Si el amor fuera un daiquiri de fresa, me lo tomaría en serio

Vanessa Lorrenz

Fragmento

si_el_amor_fuera_un_daiquiri_de_fresa-3

Capítulo 1

La chispa destellante de la velita de su minipastel le recordaba, a cada segundo, la vida que había dejado atrás. Apagó la tenue flama sin pedir ningún deseo, la vida no estaba como para esas cursilerías. Cumplía treinta y cuatro años, y todo a su alrededor era un completo desastre.

Deberían demandar al que se le ocurrió producir la película Quisiera tener treinta porque ella había llegado a esa edad y la había superado por varios años y no, definitivamente no era próspera, no tenía una carrera superexitosa. Gozaba de un buen empleo, pero nada fuera de lo normal, por no hablar de que tampoco tenía una vida fantástica. Y por supuesto, aún no aparecía un Matt en su vida como en la película, mucho menos se sabía la coreografía de «Thriller».

¡Vaya locas ideas las que te vende la televisión! ¿Cómo se supone que conseguirás tener una vida fructífera y ser la persona más feliz del mundo, al llegar a los treinta, si tienes tu vida patas para arriba?

La culpable de todo eso solo era ella, no había nadie más a quien hacer responsable de su desgracia. A Peyton o Peich, como le decían las locas de sus amigas porque, según ellas, «se escuchaba más fresa».

Bueno, pero, retomando lo anterior, a Peyton desde pequeña le gustaban los retos, y prácticamente todo en su vida era uno. Trabajaba en una revista de moda llamada Golden Style. Sí, vamos, ya lo sé que en español sería «estilo dorado»; aunque, sin duda alguna, en inglés le daba más categoría.

De cualquier manera, como les seguía diciendo, el meollo del asunto es que Peyton todo lo tomaba como un reto, y su mayor y más grande ambición era convertirse en vicepresidenta de esa revista. Vamos, que la presidencia no la alcanzaría nunca porque, si quería ese puesto, tenía que matar a la dueña y hacerla firmar antes un poder notarial donde la nombrara su heredera universal.

¡Vale!, ya se estaba asomando su vena asesina en este asunto y esa era mejor dejarla guardada en un cajón.

Bien, como decía, la vicepresidencia era lo que más le interesaba, y no había nada en este mundo que hiciera que renunciara a ella. Pero, en lo que su adorado puesto llegaba, no le quedaba más que cubrir la edición de la revista mensual en la sección del corazón y los chismes de famosos.

Aunque, aparentemente, tenía una vida plena. Vamos que, si bien no tenía el puesto de vicepresidenta, sí ganaba lo suficiente como para permitirse un bonito apartamento en la mejor zona de la ciudad. Después de buscar por bastante tiempo un lugar que se adecuara a ella, había encontrado un lujoso bloque de departamentos donde únicamente se permitía que lo habitaran matrimonios jóvenes sin hijos y, por supuesto, sin mascotas; o solteros sin hijos e, igual, sin mascotas.

Vamos, el mensaje era claro: nada de niños chillones ni de mascotas sucias. Y para Peyton eso era más que perfecto porque no soportaba el berrinche o chantaje de esas pequeñas criaturas, ni mucho menos toleraba los ruidos de las mascotas. Bueno, eso, tal vez, se lo debía a que un perro caniche la había mordido cuando era niña. Desde ese entonces, no podía ver a ningún perro; fuera chico, grande o mediano, les tenía un pavor enorme.

Y ya hablando de miedos y traumas, su psicóloga le decía que su renuencia a entablar una relación estable con un hombre bueno, que la amara por sobre todas las cosas, se debía al abandono al que había sido sometida.

Le habían dicho que su madre biológica no había podido costear su manutención; de manera que, a las horas de nacida, la pequeña Peyton había sido encontrada envuelta en unas cobijas, dentro de una bolsa de plástico, y había sido depositada en un contenedor de basura.

Sí, al parecer, eso de crecer en centros de acogida —dirigidos por las carmelitas descalzas— y llegar hasta la adolescencia dentro de un convento, de alguna forma, te causaba algún tipo de trastorno mental. Aunque, personalmente, Peyton culpaba más a que los hombres eran todos iguales: unos embusteros a los que solo les interesaba el sexo.

Eso, también, lo repetía la hermana sor Patricia: «Niñas, deben evitar cualquier acercamiento con los hombres; ellos solo quieren una cosa». Y cuando le preguntaban qué cosa era, siempre contestaba que tampoco lo sabía. Pero suponía que, si las hermanas lo decían, era cierto, ¿no?

Claro que, años después, lo comprobaría en primera persona. Vale, que ahí estaba de nuevo despotricando acerca del sexo masculino. Pero era inevitable no pensar de esa manera. Bastaba con ver cómo eran de primitivos: una falda pegada y un par de piernas kilométricas los hacían perder el norte.

De todas maneras, una de las normas para que su reinserción a la sociedad fuera la más adecuada era que debía asistir a terapias de grupo y sesiones con la psicóloga del último internado donde había estado.

La verdad era que, con el paso de los años, ella y Sonia —que era como se llamaba la psicóloga— se fueron convirtiendo en buenas amigas. Claro que eso no evitaba que la psicoanalizara por cualquier situación, pero su amiga estaba mal. Por supuesto que quería una relación estable, pero primero quería tener todo aquello que no había logrado conseguir antes.

Las mujeres son unas soñadoras innatas, pero no todas sueñan lo mismo. Unas quieren tener grandes triunfos profesionales; algunas, simplemente, se sienten plenas al tener una hermosa casa llena de hijos, mientras esperan a un esposo amoroso al llegar la tarde. A muchas mujeres les agrada viajar y conocer el mundo, o luchar por ideales.

Aunque Peyton tenía muchas emociones encontradas. En el tema de viajar..., pues claro que le gustaba viajar, pero no se sentía plena con ello. ¿Grados profesionales?, contaba con los suficientes para conseguir un buen empleo bien remunerado. Lo de la casa y los niños lo pasaba de largo porque la verdad era que no estaba preparada para algo así.

Posiblemente, en las palabras de su amiga, sí había algo de razón, y estaba medio loca y había desarrollado un trauma que le hacía rechazar a todo tipo de hombre que se acercara a ella con intención de formalizar algo.

¿Vida sexual?, pues claro que tenía. Por suerte, su primera experiencia había sucedido con un chico muy mono pero no guapo. Posiblemente, estaba más ciega de lo que pensaba aunque, bueno, es que fue en una borrachera de campeonato; la verdad era que no se había enterado de nada.

La segunda vez había sido con un chico de la universidad. Ambos estudiaban periodismo y conectaban bastante bien, pero fue ver que la relación se estaba apoderando de su espacio y Peyton no tardó más que unos días para mandar a volar su relación.

No hace falta decir que se puso una borrachera, cuando lo hizo, porque algo dentro de ella le gritaba que le dolía el rompimiento. Pero era ella la que se negaba a entablar una relación, así que se dijo que era una locura y terminó acostándose con un hombre comprometido, que estaba festejando su despedida de soltero. Otro punto más para saber que los hombres no eran de fiar. Mira, que serle infiel a su futura esposa, con una desconocida que vagaba por el bar...

Pensándolo bien, todas las veces que había terminado en la cama con un hombre, había una bebida de por medio. Ya no sabía si el alcohol la orillaba a arrojarse a los brazos de los su

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos