Índice
Cubierta
Estereotipas
51 vidas de antidivas
Miss Prótesis
Miss Prótesis
Corta de vista
Cobarde sin bótox
Premamá probeta
La Nueva Yo
Mari Castaña
Histérica primaveral
Depredadoras y Presas
Corredora de fondo
Líder del PPP
Separada a bordo
«Prete woman»
Divorciada con reparos
Soñadora húmeda
Monógama infiel
Lady Ganga
Lady Ganga
Pastillera legal
Viajera de negocios
Gruesa de los nervios
Clónicas anónimas
Toda incluida
Coneja de Indias
Conciliátrix
Recién parida
Conciliátrix
Santa Custodia
Madre Coraje
Políticamente incorrecta
Doña Imperfecta
Patética viejuna
Inmigrante digital
Premenopáusica en apuros
Moderna por contrato
Patética viejuna
Reina de la fiesta
Festivalera a la fuerza
Lady Piscina
Lady Piscina
Desclasada
Urbanita en pena
Musa suburbana
Pija en tierra hostil
Primera dama
Hermana loba
Hermana loba
Madre política-militar
Prima de riesgo
Divas en pie de guerra
Compañeras de viaje
Intimísimas
Incontinente verbal
Socióloga de campo
Borde como yo sola
Incontinente verbal
Musa gay
Observadora de la ONU
Filósofa insomne
Biografía
Créditos
Acerca de Random House Mondadori
A mis musas de carne y hueso. Gracias, chicas.
Si os dais por aludidas, en efecto: sois vosotras
51 vidas de antidivas
A VECES, POCAS, LO QUE EMPIEZA COMO UN MARRÓN OSCURO CASI NEGRO ACABA COMO UN CARAMELO ROSA CHICLE. Eso es exactamente lo que ha sucedido con este libro. Todos tenemos un pasado. Las mujeres que protagonizan estas páginas, las estereotipas, también tienen su historia, y voy a tratar de contarla.
Estaba yo en las últimas en el trabajo hace un par de veranos pensando ya en las vacaciones, en si playa o montaña, en si avión o coche, en si crucero o paquete ocho días siete noches, y deplorando un año más no haber empezado con la depilación láser en enero, que hay que ver cómo me luce el pelo en todas partes menos en el cráneo, cuando de repente me llama mi jefe a voces desde su pecera y me conmina a que me presente ante él inmediatamente y cierre la puerta. Malo. Pésimo. Fatal. Me di por muerta. Me degradan, me prejubilan, me mandan a galeras, pensé con una sonrisa de oreja a oreja de cara a la galería y el corazón saliéndoseme por la boca. Mis compañeros se hicieron los locos y se pusieron a mirar sus pantallas como quien ve la luz primera. Falsos. Seguro que sabían lo de mi caída en desgracia desde hacía décadas y no me habían dicho nada. En un periódico las noticias vuelan para todos menos para el que le afectan. En eso pasa como con los cuernos en las parejas. El interesado siempre es el último en enterarse, y para entonces lo suyo ya lo cantan hasta en las coplas.
Pero no. Resulta que mi dilecto señorito quería darme un premio por mis años de servicio a la casa. Así me vendió el marrón, no sabe nada. No se trataba de un ascenso, ni de una gratificación, ni de un aumento, eso es una vulgaridad, y más ahora con la que está cayendo ahí fuera. Lo que me endosó fue un artículo fijo, un espacio en blanco, una tribuna para expresarme libremente en cuatrocientas palabras en la revista de verano. Casi me da un vahído. Puede que otros maten por ver su firma impresa aunque sea en su sentencia de muerte, pero yo soy más vaga que la chaqueta de un guardia, y a esas alturas de curso estaba matada. Así que le insinué que en otra ocasión, ya si eso, gracias. Pero él no es de los que aceptan un no por respuesta. Así que siguió dorándome la píldora, el método universal de metérsela a uno doblada.
Que eso está chupado. Que yo puedo. Que opine lo que quiera sobre lo que me dé la gana, siguió bailándome el agua. Qué fácil lo ven todo los jefes: si yo no opino nada de nada. A ver, como empieza mi hija adolescente todas las frases: yo tengo unos principios y un criterio y una ética y todo eso. No matar, no robar si no es a un ladrón, no hacer daño a sabiendas y ponerse en la piel del otro antes de despellejarlo si es necesario. Pero para otros asuntos tengo la moral más laxa que mis tríceps, que de tan flojos que se me han quedado parezco un murciélago. Puedo sostener una cosa y la contraria según me dé el aire esa mañana. Con decirte que empecé de cronista de tribunales y tuve que dejarlo porque le daba igualmente la razón al fiscal y a la defensa según les escuchaba. Vale que no hay quien me calle, que empiezo a hablar y no paro y que apostillo hasta a las piedras. Pero se me va la fuerza por la boca. No soy jueza ni parte para juzgar a nadie ni a nada. Y menos por escrito, que luego todo se sabe y queda en Google por los siglos de los siglos.
Que sí, que no me cuentes tu vida, que el lunes empiezas, me respondió el líder, los gerifaltes siempre tan comprensivos. Total, que salí del despacho con la autoestima por las nubes, las ojeras por los suelos, las vacaciones en globo y la columna a cuestas. Pero en cuanto se me bajó el pavo, la caída fue de órdago. Estuve hiperventilando todo el fin de semana pensando de qué demonios sermonear al prójimo desde mi púlpito hasta que vi de refilón lo que quedaba de mí en el retrovisor del coche yendo a yoga para relajarme y lo tuve claro. Para qué buscar fuera si tenía a las musas en casa. Y quien dice en casa, dice en el trabajo, en el barrio, en el gimnasio, en la familia biológica, en la política y en la de género. Para qué inventarme