El accidente que me llevó a ti

Olivia Ness

Fragmento

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Capítulo 1

Lo primero que se me pasó por la cabeza después de morir fue: «No he ido a visitar sus tumbas».

Lo segundo fue: «Menuda ironía la de esta familia, he muerto atropellada, igual que mi hermana».

Lo tercero: «¿De verdad era preciso morir llevando la colada?».

Lo cuarto: «¿De quién es esa voz?».

Déjame retroceder en el tiempo y contarte lo que sucedió antes de perder la noción del tiempo.

***

Bríd tenía treinta y dos años y trabajaba en una empresa de Londres como asesora contable. No era un trabajo que le entusiasmase, pero se le daba muy bien. Era la mejor economista de toda la empresa, pero tenía un jefe que la necesitaba y odiaba a partes iguales.

—¡Bríghid! —bramó su jefe irrumpiendo la paz que reinaba en el diminuto cubículo donde trabajaba.

Bríd levantó la vista del informe que tenía entre manos y prestó toda su atención a su enfurecido jefe.

—¿Qué sucede? —preguntó Bríd alarmada.

—¿Qué significa eso de que te vas a coger unos días de vacaciones? —gritó agitando unos papeles a pocos centímetros de su cara.

Bríd apartó su cara unos centímetros para evitar ser golpeada por el papel que, dedujo, era la solicitud que había presentado por escrito para cogerse cinco días de vacaciones la semana siguiente. Necesitaba viajar a su pueblo y poner en venta la casa de sus padres.

Bríd miró a su alrededor, todos sus compañeros estaban observándola.

—Significa que necesito algunos días libres para gestionar unos temas personales.

—En esta empresa no se consienten los temas personales —respondió airado su jefe.

—Es por eso que he pedido unos días libres —replicó Bríd.

—¿Y qué pasa con el informe de Smith and Son’s?

—¿Qué pasa con él? —preguntó Bríd.

—Necesitaba ese informe para esta mañana —exigió su jefe enfurecido.

Bríd suspiró.

—El informe está en la carpeta compartida del departamento desde ayer por la tarde.

Su jefe resopló. Estaba enrojecido por la ira.

—No puedes cogerte vacaciones ahora, hay mucho trabajo y cargarás a tus compañeros con un exceso de tareas mientras tú estás descansando. Además, no me has avisado con suficiente antelación.

Bríd comenzó a sentir como todo el cansancio acumulado a lo largo de los últimos años y el enfado comenzaban a abrirse paso en su interior.

—En realidad sí que puedo porque llevo tres años sin tener ni un solo día de vacaciones. Creo que eso es ilegal ¿no es así? Tan solo te he pedido cinco días de vacaciones en tres años, creo que no es mucho. Y sí te avisé con antelación, si te fijas, el documento tiene fecha de hace un par de semanas.

—No es un buen momento.

—Nunca lo es —repuso Bríd.

—Estoy convencido de que Richard estará encantado de poder solucionar todo lo que dejes a medias para irte de vacaciones —expuso su jefe con sarcasmo.

—Seguro que sí. Y, por cierto, yo no dejo mi trabajo a medias. Todo en lo que esté trabajando estará terminado antes del viernes que viene.

—Eso ya lo veremos —respondió su jefe dándose media vuelta y saliendo airado del despacho.

Bríd intentó recuperar el ritmo normal de su respiración en cuanto vio salir a su jefe por la puerta de la oficina. Apoyó los codos sobre las rodillas y se inclinó hacia delante cerrando los ojos. Odiaba los enfrentamientos e intentaba evitar situaciones como esa constantemente.

Sabía que, en cuanto leyese su petición, la ira de su jefe se desataría, y no se había equivocado, pero no podía hacer otra cosa. Necesitaba volver a su pueblo, vender la casa y cerrar esa etapa de su vida.

—Esto...

Bríd abrió los ojos sobresaltada y lo primero que vio fueron unos zapatos de tacón. Levantó la cabeza y vio a Pam, su compañera del cubículo contiguo al suyo.

—Hola, Pam —saludó irguiéndose en su silla—. ¿En qué puedo ayudarte?

—Bríd, solo venía a decirte que no conozco a nadie que trabaje más que tú. Desde que entré en esta empresa, hace dos años, no te he visto faltar ni un solo día al trabajo. ¡Hasta yo he tenido más vacaciones que tú! No le hagas caso, seguro que se le pasa.

—Gracias, Pam. En realidad, me da igual que se le pase, tengo derecho a cogerme esos días y creo que me va a venir bien.

—Claro que sí. Si quieres que te eche una mano para que puedas dejar todo cerrado antes de irte, cuenta con ello.

—Gracias, Pam, pero creo que me las podré apañar yo sola.

—Está bien —dijo Pam sonriente—. Pero cualquier cosa que necesites no dudes en decírmelo.

—Lo haré.

Pam era la única persona amable que había conocido desde que había entrado a trabajar en Walter’s and Co. No se podía decir que fuesen amigas, pero al menos habían intercambiado algún saludo y sonrisa en el día a día.

La realidad era que Bríd necesitaba su trabajo para vivir. No podía permitirse el lujo de irse vacaciones, además, ¿a dónde iba a ir?

Necesitaba dinero, los alquileres en Londres, donde ella había fijado su residencia desde que comenzó la universidad, no eran baratos. Siempre había soñado con la idea de tener un negocio propio y establecerse por su cuenta, pero lo cierto es que, aunque llevaba años ahorrando y viviendo sin ningún tipo de lujo ni capricho, no tenía suficiente dinero como para crear un negocio desde cero.

Desde luego tenía los clientes, bueno, en realidad su jefe los tenía ya que la empresa era suya, pero Bríd siempre había tenido la esperanza de que, si algún día decidía marcharse de la empresa y establecerse por su propia cuenta, algunos clientes se irían con ella.

Aunque en realidad eso ahora daba igual. Lo primero que tenía que hacer si de verdad quería conseguir algo de dinero para no tener que seguir aguantando a su jefe ni a ningún otro era vender la casa de sus padres, era la única oportunidad que tendría de poder conseguir algún día ser su propia jefa, por eso había pedido los días de vacaciones.

El resto del día sucedió sin más sobresaltos. Su jefe decidió comunicarse con ella a través de correos electrónicos, y Bríd celebró la decisión, así no tenía que lidiar con su mal humor. No se le pasó por alto el hecho de que su jefe había puesto en copia a su compañero Richard.

Cuando su reloj marcó las cinco de la tarde, Bríd apagó el ordenador, cogió su bolso, salió del despacho en dirección al metro y, casi una hora más tarde, llegó al apartamento compartido en el que vivía en el sur de Londres. Se sentía agotada, de manera que se quitó los zapatos de tacón al entrar en el apartamento, saludó a Megan, su compañera de piso, que estaba en el sofá viendo una película, y entró en su habitación. Decidió descansar veinte minutos tumbada en la cama antes de prepararse algo para cenar, pero cuando se despertó, sobresaltada por una pesadilla, eran las once de la noche y ya no tenía ni hambre, de manera que se puso el pijama y se volvió a meter en la cama con la esperanza de volver a caer en los brazos de Morfeo.

***

Por fin era viernes y no volvería al trabajo hasta casi una semana más tarde. La semana fue muy dura. Una reunión detrás de

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