Ninja Kid 8 - ¡Ninjas perrunos!

Anh Do

Fragmento

cap-2

dos

—¡Bonita pulsera, abuela! —dije.

—¿Cuándo has decidido dedicarte a la moda? —le preguntó Kenny.

—Esto no tiene nada que ver con la moda —respondió la abuela—. Es una pulsera canino-transformadora.

—En pocas palabras —dijo la abuela—: esta pulsera puede transformarte en perro.

—¡¿Qué?! —exclamé.

—¡Qué dices! —añadió Kenny.

—¿En qué tipo de perro? —quise saber.

—En cualquier raza en la que pienses cuando la pulsera te fulmine —respondió la abuela.

¡Kenny y yo la miramos sin dar crédito!

—Eres una inventora increíble, abuela —dije—, pero convertir a un humano en perro es imposible.

—Nada es imposible —me corrigió—. A ver, ¿cuál de vosotros dos se atreverá a ser mi conejillo de Indias?

Kenny me agarró la mano y la levantó.

—Gracias, Nelson —dijo la abuela.

—¡Eh! —me quejé.

Pero ya era demasiado tarde: la abuela se me había llevado fuera.

—Muy bien —me dijo—. Nelson, ahora necesito que te concentres en la raza de perro que quieres ser.

—¡¿Para siempre?! —pregunté.

—¡Por supuesto que no! —repuso—. Puedo volver a convertirte en humano cuando lo desees.

—Vale… —respondí, preso de los nervios.

El dedo índice de la abuela estaba suspendido sobre el reluciente botón plateado que había en el centro de la pulsera.

—¿Estás pensando en una raza de perro, Nelson? —me preguntó.

—¡Sí! —respondí con una voz aguda.

—¿Qué raza? —quiso saber Kenny.

—Que sea sorpresa —dijo la abuela—. ¿Listo?

—Su… supongo.

—¡Excelente! —exclamó la abuela.

Me sentía raro. Muy raro. Y no me ayudaba ver a Kenny revolcándose por la hierba, tronchándose de risa.

La abuela no se reía. Me observaba atentamente.

Miré hacia abajo. Tenía patas y barriga de terrier escocés, tal como había imaginado.

«Vaya, la transformación ha sido todo un éxito», pensé.

¡Hasta que la abuela me plantó un espejo delante!

—¡Eres mitad terrier, mitad bulldog! —dijo Kenny—. ¡Eres

—¿Qué ha ido mal? —le pregunté a la abuela.

¡Respiré aliviado al ver que todavía podía hablar!

—Aún hay que hacer algunos retoques —me respondió.

Mientras la abuela examinaba el brazalete, Kenny me tendió un palo enorme.

—¡Cógelo, Nelson! —gritó arrojándolo a la hierba.

—No pienso ir a buscarlo —le dije, pero, antes de darme cuenta, ¡ya tenía el palo en la boca!

—Probemos de nuevo, Nelson —insistió la abuela—. Esta vez piensa en una raza de perro diferente.

—¿No sería más seguro que volvieras a convertirme en humano? —pregunté.

—Todavía no —respondió—. Estamos a un paso de alcanzar la grandeza. Tres, dos, uno…

Esta vez aún me sentía más raro. Y Kenny se reía todavía con más ganas.

Bajé la mirada hacia mí mismo…

Tenía cuerpo y patas de bóxer, tal como había imaginado.

La abuela me miró con curiosidad y levantó el espejo de nuevo.

—¡Increíble! —se rio Kenny—. Esta vez eres un cruce de bóxer y caniche.

La abuela ajustaba y probaba el brazalete sin parar, pero los resultados no mejoraban.

Al final, la abuela logró que la pulsera funcionara a la perfección.

—¡Sabía que lo conseguiría! —exclamó.

—¡Estás muy guapo de collie! —bromeó Kenny.

—Gracias —dije—. Abuela, ¿puedo volver ya a ser el Nelson de siempre?

—Eso espero —respondió mientras ajustaba el brazalete de nuevo.

¡No me inspiraba mucha confianza, la verdad!

—No te muevas, Nelson.

Bajé la mirada.

Tenía manos humanas. Piernas humanas. Y todo lo demás también era humano. ¡Volvía a ser Nelson!

—¡Ha sido una pasada, abuela! —exclamó Kenny.

—Gracias por ofrecerte voluntario, Nelson —dijo la abuela—. Kenny, tú serás mi conejito de Indias para probar el nuevo brazalete para dinosaurios cuando lo tenga listo.

A mi primo casi se le salen los ojos de las órbitas.

—¡¿De verdad has inventado un brazalete para dinosaurios?!

—Bueno, está en mi lista de inventos pendientes —respondió la abuela.

Kenny y yo enseguida nos imaginamos qué pinta tendríamos de dinosaurios.

—Debo ir a la ferretería —dijo la abuela—. Prometedme que no vais a tocar el brazalete a no ser que se trate de una emergencia.

—Prometido —aseguré.

—Solo lo usaremos en caso de emergencia —dijo Kenny.

Sin embargo, cuando la abuela fue a devolver la pulsera a su taller, ¡Kenny me guiñó el ojo!

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