Lascivia. Libro 1 (Pecados placenteros 1)

Eva Muñoz

Fragmento

cap-1

1
PHOENIX

Rachel

El sol de Arizona cala en mis poros mientras espero sentada en una de las tumbonas de la piscina de la casa de mis padres. «¡Maldita resaca!», me digo. Bebo el último sorbo de té helado y acto seguido levanto el periódico que descansa en mi regazo para leerlo. De inmediato llama mi atención un titular: «Médicos y científicos en alerta a causa de la nueva droga que ronda en el mundo criminal».

Se supone que no debo estar pendiente de este tipo de asuntos en mi momento de reposo (es mi último día de vacaciones). Continúo con la lectura hasta que una gran salpicadura de agua moja el periódico: es mi hermana, que se acaba de zambullir de un salto en la piscina.

—¡Rachel, ven aquí! —me grita chapoteando en el agua y su voz retumba en mi cabeza.

—¡Paso! Tengo que viajar dentro de unas horas —le respondo mientras me pongo de pie, dejando de lado los restos del periódico empapado.

—Quédate trabajando aquí. En Inglaterra no eres feliz sin mí.

—En la vida hay que hacer muchos sacrificios.

Echo a andar hacia la casa con los lentes de sol en la cabeza, tengo jaqueca porque bebí hasta el amanecer por el fin de mis vacaciones.

—¡Pensaba que no ibas a entrar nunca! —me espeta mi mamá en la cocina—. ¡Deja de dar vueltas y termina de empacar lo que falta, que si sigues así perderás el avión!

Está claro que nadie tiene consideración de mi miserable estado postborrachera. Mi otra hermana está estudiando en la mesa de la cocina. Intento tomar un vaso de agua, pero mamá me saca.

—Ve a por tu padre para que almorcemos todos —me ordena—. A lo mejor, el hecho de saber que debes irte los hace recapacitar y toman la sabia decisión de que trabajes en otra cosa que no tenga que ver con armas, bombas y criminales.

Sacudo la cabeza buscando la escalera: mi madre odia mi trabajo. Siendo muy niña ingresé en una academia militar y, desde ese día, no ha hecho más que renegar; sin embargo, para su desgracia, amo mi profesión y es algo que no pienso dejar: tengo activo el chip de la milicia gracias a la familia de mi padre.

Recorro el pasillo de la segunda planta paseando los dedos por el papel tapiz de la pared. El último día de vacaciones siempre es el peor. Echaré de menos a mi familia. No obstante, partir es necesario. Giro la perilla del despacho y el aire acondicionado me eriza la piel cuando entro echando un rápido vistazo al lugar, que no ha cambiado con los años. Observo el viejo sofá esquinero de color marrón a juego con la gran biblioteca que ocupa la mayor parte de la estancia, la lámpara traída de Marruecos, la pared principal donde cuelgan las medallas y diversos reconocimientos de la familia…

Las condecoraciones de los James son el motor que me mueve, que me llena de orgullo, sobre todo, cuando las cuento y veo asombrada cómo van cubriendo la pared. Hay un espacio vacío y doy por hecho que es para colgar mi medalla por ascender a teniente de la Élite Especial. Toda la familia, por parte de mi padre, pertenece a la milicia, a un ejército supremo llamado la FEMF, Fuerza Especial Militar del FBI. Las últimas siglas dejan claro lo que somos: una Fortaleza Bélica Independiente.

El hecho de que mi familia perteneciera a la mayor rama de la ley hizo que se me permitiera estudiar en la más exclusiva y secreta escuela militar, a la que entré con cuatro años de edad. Me gradué a los quince y con dieciséis me trasladaron al comando de preparación de cadetes en Londres. No puedo decir que ha sido fácil, pero me siento orgullosa de lo que soy y de lo que hago. A mis veintidós años soy una soldado políglota —hablo siete idiomas con fluidez—; he estudiado Criminología, y domino las artes del camuflaje y el espionaje; también soy experta en investigación y defensa personal avanzada. Todo esto, gracias al tiempo que llevo preparándome en el ejército.

Conozco todo tipo de armas, explosivos y sistemas inteligentes. Además, he manejado casos relacionados con el CDS, la Yakuza y la Camorra, entre muchos otros. He estado en misiones en Indonesia, Pekín, Bangkok y Berlín. He participado encubierta en operativos de la Infantería, Fuerza Aérea y Fuerza Naval. En suma, se me considera, por mérito propio, una de las mejores soldados de mi tropa, llamada Élite.

Desde temprana edad nos entrenan para enfrentarnos a todo tipo de peligro, es lo primero que nos enseñan y es algo que nos pulen año tras años queriendo que seamos los mejores en nuestra profesión. Somos la máxima rama de la ley, estamos por encima de todos los entes que aplican justicia. Nos preparan desde niños y nuestra especialidad es el camuflaje, ya que todas nuestras acciones deben mantenerse en el anonimato. Para esto la FEMF se vale de un ejército secreto multifuncional, que está en todos lados, y los civiles desconocen su existencia. Uno de los más grandes comandos de fuerza y preparación está en Londres. Llevo casi siete años viviendo allí. Es difícil para mí vivir tan lejos de mi familia, puesto que en esa ciudad solo tengo a Luisa y a Harry, que son mis mejores amigos. También está Bratt Lewis, mi novio desde hace cinco años.

—Hice un nuevo espacio para tu medalla —comenta mi padre, señalando el espacio vacío que ya había visto.

—Lo intuí, ahí quedará perfecta. —Le dedico una sonrisa. Sé lo importante que es para él que su hija mayor siga sus pasos.

—Me encanta que le guste, teniente —alardea.

—Gracias, general James.

Mi ascenso es un gran orgullo para él, me lo recalca siempre.

—No me extrañes —le digo envolviéndolo en mis brazos.

—Dé por fallida esa petición, teniente. —Corresponde el abrazo apretándome con fuerza.

—¡Muero de hambre! —exclaman en la primera planta.

En la mesa, miro la hora e intento fingir que no voy contra reloj mientras almuerzo con prisa. Somos una familia de cinco, bastante unida, que se mantiene en contacto todo el tiempo.

—Buen provecho para todos —me despido cuando acabo. Tengo que empacar.

Estando en la alcoba pongo lo que falta en mi maleta, empacando al estilo miliciano. No puedo perder el vuelo, ya que debo estar en Londres lo más pronto posible.

—Lejos de casa nuevamente… —comenta Sam, un poco cabizbaja—. Deberías hacerle caso a mamá y quedarte.

Quisiera que su falta de ánimo fuera por mi partida, pero ambas sabemos que no es por eso.

—Tienes que decirle a papá que no quieres estar en la FEMF —la animo.

—¡Baja la voz! —Se levanta a cerrar la puerta.

—¡Tienes que hacerlo! —le insisto—. No puedes seguir posponiendo la entrada al comando.

—No se lo va a tomar bien —se defiende—. La milicia lo es todo para él.

—Simplemente dile que quieres ser médico y no un soldado letal —le aconsejo mientras recojo lo poco que queda.

—Se enojará —responde con pesar.

La beso en la frente. Y sabiendo que mi padre nos ama por sobre todas las cosas y que jamás nos obligaría a ir en contra de nuestra voluntad, la aliento a que se sincere con él:

—Dile. Lo entenderá y verás que te estás estresando por nada.

—¡Ya casi es hora de partir! —mi madre nos interrumpe; ella sí apoya los ideales de Sam.

Mi madre, Luciana Mitchels, es una científica que trabajaba para la NASA, y mi padre, Rick James, es un ex general de la FEMF. De esa fusión salimos Sam, Emma y yo. Las hermanas James Mitchels; mujeres de cabello azabache y ojos color cielo. Bellezas hipnóticas para muchos, pero no para nuestra familia, que nos exige valernos de nuestro cerebro y no de nuestro atractivo. Yo hago uso de ambas herramientas, ya que mi trabajo me lo exige… No en vano el atractivo es un buen cuchillo cuando lo sabes manejar.

Opto por ponerme ropa ligera para el viaje, mientras mamá baja la maleta. Me despido de todos. Abrazo a Sam, que me espera junto a la puerta, antes de darle un beso a Emma, que se me cuelga encima.

—Échame en la maleta, nadie lo notará —suplica haciéndome reír e inmediatamente la lleno de besos antes de ponerla en el piso, adoro a Sam, pero a Emma la consiento más por ser mi hermana menor y siempre hemos sido más apegada una a la otra.

Con el equipaje les doy un último abrazo antes de abordar el auto.

—Dile a Harry que venga a visitarnos —pide Sam mientras la camioneta en la que me esperan mis padres se pone en marcha.

Llevarme al aeropuerto es una tradición, cosa que no desperdicia mi madre para echarme en cara los riesgos de mi carrera.

—Pide la baja ya —sugiere—. Rachel, eres hermosa, inteligente y capaz.

—Exacto, perfecta para la FEMF —contradice mi padre, iniciando la misma discusión de todos los años.

Me lleno de paciencia: mi padre es terco y mi madre, obstinada. Ninguno de los dos pierde nunca. La llegada al aeropuerto pone fin a la discusión, el Sky Harbor nos recibe con todo su tráfico y toda su magnificencia.

—Suerte, soldado —me desea mi padre mientras me abraza. Mi madre, a su vez, me recuerda que me echarán de menos.

—Los amo. —Les lanzo un beso antes de tomar mi camino.

El peso de dejarlos llega, por ello avanzo rápido para que no noten que me duele despedirme. Soy una soldado de renombre, sin embargo, tengo cierta debilidad por los miembros de mi familia, puesto que me crie en un sólido círculo lleno de cariño.

Hay problemas técnicos que retrasan el vuelo. Reviso mi móvil cuando estoy ya dentro del avión. Tengo varios mensajes de Bratt, solo él atenúa la tristeza que me invade al despedirme de Phoenix. Llevo cinco años de relación con mi novio, uno de los mejores capitanes de la Élite. Proviene de familia aristocrática y además es del tipo de hombre que te hace suspirar cada dos por tres. Recuesto la cabeza en el asiento y me viene a la memoria el día en que lo conocí. Era mi primer año en Londres y las reclutas no paraban de hablar de Bratt Lewis. No había tenido la oportunidad de conocerlo, hasta que cierto día nos encontrábamos en la cafetería del comando y Brenda, una de mis compañeras, estaba hablando de él y yo, curiosa, le pregunté quién era.

—Está detrás de ti.

Volteé con disimulo y quedé maravillada al verlo. Las reclutas no se equivocaban al decir que era guapo. Estaba sonriendo y tenía toda la apariencia de un fuckboy. En su rostro, enmarcado por su cabello castaño claro, casi rubio, destacaban un par de ojos esmeraldas. Súbitamente se fijó en mí y de inmediato esquivé su mirada. Notó que lo estaba mirando y me sentí tan ridícula que dejé de almorzar y terminé recogiendo mis cosas. La primera vez que me da por mirar fijamente a alguien y lo nota.

—Nos vemos. —Me levanté y me largué de la cafetería.

Apresuré el paso y me dirigí al edificio de mi clase de idiomas, pero el afán se me acabó cuando, de improviso, alguien se interpuso en mi camino. Di un paso atrás y pude ver que era nada más y nada menos que Bratt Lewis quien me estaba impidiendo el paso.

—¿Me estabas mirando? —preguntó metiéndose las manos en los bolsillos.

—¿Disculpa? —repuse como si no supiera de qué me hablaba.

—En la cafetería, me mirabas. Te vi. —Hablaba de forma coqueta y segura.

—No, no te miraba… Ni siquiera te conozco. —Intenté seguir, pero nuevamente me impidió avanzar.

—Me gusta que me mires —confesó sin rodeos—. Nunca unos ojos tan hermosos como los tuyos me habían mirado.

Puse los ojos en blanco, en señal de desdén, era obvio que se las estaba dando de galán.

—Tienes a media academia detrás de ti, ¿y dices que los únicos ojos hermosos que te han mirado son los míos?

—Dices no conocerme, pero sabes que media academia está detrás de mí —contestó tajante—. Creo que eres una pequeña mentirosa.

Me sentí idiota por no contener la lengua y evitar el ridículo.

—Te ayudo con los libros —propuso alargando la mano para tomarlos.

—Puedo sola. —Me abrí paso a la fuerza.

Desde ese momento fui su «objetivo militar». Diseñó diversas estrategias para acercarse a mí; se hizo amigo de mis amigos y comenzó a frecuentar los mismos sitios que yo. Pero yo no se la dejé tan fácil, me di la oportunidad de conocerlo y solo después de un tiempo terminé siendo su novia. ¿Lo amo? ¡Sí!, y mucho. En el fondo anhelo una familia sólida, como la mía. Allí, a bordo del avión a punto de despegar rumbo a Londres, el recuerdo de nuestro primer beso en medio de un concierto de Bon Jovi me hace sonreír. Respiro hondo queriendo acortar las horas que faltan para verlo.

cap-2

2
LONDRES

Rachel

El avión aterrizó a las diez de la mañana y me siento afortunada de encontrarme con los rayos del sol de marzo en el frío Londres. Recojo mi cabello y voy por mi maleta, moviéndome libre entre los turistas. Soy llamativa por naturaleza y suelo llevarme miradas constantes del sexo opuesto, por muy mal que me vea. Pero eso da igual cuando tienes la atención fija en un solo hombre, en mi caso, ese era Bratt Lewis.

En Inglaterra se respira elegancia. Y elegancia es precisamente lo que no tengo yo cuando veo a mi novio a lo lejos. Está tan perfecto como siempre, vestido con un jersey gris, sus ajustados vaqueros y sus impecables zapatos Aubercy; le está dando indicaciones a una pareja de ancianos que, al verme corriendo como una loca hacia él, se apartan. El corazón se me acelera y las manos me sudan a medida que me voy acercando, tropezando con todo lo que se pone en mi camino.

—¡Te eché de menos, hermosa! —Me abraza cuando me lanzo a sus brazos.

Sujeto su cuello buscando un beso de película. Este hombre me encanta. Sobre todo su porte de galán de serie y esa ternura que me atonta en el acto.

—No más viajes sola —advierte—. La próxima iré contigo o no viajas.

Sigo aferrada a él rozando mi nariz con la suya. No me molesta la idea de vacacionar juntos, mi madre lo adora, así que no será problema.

—¿Quieres comer algo aquí? —Me quita la maleta mientras toma mi mano.

—No, ya sabes que la comida de los restaurantes de los aeropuertos no está entre mi favorita.

Le explico por encima cómo está mi familia mientras caminamos al estacionamiento. Al llegar a su Mercedes me abre la puerta del copiloto como un caballero, enciendo el estéreo y Aerosmith se apodera del ambiente.

—«Come here, baby. You know you drive me up the wall the way you make good on all the nasty tricks you pull» —tarareo una de mis canciones favoritas—. Lo eché de menos, lord Lewis.

—Cariño, en verdad no quiero que vuelvas a irte sin mí. No tuve paz desde tu partida.

—Fue algo mutuo. —Me suelto el cinturón acercándome en busca de su boca y poniendo mis manos en su cuerpo—. También me moría por verte.

—¡Quieta, cariño! —Sonríe—. Es peligroso y alguien puede vernos.

—¡Qué importa si nos ven! —digo contra su cuello—. ¡Es más excitante!

Aparta la mano que milagrosamente llegó a su entrepierna.

—Me apetece estar sobre ti sin nada de ropa —le susurro al oído—, pero primero dormiremos hasta que llegue la tarde.

—Eso no será posible. —Apresa mi mano invasora, la sube hasta su boca y la besa. Lo conozco. Ya empezó a ponerse amargado.

—¿Por qué no? —le pregunto, algo decepcionada.

—Sabrina y Christopher se mudaron a la ciudad.

El simple hecho de mencionar a su hermana me hace querer regresar a mi lugar.

—Quiero presentarte a Christopher, así que reservé una mesa en Veeraswamy. Una cena de bienvenida es la mejor excusa para conocerlo.

—No iré —respondo a la defensiva mientras me abrocho de nuevo el cinturón.

Intenta acariciarme, pero no se lo permito. Llevo treinta días sin verlo, lo mínimo que espero es una noche solo para los dos.

—Sé que no te agrada Sabrina, pero haz un esfuerzo. Ya les dije que iba contigo.

Sabrina es su única hermana, pero nunca hemos tenido una buena relación. Cree que carezco de clase y que por eso no soy suficiente para pertenecer a su familia.

—No es justo para mí tener que soportar toda una noche a ese horrible ser. Ve tú, te esperaré en mi apartamento —le digo.

Se detiene en uno de los semáforos.

—No es solo por Sabrina, también quiero que conozcas a Christopher. Es mi mejor amigo y lo sabes.

¡Otro dolor de cabeza! A Christopher Morgan no lo conozco personalmente y, aun así, no me agrada, así como tampoco le agrada a mi madre.

En un ejército tan grande siempre hay rumores y el sujeto que porta el nombre de Christopher Morgan no es la excepción. Se dice que es arrogante, impulsivo, violento en el combate y en la doctrina militar en general. Un egocéntrico soberbio que se cree lo mejor del universo. Su fama empeoró cuando se casó. Para nadie es un secreto que le es infiel a Sabrina Lewis. Nunca lo he visto, pero puedo imaginarme lo mal que me caerá.

—Bratt, no quiero pasar la noche sola con Sabrina y con otra persona que no conozco —le confieso.

—Estás exagerando, no estarás «sola» con ellos, yo también estaré. ¿O se te ha olvidado? Únicamente quiero que me acompañes, la cena no se alargará mucho. —Acaricia mi cabello un instante. Acto seguido, enciende el motor y empieza a avanzar—. Además, tu padre y el de Christopher son buenos amigos, un motivo más para que te des la oportunidad de conocerlo.

—No me interesa conocer a un exrebelde rehabilitado.

—Lo estás juzgando sin conocerlo. No quiero alarmarte, pero es tu nuevo coronel al mando —aclara—. El comando está trabajando en un caso de suma importancia y él es nuestro superior ahora.

—¿Nuevo coronel? ¿Qué pasó con Sloan?

Me doy cuenta de que mis amigas colegas no me cuentan lo que tienen que contarme y termino enterándome de los asuntos que me interesan por otras vías.

—Lo trasladaron. Morgan dejó claro que se centrará en trabajar con la Élite y eso te incluye —me explica—. Míralo como un triunfo, es un coronel con mucho peso en la FEMF.

La Élite son los soldados destacados de cada comando.

—Ustedes tienen la misma edad —señalo—. ¡Se supone que se requiere de una ardua experiencia para llegar al cargo que tiene!

—¡Y tiene experiencia de sobra, cariño! Los cuatro años en Escocia no fueron en vano. Además, alcanzó con éxito cada uno de sus objetivos. Y también está el asunto de su padre, que es el ministro —aclara—. La FEMF ve a los Morgan como lo mejor, por ello lo quieren en este nuevo caso.

No me gusta trabajar con ególatras ni con gente que se siente más que los demás. Lo más cerca que he estado de ese sujeto fue en una carrera de autos donde estrelló el Bugatti de su padre, Alex Morgan, el máximo jerarca de la FEMF. No conozco a Christopher Morgan, ni siquiera sé cómo luce, solo sé que volvió mierda el auto de su papi y que es una persona despreciable.

Bratt me explica todo lo que ha pasado en mi ausencia y se detiene cuando llegamos al edificio donde vivo en Belgravia.

—Quiero que pases la noche conmigo. —Entrelaza nuestros dedos—. No te agrada Sabrina, pero es mi familia y debemos compartir tiempo con ella.

Me mira con suma ternura porque sabe que nunca me resisto a esa mirada.

—¡Bien! —suspiro.

—¡Esa es mi chica! —Se inclina para darme un beso—. Te prometo que pasaré el resto de la noche llenándote de besos.

—Más te vale —le advierto tomándolo del mentón.

—Te recogeré a las siete. —Me da un beso en la frente y me ayuda a bajar la maleta—. No subiré, debo terminar mis obligaciones en el comando para estar libre por la noche.

—Entiendo. —Me entrega mis maletas.

—Te amo —recalca.

—Y yo a ti. —Se va.

Entro al edificio, saludo al portero con un breve gesto, está hablando por teléfono. Entro al ascensor que me lleva a la cuarta planta y al llegar Miguel Bosé anega mis oídos, su música baña todo el pasillo. Al abrir la puerta de mi apartamento la música se intensifica. Como supuse, Lulú tiene el estéreo a todo volumen mientras sacude el polvo de los muebles.

—¡Vaya sorpresa! —grita.

—¡Bájale al estéreo o recibiremos otra queja de los vecinos!

Arroja el plumero y acata mi solicitud.

—Tenía que asear más temprano, pero estaba en una cita —confiesa con picardía—. El panadero me invitó a desayunar.

Abro los brazos para que me salude como se debe. Lulú trabaja con Luisa y conmigo desde que papá me compró este apartamento.

—Te preparé el desayuno. —Me lleva a la barra de la cocina—. Ya sé que no te gusta la comida de los aeropuertos.

Tiene un metro sesenta de estatura y mil kilos de alegría. Es una morena cargada de optimismo que nunca pasa desapercibida. Amo tenerla en mi día a día.

—¿Se te ofrece alguna otra cosa? La telenovela va a empezar y no quiero perderme ningún detalle del capítulo.

—Ve tranquila —le indico—. Dormiré un rato. Tengo una cita con Bratt esta noche.

—Supongo que ha de estar en cuarentena el pobre, ¡sin una migajita de sexo! —Se lleva las manos a la cintura—. ¿Es de los que se masturba? En un programa comentaron que hacerlo previene las infidelidades.

—Ah, no sé. —Río con sus ocurrencias—. ¡Si las previene, que se toque todo lo que quiera!

—¡Lo voy a imaginar mientras veo la novela! —Se va soltando una larga carcajada.

Cualquiera diría que es insolente y atrevida. Para mí no lo es, la antigüedad le otorga ciertos derechos en mi casa; uno de ellos es ver y escuchar lo que quiera, cuando quiera e ir y venir como mejor le convenga.

Termino de comer mientras reviso el móvil enterándome de las últimas noticias. Todo es más de lo mismo, así que me voy a la alcoba. Mi cama está llena de ejemplares de la revista Dama de honor. Hay una nota en el espejo.

Elige un vestido y deja de ser una pésima madrina de bodas.

Posdata: Bienvenida a casa.

Te quiere, LU

Me sería imposible olvidar que mi mejor amiga se casa dentro de unos meses con Simon Miller, capitán en el comando y uno de los mejores amigos de Bratt. Duermo todo el día aprovechando que lo puedo hacer ahora porque en el comando debo estar en pie a las cinco de la mañana, así que me fundo en las sábanas hasta que Lulú entra a recordarme la cita.

Tomo una ducha y escojo un vestido especial para el encuentro de esta noche. Me decanto por un vestido strapless (esto es, sin tirantes) negro ceñido. Me coloco la gargantilla de oro blanco con rubíes que me regaló Bratt cuando cumplimos cinco años de noviazgo, mientras Lulú me ayuda con el cabello y el maquillaje.

—La arpía de tu cuñada morirá de envidia cuando te vea —comenta cómplice Lulú haciéndome reír una vez más—. ¡Me encanta! Y ese vestido pondrá a Bratt bien cachondo —agrega mientras busca mi abrigo.

El negro hace sexy a cualquiera… y así me siento yo, supersexy, porque el vestido resalta mis curvas. Los tacones me suman centímetros y el labial carmesí me hace ver más que apetecible. Amo todo de mi cuerpo y le agradezco a mi madre la belleza heredada, una belleza misteriosa y exótica que ha sido seña de identidad de las Mitchels desde tiempos inmemoriales.

Sujeto mi cartera sintiéndome hermosa. En el comando a las mujeres nos vuelven especialistas en seducción; debes saber usar tu atractivo, al igual que debes saber usar un arma.

—¡Folla mucho, por favor! —me pide mi mexicana favorita al tiempo que me nalguea.

El sonido del timbre de la puerta me avisa de que Bratt ya llegó. Me despido de Lulú para ir al encuentro de mi novio.

cap-3

3
LA CENA

Parte 1: Christopher

Londres es demasiado frío, aburrido y tedioso para mi gusto. Le di tantas vueltas… y en últimas me vi obligado a aceptar este cargo. Viví mi infancia en este lugar, puse mil trabas para volver, pero ahora heme aquí, sentado y haciéndole frente a mi nuevo cargo de coronel, en la fuerza especial inglesa.

—Coronel Morgan… —saluda mi superior en la puerta.

Es el general Peñalver. Por muy superior mío que sea, no me levanto a saludarlo. Viene acompañado de una mujer cuyo aspecto no me gusta nada.

—Quiero presentarle a su secretaria, Laurens Caistar.

Me da jaqueca su pinta de funcionaria inservible. Suda exageradamente y tengo la sensación de que en cualquier momento se desmayará por hiperventilación; toma grandes bocanadas de aire como si fuera un pez fuera del agua.

—Mucho gus… —Se acerca y…

—¿Es lo mejor que hay? No quiero presentarme con ella en las reuniones —le reclamo al general.

—La señorita Laurens trabajó tres años con Sloan —explica Peñalver—. No es muy ágil, pero trabaja hasta tarde y conoce todo el funcionamiento administrativo del comando.

«¡Trabaja hasta tarde!», como si eso fuera una cualidad. El general nota mi mala cara e intenta arreglar la situación.

—Dele una oportunidad —me insiste.

—En el escritorio están las autorizaciones que debes enviar a otros comandos —le indico, de mala gana, a la inútil de la secretaria—. Quiero que estén sellados, empaquetados y en la oficina de correspondencia antes del mediodía.

Ella se queda mirándome como una idiota, el general tose con disimulo para hacerla reaccionar.

—¡Enseguida! —contesta ella aún atontada.

Con torpeza intenta correr y cae de bruces al piso cuando tropieza con la alfombra. ¡Menuda mierda me ha tocado!

—¡Estoy bien! —dice mientras recoge sus lentes. En definitiva, debo conseguir otra secretaria.

Recoge los documentos y se dispone a salir sin percatarse de que la puerta está cerrada. Peñalver corre a abrirle justo antes de que se estrelle contra ella.

—¡Téngale un poco de paciencia, coronel! Es cuestión de acostumbrarse.

—¡No voy a acostumbrarme a nada! Lo que no me sirve lo desecho.

—Lo dejo para que continúe con sus tareas. —Sale, cerrando tras de sí la puerta de mi nueva oficina.

Inmediatamente, abren la puerta de par en par.

—¡¿Crees que alquilar una habitación de hotel, con temática sexual, me haga ver como un depravado?! —Es el capitán Simon Miller, que entra con un volante en la mano.

—Siempre he pensado que lo eres —le respondo encogiéndome de hombros—. No creo que el hotel haga la diferencia.

—¡Ja, ja, ja! —Suelta una risa sarcástica—. Esto es serio, Christopher, quiero invitar a Luisa, pero me da miedo que se asuste.

—¿Por qué no estás trabajando? —le pregunto molesto—. Perder el tiempo no está permitido en mi mandato.

—Es mi tiempo de descanso, coronel —refuta—. Volviendo a la temática, quiero hacer uso de mi fantasía de adolescencia.

—Olvídalo. —Reviso mis informes—. No le agradará saber que siempre quisiste coger con Barney.

—¡No seas imbécil! Hablo de mi fantasía con roles de «alumno-profesora».

Saca unos lentes del bolsillo.

—Ya sabes… Pasar a la pizarra. —Se coloca las gafas—. Unos cuantos reglazos, sexo en el escritorio…

—No quiero detalles, gracias.

—¡Muy buenos días! —Entra Bratt con una alegría exagerada—. ¿Cómo están?

—Hoy es el día —anuncia Simon con sarcasmo—. ¡Se acabaron mis días de follar en la barra de la cocina!

—Gracias por el dato —responde Bratt con repugnancia y golpeándolo en la cabeza—. ¡Ahora tengo que decirle a Lulú que mande a remodelar la cocina! —se queja.

—¿Por qué no se largan a trabajar y dejan de joder aquí? —espeto.

Conozco a Bratt desde mi niñez, a Simon me lo topé en la adolescencia. Partí a otros rumbos y ellos se quedaron aquí sirviendo en el ejército inglés.

—Solo vengo a avisarte de que me iré y volveré después de las diez, solicité el permiso hace cuatro días —me informa Bratt—. ¡Rachel llega a las seis!

—Sí, como sea. —Quiero seguir con mi trabajo sin que me interrumpan con sus idioteces.

Bratt lleva dos días seguidos hablando de lo genial que es su supuesta novia; de hecho, cada vez que lo veo habla de lo mismo. No la conozco ni me interesa conocerla, pero ya me tiene harto con tanta cursilería.

—¿Irás a la cena? —le pregunta a Simon.

—¡No! —Se levanta—. Tu hermana no puso buena cara cuando me invitaste, así que hice planes con Luisa.

—Yo tampoco puedo —aprovecho la excusa de Simon—. Tengo trabajo y…

—Christopher, ¿acaso estoy siendo el feo de la disco del que todas las chicas huyen? —me reclama Bratt evidentemente molesto.

—No me interesa conocer a nadie. —Soy sincero—. La veré aquí y da lo mismo verla hoy o cuando sea que venga.

—No hables como si fuera una persona cualquiera.

—Es una persona cualquiera —replico mientras enciendo mi laptop.

—Mejor me voy. —Simon se encamina a la puerta—. Me arriesgaré y le diré a Luisa que guarde mi fantasía como un secreto de pareja.

—No es un secreto —puntualiza Bratt—. Ya lo sabemos nosotros.

—¡Será un secreto de cuatro! —Se va.

—¡Christopher —insiste Bratt—, es absurdo que quieras darme la espalda cuando más lo necesito! ¡Planeé esto hace semanas!

—Mejor déjala en su casa y vamos por unos tragos —sugiero—. Puedo presentarte mejores prospectos.

—¿Mejores prospectos? —Se ofende—. ¡Mi novia es un excelente prospecto!

Lo miro con incredulidad. Bratt es un hombre de gustos simples, desabridos. Le gustan las mujeres finas y carismáticas, mientras que a mí me gustan con malicia y que sepan moverse… en todos los sentidos.

—¡Te va a encantar! Rachel es amable, linda…

—Paso.

Nunca la he visto, los soldados no usamos mucho las redes sociales y cuando lo hacemos es para fines informativos importantes.

—¡Por favor! —suplica—. Estoy considerando lo que te comenté y necesito que empiecen a relacionarse.

Me cuesta creer que quiera casarse sabiendo la mala experiencia que he tenido con su hermana.

—Ya hablé con Sabrina. Ella prometió comportarse —insiste—. Juro por Dios que no volveré a pedirte nada.

—¡Okey! —Si digo que no estará jodiendo todo el día.

—¡Gracias, hermano! —Palmea mi hombro—. ¡Me darás la razón cuando notes lo maravillosa que es!

—¡Ajá! —Vuelvo a lo mío.

—¡Me voy ya! —Corre a la puerta—. Falta poco para que llegue.

Honestamente, me asquean sus pendejadas de pareja. Ocupo el día poniéndome al tanto de las últimas novedades, estoy aquí por un objetivo específico: desmantelar una organización delictiva con la que tengo asuntos pendientes hace años. Un conjunto de clanes mafiosos dueños del mundo criminal; de hecho, son una sociedad que maneja a los delincuentes más peligrosos del planeta. Soy parte de los Morgan, una de las familias más influyentes del ejército. En la milicia como nosotros, ninguno. Soy el único hijo del máximo jerarca de la ley, pero eso no quita mi vena delincuencial a la cual le saqué provecho años atrás, y todavía me sigue latiendo.

Tengo un pasado turbio, me reintegré a la FEMF por una sola cosa: poder absoluto en el sistema judicial. Soy un soldado de acero, destacado, afamado y temido. Los hechos hablan por mí, ya que arraso con lo que sea con tal de conseguir lo que quiero. La tarde se me va en cuatro videoconferencias. Mi secretaria es una inútil y tengo que estar llamándola a cada momento para que haga las cosas en el menor tiempo posible.

—Señor —me interrumpe a mitad de una llamada.

—¡Largo!

—¡Per-dón! —Sale y al instante vuelve a entrar—. El capitán… Lewis… está en línea y…

Recuerdo de inmediato la cena, el compromiso que había hecho con Bratt. Lo había olvidado por completo.

—¡Que te largues! —la echo, apresuro el asunto con el presidente. Sigue en el teléfono esperando por mí.

No me agrada la cita, sin embargo, le di mi palabra a Bratt, y no quiero quedar como un mentiroso. Termino con la charla y me voy a mi habitación, me cambio, pero para cuando quiero salir ya está lloviendo. Busco en el móvil la dirección del restaurante, llamo a Bratt para avisarle de que voy en camino, no me contesta y me veo obligado a enviarle un mensaje a Sabrina Lewis. La desbloqueo y vuelvo a bloquearla cuando el mensaje se envía. No la tolero.

Hay embotellamiento en la entrada de la ciudad, me voy convenciendo de que tenía razón al imaginar que sería una noche de mierda. Tardo una hora más de lo normal, la lluvia se incrementa a lo largo del camino.

—Bienvenido. —El valet parking me abre y noto que me mojaré de aquí hasta que llegue al establecimiento, pues la plazoleta es amplia y descubierta.

—Trátalo con cuidado —le advierto al empleado que recibe las llaves del DB11.

Veeraswamy es uno de esos restaurantes donde a la gente le encanta lucir sus mejores galas. Los Lewis adoran este tipo de sitios y a mí me dan igual.

—Bratt Lewis me espera —informo a la recepcionista.

Revisa el libro de reserva sonriéndome con coquetería. No todos los días ves a un hombre con mi porte, y no todos los días se tiene el privilegio de toparse con un Morgan.

—Mesa número doce. —Se sonroja ofreciéndose acompañarme.

—Puedo encontrarla solo.

Bajo los escalones, busco el número de las mesas, hasta que doy con la nuestra. A lo lejos veo a Sabrina y pierdo el apetito de inmediato. Está hablando con su hermano. Decido avanzar para no darle tantas vueltas al asunto. Nadie se percata de mi presencia hasta que me poso justo detrás de la mujer, que supongo que es la tan nombrada novia de Bratt.

—Lamento la demora.

Sabrina sonríe airosa y la mujer que está de espaldas levanta la cara en busca de una mejor vista.

¡Mierda! No sé de dónde viene la ola de calor que me recorre el cuerpo cuando me fijo en los ojos azules que me observan como si no fuera de este planeta. Se desencadena una punzada en mi polla cuando reparo en los labios carnosos que le adornan el rostro. Bratt se levanta a saludarme e ignoro la extraña sensación que recorre el centro de mi estómago. La mujer de cabello azabache no se mueve y el ambiente se espesa cuando mis ojos se niegan a dejar de observarla.

«¿Es esta la novia de Bratt?». Mis adentros suplican por un no.

—No importa —Bratt me abraza—, sabemos cómo se pone la ciudad con la lluvia.

Estoy un poco confundido y ni siquiera me molesto en odiar a Sabrina. Mi vista solo se concentra en la mujer que recibe la mano de mi amigo cuando este la invita a levantarse. Lo que tiene no es una mujer, es un espécimen sexy de curvas provocadoras y senos gloriosos. Siento como se me engorda el miembro de solo imaginar lo que podría hacer en sus exuberantes pechos. Mi mirada se centra en la suya y… «¡¿De dónde sacó esos ojos?!». Nunca había visto algo parecido.

—Rachel, cariño —continúa Bratt—, él es Christopher Morgan.

—El coronel Christopher Morgan —puntualiza Sabrina.

Se levanta y me toma del brazo. La ignoro, separándome para estrechar la mano de Rachel.

—Un placer —digo.

Placer visual y sexual.

—El placer es mío, coronel. —Baja la vista para intentar ocultar el rubor que le invade las mejillas.

Vuelvo a excitarme y tomo asiento para que no noten la reacción que me acaba de causar.

—Al fin logro que se conozcan —comenta Bratt.

Le doy un par de sorbos a mi copa de champaña. ¿Es una broma? ¿Cómo se le ocurre presentarme a semejante mujer? Debe de ser una broma. El capitán la besa y ahora entiendo por qué presumía tanto de ella; no es una novia, sino un estimulante sexual. La observo con disimulo, al mismo tiempo que mi vista devora sus pechos. ¡Qué delicia! Me veo prendido de ellos mientras hago trizas la tela del apretado vestido que tiene. También me mira y río para mis adentros llevándome la copa a los labios. ¡Quiere que me la tire! Trata de disimular, pero no le sale tan bien como a mí.

Sabrina habla y cenamos oyendo sus barrabasadas, asuntos y temas basura, que a nadie le interesan. Respiro hondo lidiando con la tensión sexual. La novia del capitán está tan jodidamente buena que, si no fuera por Bratt, ya la estaría embistiendo en el baño.

—¿Qué pasa, amor? Estás muy callada. —El capitán la toma de la mano y ella espabila, vuelve a prestar atención a nuestra charla. A saber dónde tenía la mente.

Lo sé: está callada porque me está follando con los ojos.

—Estoy un poco cansada —contesta.

—Llegó hoy de Phoenix y es un viaje largo —comenta Bratt.

—Mi suegro es muy amigo de tu padre —dice Sabrina mientras me acaricia el brazo. Hago un gesto para que note que me estorba.

—Ya lo sabía, Bratt me lo comentó —responde cortante.

Rick James, lo tengo presente, es el mejor amigo de mi padre y fue un general destacado cuando dirigió el comando de Londres.

Vuelvo a fijarme en los labios de su hija; «sexis», de seguro hace buenas mamadas.

—Si no les importa… —se disculpa—, iré al baño a retocar mi maquillaje.

—Estás perfecta, no tienes que retocar nada. —Sonríe su novio.

—No tardo.

Se levanta y empeora la cosa, ya que el vestido se le ciñe a los muslos. Todos la miran e inclino la copa para disimular y poder verle el culo cuando avanza.

—Es hermosa, ¿no? —pregunta Bratt.

Sabrina se pone expectante a la espera de lo que responderé.

—Normal.

—Es linda y lo sabes.

—Medio muda.

—Es que no se siente cómoda con la actitud airada de los dos —reprocha.

—No nos gustan las personas corrientes —dice su hermana, mientras aprieta mi mano.

—¿Cierto, amor?

Claro, lo que no me gusta es que sea la novia de Bratt. Mi mal genio empeora.

—Es una mujer maravillosa, como ella ninguna —continúa Bratt—. Mamá no la acepta.

—Yo tampoco la acepto, hermano.

—Eso no es impedimento para que yo deje de quererla.

Tomo otra bocanada de aire llenándome de paciencia, prefiero mirar al techo cuando Bratt empieza a discutir con Sabrina. No tolero a la rubia y en ocasiones como esta tengo que atiborrarme de licor para lograrlo. Me harta la antipatía que alguna vez encontré atractiva en ella. Cada vez que la veo siento ganas de comprarle un boleto a la Patagonia, a ella y a su madre, que es otro dolor de huevos. Mi amigo se harta de los malos comentarios de su hermana y por ello pide la cuenta al mesero.

—¡Basta! —pierde la paciencia cuando Sabrina continúa—. Entiendo que no te agrade, pero no te permito hablar mal de ella.

—¡Por favor! —protesta Sabrina—. Le dé el respeto que le dé, no dejará de estar por debajo de nosotros. Viene de Phoenix, un sitio que ni siquiera tiene alta alcurnia.

—Lástima, porque nada de eso me importa —repone Bratt—. Estoy enamorado y digas lo que digas no la voy a dejar.

Está diciendo lo que yo jamás diría ni estando ebrio. La discusión continúa y es la primera vez que veo a Bratt tan determinado. Nos levantamos cuando llega la cuenta e intento aclarar mis ideas hastiado del ambiente. No me molesto en esperar a Sabrina, a quien, por muy elegante que se vea, sigo detestando. Aparto el brazo para que no me toque, así que ella, por otro lado, se retoca el peinado para intentar disimular que es consciente del desprecio que me causa. Bratt me habla de lo buena soldado que es su novia y me la imagino, pero no como una soldado, sino cabalgándome. Eso me endereza, me enciende y me pone rabioso, no me gustan las distracciones.

Parte 2: Rachel

Se supone que en la milicia la puntualidad es ley, pero ya pasaron cuarenta minutos desde que llegamos y aún no hay señales del dichoso coronel. Sabrina no deja de presumir de la fortuna de su marido y eso me tiene con dolor de cabeza. El estómago me ruge por el hambre, encima mi cerebro empieza a asquearse de las tonterías que suelta la rubia. Rabia y hambre no son una buena combinación.

—Bratt, podríamos…

—Lamento la demora —dice una voz áspera, sensual y varonil. Enderezo la espalda y mis sentidos se ponen alerta, pues de pronto percibo un exquisito olor amaderado. Una oleada de calor me recorre la espalda, siento que algo me atropella, quedo perpleja e idiotizada con lo que mis ojos ven. De la nada, el pulso se me acelera, mi respiración se vuelve errática y me descoloco con las reacciones repentinas.

El hombre con el que vine se levanta a saludar al semental que acaba de llegar. Por educación debería hacer lo mismo, pero mi cuerpo no recibe órdenes de mi cerebro, está en blanco. Solo me quedo allí, sentada, mirando al que se supone que es el esposo de Sabrina. Si su voz me dejó en shock, verlo me dejó sin dar señales de inteligencia.

—No importa la tardanza —lo abraza Bratt—, sabemos cómo se pone la ciudad con la lluvia.

Es alto, guapo y candente; luce un traje negro sin corbata, con la chaqueta abierta sobre su ancho tórax.

Mi novio me toma la mano para que me levante. Me pongo de pie con las rodillas temblorosas y al tenerlo de frente recibo el verdadero impacto. El cabello negro, húmedo por la lluvia, cae sobre sus cejas. Mis ojos se centran en los suyos, son de color gris y adornados por espesas y largas pestañas, destila sensualidad masculina por todos lados y es incómodo no poder obviar eso.

—Rachel, cariño, él es Christopher Morgan.

—El coronel Christopher Morgan —corrige Sabrina con aires de grandeza. Lo toma del brazo como si se lo fueran a quitar.

—Un placer —responde de forma seria alargando la mano para saludarme.

El contacto libera un torrente de emociones que vuelan y revolotean por mi estómago. ¡Santa mierda! Las rodillas se me aflojan.

—El placer es mío, coronel. —Bajo la vista. Me intimida y no quiero que me vea las mejillas encendidas.

El camarero llega con una botella de champaña, también trae las cartas para ordenar. No soy capaz de leer el menú, porque mi cerebro sigue sin funcionar. Sabrina sugiere platos para todos y no le llevo la contraria. En este momento tiene más sentido común que yo. Hablan entre ellos, mis ojos quieren volver a mirarlo y hago todo lo posible por aguantar las ganas. «Sé fuerte, Rachel, es un ser humano, no viene de otro planeta», me digo para calmarme. En un momento de debilidad volteo hacia su dirección, está alzando su copa de champaña, un leve movimiento en su cuello muestra lo que parece ser un tatuaje. Sin poder evitarlo, la cena transcurre y a duras penas puedo comer lo que me sirven, ya que hay una tensión que surgió no sé de dónde.

—¿Qué pasa, amor? —El capitán toma mi mano—. Estás muy callada.

Me doy una cachetada mental e intento volver a la realidad.

—Estoy un poco cansada.

Me surgen las ganas de volver a mirarlo.

—Llegó hoy de Phoenix y es un viaje largo —comenta Bratt.

—Mi suegro es muy amigo de tu padre —dice Sabrina acariciando el brazo de su esposo.

—Ya lo sabía, Bratt me lo comentó —le respondo con sequedad.

Su marido me mira y el corazón se me quiere salir.

—Si no les importa… —me levanto—, iré al baño a retocar mi maquillaje.

—Estás perfecta, no tienes que retocar nada. —Sonríe Bratt.

—No tardo.

Tres pares de ojos me observan mientras me levanto, en este tipo de situaciones odio ser el foco de atención. Camino hacia el baño con miedo a caerme por culpa de mis tacones. No puedo creer que hoy tenga miedo de eso, cuando he corrido en azoteas de edificios de cuarenta pisos sin ningún problema. Sigo andando, tengo una horrible opresión en el pecho. ¿Asma? Dios, soy asmática desde niña, pero no es eso. Me planto en el espejo del baño queriendo obviar la humedad que empapa mis bragas. Sabía que compartir con esa gente era mala idea. Creo que estoy en una crisis y no sé qué diablos me pasa.

El baño se llena y salgo con la cartera bajo el brazo agradeciendo que la compañía ya esté en el lobby. Sabrina está dialogando con su hermano mientras que el coronel se mantiene de espaldas hablando por el móvil.

La hermana de Bratt no deja de lado el aire estirado que siempre la acompaña, luce un vestido ajustado color marfil entalla

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