Julio Verne - La isla misteriosa (edición actualizada, ilustrada y adaptada)

Julio Verne

Fragmento

Índice

Índice

PRIMERA PARTE. Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

SEGUNDA PARTE. Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

TERCERA PARTE. Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

PRIMERA PARTE. Capítulo 1

Capítulo 1

—¿SUBIMOS?

—No, al contrario, bajamos.

—Peor que eso, señor Ciro, caemos.

—Arrojemos lastre.

—Ya he tirado el último saco.

—¿Sube el globo?

—No.

—Oigo un ruido como de movimiento de olas.

—Tenemos el mar cerca de la barquilla.

—Tiremos todo lo que pese.

Estaban en algún lugar del Pacífico, hacia las cuatro de la tarde del 23 de marzo de 1865, en medio del gran huracán que causó inmensos estragos en América, Europa y Asia. Llevaban varios días de vuelo y no sabían dónde estaban.

El globo, liberado de municiones, armas y provisiones, había ascendido otra vez. Los cinco pasajeros no habían dudado en tirar hasta los objetos más útiles.

Al día siguiente, el viento se había calmado y el aire era limpio. Los pasajeros advirtieron que el globo descendía lentamente.

Arrojaron los últimos objetos que todavía tenían en la barquilla y los pocos víveres que habían conservado.

Estaban perdidos. Seguían bajando y debajo de ellos no había más que un inmenso mar. No tenían ningún control sobre el globo.

¡Era una situación terrible! El aerostato se deshinchaba cada vez más. Su descenso se aceleraba.

—¿Lo hemos tirado todo?

—No, quedan todavía 10.000 dólares en oro.

Un pesado saco fue arrojado al mar.

—¿Sube el globo?

—Un poco, pero no tardará en volver a bajar.

—¿Qué queda por arrojar todavía?

—Nada.

—Sí... la barquilla.

—Nos atamos a la red, y tiramos la barquilla.

Cortaron las cuerdas que la sostenían, pero después de haberse equilibrado un instante, el globo empezó de nuevo a descender. El gas se escapaba por un desgarro que era imposible reparar.

Un perro que acompañaba a los pasajeros ladró. Estaba tendido cerca de su amo entre las mallas de la red.

—Top ha visto algo —dijo uno de los pasajeros.

—¡Tierra, tierra!

El globo, arrastrado por el viento, se acercaba a tierra, aunque estaba todavía a unos cuarenta y cinco kilómetros. Necesitaban por lo menos una hora larga para llegar a ella y el globo no podía aguantar más tiempo. Se deslizaba rozando la superficie del mar.

Los pasajeros asidos a la red pronto sufrieron el golpeteo de las olas. La cubierta del globo se hinchó y el viento lo empujó como un buque que navega viento en popa. Cuando estaba a punto de llegar a la costa, recibió un formidable golpe de mar y, como si hubiera perdido peso, ascendió unos diez metros. Una corriente de aire le hizo seguir paralelo a la costa sin alcanzarla, pero al fin cayó en la arena de la orilla, fuera del alcance de las olas.

Cuatro pasajeros, ayudándose unos a otros, lograron desprenderse de la red. El globo, libre de aquel peso, fue arrastrado por el viento y lo perdieron de vista.

Quienes no llegaron a la playa eran Ciro Smith y su perro, que se había lanzado en su auxilio cuando aquel cayó al mar a causa del golpe de las olas. Su caída había permitido al aparato subir por última vez y, por tanto, que sus compañeros pudieran llegar a aquella playa.

—Quizá tratará de alcanzar tierra a nado —dijo uno de ellos—. ¡Vamos a salvarlo!

Capítulo 2

Capítulo 2

Los pasajeros del globo eran prisioneros de

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