Un amor a la medida

Vanessa Lorrenz

Fragmento

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Capítulo 1

¿Les ha pasado alguna vez que todo a su alrededor es perfecto, no hay ningún problema que los atormente, tienen un trabajo donde ganan una fortuna, un novio guapo a morir que las ama con locura, un estilista personal, los diseñadores se mueren por que utilicen sus vestidos en las fiestas…? ¡Vale! ¿Que su vida es digna de pasarla por los programas donde exhiben la de las famosas? ¿Les ha pasado? ¿No? Bueno, pues a mi amiga Holly tampoco. No es que se queje de su vida, tampoco podríamos considerarla un completo desastre… Bueno, eso tal vez sí, para qué lo vamos a negar. No tiene un novio guapo, no tiene dinero, trabaja en un canal de televisión como presentadora de un programa matutino que cada vez más a pique. Vaya, que no es una vida por la que se pelearían muchos.

«¡Ey, Mandy! Primero aclárame eso de que mi vida es patética y un desastre, porque es una completa mentira. Mi vida es perfecta. De hecho, tengo mejor vida que cualquier chica de Manhattan, algunas incluso me envidian.»

¿Es en serio, Holly? Sí, como lo piensan, esa vocecita que está entre comillas es nuestra protagonista, que es un poco metiche, ¿verdad, Holly? Retomando lo que nos interesa: hace unos días llorabas como una Magdalena porque no encontrabas un hombre como el de tus novelas románticas, esas que lees por internet.

«No lloraba por eso, es solo…, eso fue… ¡Ay, no me acuerdo por qué lloraba! Pero estoy segura que no fue así. ¡Estás mintiendo!»

Bueno, ¿me vas a dejar que comience a contar la historia o me vas a estar interrumpiendo a cada palabra que diga? ¡Estoy hasta el copete de las protagonistas metomentodo, parlanchinas; parece que fueran mi suegra!

«Vale, te dejo contar la historia, solo cuéntala como es, nada de estar imaginando cosas que nos son.»

¡Oh!… como la vez que terminaste en la cama con cinco hombres. ¡Ey, guapa, cómo lo hacías en esos tiempos! Los traías muertos, pillina.

«¡Y dale! En la vida he estado con cinco hombres en una cama. Deja de ver telenovelas o páginas candentes por internet.»

Es cierto, ¡oh, querida, qué pena! No recordaba que tu vida fuera tan patética. No, jamás serías tú la que tuviera esos hombres a tus pies; no sé, se me viene a la mente que tal vez fuera esa Keira del canal TV central, esa que sale en un programa televisivo impresionante; dicen que se pelean por ella. Sí, seguro que fue ella.

«¡Ay, por Dios! ¿Por qué me tuvo que tocar esta amiga a mí, no será posible que me la cambien? ¿Sabes qué? Si tanto te impresiona esa vieja, pues ve a narrarle a ella y déjame a mí en paz.»

Tranquila, tranquila, cariño, era una simple bromita; a ver, ¿quién la quiere? ¿Quién la quiere? ¡Eso es! A ver una sonrisita, ¡eso! ¡Muy bien! Así me gusta. Esa es mi chica, la que no se enoja con su narradora, que además es su mejor amiga, la más humilde, la más guapa y divertida del mundo.

«Eso lo dirás tú, si preguntamos seguro que no todos opinan lo mismo. Tienes tu autoestima muy alta. Pero no estamos aquí para discutir eso, sino para que cuentes lo fantástica y divertida que es mi vida.»

¡Ja! Querida, permíteme que me ría, tu vida para nada es fantástica y mucho menos divertida.

«¿La contarás o debo comenzar a buscar un narrador? Tú decides, ya muchos quisieran tu trabajo.»

Ya, pesada, ahora comienzo. Es que tú tienes la culpa al decir chistes sobre tu fantástica vida. Pero bueno, ¿dónde nos quedamos? Déjenme recordar… ¡Oh, sí, lo tengo! Como les decía, la vida de Holly no es precisamente la de una diva televisiva. Con su metro sesenta de estatura, su cabello rubio rizado a la altura de media espalda, tiene un cuerpo promedio y está muy conforme de sí misma. Es delgada, pero con las suficientes curvas para atraer a los hombres. El gran problema radica en que no encuentra al hombre correcto. Para colmo de males, tiene una hermana metiche a decir basta y una madre que solo la visita cuando se acuerda de que tiene una hija. Vive en un edificio de ocho departamentos, donde prácticamente se escuchan todos los sonidos del vecino de al lado y del de arriba, por lo hablar de que se escucha también al vecino de abajo. Para resumir: se escucha lo de todos los departamentos. Y cuando eso pasa, lo único en lo que Holly puede pensar es en cómo demonios tienen una vida sexual tan activa y ella no.

Una mañana llegó temprano a la televisora para preparar todo. Siempre le gustaba ser la primera en llegar, ya que la persona encargada del maquillaje era responsable de embellecer a todos los que salían al aire, y si se apuraba seguro pasaría primero. Llegó al pequeño camerino donde se encontraba su vestuario y, para su sorpresa, escuchó que la chica que las maquillaba y la de vestuario ya estaban ahí.

—Hola, chicas, hoy llegaron temprano —dijo saludándolas mientras bebía de su café favorito.

—Hola, Holly —dijeron las dos sonrientes; pero al observarlas bien vio que tenían la mirada preocupa.

—¿Qué sucede, chicas? ¿Por qué esas caras? —Ambas se comenzaron a empujar, alzando sus perfiladas cejas, una a la otra como si no se decidieran a hablar—. Vamos, chicas, saben que soy una tumba. ¿Qué sucede?

—Hemos oído ciertos rumores —dijo Karina, la maquillista, una chica de veinticinco años, con el cabello negro como la noche y unos preciosos ojos color miel—: según cuentan en los pasillos, se hará un recorte de personal; parece ser que van a despedir al productor y su lugar lo viene a ocupar el sobrino del dueño del canal.

Eso era algo que Holly no se esperaba…

«¡Claro que me lo esperaba! Solo que nunca pensé que el día de hacer recortes de personal fuera tan pronto. Tampoco creí que fueran a despedir a Richard.»

Bueno, deja de interrumpir, pesada, nunca acabaré si estás metiendo las narices.

«¡Ahsss, eres insufrible!»

Como decía: eso era algo que Holly se esperaba, pero lo que nunca se imaginó fue que despidieran a su jefe. Estaba convencida de que el programa Primera hora en Manhattan tenía el rating bajo porque sus trasmisiones eran demasiado aburridas, solo se dedicaban a dar las noticias que transcurrían por la tarde noche, y, muy de vez en cuando, cubrían alguna noticia local trasmitiendo en tiempo real. La competencia estaba muy fuerte y eran los grandes canales los que tenían la exclusiva de los eventos.

Los demás integrantes del programa comenzaron a llegar. En cuanto vio a Richard apretó los dientes de disgusto. Era un hombre que rondaba los cincuenta años, estaba un poco pasado de peso, tenía el cabello castaño oscuro y unos ojos chispeantes. Cuando lo conoció le pareció la persona más amable del mundo, era dinámico, tenía buenas propuestas para el programa, aunque claro, los directivos jamás le dieron carta blanca con sus iniciativas. Pero como ahora venía el sobrino del jefe seguramente cambiarían muchas cosas. Aún su llegada no era oficial ya sentía que lo odiaba.

Se prepararon en tiempo récord para salir al aire a las seis en punto. Ella, en compañía de Edward Garrinson, era la encargada de la retransmisión en directo junto con el presentador de los deportes y el presentador del informe vial, que trasmitía desde un helicóptero. Al principio, cuando llegó al canal, estaba enamorada secretamente de Edward. Era un ejemplar masculino digno de ver: cabell

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