Supernormal 4 - Los últimos héroes

Greg James
Chris Smith

Fragmento

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Justo antes del principio

«No es difícil controlar la mente de la gente —pensaba Nicholas Knox—. Solo hay que despertarle algún miedo».

Alzó la mano y se sacudió unas motas de ceniza que tenía en el hombro de su carísimo traje oscuro. Sabía que el discurso que se disponía a dar se retransmitiría una y otra vez, y quería estar impecable. Las lentes de las cámaras de televisión que tenía delante, dispuestas en semicírculo, bostezaban como si de bocas abiertas y hambrientas se tratase. Por un momento, un juego de luces elevó la sombra de Knox por encima de los escombros de la central eléctrica en ruinas que se acumulaban a sus espaldas: su silueta se alzó imponente como un pájaro monstruoso dispuesto a alimentar a sus pequeños.

—Tengo algo que decir —anunció Knox con una voz aguda e intimidante. Las miradas de los periodistas se concentraban en su rostro afilado y su nariz puntiaguda—. Este país merece saber lo que ha ocurrido hoy aquí. Nos han engañado durante demasiado tiempo. He descubierto un secreto estremecedor.

El polvo asfixiante que la central eléctrica Titán Trece había levantado al derrumbarse se arremolinaba bajo los focos de las cadenas de televisión. Los escombros crujían bajo los zapatos lustrosos de Knox, que buscaban un punto de apoyo más seguro. El hombre sonreía para sí. Pero solo en su interior. A ojos de todo el que estaba viendo las noticias, su rostro parecía preocupado, incluso turbado.

—Me llamo Nicholas Knox —le dijo al país por primera vez—. Y desde hace meses investigo una organización secreta que opera con el conocimiento y el apoyo de las autoridades; una organización que amenaza el mismo tejido de nuestra sociedad; una organización que se hace llamar la Alianza de los Héroes.

Dijo esto último con un deje sarcástico.

Paseó la mirada por los objetivos de las cámaras, clavados en él como una retahíla de ojos cristalinos y fascinados. Su sonrisa interior se ensanchó, más burlona si cabe, pero su rostro expresaba la misma preocupación.

—El objetivo de esta organización es ocultar el hecho de que hay monstruos entre nosotros. —Y, levantando la voz, añadió—: Gente con habilidades peligrosas y extrañas. Sin embargo, en lugar de confinar a esas personas para investigarlas y tratarlas como es debido, esta alianza secreta les ha permitido moverse con toda libertad por nuestras calles. Y aquí tenéis el resultado.

Alargó la mano hacia atrás. Las cámaras enfocaron el panorama de cemento derrumbado y metales retorcidos y ennegrecidos. Era una imagen impresionante: un hombre trajeado con una expresión apenada en el rostro estaba plantado, solo, entre esos escombros humeantes. Esa foto aparecería en la portada de todos los periódicos a la mañana siguiente.

—Esta alianza —prosiguió Knox— no comparte nuestros valores de sinceridad, decencia y respeto por las normas. Por desgracia, hoy no he llegado a tiempo para impedir la tragedia que ha ocurrido aquí, en Titán Trece, pero os prometo solemnemente que no permitiré que estos maníacos actúen de nuevo. Solicito una reunión inmediata con los más altos funcionarios de nuestro Gobierno para presentar mi investigación y desafiarlos para que actúen cuanto antes. Les informaré en cuanto pueda, pero, de momento, tras los traumáticos acontecimientos de hoy, debo retirarme a descansar.

Dio media vuelta y se encaminó hacia la ambulancia que lo esperaba, mientras le espetaba un «¡Nada de preguntas!» a un periodista radiofónico que trataba de acercarle un micrófono a la cara. A sus espaldas, una de las pocas secciones de las gigantescas chimeneas de cemento de Titán Trece que aún seguía en pie se derrumbó con un estruendo ensordecedor y levantó una espesa nube de polvo en forma de champiñón.

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1

Monstruos y bichos raros

«Y después de derrotar a un villano..., ¿qué?».

Murph Cooper no dejaba de preguntárselo mientras brincaba por toda su habitación en busca de su segundo calcetín. El dormitorio que tenía en el último piso de la casa siempre estaba caldeado, y había abierto las puertas de madera que conducían a su desvencijado balconcito para dejar entrar la brisa refrescante de finales de octubre. Las telarañas heladas brillaron en el exterior, sacudidas por el aire frío que se había colado en la habitación cargado con todos los aromas del otoño: el de las hojas en descomposición, el de la expectación que despertaban los fuegos artificiales y uno lejano y tenue a Navidad perfumada de canela. Tal vez algunos de esos aromas fueran imaginarios, pero no por eso dejaban de ser reales.

Murph dejó de saltar cuando una risa burlona resonó en su dormitorio, llevada por la brisa; al asomarse fuera, vio un elegante pájaro blanco y negro que lo observaba desde un tejado cercano. Un cosquilleo desagradable le recorrió la espalda. A pesar de que la Urraca estaba entre rejas, impotente, Murph no podía sacudirse de encima la sensación de que, de algún modo, el hombre de negro todavía le seguía el rastro.

Por fin encontró el calcetín perdido, que lo contemplaba apesadumbrado desde su escondite de debajo de la cama, y se lo puso.

El recuerdo de la Urraca siguió empañando sus pensamientos mientras flopeaba escaleras abajo y entraba arrastrando los pies por la cocina. La Urraca. El enemigo más temido de la Alianza de los Héroes. Un hombre con el poder de arrebatar capacidades. Un hombre a quien Murph había derrotado hacía apenas una semana volviendo en su contra la máquina que el villano había construido. Sin embargo, Murph sabía que aquella historia no terminaba ahí. La mayoría de los megamalvados que la Urraca había sacado de la cárcel seguían en libertad —pero... ¿dónde?— y los héroes cansados se enfrentaban a un enemigo que tenía visos de ser sin duda el más peligroso de todos.

—Buenos días, Caraculo —gruñó su hermano Andy mientras leía con atención un periódico doblado que se apoyaba en su bol de cereales—. Hoy publican más noticias sobre ti. Aunque no sé si te van a gustar.

—No entiendo por qué tanta gente le presta atención a ese hombre horrible y repulsivo —añadió Katie, la madre de Murph, más centrada en la tostadora—. Salta a la vista que solo mira por sus intereses.

Murph se sentó a la mesa, incapaz de apartar la mirada de la fotografía en blanco y negro que lo observaba, al revés, desde el reverso del periódico de su hermano. Incluso invertida, la expresión petulante de Nicholas Knox resultaba inconfundible. La imagen del rostro enjuto y arrugado de la Urraca se desvaneció de su mente y dio paso a una nueva amenaza totalmente inesperada: el hombre de los zapatos brillantes que había aparecido de la nada para hacer público el secreto del mundo de los héroes.

En la imaginación de Murph, la cara paliducha y chupada de Knox le sonrió con aire burlón.

Knox no tenía capacidades..., ni tampoco armas de alta tecnología con las que atacarlo. Sin emb

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