2
Ladrón de wifi
Cuando las manecillas marcaron las once y media de la noche, Dean cruzó la puerta principal de su casa. No hubo necesidad de salir a hurtadillas. Él seguía pensando en Laila y en que la perdería si la dejaba en “visto”. Tenía que recuperar la señal de internet a como diera lugar, era una situación de vida o muerte… según su parecer.
El cielo estaba despejado, el sitio estaba en completo silencio, por lo que no sería buena idea tocar el timbre de la residencia de los Carter, despertaría a la familia y él sólo quería hablar con ella, no con sus padres.
Alzó la vista y vio el balcón de Nicole, lanzó algunas piedras a su ventana, pero no funcionó, la chica dormía como tronco. Decidió trepar por la enredadera de la casa y se desplazó por el descanso del tejado, llegó a la ventana de Nicole y golpeó suavemente, pero ella no contestó.
Al poco tiempo se desesperó y aporreó estrepitosamente el vidrio, pero continuó sin recibir respuesta.
—¡Nicole, con un demonio, abre la ventana! —gritó y sintió un frío recorrer su espalda. ¿Había llamado a un ser oscuro? La luz de la habitación se encendió y olvidó esos pensamientos de terror.
La chica, adormilada, se dirigió al cristal y corrió la cortina. Dean hizo un ademán para indicarle que abriera la ventana y ella accedió con un movimiento automático.
—¿Quién eres y qué quieres? —pronunció Nicole de manera extraña, pues llevaba un aparato de dientes para dormir; también tenía su corto cabello alborotado y pronunciadas ojeras.
—¿Desde cuándo usas aparatos? —susurró Dean, olvidándose del tema que lo impulsaba—. Tus dientes están perfectos, tienes “sonrisa Colgate”.
La chica cerró la ventana, había apagado la televisión desde hacía una hora porque no quería escuchar más comerciales baratos.
—¡Qué maleducada! —gritó Dean, y su vecina reabrió la ventana—. Te estoy haciendo un cumplido y reaccionas de esa manera. Caes mal: lo tienes todo y ni siquiera te has puesto a pensar en ello, no sabes cómo son las vidas de los demás, te das el lujo de hacer lo que quieras cuando quieras, deja de ser tan egoísta…
—Ey, basta —reclamó Nicole más confundida que dormida—. ¿De qué estás hablando?
—Que yo creía en ti. Todos dicen que eres seca, fría y lo que se le parezca, pero te conozco desde el jardín de niños, y eras tierna, bondadosa y amable; seguía pensando lo mismo, hasta este momento. Y yo que venía a pedirte algo…
—¿Algo importante casi a medianoche? —interrumpió.
—Obviamente —contestó orgulloso y de nuevo le cerraron la ventana en sus narices.
Resopló y volvió a tocar, cruzando los dedos para ganar suerte.
—¡Déjame en paz! —exclamó Nicole, sin abrir.
—No me iré hasta hablar contigo.
—Bien, ponte cómodo y espera tu turno, quizá sea en un millón de años.
—Oye, realmente es urgente, he intentado luchar contra esto, pero ya no aguanto más. ¿Puedes salir, por favor?
—Bien —ella abrió la ventana por última vez, con la esperanza de ser besada para dar inicio a una historia de amor, como sucedía en los libros.
—¡No desconectes el internet! —gritó Dean—. El wifi es vida, no lo dejes morir.
Nicole movió la cabeza confundida, se decepcionó del primer chico que visitaba su balcón. Por su comportamiento, había creído que se sentía atraído hacia ella; sin embargo, sólo jugó con sus sentimientos, todo ese parloteo al pie de su ventana era falso.
“No es un cuento de hadas.”
Frotó sus ojos y comprendió que aquel chico era su extraño vecino, se sacudió por haber pensado en esas cursilerías. Ahora sabía de quién se trataba y recordó que tenía muy claro que jamás saldría con él. Eso la hizo despertar por completo.
También cayó en cuenta de que era peligroso abrirle la ventana a extraños, especialmente durante la noche. ¡¿Dónde quedaron los consejos que su madre le había dado de pequeña?! Fracasó como hija. ¿Qué tal si era un ladrón? ¿Ella hubiera facilitado el delito?
“Aguarden”, Nicole reflexionó las palabras de Dean e hizo un mapa mental: “Vecino, flecha, altas horas de la noche, flecha, reclamos sobre la señal de internet, flecha, delincuencia…”. Sólo podía significar una cosa: ¡Ladrón de wifi detectado!
—¿Me robas el internet? —enarcó una ceja.
—¿Quieres la verdad o una mentira? —respondió Dean con nerviosismo.
Zachary tenía razón. ¿Qué estaba pensando? ¿Que conectaría el internet sólo porque él se lo pedía? ¿Que no se daría cuenta de que él era un ladrón de wifi? Al fin había comprendido que estaba haciendo una estupidez, nunca debió subir ahí.
—Con razón la señal a veces se alenta —dijo Nicole enfurecida.
Si ya le caía mal el chico, terminó por detestarlo, primero por saber que era su vecino, después por haberle coqueteado, y por último, por ser un idiota que dice algo y luego lo evade.
—Lo sé, y como buen vecino que soy, vine a decirte eso… —trató de buscar una justificación—. Porque ¿sabías que cada vez que desconectas el internet un perrito muere?
Ella cruzó los brazos.
—¡Deja de robarme el internet, delincuente!
A Dean no le dio tiempo de pensar, se sobresaltó por la fuerza con que su vecina empujó la cerradura, retrocedió un poco y tambaleó hasta llegar al borde del tejado. Cayó al césped y terminó con un fuerte dolor de cuerpo; muchas punzadas en la espalda y la cabeza.
Tirado en el suelo, miró el cielo nocturno y notó que había estrellas, quizás eran reales o quizás eran alucinaciones por su caída.
La chica ni siquiera se tomó el tiempo para verificar si se encontraba bien el ladrón de wifi, apagó la luz e intentó conciliar el sueño. Le avisaría a su madre al amanecer.
Dean permaneció recostado en el césped un rato más, pensando que se había equivocado en todo con ella. Luego recordó que, si no conseguía internet, tampoco volvería a hablar con Laila Miller.
Tabla de puntuación: Nicole [1] Dean [0].
3
Palomitas y contraseñas
Nicole se encontraba en la cafetería de su escuela, pidió una hamburguesa y papas fritas. Esperaba su comida cuando apareció el ladrón de wifi.
—¡Nick, Nick, Nickelodeon!
Ella no respondió, sólo se quedó absorta al ver al chico con muletas y collarín, sintió remordimiento por no haberlo ayudado la noche anterior.
—No, esto no es culpa tuya —aclaró Dean antes de que ella preguntara.
Después de estar mirando el cielo por casi una hora aquella noche, escuchó que Zachary salía a buscarlo. Al verlo, a Dean le pareció divertido cerrar los ojos y hacerse el muerto. Zac se llevó un gran susto, pero notó que su hermano pequeño, aunque intentaba aguantar la risa, seguía respirando y movía las comisuras de sus labios. Enseguida Zachary amenazó con llamar a sus padres y el juego terminó. Como siempre, a Dean nunca le salían bien las cosas. El mayor de los Blackelee no era tonto; Dean se dio cuenta que él ya sabía la verdad y le rogó que no les comentara a sus padres.
“—Es un milagro, me acabo de recuperar —dijo Dean, levantándose del césped—. No hay necesidad de mortificar a mis padres con lo que me pasó.
—¿Entonces prefieres que llame una ambulancia? —cruzó los brazos su hermano.
—No, sólo me duele un poco la cabeza —contestó el menor—. Pero tú estás estudiando para médico, podrías ayudarme y asunto resuelto.
Zac reflexionó la respuesta y sonrió, era el momento de vengarse.
—Por supuesto, yo me hago cargo —entraron a su residencia desde el garage, Zac vio las viejas muletas del abuelo y el collarín que había usado la tía Roxana cuando sufrió un accidente automovilístico. Eso era precisamente lo que necesitaba para regresarle la broma.
Después de unas horas, Dean quedó bajo las órdenes de su hermano, fue obligado a usar los aparatos por toda una semana y fingir que Zac lo había salvado.
—Pero esto es injusto, ni siquiera me duelen el cuello ni los pies…
—Lo sé, pero, ¿prefieres que se enteren mis padres que tienes teléfono? ¿Que fuiste a reclamarle a una chica porque no conectaba el internet para que te lo robaras? Puedo decirles todo lo que me plazca, ellos siempre me creerán antes que a ti.
—¿Y qué ganas con todo esto?
—Verte sufrir y quedar como un héroe.
—Te detesto —dijo Dean, pero accedió—. ¿Entonces no hablamos de lo que sí me duele? Porque no soporto la cabeza.
—No, no es nada grave.
—¿Y si se me muero?
—No, Dean, no morirás por una migraña.
—¿Seguro? Soy muy joven y aún no hago mi testamento.
—Cállate o yo mismo termino con tu vida en este instante.
Hablaron con sus padres y contaron la historia tal como Zac lo quiso, ellos creyeron esa versión y no se preocuparon más, sólo castigaron a Dean por un mes y felicitaron a Zachary por ser un buen hermano…”
Dean regresó a la realidad, donde seguía en pie frente a Nicole. Ella no decía palabra alguna, sólo lo miraba de arriba abajo. Él se recargó en sus muletas y notó que la chica lucía más bonita, pues tenía el cabello planchado y se había maquillado. Ya no era la chica zombi de la noche anterior.
—Entonces, si esto no es mi culpa, ¿qué quieres? —cuestionó Nicole.
—Internet, internet es lo que quiero —respondió Dean y brincó con las muletas.
—Tarado, creí que era algo más importante —se quejó ella—. Si sigues con eso, te voy a denunciar; eres un cínico. Cuando llegue a casa cambiaré la contraseña.
—Nooooo —dijo Dean con voz grave—. No lo hagas, por favor.
—Aléjate de mí, niño raro —caminó Nicole cerca de una mesa.
Dean se olvidó de las muletas y corrió tras Nicole, al fin y al cabo, Zachary no estaba presente. Ella vio esa acción y lo odió aún más. Le pareció un insulto.
—Por favor, por favor —le rogó abrazándose a sus pies—. No me quites la señal… Te pido perdón por el alboroto de anoche, haré lo que quieras, pero no me hagas esto, por favor.
—¡Qué necio! —exclamó Nicole—. Hablaré ahora mismo con mi madre para que cambie la clave —sacó su teléfono y comenzó a teclear.
—No lo permitiré —expresó Dean y le arrebató el aparato.
—¡Devuélveme eso, niño feo!
—No me digas niño, tengo diecisiete —contestó él—. Te lo devuelvo si me dejas usar tu internet.
—Ni de chiste, voy con los profesores —Nicole se levantó.
—Está bien, me rindo —y le entregó su iPhone—. Al menos deja tu contraseña hasta las tres de la tarde, para que pueda descargar un programa para hackear redes, por favor.
—¿Cómo? ¿No tienes ya la aplicación?
—No, adiviné la tuya.
—¿Tan fácil es?
—Tu red se llama “DonovanEggenschwilerFamilia”, es obvio que la contraseña tiene que ver con ese tipo.
—No es un tipo, es un músico…
—Sí, da igual; es posible que yo no sea el único que te roba el internet.
—No lo creo, a lado de mí vive un chico guapo —Dean se sonrojó creyendo que hablaba de él— que tiene su propio módem, lo sé porque conozco su casa.
—Qué suerte —bufó Dean—. Yo sólo te tengo a ti y a una pareja de ancianos desactualizados, creo que lo más eléctrico y magnético que tienen ellos es un horno de microondas…
—Yo no tengo horno de microondas —pensó Nicole en voz alta.
A Dean se le iluminó el rostro con una gran idea.
—¡Ya sé! ¿Estás cansada de ver películas en casa y no poder comer palomitas porque no tienes dónde hacerlas?
—¿De qué estás hablando? ¿Tienes vocación de publicista? Primero ayer con eso de Colgate, hoy con las palomitas. ¿Qué harás mañana?
—Te presentamos el nuevo microondas tres mil. Cómpralo ya, y si eres de los primeros treinta en llamar, recibe un recipiente gratis para tus palomitas; marca al…
—Yaaaa, loco. Das miedo.
—¡Es que quiero proponerte algo! —Dean sonrió—. ¿Qué te parece si yo te consigo palomitas de microondas cada vez que quieras? Porque películas sin palomitas no son películas. A cambio, tú no desconectas el internet ni cambias la contraseña.
Nicole se quedó pensando, acababa de contratar Netflix y, como bien dijo Dean, no se disfrutaría igual sin palomitas.
—¡Seré tu esclavo! —añadió Dean, ya que ella continuaba sin contestar—. Palomitas gratis siempre que quieras.
Nicole se acarició la barbilla y siguió reflexionando.
—Por favor, mi familia es como mis ancianos vecinos, no usamos nada electrónico, te lo suplico —y se arrodilló.
La chica se asombró de la capacidad del chico para perder su dignidad y humillarse ante ella, pero le interesó más que Dean nunca se rendía, y aunque era fastidioso, eso le agradó un poco.
—De acuerdo —ofreció su mano para cerrar el trato.
El chico celebró el éxito, se arrojó al piso y alzó sus brazos gritando: “Sííí”.
Nicole, avergonzada, decidió marcharse, pero no sin antes ordenar su primer tazón de palomitas para esa misma tarde.
Dean bajó los brazos, había perdido todo su entusiasmo. Él tampoco tenía horno de microondas.
Tablero de puntuación: Nicole [1] Dean [-1].
4
Las mentiras de internet
Laila Miller: hermosa, rubia, popular, animadora y más clichés que se te ocurran. ¿Cuál era la diferencia? Ah, sí, no era hueca ni superficial. A decir verdad, marcaba la diferencia entre los estudiantes porque rompía con todos los estereotipos pareciendo uno de ellos, pues elegir actividades extracurriculares y ser físicamente de una manera no define tu personalidad, no eres lo que usas o haces, sino lo que piensas. Y ella pensaba, a pesar de que a simple vista parecía la típica rubia.
Se fijó en Dean porque era divertido y físicamente misterioso. Su cabello era rizado y oscuro, pero usaba plancha para alisarlo; tenía ojos color miel, pero estaban ocultos bajo sus gafas. Ella no sabía que usaba anteojos, pues él trataba de impresionarla todo el tiempo con lentes de contacto verdes y azules. Pero gracias al accidente, él olvidó ponerse sus atractivos, y lo único por lo que lo reconocían era por su vampírica tez blanca. Fuera de eso, él aparentaba algo que no era, justo lo que ella necesitaba para cambiarlo.
—Dean, ¿eres tú? —preguntó Laila al verlo tirado en el piso de la cafetería.
—Laila —se levantó enseguida y un amigo suyo le entregó las muletas—. Perdóname, ayer te dejé en visto.
—Eso no importa —respondió y lo ayudó a sentarse—. ¿Por qué luces así?
—Creo que debí decirte que tengo el cabello rizado y padezco un poco de miopía.
—Dean, hablo del collarín y las muletas.
—Ah, eso, larga historia. Ayer salvé a un perrito de ser atropellado —dijo esquivando lo que pasó con Nicole y Zac.
—Sin mentiras —Laila cruzó los brazos—. No necesitas todo esto para impresionarme. Soy sencilla, Dean, no finjas ser lo que no eres, demuéstrale a la gente que se puede ser diferente siendo un chico normal.
—Pero ser diferente a veces es no ser atractivo…
—¿Lo dices por tus anteojos? —resopló molesta—. ¿Sabes quiénes son las personas ciegas? No son las que usan gafas… Los ciegos son aquellos que se encierran en una sola idea y nada los hace cambiar de opinión. Creen que la belleza se ve únicamente con los ojos, adoptan todos esos estereotipos: que importa más el físico que el interior; que si no eres de tez blanca o delgada, estás fea. Esas personas son ciegas de mente y corazón.
—¿De verdad era necesario todo este discurso? —Dean se quedó asombrado. Aquellas palabras habían sido tan emotivas que lo harían llorar y no tenía pañuelos para limpiarse los mocos.
—Me gusta hacerlos, ¡que viva la paz mundial! —rio Laila.
—Laila para presidenta —le siguió el juego.
—Y Dean para mi pareja… Espera, ¿qué?
El joven soltó una risa y se acercó para rodearla con un abrazo.
—Aquí aplica la frase “Quédate con quien te quiera con todo y tus lentes” —dijo Dean en su oreja—. Ya nunca volveré a fingir.
—Bien, porque no tienes de qué avergonzarte —le devolvió una sonrisa cómplice—. Ahora explícame lo del collarín, por favor.
Él respiró profundamente y le contó todo desde el principio, anexando la tecnofobia y a Nicole.
Laila no se molestó, incluso le pareció divertido; estaba cansada de los mismos chicos, y Dean, a pesar de ser un tonto, le gustó más que otros.
—¿Entonces ahora estás más ligado a Nicole? —concluyó ella.
—Sólo por el internet, entre ella y yo no hay nada, ni siquiera nos llevamos bien.
•••
A la salida de la preparatoria, Dean se apresuró a llegar a casa, Zachary salía tarde de la universidad y sus padres trabajaban, por lo que él tenía tiempo para trazar un plan para conseguir palomitas. Lo que más le motivaba era Laila y no tanto quedar bien con Nicole, pues ella ni siquiera lo entendía. En cambio, Laila lo apoyaba a pesar de que le había mentido desde que se conocieron; ahora podía ser el mismo y ella no lo rechazaría.
Y él quería una relación seria con ella, verla por las tardes, hablar largas horas por teléfono, y por la noche enviarse mensajes hasta la madrugada y que su última conexión de WhatsApp fuera con ella. Podía incluso pensar en una boda, pero regresó a sus pensamientos y supo que nada de eso se realizaría si no conseguía internet o datos móviles. Y así llegó a la conclusión de que se infiltraría en la casa de los Brooks, sus ancianos vecinos, para conseguir su objetivo.
5
Un gato bizarro
Dean se creía ninja esa tarde. Según sus cálculos, la señora Margaret Brooks estaría ejercitándose a esa hora. Recordó que cuando no tenía teléfono su pasatiempo por las tardes era espiar a sus vecinos, en su mente se volvió a producir el desagrado de ver a una anciana “mover el bote”; su flácido trasero le dejó un trauma al pobre chico, pero él se lo buscó por andar de fisgón. Sin embargo, esta vez tenía que soportarlo, era la única manera de entrar a esa casa. Miró por la ventana y vio a la señora usando una caminadora, mientras escuchaba rock & roll a todo volumen. Era ahora o nunca.
Dean se colocó guantes para no dejar huella y se asomó a su jardín trasero, respiró hondo y se llenó de valentía. Cruzó sigiloso la cerca que separaba ambos hogares, entró de puntillas e hizo poses ciertamente extrañas cuando estuvo en territorio ajeno. Sí, definitivamente el sueño frustrado de Dean era ser ninja. Y en un momento de tensión, sintió muchas ganas de reír; le parecía asombroso, aquella aventura se la contaría a sus nietos. También pasó por su mente hacer travesuras, pero se contuvo, tenía que ser cuerdo por una vez en la vida.
Abrió lentamente la puerta corrediza de la cocina y notó que todo estaba cubierto por manteles bordados: la mesa, las fundas de silla, los aparatos electrodomésticos. Volteó hacia su derecha y alzó un mantel rosa, encontró el dichoso horno de microondas, brincó de felicidad y lo enchufó. Sacó de su chaqueta deportiva un paquete de palomitas y lo acomodó como decía en el instructivo, presionó el botón “Palomitas de maíz” y comenzó la cuenta regresiva, el horno provocó un estrépito, pero no se escuchaba por la música alta que provenía del gimnasio.
Mientras se hacían las palomitas, Dean bailaba, el sonido que emitía el maíz reventando era para festejar que todo avanzaba bien. Los granos explotaban y explotaban. Terminó el proceso y extrajo el paquete, inhaló el delicioso olor a mantequilla, se saboreó las palomitas y decidió marcharse otra vez por el jardín. En ese momento terminó la canción y resonaron las pisadas de Dean.
—¿Quién anda ahí? —preguntó la señora de la casa.
Dean sintió escalofríos y se escondió tras la barra del desayunador.
—¿Jorge, eres tú? —volvió a preguntar la señora.
—No, yo estoy en el baño.
El chico se asustó.
“¿El señor Jorge está aquí? ¿Qué no debía estar trabajando? Changos, tienen pensiones, lo he olvidado”, pensó Dean.
—Cariño, ¿hay alguien más abajo?
—Que yo sepa, no, a menos que sea otra vez ese estúpido gato.
“¿Gato? ¿Soy un gato?”
—Estoy harta de ese animal, hazme el favor de matarlo.
Dean creyó que estaban bromeando, los Brooks parecían inofensivos, con caritas de ángeles… pero de ángeles feos.
—Enseguida, mi amor —se escuchó el inodoro, y el señor Jorge se dirigió con dificultad al garage, sobándose la espalda.
Dean rio pensando que se había salvado, pues había ido al lugar equivocado, pero no tardó en regresar con un rifle.
—Te llegó la hora, estúpido gato —Jorge apuntó hacia donde escuchara el mínimo sonido.
“Por los calzones de Buzz Lightyear, aquí no hay gatos. Me van a fusilar.”
—Ven, gatito, gatito.
El señor Jorge emitía el bishubishushshsh. Clavó su vista en el mantel desarreglado. Recorrió sus dedos hasta llegar al microondas, algo no le cuadraba. Estaba por girarse y encontrar a Dean… Sonó el timbre de la casa, el cual lo desconcentró. Mientras el señor Brooks caminó hacia la puerta, Dean gateó hacia la mesa, con su cabeza golpeó sin querer una de las sillas, pero no ocasionó ruido. A decir verdad, parecía bastante blandito el asiento. Cuando subió la mirada encontró a un gato de raza americana de pelo corto que acababa de despertar de su siesta. Se estiró como suelen hacerlo los gatos y se incorporó junto a Dean. El chico se alegró de que hubiera un minino ahí, pero esa felicidad se convirtió en tristeza, no le deseaba mal alguno.
El señor Brooks volvió molesto, no había nadie en la puerta; seguro era alguna broma de un niño. Se desplazó por toda la sala, mientras Dean permanecía inmóvil.
—Tú y yo vamos a escapar —le susurró Dean al gato y lo tomó entre sus brazos, pero éste se resistió y lo rasguñó, haciendo que la mesa se moviera—. Tarado, nos van a descubrir.
La criatura maulló en forma de disculpa, arruinando todavía más la situación.
Jorge volteó hacia ellos y, tan discreto como pudo ser, alzó el mantel de la mesa.
—Te tengo.
Pero ya no estaban. Dean corrió a toda velocidad y el animal no lo siguió, tomaron caminos diferentes.
El portón del patio trasero estaba abierto y no tuvo problemas para huir, aunque por un instante Dean se confundió y estuvo a punto entrar en una casa que no era la suya; le temblaban los pies. Después reaccionó y se dirigió hacia su cerca, de un salto cruzó y se sintió finalmente a salvo. No obstante, cayó de cara, definitivamente Dean no había sido gato en otra vida. Además de todo, se enterró los lentes en la nariz, lo cual lo hizo gritar, por eso (y mil razones más) odiaba usar anteojos. Luego volvió la vista a la casa de los Brooks y notó la ausencia del gato. También se dio cuenta de que no traía la bolsa de palomitas, la había olvidado en la mesa.
“Torpe.”
Se golpeó en la frente y cruzó de nuevo hacia la casa de los Brooks. Había dado su palabra a Nicole y no tenía sentido salir con vida si no llevaba la comida, prefería morir rápidamente que morir lentamente, sin internet. Además, aún tenía la esperanza de que los ancianos fueran gentiles, simplemente no se imaginaba a ese par como asesinos.
“¿Al menos obtuvieron una licencia para portar armas?”
Si salía de ésta, él mismo los denunciaría… pero ellos también lo harían.
“Rayos y relámpagos… ¿Por qué soy tan atolondrado? ¿Por qué no le hice caso a Zac? ¿Por qué no sólo tengo internet? ¿Por qué? ¿Por qué, Señor?”
Dean cayó en crisis y ya no le importó si hacía ruido o no. Caminó decidido a tomar la bolsa, sin temor alguno.
Afortunadamente el señor Brooks no lo vio, andaba tan concentrado en cazar al gato que no notó el olor a palomitas; tenía al pobre animal acorralado con el rifle, el minino no paraba de maullar, pero al ver a Dean, lo hizo con más fuerza.
Dean jaló la bolsa y se escabulló. Jorge logró ver su silueta. El gato alcanzó al joven a hurtadillas y esta vez lo siguió.
—¡Intrusos! —exclamó el señor Brooks—. ¡Margaret, tenemos intrusos!
La señora bajó las escaleras.
—Llamaré a la policía.
Dean volvió a salvar su pellejo y se quedó tirado en el césped, gracias a Dios estaba al lado de sus aparatos, se colocó el collarín y tomó las muletas. Era eso o quedarse tirado en el césped, buscando hormigas y tratando de pasar desapercibido. Sin embargo, el gato no logró escapar, se escuchó un disparo y a Dean se le estremeció el corazón. Se levantó de golpe y se encontró con su vecino, que al principio lo miraba extraño.
—Je, hola —dijo finalmente don Jorge—. No es lo que parece, sé que escuchaste un disparo, pero no le di a nadie, sólo quería espantar a un delincuente que entró a mi casa. ¿No lo viste?
No sospechaba de él por su condición. De algo tenían que servir el collarín y las muletas.
Dean hizo caso omiso y buscó con la vista el cadáver del gato, el señor Brooks escondía algo bajo sus pies y se movía para ocultarlo.
—Bueno, hasta luego —alzó su mano y entró a su casa, dejando en evidencia el cuerpo del pobre animalito, tieso.
Dean quiso llorar, dolía en su pecho mucho más que las caídas, más que las inyecciones y vacunas, incluso más que las mordidas de su perro; dolía más que los piquetes de hormigas y que los mensajes dejados en visto de Laila.
—Ya lleguééééé —rio Zac.
En otras circunstancias, Dean se hubiera burlado de su hermano. Pero esta vez fue distinta, por respeto al gato, guardó luto.
—Ey, ¿qué tienes? —se acercó afable Zac.
—Nada —respondió con voz rota—. Es una pena que los gatos no tengan siete vidas.
—En mi opinión, con una es suficiente.
—No cuando carecen de un hogar y un amo, de comida y amor; se la pasan vagando, refugiándose en las esquinas de las casas, cubriéndose de la lluvia con viejos cartones —moqueó Dean—. De ahora en adelante quiero rescatar a todos los animales callejeros, merecen una familia humana.
Zachary asintió, comprendiendo el punto.
—Aún siento que escucho el maullido de ese pobre gatito —Dean sollozó cabizbajo—, su pelaje era suave, parecía un algodón de azúcar.
—¿Como ése de allá? —señaló Zac.
—Debí rescatarlo, no me lo perdonaré nunca…
—Ey, Dean —lo sacudió su hermano.
—Soy un monstruo, un ser oscuro y desgraciado. Sólo pensé en mí…
—Oye.
—Qué culpa tenía ese pequeño felino…
—Dean, escúchame.
—Murió en mi lugar, yo era el intruso y necesitado, no él. Sólo quería comida y amor, no era tan ambicioso como yo; él no buscaba internet, tan sólo quería un techo para dormir…
—Hermano del mal —gruñó Zac.
Dean se secó los ojos con las mangas de su chaqueta y los volvió a frotar cuando creyó que se trataba de una alucinación: el gato se estaba lamiendo la cola, como si nada hubiera pasado. No daba crédito de que el gato siguiera vivo, la bala le rozó, pero no le hizo daño, el minino se reincorporó, maulló y trepó hacia la casa de Dean.
—Guau —soltó una carcajada el joven—, o debería decir miau.
Zachary se estrelló la palma de la mano en la frente. El gato meneó la cola, presumiendo.
—Eres un gran gactor, ¿entiendes? Un gato actor, gactor.
A Zachary le agradó que Dean volviera a ser Dean, y no alguien lamentable.
—¿Has pensando en trabajar en Hollywood? —volvió a decir Dean, quien en su tiempo libre hablaba con los animales como si éstos le entendieran—. Mis respetos, querido animalito.
El gato ronroneó. Ahí había química.
•••
Dean se acercó al porche de los Carter. Se acomodó los lentes estrellados sobre la nariz y tocó tres veces seguidas el timbre, sólo por molestar. Ella abrió en menos de dos segundos, parecía que estaba tras la puerta esperando su orden de palomitas.
—Entrega inmediata —sonrió el joven ofreciendo las palomitas—. He cumplido.
La actitud de Nicole lo dijo todo: cruzó los brazos y se recargó en la puerta.
—Llegas tarde.
—Entonces es completamente gratis —animó Dean.
—Cincuenta minutos tarde.
Dean estaba a punto de objetar, pero Nicole siguió hablando.
—Mi madre no tarda en llegar, y ya no sabré el final de la película porque me pondrá a hacer limpieza. ¿A qué hora comería palomitas?
—Al anochecer, recostada en tu cama viendo películas de terror —Dean alzó su pulgar izquierdo.
—Olvídalo —sentenció Nicole—, ya no las quiero.
—Pero, pero… casi muero por…
—¿Y…? ¿Te hago fiesta?
Dean resopló algo malhumorado.
—Acéptalas, por favor —volvió a extender su mano.
Nicole las recibió con una mueca y Dean se dio media vuelta para marcharse.
—Espera… —ella observaba los lentes estrellados—. Ya lo pensé, y seguiré desconectándolo por las noches.
—¿Qué? —Dean se alteró y se quitó los anteojos, impresionado—. Eso no era parte del trato.
—Lo sé, pero al menos te estoy dejando usar mi internet.
—Uy, qué chiste —se quejó él—. Jamás hubiera venido a reclamarte.
—Quizás ése fue tu error, debiste haberte conformado.
—No puedo regresar al pasado, pero cuando Zac invente una máquina del tiempo, lo haré.
—¿Quién es Zac? —preguntó ella, tratando de entablar una conversación.
—Mi odioso hermano —respondió secamente.
—Me gustaría tener un hermano y decir con orgullo eso. Soy hija única.
—Lo sé —toda su vida la había estado observando, quizá no era parte de ella, pero podía verla de lejos siempre.
—¿Cómo es Zachary?
—Nicole, lo siento, no quiero hablar; estoy cansado, hoy tuve bastante adrenalina y me molesta tu actitud volátil.
—De acuerdo, nunca soy linda, pero ahora estoy tratando de serlo; me siento culpable de lo que te sucedió, y no puedo creer tu indiferencia sólo porque seguiré desconectándolo. Gasto más luz eléctrica si lo dejo conectado todo el tiempo…
—Olvidé que eras ecologista —se encogió de hombros—, discúlpame… Y si ya no necesitas algo más, me retiro, madame —e hizo una reverencia. Ya se sentía como un sirviente.
—No te vayas —añadió Nicole—. El viernes haré una pijamada y requeriré de varios paquetes de palomitas…
Dean se mortificó, una pijamada no sonaba bien, y mucho menos porque tenía que conseguir más palomitas: más problemas.
—Nicole, ¿qué te gustan más, los gatos o los perros?
—Los gatos —respondió sin dejar de fruncir el ceño debido a la extraña pregunta—. ¿Por qué?
—¿Sabías que cada que me pides palomitas, un gato muere? —preguntó Dean y se marchó al instante.
Ahora tenía sentido por qué no había funcionado lo de los perros y el wifi.
—¿Eso qué significa? —indagó confundida—. ¿Es un no?
Tablero de puntuación: Nicole [1] Dean [2].
6
Te cambio a Wifi por wifi
Se hallaba a punto de entrar a casa cuando el gato prodigioso de Hollywood apareció. Dean intentó ahuyentarlo, sin embargo el animalito peludo decidió quedarse a su lado, bostezó estirándose y ronroneando entre sus piernas. El joven se rindió y lo acarició por unos momentos, para luego levantarlo del cuello y llevarlo lejos de sus andares. En ese momento vibró su teléfono, había llegado un mensaje.
Nicole: Cuidado en cómo tratas a los gatos. 😊
Dean volteó a su alrededor y comprendió que su vecina lo espiaba desde la ventana. Escribió una respuesta.
Dean: ¿Por qué me estás observando? ¿Quién te dio mi número?
Nicole: No sé, me preocupó lo que dijiste de los gatos, tenía que verificarlo, y ya vi cómo los tratas. Te vi patearlo.
Dean guardó el teléfono sin contestar, él sería incapaz de maltratar a un animalito indefenso. El aparato volvió a vibrar.
Nicole: Laila me dio tu número. 😊
Dean: ¿Por qué haría eso Laila?
Nicole: No has justificado por qué tratas así a los gatitos.
Visto a las 3:47 p.m.
Nicole: Dean, esto es estúpido, ven a mi casa y hablemos.
Dean: Primero quiero saber por qué Laila te dio mi teléfono.
Nicole: Porque ella quiere que nos llevemos bien ahora que compartimos internet, y propuso que te envíe un mensaje cada que vaya a desconectarlo, así tú y ella podrán despedirse con tiempo y ponerse melosos.
Dean: Ésa es mi chica. 😢
Nicole: Okey, de nada.
Dean: ¿Gracias?
Nicole: Así está mejor. 😊
Dean: No me gustan los gatos, pero esta criaturita del Señor es increíble. Pero aun así prefiero los perros. ❤
Nicole: Oc.
Visto a las 3:50 p.m.
•••
Dean entró a su residencia y el gato lo siguió, ya no podía deshacerse de él. Sintió un poco de remordimiento por haberlo dejado a la deriva, y como recompensa le dio un sobre de comida que había comprado para su perro. Su mascota verdadera al enterarse enfureció, se lanzó sobre Dean y correteó al gato por todo el jardín. Él tomó su teléfono y escribió.
Dean: Nicole. ¿Quieres un gato? 😊
Nicole: ¿Hablas de ese gato al que maltrataste?
Dean: Que no le hice nada, lo rescaté para ti. Quiero dártelo como ofrenda de paz.
Nicole: Menos mal, estaba por llamar a maltrato animal.
Dean: ¿Pero qué rayos? ¿Lo quieres sí o sí?
Nicole: ¿Sí o sí? ¿No hay alternativa?
Dean: No, si dices que no, lo mataré, jajaja.
Visto a las 4:30 p.m.
Dean: Era broma, de hecho, el gato es mío, tiene todas las vacunas, está esterilizado. Pero mi perro se lleva muy mal con él. Son como perros y gatos. ¿Entiendes? 😂
Nicole: Le envié un mensaje a mi mamá y dijo que sí. Tienes suerte.
Nicole: ¿Cómo se llama?
Dean: Wifi
Visto a las 4:32 p.m.
Dean: En serio, le puse Wifi.
Nicole: Tienes un serio problema, chico.
Nicole: Espero no sea en plan “Te cambio a
