1
Cómo encontraron el bosque mágico
HabÃa una vez tres niños llamados Joe, Beth y Frannie. Siempre habÃan vivido en la ciudad, pero ahora su padre habÃa encontrado un trabajo en el campo, asà que toda la familia iba a mudarse en cuanto le fuera posible.
—¡Qué divertido será vivir juntos en el campo! —exclamó Joe—. ¡Lo aprenderé todo acerca de los animales y las aves!
—Y yo podré recoger unas cuantas flores cuando quiera —añadió Beth.
—Y yo tendré mi propio huerto —dijo Frannie.
Cuando llegó el dÃa de la mudanza, los tres niños estaban emocionados. Una pequeña furgoneta se detuvo ante la puerta de su casa y dos hombres ayudaron a sus padres a apilarlo todo dentro. Una vez llena, la furgoneta se alejó y los niños se pusieron cada uno su abrigo y su gorro a toda prisa para ir todos juntos a la estación a coger el tren.
—¡Ya nos vamos! —gritó Joe.
—¡Al campo, al campo! —coreó Beth.
—¡Puede que allà incluso veamos hadas! —aventuró Frannie.
El tren silbó y salió de la estación con gran estrépito. Los niños pegaron las narices a la ventanilla y vieron las casas y las chimeneas sucias pasar a toda velocidad ante ellos. ¡Cómo odiaban la ciudad! ¡Qué maravilloso serÃa respirar aire limpio, con flores creciendo por todas partes y pájaros cantando en los setos!
—Tal vez vivamos alguna aventura en el campo —dijo Joe—. Habrá arroyos y laderas, prados enormes y bosques oscuros. ¡Vaya, será magnÃfico!
—No viviréis más aventuras en el campo de las que vivirÃais en la ciudad —les advirtió su padre—. Me atrevo a decir que todo os resultará muy aburrido.
Pero se equivocaba por completo. ¡Madre mÃa, la de cosas que les iban a suceder a los tres niños!
Al fin llegaron a la diminuta estación donde tenÃan que bajarse. Un mozo de estación con cara de sueño colocó las dos maletas de la familia sobre un carrito y les dijo que ya se las llevarÃa más tarde. Asà que todos iniciaron la marcha por el serpenteante sendero campestre charlando animadamente.
—Me pregunto si tendremos un pequeño huerto —dijo Frannie.
Pero antes de llegar a su nueva casa, los niños estaban agotados y no eran capaces de intercambiar una sola palabra más. Su casa estaba a ocho kilómetros de la estación, y como no podÃan permitirse otra cosa que no fuera ir caminando, la verdad es que les resultó un trayecto muy largo. No habÃa ningún autobús que los llevara, asà que los exhaustos hermanos continuaron arrastrando los pies mientras soñaban con un vaso de leche caliente y una cama cómoda.
Por fin llegaron y... ¡menos mal!, la caminata habÃa merecido la pena, porque la casa era encantadora. Las rosas colgaban de las paredes —rojas, blancas y rosas— y toda la puerta principal estaba rodeada de madreselva. ¡Era preciosa!
La furgoneta estaba en la puerta, y los dos hombres estaban trasladando todos los muebles al interior de la casa de campo. El padre los ayudó, mientras que la madre fue a encender el fogón de la cocina para prepararles a todos una bebida caliente.
Estaban tan cansados que no pudieron hacer más que beber leche caliente, comer un poco de pan tostado y desplomarse sobre sus camas. Joe miró por la ventana, pero tenÃa demasiado sueño para ver con claridad. Al cabo de un minuto, las dos niñas estaban dormidas en su pequeña habitación, y Joe también, en su aún más minúsculo dormitorio.
¡Qué divertido fue despertarse por la mañana y ver el sol entrando a raudales por unas ventanas nuevas! Joe, Beth y Frannie no tardaron mucho en vestirse. Y enseguida salieron al pequeño jardÃn para correr entre la hierba crecida y oler las rosas que brotaban por todas partes.
Su madre les habÃa preparado huevos, y los niños se tomaron el desayuno con apetito.
—¡Es estupendo estar en el campo! —dijo Joe mientras miraba por la ventana hacia las colinas lejanas.
—Podemos plantar hortalizas en el huerto —propuso Beth.
—Habrá caminos maravillosos para pasear por los alrededores —supuso Frannie.
Aquel dÃa, todo el mundo ayudó a limpiar y ordenar. El padre empezaba a trabajar al dÃa siguiente. La madre esperaba poder hacerle la colada a unos cuantos vecinos de la zona; asà ganarÃa suficiente dinero para comprar unas gallinas. ¡Aquello serÃa fantástico!
—Yo recogeré los huevos todas las mañanas y todas las noches —se ofreció Frannie alegremente.
—Salgamos a ver cómo es el campo de los alrededores —sugirió Joe—. Mamá, ¿puedes prescindir de nosotros durante una hora?
—SÃ, salid a correr —contestó ella.
Y eso hicieron los tres niños, que franquearon la pequeña verja blanca de la entrada y salieron al camino.
Exploraron todos los alrededores. Cruzaron corriendo un prado cuyos tréboles estaban llenos de abejas. Chapotearon en un pequeño arroyo marrón que se alejaba canturreando bajo los sauces y la luz del sol.
Y entonces, de repente, llegaron al bosque. No estaba lejos de la parte trasera de su casa. ParecÃa un bosque bastante normal, excepto porque los árboles eran de un verde más oscuro de lo habitual. Una zanja estrecha separaba el bosque del camino lleno de malas hierbas.
—¡Un bosque! —exclamó Beth encantada—. ¡Podremos venir aquà de pÃcnic!
—Es un bosque un tanto misterioso —comentó Joe pensativo—. ¿No crees, Beth?
—Bueno, los árboles son bastante frondosos, pero me parece que son similares a cualquier otro —contestó Beth.
—Eso no es del todo cierto —dijo Frannie—. El ruido que hacen las hojas es diferente. ¡Escuchad!
Prestaron atención... y Frannie tenÃa razón. Las hojas de los árboles del bosque no susurraban de la misma manera que las del resto de los árboles cercanos.
—Es como si estuvieran hablando entre ellos —apuntó Beth—. Cuchicheándose secretos... secretos de verdad que nosotros, simplemente, no somos capaces de entender.
—¡Creo que es un bosque mágico! —exclamó Frannie de pronto.
Nadie dijo nada más. Se quedaron quietos aguzando el oÃdo.«Bis-bis-bis-bis-bis», decÃan los árboles del bosque, y se inclinaban los unos hacia los otros de un modo amistoso.
—Es posible que ahà dentro haya seres fantásticos —dijo Beth—. ¿Saltamos la zanja y entramos?
—No —respondió Joe—. PodrÃamos perdernos. Será mejor que primero nos familiaricemos con la zona antes de internarnos en bosques como este.
—¡Joe! ¡Beth! ¡Frannie! —les llegÃ