Pasión extrema (Pasiones escondidas 4)

Perla Rot

Fragmento

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Capítulo 1

Nuria tiró la carpeta sobre la mesa y se dejó caer en uno de los sillones. Estaba agotada, no obstante, la operación había sido un éxito y el paciente se recuperaba sin complicaciones en la sala de terapia intensiva. Sabía que la noche iba a ser larga, no podía descuidarse pese a lo bien que había salido todo.

Soltó el aire retenido y cerró los ojos por un instante. Un minuto de calma, de paz. Un minuto que también la alejara de las responsabilidades que pesaban sobre sus hombros y que difícilmente se podía quitar. Si tan solo no fuera una Abal Medina… ¿Cuántas veces lo había soñado? ¿Cuántas más lo había intentado? En vano, cada una de ellas no habían sido sino una ilusión que se le escurría como arena entre los dedos. Desde pequeña sabía su destino, y no era que no lo hubiera deseado, porque amaba su profesión, sin embargo, por una vez en la vida, quería elegir ella, que el camino se le abriera por quien era como neurocirujana, y no por el apellido que ostentaba.

Se apretó las sienes e hizo pequeños círculos con los índices para intentar calmar el dolor de cabeza que comenzaba a aquejarla. Inspiró hondo y exhaló. Una vez. Dos. Tres. Las que necesitó hasta sentir que se relajaba un poco. Y lo logró en definitiva, pues no supo en qué momento se había quedado dormida, por lo que se sobresaltó cuando escuchó el ruido de la puerta al cerrarse con estruendo.

—¡Joder! —se quejó Carlotta, que se dejó caer al lado de Nuria—, no he parado un minuto en toda la noche.

Nuria la vio apoyar la cabeza en el respaldo y suspirar cansada, no obstante, se incorporó como si nada al segundo y la miró.

—Y tú, ¿qué tal? ¿Descansabas?

—Algo —respondió—, tuve una cirugía hace —miró el reloj colgado en una de las paredes y no pudo creer el tiempo que había transcurrido—… unas tres horas.

—Suertuda. Hoy me tocó guardia y no he podido descansar ni dos minutos, aunque creo que todo se ha calmado por el momento y…

No terminó de completar la frase que ya la estaban llamando por el altavoz.

—¡Joder! Lo dicho, hoy no es mi noche de suerte. Ahí nos vemos, Nu. —Le sonrió al tiempo que se ponía de pie para salir. Al pasar cerca de la mesa, se detuvo y la miró—. Oye, no te olvides de completar esos papeles —los señaló— o Jaime te echará los perros encima. Últimamente, entre el nuevo jefazo y él, no sé con cuál quedarme. Están insoportables con el papeleo.

—Lo tendré en cuenta —le dijo Nuria, tratando de ignorar el estremecimiento que la recorrió cuando oyó el nombre del jefe de Administración. Dando un suspiro, se levantó también, agarró la carpeta y salió, ya que debía ir a ver cómo seguía el paciente.

Unas horas más tarde, Nuria se dejaba caer sobre la cama en su habitación. Como pocas veces le había ocurrido, estaba agotada y muerta del cansancio, o tal vez era que desde hacía unas semanas no dejaba de darle vueltas en la cabeza el compromiso al cual quería aferrarse Gonzalo, su actual pareja, si es que podía llamarla así. Si estaba con él, la verdad, era más por no tener una nueva discusión con su padre, demasiadas habían pasado a lo largo de los años.

No podía quejarse de todos modos, Gonzalo era un «buen partido» y tenía que reconocer que, además, era un excelente amante. Pero no lo amaba. Tampoco era que buscara el amor o encontrar su media naranja, príncipe azul o como lo quisieran llamar. Nuria no se perdía en fantasías sin sentido. Tenía un claro ejemplo en su familia: Lautaro Trend Abal y Carmen Medina no habían sido un modelo a seguir como feliz matrimonio. Ella apenas había cumplido los ocho años cuando la separación de sus padres le cayó como un cubo de agua fría.

Nuria suponía que su madre no había soportado la desfachatez del hombre por no ser cauto, pues no era ningún secreto que más de una mujer había conocido las artes amatorias de su padre, quien se jactaba de ellas sin ningún pudor. Ser un reconocido médico y uno de los accionistas en el hospital Florence Nightingale, donde había ejercido hasta hacía un par de meses, también le había dado tales beneficios.

O quizás se debía a que nunca se habían amado y a que la unión de ambos solo había sido un mero compromiso más en la agenda de Lautaro Trend Abal tras enterarse de que la había dejado embarazada.

A decir verdad, por un tiempo, Nuria no entendió cómo era posible que fuera hija única o que no tuviera medios hermanos pululando por doquier con un padre tan activo sexualmente. Sabía, porque su madre le había recalcado muy bien el hecho, que todo método anticonceptivo bien podría fallar alguna vez. Pero, más allá de las precauciones, Nuria siempre había soñado, como toda niña esperanzada, que la familia se agrandara. Sin embargo, eso nunca sucedió, y su curiosidad la llevó a averiguar, muy poco tiempo después, la razón: su padre se había hecho una vasectomía unos meses después de enterarse del embarazo de Carmen.

Nuria no supo en ese entonces si odiarlo o reconocerle la «buena» acción, aunque tampoco tuvo tiempo para ello, pues pocos meses pasaron de la separación para que su madre contrajera nuevas nupcias.

Las discusiones con su padre venían de esa época, cuando ella no quería trasladarse junto a su madre y a Genaro, su pareja, de vuelta a Málaga, donde Nuria había nacido, gracias a la posibilidad de un excelente trabajo que a él le habían ofrecido. Para ella, una jovencita a punto de entrar en la adolescencia, era un cambio que no deseaba. Pero las súplicas no habían servido de nada, y Lautaro firmó todos y cada uno de los papeles para que se fuera con ellos. Aunque le había dolido esa indiferencia por su parte y el tener que alejarse de sus amigos, el cariño se vio compensado unos años más tarde, cuando su madre dio a luz a los mellizos Juan y Érika.

Para cuando finalizó los estudios secundarios, su destino estaba sellado: su padre había decidido por ella y ya tenía plaza para estudiar en la misma universidad donde lo había hecho él. Aunque Nuria sabía desde chica que las ciencias médicas estaban en su sangre y que esos serían los pasos que seguiría, no pudo evitar objetar nuevamente el cambio.

A partir de aquel momento, la vida de Nuria fue como una prolongación de la de su padre, que veía con gran orgullo los logros de su hija, la que, por su parte, detestó, y fue razón de varias discusiones, el verse arrastrada a cuanto evento los invitaran. Con el tiempo, aceptó su figura de «acompañante», pues, a su favor, le había permitido, muchas veces, codearse con aquellos médicos a los que admiraba y con quienes pudo entablar conversaciones muy acertadas que la ayudaron a ser quien era al día de la fecha.

Nuria no se quejaba, simplemente vivía y disfrutaba de las comodidades que tanto su padre como su profesión le daban, aunque muy en su interior sabía que había un vacío que ansiaba llenar algún día.

Suspiró y se levantó de la cama con la intención de darse un baño relajante que terminara de destensionarle los músculos y ver si así también dejaba de pensar y volvía a su habitual, tranquila y cómoda vida. No se preocupó por buscar ropa limpia, solo necesitaba meter el cuerpo en el agua caliente, quedarse allí por un buen rato y salir para ir directo bajo las sábanas.

Mientras se llenaba la bañera, a la qu

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