El desafío de la voluntad. Trece meses cruciales en la historia argentina

Roberto Lavagna

Fragmento

Prólogo

PRÓLOGO

RENDIR CUENTAS

El libro El Danubio es una atrapante obra que invita a ser leída de la misma manera en que uno hace un viaje real: con etapas, con descansos, con paradas, con regresos a párrafos y lugares que invitan a una nueva mirada, a un nuevo registro sensorial. El escritor italiano Claudio Magris hace un recorrido en el espacio a lo largo del río Danubio en el que atraviesa buena parte de Alemania y de Europa central, en un camino que, a partir la combinación de orígenes, culturas, pueblos y religiones, logra construir un género que es fusión de historia, ensayo, autobiografía y diario de viaje.

Magris nos invita a transitar los 2.888 kilómetros de distancia con una milenaria incógnita que, con el recorrido, comienza a responderse, al mismo tiempo que surge otro gran interrogante: ¿en Donaueschingen o en Furtwangen, en cuál de estas dos ciudades alemanas cercanas a Suiza, de nombres impronunciables para nosotros nace el Danubio? Es la pregunta inicial. Ese disparador a la aventura, ese inicio del trayecto en la lectura y —tal vez— en la navegación. Los más de 2.800 kilómetros no nos llevan a un lugar tanto más esclarecedor. ¿Dónde está el final? ¿Cómo saberlo? Epílogo somnoliento, tal vez. ¿En el Mar Negro? En Rumania, quizá. ¿En innumerables bocas y “arroyuelos fangosos”? Posiblemente en la antigua y opulenta ciudad turca de Sulina, hoy destartalada. ¿O será en Chilia Veche, en Sfintu Gheorge o antes del final, antes de entrar en el delta en Tulcea?

En mi caso, decidí hacer un recorrido en el tiempo —y no en el espacio—. Inicié una travesía allá por abril de 2002 que concluye —sólo por ahora— en mayo de 2003: trece alucinantes meses en la vida de nuestra nación, entre el caos desintegrador y la recuperación argentina.

En ese viaje en el tiempo también hubo una incógnita inicial: ¿podríamos salir del más negro pozo social, político y económico desde fines del siglo XIX, más de cien años atrás? O, como la mayoría pronosticaba dentro y fuera del país, lo peor no había llegado aún. ¿Nos esperaban, como decían los analistas especializados, más desempleo, una hiperinflación incontenible, quiebras generalizadas y la intervención del país?

El viaje pretende explicar cómo la sociedad en su conjunto, el gobierno de transición y el equipo económico fuimos despejando y resolviendo esta incógnita hasta terminar, en mayo de 2003, en plena recuperación y con la posibilidad —abierta a un nuevo gobierno— de transitar una época diferente. Al igual que en el viaje de Magris por el Danubio, sin embargo, queda un interrogante abierto sobre el epílogo, un gran enigma, un cuestionamiento axial sobre el que debemos posar la mirada si pretendemos que el viaje no tenga un destino incierto.

Tulcea, la última ciudad de tierra firme a orillas del Danubio es, aquí, diciembre de 2005. Hasta allí conocíamos nuestro norte, el crecimiento y la mejoría social alcanzados y la enorme oportunidad, la mejor que se le planteaba al país en muchas décadas, de entrar en un proceso de desarrollo sostenido y más justo. Desarrollo que es mucho más que crecimiento económico: es justicia y movilidad social, es cultura, es calidad de vida, es política nacional, regional e internacional, es proyecto a mediano y largo plazo. Es, en definitiva, la construcción de un país distinto.

Luego, en ese tránsito temporal entramos, desde 2006, en un delta fangoso, impreciso, oportunista, sin grandeza y con la incógnita abierta de no saber claramente cuándo ni cómo desembocar en la oportunidad que se escapa.

No podríamos haber salido de una crisis terminal como la vivida en 2001-2002 sin una gran dosis de solidaridad, de coraje y de trabajo mancomunado por el país, aportados por toda la sociedad.

Algo de eso es lo que hemos perdido. Sobre todo desde la cabeza, que es el gobierno.

La pérdida del rumbo que caracteriza el tiempo presente no es privativa del gobierno —que como todo gobierno sí tiene la mayor responsabilidad—, sino que se refleja nítidamente en la conducta de la oposición, en la dirigencia en general y, también, en algunos sectores de la sociedad. Excede a la descripción de los innumerables errores de política interna, económica y exterior que se han sucedido.

Se trata de un problema cultural, de conducta, de capacidad y actitud de la dirigencia. Es, en definitiva, un desafío más profundo.

El tránsito del caos a la recuperación, un verdadero desafío de la voluntad, fue una obra colectiva pergeñada en 2002: es fundamental reconocer que de nada valen las líneas de acción, los pedidos y las definiciones de un gobierno si la sociedad no los acepta, no escucha, no reacciona. Aun cuando lo haga resignadamente, pero en la mayoría de los casos con esperanzada ilusión.

El viaje cuenta en primera persona, desde el lugar que me tocó ocupar al frente del Ministerio de Economía y de Producción, apoyado en un equipo que no tuvo miedo de enfrentar lo desconocido, ese tránsito del caos a la recuperación. Y está narrado en tiempo real, no con el beneficio de lo que hoy es posible y hasta fácil, sino en su contexto, con las ideas y las consecuencias de su momento.

Tiempo real significa pensar en ese 2002, en un mundo en el que priorizar el consumo, evitar ejecuciones hipotecarias masivas, usar sostenidamente el gasto público para los más pobres, luchar contra el desempleo con métodos no convencionales, reestructurar deudas con enormes quitas, defender el papel igualador del gasto público, apoyar a determinados sectores o regiones, modificar contratos, repartir pérdidas con equidad, han sido —todas— decisiones que tomamos a conciencia y que resultaban —para muchos, para la mayoría— actitudes exóticas, heterodoxas, dudosas y hasta tildadas de mala fe.

Ese era el mundo de 2002 en que la Argentina debió encontrar una solución diferente, sobre la base de un pensamiento autónomo, pero riguroso: qué fácil hubiera sido siete años después, en 2008-2009, cuando el mundo desarrollado enfrentó la mayor crisis desde 1930 con el mismo tipo de instrumentos económicos, conductas y actitudes que nuestro país debió usar ¡apenas siete años antes! Ahora no son instrumentos heterodoxos, ni exóticos y —desde ya— no conllevan ninguna presunción de mala fe.

Hay explicaciones técnicas que en la lectura podrán saltearse en este trayecto, con la condición de que haya sido capaz de transmitir las opciones de fondo que había en cada caso, las alternativas. Las que había y las que creamos. Y, finalmente, que se comprenda el porqué de nuestras decisiones.

Seguramente, este recorrido podría contarse de formas diferentes a la que elegí: agrupando temas, acumulando anécdotas y chismes, según criterios de “importancia” —tantos como autores y protagonistas pudiera haber—, pero me pareció que por ese camino se desembocaba en una serie de fotos diversas, pasibles de comparaciones estáticas, para perder lo mejor de la película. Sentía que de ese modo transitaríamos por autopista cuando el camino era sinuoso

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