Segundo diario mínimo

Umberto Eco

Fragmento

cap-1

PREFACIO

De 1959 a 1961 tuve a mi cargo, en la revista Il Verri, una sección, «Diario Minimo», que —gran gesto de valor por parte de Luciano Anceschi, en un período en el que las revistas literarias se tomaban muy en serio— intentaba recoger observaciones de costumbres, parodias literarias, fantasías y locuras varias, y en la que colaboraron Gillo Dorfles, Luciano Erba, Giuseppe Pontiggia, Furio Colombo, Fausto Curi, Andrea Bruno Mosetti, Alfredo Giuliani, Edoardo Sanguineti, Sandro Bajini, Giorgio Mannacio, Giovanni Giudici, Folco Portinari, Attilio Veraldi, Alfeo Bertin, Bruno Munari. Otros artículos, recortes de periódicos, citas extravagantes et similia, eran anónimos y, por lo que recuerdo, los diferentes colaboradores de la revista me los iban pasando para alimentar la sección. Al ser yo el alimentador titular, publiqué más que nadie, primero pequeñas moralidades y luego, poco a poco, pastiches literarios.

Hacia 1962, Vittorio Sereni me pidió que reuniera estos textos míos en un volumen para la colección Il Tornasole, que entonces dirigía en la editorial Mondadori, y puesto que, extinguida ya la sección, «Diario Minimo» se había convertido casi en el nombre de un género, elegí este título para el libro que saldría en 1963. Posteriormente, para una nueva edición, en 1975, eliminé gran parte de las «moralidades» (algunas de ellas demasiado vinculadas a acontecimientos lejanos) para atenerme al género pastiche, añadiendo también escritos posteriores.

La historia de aquel primer libro, que aún hoy se reimprime, es la que es; sé que en varios departamentos de arquitectura se enseña todavía la paradoja de Puerta Ludovica, y que hace tiempo, en un instituto de Filología Clásica, se dedicó un seminario a reflexionar sobre si los estudiosos de la antigüedad no proceden con los líricos griegos tal como mis esquimales del próximo milenio procedían con un desvencijado librito de canciones del Festival de San Remo. Los amigos parisinos de Transcultura, una organización nacida para traer a antropólogos africanos y asiáticos a estudiar las ciudades europeas, dicen que la idea nació de mi «Industria y represión sexual en una sociedad padana», donde antropólogos melanesios analizaban a los primitivos de Milán con refinados instrumentos fenomenológicos. Por no hablar de la «Fenomenología de Mike Bongiorno», citada incluso por quien no la ha leído, tanto es así que me la he encontrado definida como «un libro sobre...», cuando se trata de seis paginillas.

Pero, al margen de la suerte de aquel librito, mi propensión a intentar otros diarios mínimos no se había extinguido, sólo que salían de diversas formas o, después de habérselos pasado a los amigos, a menudo coautores o por lo menos inspiradores, se quedaban manuscritos en un cajón. Es más, si al presentar la primera recopilación casi intentaba excusarme, como si pareciera poco serio seguir el camino de la parodia, a continuación, persuadido de que, además de ser licito, se trataba de un deber sagrado, procedí con virtuosa gallardía (véanse los «Apuntes de historiografía de la cacopedia»).

Han pasado casi treinta años; los cajones rebosaban de diarios mínimos abandonados, algunas personas me preguntaban dónde habían ido a parar algunos textos de los que se conservaba memoria oral, y por esta razón publico hoy el Segundo diario mínimo, convencido de lo que escribí, en 1975, a modo de conclusión del prefacio del primero: «Porque ésta es la suerte de la parodia: que nunca debe temer la exageración. Si da en el blanco, no hará sino prefigurar algo que luego los demás harán sin reírse —y sin sonrojarse— con firme y viril seriedad». Añado sólo que no todos los escritos que aquí reúno son de tono paródico. He acogido también divertissements en estado puro, faltos de intenciones críticas y moralistas. Pero no siento la necesidad de justificaciones ideológicas, me basta el lema de Palazzeschi, dejadme divertir. Dos escritos, que compartían, indudablemente, el espíritu del Diario mínimo, ya se habían publicado en mi Sette anni di desiderio (Bompiani, 1983, traducción española en La estrategia de la ilusión, Lumen, 1986). El que no conoce ese libro, no lo sabe. El que lo conoce, se ha olvidado. Esos escritos han sido cortados y arreglados para la ocasión. Espero que me perdonen esos poquísimos que todavía se acordaban, pero era una cuestión de integridad.

Para los criterios seguidos en esta edición en castellano remito a la nota y a las claves de mi traductora. Sobre la ausencia de agradecimientos que concluye este prefacio, véase en la sección «Instrucciones de uso» la parte sobre cómo escribir una introducción.

Milán, 5 de enero de 1994

cap-2

NOTA DE LA TRADUCTORA

Umberto Eco nace en Alessandria el 5 de enero de 1932 y, como él mismo comenta, estaba destinado a no recibir nunca regalos de cumpleaños, porque ya se encargaban los Reyes Magos de todo. Esta afirmación autobiográfica es paralela a muchas de las que encontramos diseminadas en este Segundo diario mínimo, fundamentales para entender su vocación de pensador y de escritor. En «El milagro de san Bandolino» nos confirma la importancia, para la formación de su personalidad, del carácter de su gente, escéptica y desencantada, temerosa de la retórica y con un sentido del deber muy particular. Así como es particular el sentido del humor: un alejandrino sabe que hay que prepararse a la muerte pero es algo que se puede hacer bromeando, para no poner en apuros a los demás.

Su biografía adulta es bien conocida: se interesa por la filosofía medieval, trabaja en la RAI, en la editorial Bompiani, en la Universidad. A su interés teórico por los problemas que plantea la comunicación, por la semiología, hay que añadir una actividad intensa de comentarista de lo cotidiano, que aparece regularmente en revistas, periódicos y semanarios a partir de 1959. En 1980 se publica su primera novela, El nombre de la rosa.

Estas tres facetas de su actividad constituyen momentos diferentes de su vida de pensador: hay cuestiones que no se pueden tratar según el modo aseverativo del ensayo, sino que deben representarse en toda su ambigüedad y contradictoriedad, o si son muy serias, hay que arrojar sobre ellas una sombra de desconfianza, de escepticismo.

El texto que mejor recoge estas convicciones y todas estas facetas es el Segundo diario mínimo, cuyos ingredientes son la parodia, el pastiche, los juegos de palabras, la evocación autobiográfica y el reportaje social.

Debido a esta variedad de ingredientes y de manipulaciones del lenguaje, la traducción resultaba una operación delicada.

Toda traducción oscila entre la fidelidad hacia el texto original, por contenido y estilo, y la adaptación a la lengua y a la cultura terminales, para que el texto sea comprensible. La traducción del Segundo diario mínimo ha sido un ejercicio de equilibrio entre estos dos extremos: el placer de la lectura y la seguridad de estar leyendo algo que se acerca lo más posible al original.

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