clínica Semmelweis de Viena estaba fría como un témpano. Pero a Theo no le afectó.
Al pronunciar la palabra «cesárea» parece que la cosa debería doler. Pero en realidad a Theo nada le habría definido mejor. Nunca es demasiado temprano para que empiece a forjarse un carácter y así salió él: abierto a acontecimientos incisivos, no se deja empujar por nada. Desde el mismo día de su nacimiento. La cesárea también es la mejor solución desde un punto de vista físico. El niño no sale tan arrugado ni tan chafado y mamá no se queja. De todas formas le pusieron anestesia general.
Papá estaba de pie fuera de l