Karma, ¿por qué me odias?

Daniel De la Peña

Fragmento

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Cotilleos

Seguramente os estaréis preguntando qué hacía yo encerrada en el retrete del baño de mujeres de una de las editoriales más destacadas del país. No es que me enclaustrara allí por gusto, aunque casi hice voto de silencio para que no me descubrieran.

La respuesta era muy sencilla; me habían citado para reunirme con mi editora, la correctora ortotipográfica y la diseñadora de la portada de mi ¡primera novela! Sí, iba a publicar mi primer libro de la mano de una gran editorial. No podía estar más contenta, llevaba más de dos meses trabajando con ellos y estaba todo casi listo. La reunión consistía en corregir algunos fallos de ortografía, de expresión y elegir la portada adecuada. ¡Había disfrutado tanto del proceso que me daba pena que llegara a su fin! Aunque después tocaba lo mejor: comunicarlo a mis pocos seguidores de Instagram, recibir el libro en casa y comenzar un romance con él, tocarlo, olerlo, acariciar sus páginas. ¡Cien por cien excitante! Bueno, ¡qué me voy por los cerros de Úbeda!... Había llegado con unos minutos de adelanto y, siempre que estoy nerviosa, me entran ganas de orinar, no puedo evitarlo. Así que busqué un baño para aliviarme. Cuando entré no había nadie, abrí la puerta de uno de los retretes, la cerré con cuidado y me senté sobre la taza. A los pocos segundos de terminar, sin haberme subido las bragas, escuché que se abría la puerta del baño y el sonido de unos tacones accediendo. Pude distinguir dos voces femeninas. Claro, Alba. ¡Estabas en el baño de mujeres!, ¡qué aguda eres! Yo quedé muda y apenas pude moverme, no sabía muy bien el porqué de mi comportamiento. Cualquier persona normal y corriente hubiese terminado de hacer sus cosas, subido su ropa íntima, el pantalón y hubiese salido del retrete para lavarse las manos. No, yo no. Ya te darás cuenta de que intento ser normal, pero pocas veces lo consigo a mis treinta años.

Las dos mujeres hablaban con rapidez, casi susurrando, pero podía entender algunas de las frases que decían. Apoyé mi oreja en la puerta del retrete para escuchar mejor. Menuda escena, menos mal que nadie podía verme. ¡Lo que hace una por marujear!

«Espero que no nos monte un numerito», dijo una de ellas. «Si lo monta que lo monte, tiene que respetar las decisiones de los demás», respondió la otra con aires de grandeza.

¡Madre mía! ¡Qué culebrón! La cosa se ponía interesante y cada vez hablaban más bajo. Me apoyé aún más en la puerta.

—Lidia, a mí no me sentaría bien...

—Bueno, nena. Eso ya no es cosa nuestra. ¿A qué hora llega?

—Nos han puesto la reunión con Alba dentro de diez minutos.

Me aparté de la puerta y tragué saliva. Alba era yo y la reunión dentro de diez minutos la tenían conmigo. Sentí un micromareo y me apoyé en una de las paredes del habitáculo. ¿Qué pasaba? ¿Por qué iba a montar un numerito? ¿Iban a retrasar el lanzamiento de la novela? ¿Quizás pretendían cambiar mi estilo? Comenzaba a dolerme el trasero porque ya llevaba un buen rato sentada en la taza. Tenía que saber más. Entonces una duda me asaltó: ¿y si no querían mi libro? Intenté calmarme y pensé que eso era casi imposible, ya había firmado el contrato. Seguramente sería alguna corrección o un cambio de estilo en la portada.

Solo había una forma de salir de dudas, pegar el oído a la puerta. Estaban lavándose las manos, podía escuchar el agua salir del grifo y bailar con los dedos.

—Nena, vamos preparando todo.

—Lidia, te veo muy tranquila. ¿Tú sabes por qué hemos citado a Alba?

Mis latidos se aceleraron. ¿Por qué? ¡¿Por qué?!

—Por el capítulo que hay que suprimir, ¿no? Tampoco veo tanto drama.

—No, por eso no.

—Ah, ¿no? Nena, cuéntame.

—La hemos citado porque el director...

¡¡¡¡¡¡¡ZUUUUUUUUUUUUUUUUM!!!!!!!

En ese momento, la calificada como «Nena» encendió el secador de manos y no pude escuchar nada más. A los pocos segundos, oí que sus taconeos se dirigían hacia la puerta y ambas salían del baño. Para rematar, la tal Lidia soltó como frase de despedida «¡Joder, menudo show!».

No sabía qué hacer. Terminé de vestirme y suspiré. Tenía ganas de salir corriendo. Quizás podía llamar a mi editora, decirle que me encontraba mal y que no podía asistir a la reunión. Aunque había muchas posibilidades de que me la encontrara por alguno de los pasillos al intentar huir. Intenté calmarme, recordé un artículo que había leído en internet sobre cómo mantener la calma haciendo respiraciones profundas. Lo intenté y os aseguro una cosa, un baño público no es el lugar idóneo para hacer respiraciones profundas.

Decidí no dar importancia a lo que había escuchado e ir a la reunión tal y como estaba acordado.

Pero antes de contarte lo que pasó, me gustaría que regresáramos tres meses atrás para que sepáis cómo llegué hasta allí. Ya habrá tiempo para que te asombres con lo surrealista que fue todo.

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Buena suerte

3 meses antes...

—¿Diga? —respondí a la llamada con cierta cautela al comprobar que la recibía de un número desconocido.

—Buenos días, ¿Alba Conde? —preguntó una voz femenina.

—Buenos días... —respondí con tono de aburrimiento. Estaba harta de las llamadas de compañías de teléfono ofreciendo sus servicios—. Mira, no estoy interesada en ninguna de tus tarifas. Ni en la de gigas ilimitados ni en la de televisión por la red... Es más, me sé tan bien todas tus promociones que casi podrías contratarme para trabajar con vosotros.

—No te llamo de ninguna compañía de telecomunicaciones... —dijo la voz femenina entre risas.

—Ah, ¿no?

—No. Soy Miriam Moreno. Te llamo de Agua Ediciones. Hemos leído el manuscrito que nos enviaste y lo queremos incluir en nuestra colección.

¡Caray! De repente me inundó una sensación de felicidad y olvidé hasta mi metedura de pata. Una de las editoriales más importantes de España quería publicar mi libro... Eso había dicho, ¿no?

—¿De verdad?

—Claro. Nos ha gustado mucho la novela, su trama y los personajes.

—¡Qué maravilla, Miriam! Gracias, gracias, ¡muchas gracias!

—Gracias a ti por enviarnos tu propuesta. La hemos valorado y ha sido aceptada para que se publique este verano.

—¡Pero si no queda nada! No me lo puedo creer.

—Si te parece bien, voy a enviarte el contrato por email, lo lees y cuando lo firmes nos lo devuelves. Una vez que lleguemos a un acuerdo, una de las editoras se pondrá en contacto contigo para corregir el manuscrito e ir avanzando.

—¡Me parece perfecto! —exclamé con excesiva sinceridad.

—Es todo un gusto contar con tu talento en nuestra editorial. A lo largo de la mañana te llegará el contrato a tu correo. Si tienes cualquier duda, llámame y lo hablamos. Guárdate mi número.

—Claro, claro... Muchas gracias, Miriam.

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