Siempre nos quedará el gin-tonic

Fragmento

cap-2

¿QUÉ SENTIDO TIENE ESTE LIBRO?

Hola, me llamo Katie y este es mi libro. La verdad es que odio escribir introducciones porque me imagino a la gente sintiendo vergüenza ajena cuando las lee, pero os pido paciencia, por favor, porque confío en que esto mejorará.

Esta es mi familia...

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Bueno, perdonad, esa es la imagen que uso como fondo de pantalla para dar la impresión de que lo tenemos todo controlado. Esta de aquí abajo probablemente os dé una idea más real...

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No somos una familia (por completo) disfuncional; de hecho, somos (normalmente) bastante felices, pero (a veces) nos fastidiamos los unos a los otros. Es así, no podemos evitarlo.

El Mayor tiene ahora seis años y el Pequeño tres, aunque gran parte de este libro trata de cuando eran más críos, porque todo esto va sobre el viaje que recorremos como familia. No escribo para decirte cómo deberían hacerse las cosas (porque ni yo misma lo sé), solo intento compartir mis aventuras con la esperanza de que te sientas menos culpable por todo aquello que crees que no estás haciendo bien.

Verás que quiero a mis hijos, EN SERIO, los adoro, pero eso no evita que me cabree como una mona cuando el Pequeño vacía una caja de cereales en el suelo por diversión o el Mayor sigue sin ponerse los calcetines después de haberle dicho al menos 137 veces que se calce los malditos zapatos.

Eso no significa que los quiera menos, solo que necesitaré otro gin-tonic.

Lo olvidaba, antes de seguir, una pequeña advertencia...

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Odio tener que decirlo explícitamente pero, por desgracia, hay mucha gente que no pilla las bromas y/o disfruta haciéndose la ofendida por cosas sin importancia.

¡Vamos, hombre! ¡Todos sabemos que los niños son un regalo! Solo que, a veces, se parecen un poco al típico obsequio caro que tu familia te hace en plan sorpresa; como una especie de pulsera llamativa y hortera que vas a tener que llevar a diario aunque no acabes de tener claro si te gusta o no (he aquí un poco de sarcasmo, por cierto).

Sin embargo, cuando estás sentada con el papel de regalo en el regazo y todo el mundo está analizando, expectante, tu reacción, no tienes más remedio que decir...

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... aunque sabes que no pega nada con ese top tan increíble que te gusta llevar a las coctelerías que frecuentas los viernes por la noche. Pero te la pones enseguida, y ni se te pasa por la cabeza quitártela por no parecer una desagradecida.

No hay tiquet regalo.

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Un día estás por ahí comiendo con una amiga y, después de un par de copas de vino, dices: «¿Sabes? A veces miro esta maldita pulsera y pienso: ¡PUAJ!». Y, en vez de sorprenderse, tu amiga sonríe y se arremanga. Ella también tiene una pulsera parecida a la tuya. Y automáticamente os ponéis a hablar de lo horrible que es llevarla a diario, de lo mucho que pesa y de que a veces hay gente que la mira, niega con la cabeza y suspira. (Para tu información: está bien hablar mal de tu pulsera, pero no lo hagas NUNCA de las que lleven los demás.)

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Miras a tu alrededor en el restaurante y ves que todo el mundo ha hecho cuanto ha podido para conjuntar la pulsera con la ropa que lleva puesta. A algunos les queda incluso peor que a ti y su aspecto es ridículo, pero siguen sonriendo. Así que haces lo mismo. Y empiezas a sentirte normal.

Y descubres que, pese a todo el ajetreo, el ruido y la luz, en realidad la pulsera no te queda tan mal. De hecho, a veces, cuando el sol la ilumina desde el ángulo correcto, parece la cosa más bonita que has visto jamás. Una vez, incluso, la pillaste al vuelo en el parque cuando se deslizaba por tu muñeca porque no querías perderla. Alguien la eligió especialmente para ti, y lo hizo con cariño, y sabes que tu brazo ya no podría ir por ahí sin ella: se sentiría vacío, nada tendría sentido.

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P. D.: Para que quede claro que todos estamos en la misma onda... Un poco más arriba he estado comparando tener un bebé con que alguien te regale una pulsera horrible por tu cumpleaños. Esto se llama «analogía». De nada.

P. P. D.: Hay unas cuantas palabrotas en este libro. Pido disculpas por anticipado. Aun así, todos sabemos que maldecir de vez en cuando es bueno, inteligente y divertido.

P. P. P. D.: Subastar a tus hijos en eBay no solo es inmoral, sino también ilegal.

cap-3

CRIAR A UN SER HUMANO

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En el mundo existen dos tipos de embarazadas. He ilustrado las diferencias entre unas y otras en el diagrama científico de arriba. El Modelo A representa a todas las mujeres que parecen irritantemente saludables, y el Modelo B, a todas aquellas que parecen estar al borde del colapso y la muerte.

¿Yo? Yo formaba parte del Modelo B (por supuesto).

Incluso ahora, cuando la gente me dice «Oh, yo nunca tuve náuseas matutinas», me entran ganas de pellizcarles las mejillas y gritarles «Pues qué bien, ¿no?» apretándoselas cada vez más fuerte.

Para mí, las náuseas son peores que el dolor y no tardé en darme cuenta de que la expresión «náusea matutina» solo era una forma de hablar, porque no significa que solo tengas náuseas por la mañana, sino que las tienes todo el rato y la vida se convierte en una pura náusea.

Aunque también figuraba en la categoría de quienes tienen náuseas matutinas sin padecerlas del todo. Es decir, de quienes están constantemente a punto de vomitar pero no lo hacen. Esto es difícil de manejar, porque, por un lado, si no vas a vomitar, no tienes por qué salir corriendo en dirección al cuarto de baño cada pocos minutos. Pero, por otro lado, tener arcadas delante de la gente no es algo en absoluto recomendable. Por eso, a menudo, durante las primeras semanas acababa escondiéndome detrás de muebles y arbustos.

La única manera de controlar las náuseas era comiendo. Primero comía y luego comía un poco más. No podía permitirme estar ni remotamente hambrienta porque, si lo hacía, las náuseas reaparecían encantadas. Por eso siempre llevaba los bolsillos llenos de dulces y galletitas que engullía cuando nadie me miraba, por miedo a que consideraran que mi comportamiento era cada vez más extraño.

Porque ver a alguien con pinta de cadáver devorar galletitas para el té detrás de un arbusto no es en absoluto raro, ¡qué va!

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