11-S

Mathias Bröckers

Fragmento

Aviso Legal

Título original: 11.9

Traducción: María Alonso

1.ª edición digital: septiembre 2011

© Mathias Bröckers, 2002

© Nota del autor para la edición española, Mathias Bröckers, 2011

© Ediciones B, S. A., 2011

Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)

www.edicionesb.com

ISBN: 978-84-666-5009-0

Conversión Digital: O.B. Pressgraf, S.L.

Roger de Llùria, 24, bxs.

08812 Sant Pere de Ribes

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Contenido

Contenido

Nota del autor a la edición española Osama solo en casa

Prólogo

Buscar en Google dos veces al día

Agradecimientos

Primera parte - Todo está bajo control

La bioconspiración

El dilema de Mulder

No es oro todo lo que reluce

Los «sabios de Sión», Hitler y los Illuminati

La conspiración del dinero

En nombre del Estado

Nueve tesis sobre conspiraciones y teorías de la conspiración

Segunda parte - Un diario de la conspiración

13-09-2001. Observaciones sobre teorías de la conspiración acerca de un ataque terrorista

14-09-2001. Osama bin Laden

15-09-2001. Sorprendidos por unos villanos criados en casa

16-09-2001. Cuestionen la autoridad. Piensen por sí mismos

17-09-2001. Los amigos canallas de Estados Unidos

19-09-2001. Política primitiva. Prohibido pensar

22-09-2001. Chivos expiatorios, sacrificios humanos y la nueva «Pax Americana»

24-09-2001. Pruebas cero en la zona cero

26-09-2001. Skulls, Bones & Bush

29-09-2001. Quien logre que se haga las preguntas equivocadas...

01-10-2001. Bancos, Bolsas y Berlusconi

03-10-2001. ¡Los asesinos han vuelto!

06-10-2001. Yihad S. L. – Made in USA

10-10-2001. La mierda del Tío Sam: heroína, talibán, Pakistán

15-10-2001. Demolición controlada

20-10-2001. El hilo del dinero

26-10-2001. Una mano lava la otra. Un dinero lava el otro

31-10-2001. Más allá de Bush y del mal

02-11-2001. Una guerra más que planificada

04-11-2001. ¡Osama conoce a la CIA!

13-11-2001. Si la CIA no estaba implicada, entonces, ¿qué demonios estaba haciendo?

20-11-2001. Un día abrazos y, al siguiente, estacazos: la conexión Bush-Bin Laden

24-11-2001. A la memoria de John O’Neill, el sagaz perseguidor de Bin Laden que murió en el World Trade Center

30-11-2001. La conspiración mundial alqaédico-binládica

07-12-2001. ¿Gambito de torre en el ajedrez geopolítico?

11-12-2001. El putsch de Bush

15-12-2001. Hechos, ficciones, falsificaciones...

29-12-2001. Los ordenadores sobreviven al atentado contra las Torres Gemelas…, ¡las cajas negras no!

04-01-2002. ¿Dónde estaban los bomberos?

10-01-2002. The American Way of War

18-01-2002. Enrongate

02-02-2002. Del territorio de Al Capone a Oleoductistán

11-02-2002. La verdad prohibida

18-02-2002. Leyendas propagandísticas contadas desde el búnker del Führer

24-02-2002. El mayor gobierno de la heroína de todos los tiempos

03-03-2002. La conspiración Kosher

12-03-2002. El misterio del Pentágono

22-03-2002. WTC: World Trade Conspiracy

Tercera parte - Pregúntate quién lo hizo, pero, por todos los santos, pregúntate también por qué

La historia interminable

El mito de la independencia de los medios

Cui bono?

Espía contra espía

«Dios no es neutral»

¿Un retorno al periodismo «limpio» por medio de una teoría del conocimiento «turbia»?

«Permitid uno, impedid el resto»

El eje de los sospechosos

Bienvenidos a Brainwashington D. C.

Epílogo: Encomio del antibushismo: una defensa de los valores estadounidenses

Anexo 1: FAQ del 11-S: las cien preguntas más frecuentes sobre el 11-S

Antes del 11-S

El 11-S

Después del 11-S

Anexo 2 Breve historia de los datos existentes antes del 11-S

1991-1997

4 de diciembre de 1997

12 de febrero de 1998

Abril de 1998

Verano de 1998 y 2000

Enero de 2001

12 de febrero de 2001

Mayo de 2001

Mayo de 2001

Junio de 2001

Verano de 2001

Verano de 2001

Verano de 2001

26 de junio de 2001

4-14 de julio de 2001

10 de julio de 2001

20-22 de julio de 2001

6 de agosto de 2001

12 de agosto de 2001

20 de agosto de 2001

20 de agosto – 10 de septiembre de 2001

1-10 de septiembre de 2001

6-10 de septiembre de 2001

10 de septiembre de 2001

11 de septiembre de 2001

11 de septiembre de 2001

11 de septiembre de 2001

14 de septiembre de 2001

15 de septiembre de 2001

29 de septiembre de 2001

10 de octubre de 2001

Octubre de 2001

Anexo 3: Entrevista de Jürgen Elsässer a Andreas von Bülow

Nota del autor a la edición española Osama solo en casa

Nota del autor a la edición española Osama solo en casa

Desde que el 1 de mayo de 2011 el presidente Obama anunció en tono triunfal que habían echado el guante al terrorista más buscado del mundo, la política informativa de la Casa Blanca se ha vuelto un tanto difusa en cuanto a Osama bin Laden. Muchas de las declaraciones realizadas al principio por fuentes oficiales se han desmentido después. Se ha hablado de un tiroteo en la casa, de que Bin Laden se escondió detrás de una mujer, y de fotos y vídeos grabados por las cámaras que los agentes llevaban en los cascos que se harán públicos a su debido tiempo. Ciertamente esa retransmisión en vivo debe de existir, o al menos eso sugiere la foto de la Situation Room que ha dado la vuelta al mundo y donde vemos a Obama, acompañado por el Gabinete de Crisis y por una horrorizada Hillary Clinton, siguiendo supuestamente la operación en directo. Dos días más tarde, sin embargo, el jefe de la CIA, Leon Panetta, declaró que las cámaras de los cascos fallaron al cabo de 20-25 minutos y que no pudo retransmitirse la parte crucial de la operación. El gesto de Hillary Clinton tapándose la boca con la mano era, al parecer, consecuencia de una típica alergia primaveral. Además, se ha dicho que los habitantes de la casa se encontraban desarmados y que el líder terrorista no se escondió detrás de su mujer. El refugio, que al principio se describió en los medios como una «mansión» blindada, en realidad era una casa de tres plantas normal y corriente sin aire acondicionado ni conexión telefónica.

Como el cadáver de Bin Laden fue arrojado al mar, las imágenes de la ejecución podrían aportar una información más precisa sobre la identidad de la víctima; unas imágenes sobre las que se habla a todas horas, pero que hasta la fecha el Gobierno de Estados Unidos no ha querido mostrar. Supuestamente, para no provocar reacciones de venganza en el mundo árabe. Al mismo tiempo, la agencia Reuters ha publicado una serie de fotografías que en teoría tomó un policía pakistaní presente en el lugar del suceso y en las que, entre otras cosas, se ve el cadáver de un hombre joven que guarda un gran parecido físico con Bin Laden y, por tanto, podría ser uno de sus hijos. Lo único que queda claro al ver las fotografías es que el asalto del comando de los SEAL se convirtió en una sangrienta carnicería, pero seguimos sin tener una sola prueba del fantasma del terrorismo.

Esta confusa política informativa podría entenderse como un intento de disimular todos los fallos de una intervención que acabó en un baño de sangre. Y es que, por culpa de un helicóptero defectuoso, hubo unos cuantos testigos y cadáveres con los que nadie contaba. El hecho de que, para detener a un hombre mayor desarmado y a su familia, enviasen a setenta y nueve soldados de élite que convirtieron la operación en una matanza indica que, desde el principio, quiso aplicarse el método de «disparar antes de preguntar» y que en ningún momento se intentó conseguir nada que no fuera liquidar a Bin Laden. Eso, por supuesto, habría podido lograrse lanzando un misil de larga distancia, aunque le habría restado espectacularidad a la puesta en escena de los heroicos soldados de élite y al equipo de gobierno que contempla absorto la jugada. Los productores de Hollywood ya han empezado a plantearse el rodaje de la película —¡seguro que a ellos les funcionan las cámaras integradas en los cascos!— y, en cuanto a Obama, la inyección de popularidad que le ha procurado la caza del terrorista más buscado le ha valido el pase directo a la reelección. Aparte del pelo de la barba, no se ha presentado todavía ninguna prueba que demuestre que realmente Osama bin Laden perdió la vida en la «Operación Gerónimo» (llamada así, en un acto de mal de gusto, por el último líder de la resistencia apache). Y de los vaivenes y titubeos al relatar cómo lo capturaron, lo ejecutaron y se deshicieron de él se desprende que las imprecisiones podrían ser deliberadas. La confusión y las contradicciones constantes de la política informativa podrían constituir un intento de poner en marcha la máquina de fabricar rumores y promover teorías de la conspiración; un intento de ocultar tras la neblina de las especulaciones los hechos objetivos: es decir, que el comando que asesinó a Bin Laden vulneró los principios constitucionales, las bases del derecho internacional y las normas morales, que no se presentaron pruebas que demuestren la identidad y la culpabilidad del ejecutado y, por tanto, que toda la operación es más que cuestionable. Así, cualquier comentario crítico será tildado de inmediato de «teoría de la conspiración» y, por tanto, desechado al instante. Cuando afloren decenas de leyendas dudosas sobre «Osama bin Elvis», lo de menos será que estén basadas en la leyenda igual de dudosa a la cual la autoridad presidencial ha otorgado la categoría de «verdad».

Desde diciembre de 2001 dejó de haber señales de que Bin Laden, que estaba siendo sometido a un tratamiento de diálisis, estuviera vivo; él negó categóricamente cualquier participación en los atentados del 11-S[1] y el propio FBI no ha sido capaz de conseguir pruebas que demuestren lo contrario. Estados Unidos y la OTAN continuaban colaborando con las tropas de soldados de Bin Laden a finales de los años noventa y movilizaron a los «guerreros santos» en Bosnia y Kosovo; los servicios secretos pakistaníes (ISI) establecieron y manejaron a los «talibanes» en Afganistán por encargo de la CIA y dirigieron a los muyahidines saudíes de Bin Laden. La mañana del 11 de septiembre de 2001, el entonces director general del ISI, el general Mahmoud, se encontraba en Washington desayunando con Peter Goss, que posteriormente sería nombrado jefe de la CIA. El agente del ISI Omar Said Sheikh, que supuestamente realizó una transferencia de cien mil dólares a Mohamed Atta y asesinó al periodista estadounidense Daniel Pearl, amenazó con descubrir el pastel de este doble juego; no sorprende a nadie que a Osama bin Laden, como agente que ha prestado un servicio y es conveniente fantasma del terrorismo, se le permitiera vivir en una residencia tranquila junto a la academia militar… Sin embargo, todo ello queda al margen del circo mediático de declaraciones contradictorias y seudodebates. Por lo visto, en «Brainwashington» han descubierto una nueva variedad de lavado de cerebro: gestionar la percepción estimulando la especulación. Como no hay cadáveres y no hay fotos, no hay problemas; los problemas los inventan quienes se dedican a elaborar teorías de la conspiración.

Si bien las manifestaciones de partidarios radicales de Bin Laden en diferentes países se han interpretado como una prueba de la legitimidad de la información dada por Estados Unidos, lo cierto es que Al Qaeda, o quienquiera que esté haciéndose pasar por ella, no sabe más que el telespectador medio. Un espectador al que el Ministerio de Defensa le ha dado otro bocado más de información especulativa: los vídeos que supuestamente se encontraron en casa de Bin Laden. En dichos vídeos se puede ver a un hombre mayor con un gorro de lana, sentado en una habitación cochambrosa, haciendo zapping por diferentes canales del satélite en busca de programas sobre Bin Laden. No está claro si las imágenes se tomaron realmente en la casa donde se refugiaba ni de dónde proceden los vídeos. Puesto que en casi todos los canales que visita el hombre de barba cana aparece Bin Laden, cabe deducir que las imágenes se grabasen en un aniversario del 11-S. En los otros vídeos aparece posando con la barba teñida y ropa de gala. Como los vídeos se publicaron sin sonido, no se sabe qué dice, pero podría tratarse del ensayo de un discurso dirigido al pueblo estadounidense.

Si se tiene en cuenta la modestia que se respira en la estancia donde el supuesto multimillonario y «príncipe terrorista» contempla, alumbrado por el resplandor del televisor, imágenes de tiempos mejores, resulta un poco exagerado que las noticias sobre los vídeos describan ahora la residencia de Abbottabad como «sede central» de Al Qaeda. Tal vez «Osama solo en casa» sea una expresión más fiel a la realidad, que además podría dar una respuesta al acalorado debate de si el hecho de que Bin Laden llevara años refugiado en un lugar donde están presentes tanto el Ejército como los servicios secretos de Pakistán puede atribuirse a la incompetencia o a la complicidad del Gobierno. Todo hace pensar que el diabólico superterrorista era una especie de prisionero —con unas cuantas mujeres, niños, cabras y gallinas— bajo arresto domiciliario.

Esta impresión cobra mayor fuerza al leer en las noticias que la «fortaleza blindada», que se encuentra junto a la academia militar pakistaní, no se sometió por primera vez a vigilancia en agosto de 2010, como sostiene el Gobierno de Estados Unidos. El ISI la vigila desde que se construyó, en el año 2003, y los servicios secretos estadounidenses desde 2005. Esta información procede de los expedientes revelados por Wikileaks sobre el interrogatorio del prisionero de Guantánamo Abu al-Libi, un cercano colaborador de Bin Laden que vivió en la casa.[2]

Pero si la CIA sabía que Osama llevaba años bajo arresto domiciliario, y eso le permitía alimentar su mito diabólico todos los aniversarios con un tembloroso vídeo casero para impedir que decayera la «guerra contra el terrorismo», ¿cómo se explica ahora que hayan decidido sacrificar una figura tan conveniente como era el fantasma del terrorismo? Por un lado, posiblemente los servicios secretos vieron que su valioso escondite peligraba con las revelaciones de Wikileaks; por otro, las revueltas en el mundo árabe han provocado las sucesivas caídas de marionetas de la política exterior estadounidense como Mubarak o Ben Alí. A ello se suma el fatal atentado que arrebató la vida, a finales de abril, a una docena de altos mandos militares estadounidenses dentro de una zona de alta seguridad (jamás en la historia militar de Estados Unidos habían muerto en un atentado tantos militares de alto rango). Con todo, la noticia del desastre que había tenido lugar en la campaña militar afgana y el hecho de que ya ni siquiera allí pudiera garantizarse la seguridad de los altos mandos dejó de ser importante en el instante en que se anunció a bombo y platillo: «Bin Laden está muerto.» La comunicación estratégica, aderezada con unas gotitas de infusión de los rumores, se encargó de que Osama siguiera vivo después de muerto: cada día un nuevo detalle indemostrable de su diario o del disco duro de su ordenador. ¿Pruebas de su participación en el 11-S? Ni una. En cambio, eso sí, nos llegan toda clase de historias sobre el viagra natural y los vídeos porno encontrados en el dormitorio. Y en cuanto a los héroes que conquistaron el botín y mandaron a su propietario al otro barrio, Disney ya ha comprado los derechos de la marca «SEAL Team 6». Toda la «verdad» sobre Osama bin Laden, próximamente en cines. En venta sólo en establecimientos autorizados. No la encontrará ni siquiera en los medios mayoritarios, en esos que llevan diez años vendiendo la fábula de que Osama y los diecinueve secuestradores armados con cúteres son los únicos responsables de los atentados del 11-S. Una realidad por la que, como ya es sabido, «nosotros» —Estados Unidos, la OTAN, Occidente— invadimos Afganistán y hoy continuamos librando una guerra en ese país. Si realmente no existen pruebas contundentes con validez jurídica que demuestren la culpabilidad de Bin Laden, si en el sentido estrictamente constitucional se trata de un sospechoso a quien dispararon durante su captura y después arrojaron al mar, ¿qué hacemos «nosotros» a partir de ahora en Afganistán? Ha salido a la luz un vídeo nuevo, póstumo, en el que Bin Laden habla sobre las revueltas en Túnez y Egipto y llama a la guerra santa. No obstante, su autenticidad despierta tantas dudas como los supuestos vídeos de Bin Laden de los últimos años. Ahora parece que sin el mito del aterrador fantasma del terrorismo las cosas ya no funcionan. «Nosotros» estamos en Afganistán sólo porque queremos construir un gran oleoducto, porque nos interesa el petróleo de Irak y precisamente por eso decimos que Gadafi es un «monstruo» y lo perseguimos, pero admitirlo sería impropio de quienes representan la libertad, la democracia y los derechos humanos. Además, no daría juego en la iglesia del miedo y las prédicas del alarmismo. Todo apunta a que seguiremos necesitando fantasmas del terror y, si mueren por el camino, tendremos que fabricar otros nuevos…

Mathias Bröckers

Berlín, 17 de mayo de 2011

Prólogo

Prólogo

Este libro trata sobre conspiraciones. Si a usted le producen cierto rechazo, permítame que le tranquilice: las conspiraciones son tan naturales como la vida misma. La mala fama que las rodea y el hecho de que la mayor parte de los Estados haya promulgado leyes en contra no tiene tanto que ver con ellas como con su utilización para fines delictivos.

Este libro habla también sobre teorías de la conspiración. Las teorías de la conspiración gozan de una fama terrible entre muchos de nuestros contemporáneos, aunque de nuevo no se deba tanto a la naturaleza de las teorías de la conspiración como a la utilización de las mismas para fines propagandísticos y demagógicos. Sin embargo, sin las teorías de la conspiración adecuadas, tal como veremos, ya no pueden comprenderse las intrigas de nuestro complejo mundo.

Ante todo, este libro analiza las conspiraciones y las teorías de la conspiración en torno al 11-S. Si esa fecha no sólo le suscita preguntas sobre el derrumbamiento entre llamas de las Torres Gemelas del World Trade Center, sino también sobre la supuesta autoría de los atentados difundida por el mundo, entonces, aunque sólo sea por curiosidad, debería tomar distancia de aquello que tras la mayor investigación policial de todos los tiempos ha resultado ser una impecable teoría de la conspiración (por falta de pruebas): la versión oficial de los hechos. Casi un año más tarde, existen tantas pruebas que inculpen al supuesto cerebro de la operación Osama bin Laden y su organización Al Qaeda como pocas horas después de los atentados: prácticamente ninguna.

Este libro es también una especie de diario de los ataques perpetrados contra el World Trade Center y el Pentágono. La convulsión del 11 de septiembre me sorprendió en pleno proceso de elaboración del libro y me hizo dar un giro de ciento ochenta grados. En lugar de estudiar el funcionamiento de la conspiración mediante ejemplos históricos y teóricos, tuve ocasión de observarla en vivo y en directo, y al mismo tiempo con total libertad. Como observador e investigador «conspirólogo» me convertí de la noche a la mañana en un usurero de la guerra, pues a raíz de la catástrofe y sus terroríficas consecuencias la realidad me suministró grandes cantidades de material de investigación a través de la pantalla del televisor de casa. Mis reflexiones empezaron a publicarse con el título «The WTC Conspiracy» en la revista digital telepolis a partir del 13 de septiembre, y también se incluyen en el presente libro.

No pretendo vender a nadie mi propia teoría de la conspiración sobre el 11 de septiembre. No prometo soluciones sencillas, ni silenciar por completo el hervidero de contradicciones, ni un final armonioso para el sinfín de discordancias que hay en este asunto. Su lectura, sin embargo, puede producir las reacciones siguientes: que a usted ya no le resulte tan rico el menú de propaganda que el cocinero de Brainwashington D. C. y los camareros de los medios sirven en todos los canales; que los ingredientes le parezcan un tanto sospechosos y comience a formularse preguntas e incluso busque respuestas por su cuenta. Y en caso de que, por ahora, a usted no se le ocurra ninguna: al final de este libro encontrará las cien «preguntas más frecuentes» que habría que hacerse sobre el 11-S.

Este libro es una invitación a conspirar contra la conspiración. En él se procura adoptar un punto de vista «conspirológico», donde el mundo macroscópico se entienda como un conjunto de probabilidades del que puede extraerse la realidad mediante el acto individual de la observación (percepción). Asimismo, aboga por liberar las teorías de la conspiración del destierro al que se las ha relegado como si de teorías del conocimiento obscenas y turbias se tratara, y tomarlas seriamente en consideración como ciencia de la percepción crítica. Si bien siglos atrás presumir de la existencia de maquinaciones e intereses invisibles tras los hechos se consideraba un acto de ingenuidad y una cuestión casi de superstición, en el siglo que acabamos de inaugurar debería entenderse como un acto de ingenuidad no sospechar de la existencia de maquinaciones e intereses tras la puesta en escena de la realidad que nos presentan los medios de comunicación.

Hace algunos años, el copresidente del Consejo del Foro Económico Mundial de Davos, Maurice Strong, se aventuró a contarle a grandes rasgos a un periodista el argumento de una novela que quería escribir. Todos los años, en febrero, se reunían en Davos más de un millar de directores generales, jefes de gobierno, ministros de finanzas y economistas destacados para debatir el rumbo que tomarían las cosas en el mundo al año siguiente. «¿Qué sucedería —planteó Strong— si un pequeño grupo de ese gran círculo llegara a la conclusión de que el mayor peligro para la prosperidad del mundo proviene de los países industrializados más ricos? [Qué sucedería si] para salvar el planeta, ese grupo decidiera que debe destruir la civilización occidental.» Maurice Strong explica apasionadamente:

De manera que ese pequeño grupo de dirigentes mundiales trama una conspiración con el objetivo de lograr el desplome de la economía mundial. Es febrero. Todas las personalidades destacadas se encuentran en Davos. Los conspiradores pertenecen a la élite que gobierna el mundo. Están muy bien situados en los mercados de productos básicos y en los mercados de valores mundiales. A través del acceso a los mercados financieros, las redes informáticas y las reservas de oro, consiguen generar una situación de pánico. Acto seguido impiden el cierre de las bolsas. Bloquean el engranaje. Contratan a mercenarios para que capturen como rehenes a todos los demás participantes de la conferencia de Davos. Los mercados permanecen abiertos…

El periodista no puede ocultar su sorpresa. Maurice Strong conoce a esa élite mundial. Pertenece al núcleo del poder. Realmente se halla en posición de llevar a cabo un plan como ése. Strong vuelve a la carga y concluye: «La verdad es que no debería decir este tipo de cosas.»

H. J. Krysmanski, profesor de Sociología en Münster, cita esa anécdota en su página web para llamar la atención sobre una nueva característica de la globalización: el nacimiento de una élite con poder en todo el mundo que, en relación con la población mundial, es muy reducida en número y, sin embargo, en comparación con las clases dirigentes que ostentaban antes el mando, tiene mucha más potestad, aunque por ahora no sea un hecho estudiado por las ciencias políticas ni sociales. La afirmación de que un pequeño club de «hipercapitalistas» gobierna el mundo fue una teoría de la conspiración tildada de ridícula e ingenua hace pocas décadas. Hoy, en cambio, es posible que resulte más ridículo, después de ver las redes mundiales de capital y de megaempresas, seguir creyendo en metáforas tales como la «libre competencia» y la «economía de mercado», y no advertir, al menos en una segunda lectura, la estructura de una conspiración.

Puede que con el tiempo la vertiente más enfermiza del pensamiento conspirador haya contribuido a convertir el tema en un campo destinado a paranoicos y chiflados que no merece ser tomado en serio, y mucho menos aún convertido en un método objetivo y un instrumento de percepción de la realidad y del escepticismo científico. Una teoría de la conspiración crítica y científica habría tenido en cuenta la existencia permanente de conspiraciones en los sistemas vivos, lo cual implica investigar más a fondo el papel de la conspiración en la dialéctica evolutiva de la competencia y la cooperación. Dicha disciplina se encargaría de definir las estructuras y modelos en el amorfo submundo de la lucha por la ventaja mutua, y tal vez de desarrollar piedras de toque y criterios para comprobar el grado de realidad de las teorías de la conspiración.

Para la conspirología crítica, las conspiraciones son la «materia oscura» de la era de la información, y las teorías de la conspiración, ideas basadas en indicios sobre el estado y el funcionamiento de dicha materia oscura. De igual manera que los neutrinos u otras partículas subatómicas, la existencia de la materia oscura de la conspiración sólo puede demostrarse de manera indirecta: en el momento en que se observa directamente —es decir, que se destapa—, pierde el carácter de conspiración. La relación de indeterminación o principio de incertidumbre —la conspiración paradójica de partículas y ondas, del gato de Schrödinger y el ratón de Einstein— parece servir también para la observación de los sistemas conspirativos. Cuanto más se observe con detenimiento un aspecto de algo, más inevitable resulta que otro escape a nuestra atención. En diversos puntos a lo largo del libro trataremos este aspecto de la indeterminación, que sería un error desestimar o considerar inútil por el hecho de serlo.

En la primera parte del libro abordaremos el tema desde una amplia perspectiva histórica y, más concretamente, analizaremos en retrospectiva la que quizá constituya la única conspiración mundial real existente desde hace más de dos mil millones de años: la conspiración de las bacterias. Por aquel entonces, quienes eran en la época los poderes hegemónicos del mundo —las bacterias unicelulares— conspiraron para crear organismos pluricelulares. Esa bioconspiración, en gran medida, echa por tierra nuestro actual concepto de la evolución de la vida y convierte al mismo tiempo el neodarwinismo en una teoría de la conspiración. Porque no sólo la lucha y la competencia (en sentido darwiniano), sino también otros dos principios —la conspiración y la cooperación—, son los responsables de que la vida haya podido surgir y desarrollarse en este planeta.

En los siguientes capítulos señalo el marco histórico de manera más precisa y pongo de relieve algunos de los sistemas conspirativos humanos de los últimos siglos así como las estructuras y métodos de funcionamiento de las conspiraciones y las teorías de la conspiración: desde Hitler y Stalin hasta los oscuros manejos de la CIA pasando por los templarios, los francmasones o el Banco de la Reserva Federal.

La segunda parte del libro es, por decirlo de algún modo, el seguimiento informativo en vivo, ya que consiste en un diario formado por todos los artículos que se publicaron en la revista digital telepolis entre el 12 de septiembre de 2001 y finales de marzo de 2002. En los artículos he procurado respetar los textos originales y limitarme a editar sólo cuestiones de estilo, erratas o repeticiones. Las correcciones, añadiduras y comentarios agregados con posterioridad (el proceso de elaboración de este libro acabó a finales de julio de 2002) aparecen en cursiva. La fecha de publicación figura en la cabecera de todos los artículos y resulta imprescindible para situar cada uno de los textos.

En medio de la histeria y la unidad mediática reinante en los días y semanas posteriores al atentado, mi enfoque teórico de la conspiración parecía un tanto extravagante e insólito. Un colega iracundo incluso llegó a desearme que «muriera como una mancha en la pared de un rascacielos». Sin embargo, luego, a toro pasado, al revisar el texto para la edición del libro, mi postura se me antojó ingenua y hasta obvia. Quizá guarde relación con el «efecto retrovisor» definido por el escritor William S. Burroughs cuando comparó en una ocasión la percepción de la cultura mayoritaria con la del copiloto que sólo puede contemplar el paisaje desde el coche por el espejo retrovisor. Cuando aparece algo inesperado, algo nuevo, es incapaz de percibirlo en un primer momento. No concede crédito a las afirmaciones del conductor que anuncia lo que se avecina. Y sólo cuando los cambios se hacen visibles en el retrovisor y ya no pueden ser negados bajo ningún concepto, entonces afirma: «Pero eso ya lo habíamos visto, no es nada nuevo.»

Ese efecto es el que yo desearía para este libro, y es de esperar que algunos espectadores que lo vean a través del retrovisor lo consideren una locura y no se lo tomen en serio. Aunque también albergo la esperanza de que mis contemporáneos más previsores afirmen: «Eso no es nada nuevo», y comiencen a preocuparse por estos hechos ya bien conocidos. Como en el mundo de la conspiración cualquier información guarda relación con todo, algunos se perderán muchos datos y muchos se perderán algunos. Eso es algo, por desgracia, inevitable, determinado sencillamente por la capacidad de absorción y asimilación de mi «bioprocesador». Sin embargo, por recurrir de nuevo a Burroughs, sólo los paranoicos conocen todos los hechos: es decir, en cualquier caso, una visión crítica de la conspiración, a diferencia de una psicótica paranoide, nunca conducirá a una percepción realista ingenua, sino más bien a una cubista o surrealista y, desde luego, parcial de los hechos.

En la tercera parte del libro he intentado bosquejar una especie de esquema y resumir mis trabajos de campo sobre las teorías de la conspiración, lo que significa que, dado que las teorías de la conspiración son siempre teorías espagueti —tire del hilo que tire, uno se mancha los dedos—, he intentado orientarme dentro de este complejo caos. El atentado contra el World Trade Center fue un acontecimiento milenario que se dedicarán a estudiar generaciones de historiadores e investigadores. Yo estoy menos convencido aún que el primer día de que se trate de un acto terrorista «normal». «Los pasos que den las grandes potencias del mundo nos indicarán pronto si hay un motivo que explique lo inconcebible, que explique la escenificación de esta catástrofe, como Pearl Harbour», anoté el 12 de septiembre. Con el tiempo, los motivos se han visto tan claros que puedo concebir lo inconcebible sin ningún esfuerzo. Los nulos resultados de la que en teoría ha constituido la investigación policial más exhaustiva de la historia, la no investigación del fallo de los servicios secretos y la defensa antiterrorista —que hicieron entrar en trance a la población ante la amenaza de una guerra y el alarmismo— y, en definitiva, toda la escenificación de una conspiración mundial «alqaédico-binládica» y la lucha contra el terrorismo no dejan apenas lugar a dudas: la catástrofe del 11-S se planeó con minuciosidad. A decir verdad, existen muy pocas pruebas judicialmente refrendadas tanto sobre los cerebros de la operación como sobre Bin Laden, y sobran sospechas, indicios y motivos para someter el caso a la investigación de un tribunal independiente. De entrada, ya constituiría un gran avance que pudiéramos responder a la siguiente pregunta: si la CIA no estaba implicada, ¿se puede saber qué hizo entonces?

Uno de los teóricos de la conspiración más sanguinarios del siglo pasado, Iósif Stalin, pronunció en una ocasión una sentencia que recoge a la perfección el estilo de un gobierno paranoide: «No confío en nadie. Ni siquiera en mí mismo.» Como hipótesis de trabajo en relación con las teorías de la conspiración, la frase me parece muy adecuada, y he puesto especial empeño en evitar correr detrás de las zanahorias que yo mismo me pongo delante. También he tratado de ceñirme a la regla de oro del sabio cibernético Heinz von Foerster: «La verdad es invención de un mentiroso.» Sin embargo, admito que a pesar de mis esfuerzos, este libro contiene muchos de esos inventos, hay expresiones como «verdad», «en realidad», «en efecto», «de hecho». Nombres abstractos que engloban conceptos muy amplios y generalizaciones como «los talibanes», «la CIA», «Estados Unidos», «la industria petrolífera». A ese respecto, lo único que puedo aconsejarles es que no se dejen engañar por estas «mentiras». Porque no son sino «inventos». Así que no crean en lo que digo, ni aunque les diga que es el resultado de un trabajo hecho de buena fe. Y cuando en determinados pasajes y contextos piensen «vaya, es cierto, es así, ¡todo encaja!», recurran de inmediato a su observador interior y formulen la primera pregunta que debe hacerse todo conspirólogo: «¿Qué hay detrás de esta afirmación?»

Sólo con que este libro sirviera para generar incertidumbre, vería cumplida la mitad de su finalidad didáctica. Sin embargo, la intención no es meramente deconstructiva, pues el objetivo reside también en abrir los ojos, mediante un buen trabajo, a la inmensidad, la complejidad y el espanto de un campo en ruinas en lugar de refugiarse en la tranquilizadora coraza del blanco y el negro, el bien y el mal, el amigo y el enemigo. El pánico que cundió tras el ataque contra el World Trade Center, el miedo que se generó y se propagó mediante las cartas con carbunco y las docenas de paquetes bomba que explotaron en zonas rurales de Estados Unidos, la histeria provocada por las advertencias sobre las células de terroristas «durmientes» y los anuncios casi diarios de nuevos ataques: si los terroristas pretendían algo era precisamente sembrar el miedo; y si algo se hallaba en manos de los operadores de la influencia masiva y la propaganda eran los rebaños de animales asustados y paralizados cuyo juicio individual quedó completamente nublado. También aquí convendría hacerse la pregunta «¿Qué hay detrás de esto?»; aunque la sola razón que alegaría la teoría de la conspiración, «¡Lo único que se pretende es sembrar el miedo!», suele bastar a menudo para dejarla a un lado. Ese efecto de tren fantasma, el desencanto del horror, la inmunización de uno mismo contra el espanto, libera y saca a la luz lo que acontece entre bastidores, las manipulaciones, los trucos, los engaños y un terror tan ficticio como el de los pueblos Potemkin.

La hechicería y la magia no han muerto, la transformación de las ideas —pensamiento— en realidad —materia— no es sólo cosa del Señor de los anillos, no se trata de algo que se dé únicamente en nuestros mundos fantásticos, sino de algo que se da en nuestro mundo real a diario. Las bolas de cristal que hablan —pantallas de ordenador y de televisión— pronuncian mantras y conjuros sin cesar; las murmuraciones susurradas —sortilegios— se plasman en papel y se repiten millones de veces. Y así se obra el milagro de convertir, por arte de magia, ideas surgidas de la nada en realidades. Palabras vacías como «Dios», «patria», «civilización» y otras de índole similar se cargan de significado hasta convertirse en principios de realidad en los que se excusan millones de personas para enfrentarse con violencia por la «verdad» de dichas palabras hasta no dejar títere con cabeza.

Atención: la barra de chocolate que antes se llamaba «Raider» ahora se llama «Twix», y la operación «Justicia infinita» ahora se llama «Libertad duradera». A partir de ahora, disponible en todos los quioscos y otros puntos de venta, en prácticos lotes ahorro de seis fascículos, toda la colección de «El eje del mal».

Y sean todos bienvenidos al tren fantasma con destino al siglo xxi. ¡Piénsenlo!: quien genera caos quiere ejercer control; quien provoca miedo quiere vender seguridad; donde se repiten una y otra vez las mismas fórmulas de hechicería y conjuro, suele haber una conspiración oculta. Abróchense los cinturones porque la Tercera Guerra Mundial no será una plácida excursión de un día, mantengan los ojos y los oídos bien abiertos y esperen lo inesperado. Nada es lo que parece; la apariencia de las cosas es la que es porque ustedes lo han querido. Como dicta la antigua norma que los hopis transmitieron a los hippies para superar esa pereza y reconstruir la percepción y la realidad: Free your mind and your ass will follow! («Libera la mente, que el culo la seguirá»).

Mathias Bröckers

Berlín, 11 de julio de 2002

Buscar en Google dos veces al día

Para conseguir la información, no tuve que recurrir a contactos especiales ni concertar citas clandestinas con hombres ocultos bajo turbantes o sombreros de ala ancha; todas las fuentes son públicas. Para dar con ellas, el motor de búsqueda Google ha sido de una inestimable ayuda. Quien no lo haya hecho nunca debería sentarse de inmediato frente a su ordenador y teclear www.google.com.

«Los instrumentos contribuyen a nuestras ideas», observó Friedrich Nietzsche en una ocasión, al convertirse en uno de los primeros autores que trabajó con máquina de escribir. Si eso es cierto, gran parte del contenido de este libro se lo debo al nuevo instrumento de navegación de Google y, por supuesto, a la herramienta para la que Google representa una ayuda incalculable: la red. En los últimos años Internet se ha convertido en el supermedio que aglutina a todos los medios existentes hasta ahora: tanto las grandes emisoras y periódicos ya consolidados como los pequeños medios marginales y las publicaciones especializadas. La llamada World Wide Web ofrece de todo. Los ilustrados y los chalados, los seguidores de las corrientes mayoritarias y los más sectarios, los conspiradores y los conspirólogos científicos de espíritu crítico se mueven por igual en un ambiente de convivencia casi siempre pacífico. Aquel que busque publicaciones sobre un ámbito concreto no tiene más que combinar dos o tres nombres propios o palabras clave y obtendrá aquello que desea en cuestión de segundos.

Pero el hecho de que Google lo encuentre «todo» también es un problema. ¿Cómo hacer para separar el grano de la paja? ¿Cómo diferenciar los disparates sin fundamento de las noticias serias y documentadas? La primera forma de valorar la información está en la fuente, que en la mayor parte de los casos aparece ya en la lista de sitios web de Google. Cuando se trata de viejos conocidos —BBC, CNN, New York Times, etcétera— podemos aplicar el mismo juicio o criterio que para cualquier otra información procedente de medios, periódicos y canales de televisión «de marca». Si se trata de sitios web desconocidos, echar un vistazo general a la presentación y al contexto del artículo buscado y una ojeada al pie de imprenta suele ser conveniente. Precisamente en el ambiente de convulsión emocional de los días posteriores al 11-S, el tono escogido para representar y manifestar el horror era un buen indicador de la calidad y el estado de ánimo de autores y editores de páginas web hasta ese momento desconocidas para mí. Para realizar una valoración concreta de una fuente hay que «meter los pies en el barro», es decir, leer el artículo —al menos por encima— y la documentación en la que está basado. Y entonces, una vez comprobado que no haya nada extraño a priori que nos llame la atención —como falta de base en los argumentos centrales—, merece la pena pasar a una posterior lectura más esmerada.

A continuación citaré algunos sitios web a los que debo una enorme cantidad de material y quiero expresarles mi gratitud. Y también a todas las cabezas pensantes que se lanzaron por su cuenta a investigar las posibles causas de los atentados y que pusieron a disposición del público los resultados de sus pesquisas en forma de resúmenes de prensa, recopilaciones de enlaces y comentarios:

www.globalresearch.ca: página de Michel Chossudovsky, economista residente en Ottawa y autor de Globalization of Poverty and the New World Order [Globalización de la pobreza y nuevo orden mundial, editado por Siglo XXI], ofrece análisis bien documentados e informes serios no sólo sobre el 11-S, sino sobre cuestiones generales relativas a la globalización.

www.whatreallyhappened.com: a pesar de que Michael Rivero afirma no saber qué ocurrió en realidad, sus enlaces actualizados a diario amplían de forma considerable el horizonte del suceso.

www.emperors-clothes.com: análisis sobre el 11-S del periodista Jahred Israel que están extraordinariamente bien documentados, sobre todo en lo relativo a la ausencia de la defensa antiaérea, y que ni siquiera es necesario actualizar.

www.fromthewildernerness.com: Mike Ruppert, ex investigador de estupefacientes de la Policía de Los Ángeles, emprendió en los años ochenta una heroica guerra en solitario contra los negocios de drogas de la CIA. Por increíbles que resulten a menudo sus afirmaciones, en la mayor parte de los casos están bien documentadas.

www.gnn.com: Guerrilla News Network examina a través de análisis de fondo cuestiones como «la guerra contra el terrorismo», «la guerra contra las drogas» y el «Estado corporativo».

www.counterpunch.org: un boletín demócrata-libertario de izquierdas y una revista política digital que se actualiza a diario.

www.antiwar.com: una revista digital neoconservadora libertaria («pro mercado, antiestado»).

www.bushwatch.com: un boletín con un resumen de prensa diario crítico con Bush.

www.medienanalyse-international.de: Andreas Hauss gestiona la mejor página en lengua alemana sobre los despropósitos del 11 de septiembre.

Si bien los artículos de los medios «de marca» difundieron al unísono la teoría de la conspiración de «Osama bin Laden» y demás propaganda del Pentágono, estos y algunos otros sitios «sin nombre» representaban el último oasis de lo que en tiempos de paz se conoce como periodismo limpio e independiente. Hacerse preguntas, señalar las incoherencias o investigar las causas de los sucesos, es decir, las tareas más básicas del periodismo, fueron —y han seguido siendo— dejadas de lado a partir del 11-S por quienes, en virtud del orden constitucional (y el cheque de su nómina), habrían de hacer las veces de cuarto poder del Estado democrático. Esta tarea, en cambio, ha quedado en manos de librepensadores y trabajadores independientes mal pagados o no remunerados. El hecho de que sus opiniones y pronósticos, así como la veracidad y la seriedad de sus escritos digitales, sean las más de las veces superiores a los productos provenientes del prostíbulo mediático es algo que con la mera lectura de estas páginas deberían advertir hasta los más fieles seguidores de los informativos clásicos y revistas como Der Spiegel.

Y aunque los principales medios mayoritarios desempeñan, de forma excelente, su cometido político como autoridad en investigación y control cuando se trata de pecados veniales como la relación sexual entre los presidentes y las becarias, o las millas de regalo de los políticos, no es así cuando se trata del trasfondo de unos acontecimientos tan perturbadores como el ataque contra el World Trade Center. Entonces se contentan con la niebla que suele cubrir tanto las altas esferas como los bajos fondos de la política; y la única manera de escapar al lavado de cerebro general es que cada cual se busque la vida y obtenga información.

Buscar en Google dos veces al día y hacerse una composición de lugar propia; ésa es la forma más eficaz de luchar contra las manipulaciones virulentas, las infecciones propagandísticas y la amenaza de la idiotización crónica.

Agradecimientos

«Se sienta al centro de la mesa/lee dos libros y escribe el tercero» [Er setzt sich an des Tisches Mitte/liest zwei Bücher, schreibtdas dritte…]. Por muy fácil que fuera para Wilhelm Busch hallar la rima sobre el secreto del escritor, escribir este libro no ha sido para mí una tarea sencilla, y de no ser por la ayuda y el asesoramiento de las personas que me han apoyado a lo largo del proceso, no habría sido posible.

Quiero expresar un agradecimiento especial a Florian Rötzer, el redactor jefe de telepolis, que apoyó mis «observaciones teórico-conspirativas» desde el primer capítulo y me dio libertad absoluta como autor. Teniendo en cuenta que todos los medios marchaban casi al unísono —sobre todo en las semanas posteriores a los ataques— con la misma postura, que en su momento los periodistas no apreciamos lo suficiente, su apoyo resulta impagable.

Mi amigo Eberhard Sens ha conseguido mejorar siempre mi habilidad para desmontar los argumentos contrarios mediante su profesional táctica defensiva como abogado del diablo. El hecho de que esa relación virtual de amistad/enemistad no afecte ni un ápice a nuestros lazos afectivos lo convierte, además, en el conversador ideal. Y aunque ni siquiera el propio Eberhard ha podido evitar que me haya marcado goles en mi propia portería, sin sus consejos y su ayuda me habrían caído innumerables tantos más.

Mi amigo Gerhard Seyfried no sólo ha aportado términos tan maravillosos como «Brainwashington D. C.» (brainwashing significa «lavado de cerebro» en inglés), sino el diagrama definitivo sobre el mecanismo conspirativo internacional que acompaña este libro. También me ha dado el mejor de los consejos para afrontar los abismos a los que nos exponemos aquí, sin caer en un estado depresivo: el sentido del humor.

Gracias también a Alex Foyle, que me ha proporcionado multitud de enlaces y consejos desde Barcelona, en el ejercicio de pensar y leer.

Y a los varios miles de lectores de telepolis que han contribuido con sus comentarios e intercambiando opiniones en el foro de discusión «WTC-Serie». Aunque no pude leerlos todos, les agradezco igualmente sus múltiples sugerencias. Igual que los incontables correos electrónicos que recibí, a los cuales no siempre pude dar respuesta. Esa gran multitud de reacciones supusieron una fuente inagotable de motivación sin la cual yo no habría podido llevar a cabo la labor de Sísifo en aquellos meses.

En el verano de 1993, justo cuando estaba concluyendo el manuscrito de la edición alemana de Jack Herer The Emperor Wears No Clothes. Hemp and the Marihuana Conspiracy [El emperador está desnudo: el cáñamo y la conspiración de la marihuana, Castellarte, S. L., Murcia], murió mi padre, Walter Bröckers (1922-1993), de forma repentina. Era periodista y siempre me animó a expresar mi punto de vista, aunque él no lo compartiera. Eso mismo es lo que habría hecho también con esta insólita «fábula» sobre el traje nuevo del emperador Bush II. Este libro está dedicado a la memoria de mi padre y a su defensa, sin condiciones, de la libertad de pensamiento como padre y periodista.

I. Primera parte - Todo está bajo control
La bioconspiración

En el comienzo fue la conspiración. Las moléculas individuales se unieron en grupos para explotar mejor los recursos del planeta. En qué momento exacto los compuestos del carbono tomaron esa determinación, cómo lo hicieron y cuánto tardaron en conseguirlo es un proceso que hasta ahora la ciencia no ha logrado reconstruir por completo. Lo único que se sabe con seguridad es que el resultado de esa conspiración molecular se reveló hace unos tres mil quinientos millones de años: organismos unicelulares capaces de reproducirse… bacterias… ¡vida! Y lo que es seguro también es que fue una conspiración.

Conspirare significa literalmente «respirar juntos», pero en la época en que se produjeron esas primeras actividades bioquímicas todavía no había oxígeno en la atmósfera terrestre. Spiritus no sólo significa «aliento» y «respiración», sino también «espíritu», y era precisamente un espíritu el que debía de andar por ahí —conspirando— antes ya de que surgiera el oxígeno; un espíritu a guisa de sup

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