El pequeño libro de las habilidades para la vida

Erin Zammett

Fragmento

El pequeño libro de las habilidades para la vida

   

Introducción

En los últimos 20 años mi labor como escritora en importantes revistas de estilo de vida ha consistido en obtener consejos de expertos acerca de todo tipo de temas, desde lograr que una reunión se desarrolle con fluidez, hasta cocinar la hamburguesa perfecta; desde solicitar un aumento de sueldo o un espacio, hasta pedirle a un vecino que retire sus luces navideñas porque ya es marzo. (Por cierto, todo esto viene en el libro, excepto el asunto de las luces navideñas, pero honestamente creo que en ese caso mejor deberías mudarte porque las relaciones con los vecinos son en verdad complicadas.) Me encanta hablar con gente que realmente conoce su campo de trabajo independientemente de cuál sea este (¿organización en la oficina?, ¡sí!, ¿mantenimiento del césped?, ¡claro!, ¿la técnica perfecta para secar el cabello?, ¡por supuesto!). Pero además, a diferencia de los expertos demasiado exigentes que no siempre tienen contacto real con quienes no tenemos un paño en la cocina o, digamos, un trapeador, yo sé transmitirles a los lectores la información para que puedan aplicarla en su propia vida (siempre puedo vincularme con el lector porque soy lectora). Sí, incluso en las historias sobre cómo decantar todos los productos de tu alacena en frascos de vidrio con hermosas etiquetas. Pero, honestamente, ¿haré algo así en el futuro? Lo dudo. ¿Me gustaría leer al respecto? ¡Claro que sí!

Bien, ¿entonces por qué me dispuse a escribir este libro tan peculiar? Porque lo necesito. Mi padre era controlador de tráfico aéreo y, por lo mismo, desde mucho antes de que se pusieran de moda el orden, las listas mentales y algo a lo que a él le gusta llamar “hacer las cosas bien desde la primera vez”, para él estos sistemas ya eran importantes. Cuando era niña mis hermanas y yo teníamos que ayudarle cada primavera a secar y doblar la cubierta de la piscina cuando la destapábamos para la temporada. Era una hazaña prolongada y metódica de 18 pasos y los inevitables simulacros de incendio (“¡Rápido! ¡Levántenla del césped! ¡Está quemando el $*@# pasto!”). Luego alguna de nosotras se quejaba en voz alta y preguntaba por qué no podíamos simplemente enrollar la cubierta y dejar las cosas por la paz, pero su respuesta era una mirada fulminante. Y cada otoño, cuando sacábamos la inmaculada cubierta sin moho del cobertizo, mi padre sonreía orgulloso y daba un discurso respecto a por qué no se debían hacer las cosas mal. Ese hombre es eficiente y organizado, de verdad hace casi todo excepcionalmente bien. No ha visto el interior de una torre de control desde los ochenta, pero continúa abordando todas las tareas como si el destino de un avión y sus pasajeros dependiera del resultado. Sobra decir que las cosas se pueden poner demasiado intensas cuando él se involucra, pero vaya, es la mejor persona a quien puedes llamar cuando necesitas ayuda para tomar una decisión. Como es mi caso, mmm… todos los días.

Me encantaría poder decir que aprendí todos sus métodos y que en mi juventud viví rodeada de sábanas con las esquinas pulcramente plegadas como en los hospitales, listas de pendientes con todas las tareas palomeadas, y sin perder nunca las llaves, pero no fue así. Yo heredé muy poco de la afinidad de mi padre con la precisión, y casi nada de la capacidad de mi madre para lavar la ropa como una profesional. Si me hiciera pasar por psicólogo por un instante, diría que se debió a que, cuando tienes un padre que siempre pone en duda la manera en que haces tareas en apariencia irrelevantes (“¿Así piensas cortar ese bagel?”, “¡No puedes empacar la ropa así en tu maleta!”, “¿En verdad piensas tomar la salida 42 en la carretera, Erin?”, “Esa luz roja dura un minuto cuarenta y cinco segundos, ¡cronometré el tiempo!”), digamos que renuncias, dejas de esforzarte por hacer las cosas “de la manera correcta”, y terminas conformándote con “Ay, ya, como sea. De todas formas lo voy a hacer, ¿no?”.

Por supuesto, ahora tengo 42 años, y a menudo estoy a la mitad de una tarea, como vaciando el lavavajillas, quitando las migajas de la encimera o discutiendo con mi esposo por dejar tantas migajas ahí, y me sorprendo a mí misma pensando: “Qué asco, ¡debe haber una mejor manera de hacer esto!”. ¡Y la hay!, ¡solo continúa leyendo! Como muchos de los lectores de este libro (y digamos que estoy hablando al tanteo), ansío que mi rutina cotidiana sea más eficiente y menos estresante. Es una necesidad que se ha vuelto más recurrente a medida que la vida se complica más. Es decir, hubo un tiempo en el que tomarme 45 minutos para pasear entre los anaqueles del supermercado como bebé borracho y comiendo papas fritas (sabor barbacoa asada de Lays, por supuesto), y luego darme cuenta de que olvidé dos de los siete artículos por los que fui a la tienda, me parecía una manera perfectamente razonable de emplear mi tiempo. Pero por un millón de razones ya no es así. Y de entre esas razones tal vez la más importante sea que ahora tengo tres hijos, y si uno no es eficiente cuando tiene hijos en casa, puede terminar enterrado en una montaña de ropa sucia más rápido de lo que dice: “Y si te cepillaste los dientes, ¡¿por qué el cepillo no está mojado?!”. O bueno, al menos eso es lo que me han contado.

El hecho es que existe un orden particular en que deberíamos hacer todo lo que planeamos para un día, que es una excelente práctica, y que produce los mejores resultados posibles con el menor esfuerzo. También hay trucos importantes y consejos para cuidar mejor de nuestro corazón y nuestra mente, trucos que yo ni siquiera sabía que eran habilidades de vida cuando estudiaba en la universidad y también creía que el suavizante de telas era detergente… bueno, ya, por fin lo confesé. A pesar de la existencia de estos atajos, muchas personas, y entre ellas yo, solo nos abrimos paso en la vida sin prestar atención a la manera en que pasamos de una tarea a la siguiente. Este libro, sin embargo, no te hará sentir mal respecto a la manera en que has estado haciendo las cosas, ni te dirá que todo lo que has hecho ha sido una equivocación absoluta porque seguramente no es así. Sin embargo, es muy posible que tampoco sea la manera más eficiente y eficaz de hacer las cosas.

Pero espera un momento, ¿acaso ahora no puede uno simplemente buscar en Google la mejor manera de hacer… cualquier cosa? Claro que sí, yo misma lo he hecho. Escribe en el buscador “cómo planchar una camisa” y obtendrás 1.2 millones de resultados. Y no, no estoy exagerando, acabo de hacerlo y eso fue lo que salió en la búsqueda. Es precisamente por esta razón que este libro es necesario. ¿Quién tiene tiempo para ver todos los contenidos de internet, que con mucha frecuencia se contradicen, y decidir en quién confiar? ¿Realmente necesitas ver un tutorial de siete minutos en YouTube para aprender a planchar? ¿Y qué tal si…? ¡Ay, mira!, ¡celebridades sin maquillaje! Y de repente ya estás inmerso en un agujero espacio-temporal repleto de comentarios en la cuenta de Instagram de Kim Kardashian. Mira, esto les sucede incluso a los más

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