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Nerd. Libro 2 - Jaque mate

Axael Velasquez

Fragmento

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1

De amigos a novios

SINAÍ

—¿Quieres que te muestre algo? —preguntó mi novio dándome de nuevo un tierno beso en los labios mientras yo le sonreía tumbada en su cama.

Me resultaba raro llamarlo así, «mi novio», no lograba acostumbrarme. Era mi amigo. Soto. El que me apodó Monte. El chico al que le dije «buen provecho» el primer día de clases al verle fumar un cigarrillo delante de mí, el que soltó una broma sobre chuparle el pene a mi crush. El mismo al que una vez le pedí el favor de que me fotografiara casi desnuda.

Y a pesar de todo, de lo extraño y repentino que pudiera parecer, él me gustaba. Me encantaba ser su novia, el trato especial que me daba, la manera en que nuestras manos encajaban al agarrarse, la suavidad de sus labios al posarse sobre mi mejilla, la intensidad de sus ojos cuando me miraban con adoración.

Me gustaba tanto que me hacía sentir miserable. Miserable porque era consciente de todo el daño que podía hacerle al menor desliz.

Miserable porque sabía que cualquier persona me llamaría perra, puta y hasta maldita por no ser capaz de obligarme a sentir lo mismo, aunque lo intentara con todas mis fuerzas.

Y era precisamente la presión por no hacerle daño lo que me tenía ahí junto a él, dañándonos a ambos.

—Enséñame lo que quieras —le contesté de manera insinuante.

Podía hacer eso. Podía ser su amiga, besarlo, dejar que me tocara, hacerlo reír y corresponder a sus chistes. Tenía práctica, no era nada, no era una mentira.

Pero no iba a durar.

Él sacó algo de debajo de su cama. Era un libro encuadernado en cuero. Me lo tendió y me senté para sostenerlo. Al abrirlo y hojearlo, descubrí que en muchas páginas había pasajes tachados en negro.

—¿Una Biblia? —inquirí sin comprender.

—Me la sé entera. Siempre tacho los párrafos que me parecen misóginos, contradictorios, injustos, crueles o controversiales.

—¿Y por qué me la muestras? —pregunté tan interesada como fascinada ante aquella faceta que acababa de descubrirme.

—Porque eres mi novia y quiero empezar a desnudar mi alma ante ti antes de que me desnudes en otro sentido.

Apreté los labios conteniendo la risa.

—Vaya, pues diría que ya llegas tarde.

Le pasé una mano por la nuca y lo atraje hacia mí para besarlo. Lento, con todo el cariño y la gratitud que sentía hacia él.

—Me encantan tus tatuajes —confesé contra sus labios. Él llevaba una camiseta negra que me permitía jugar con los relieves del escorpión que tenía tatuado en el antebrazo.

Era un verdadero alivio que ya pudiera decirle ese tipo de cosas, que no tuviera que callarme todo lo que me hipnotizaba de su físico. Como su cabello siempre despeinado, tan similar a las alas de un cuervo.

Él me correspondió con otro cumplido, uno extraño que no esperaba pero bonito.

—Y a mí me gusta cómo te quedan los bráquets.

—¿En serio? Pensé que los odiabas.

—¿Porque casi me dejas sin boca con ellos? No te diré que no.

Se encogió de hombros y por la sonrisita que se formó en sus labios ya pude adivinar qué tipo de comentario seguía a eso.

—Pero no puedo guardarles rencor, porque son los mismos con los que me sonreías cuando tenías mi...

—Entendido el mensaje, muchas gracias.

—Tú preguntaste.

—De hecho, no. Cambiando de tema..., ¿sabes que eres mi primer novio?

—No solo soy el primero en eso.

Le propiné una cachetada suave. No sé cómo logré contenerme para no dársela como quería.

A pesar de su broma y de que se reía a más no poder, no había dicho nada que no fuera cierto. El muy desgraciado hasta había sido el primer chico al que había besado. ¿Quién lo habría imaginado?

Mi madre me mataría cuando se enterara.

Solo llevábamos un día siendo novios, así que esperaba que todavía no hubiese presión por su parte para que lo presentara como mi pareja, al menos de momento. Además, ese día, y a pesar de su declaración, al llegar a su casa su madre me recibió como a otra amiga.

Soto no le había contado lo nuestro.

—Ya que hablamos de primeras veces..., ¿a qué altura de nuestra relación es prudente que empecemos a resolver el nueve por ciento de la última primera vez que me falta?

Al principio no entendí la cara que puso o por qué su sonrisa se había borrado con brusquedad.

Luego caí en cuenta. El día anterior le había dicho que me había acostado con Axer y, al margen de que hubiese tomado mis últimas palabras como un juego, una esperanza o una mentira, la pregunta despertó ese recuerdo en su mente. La explosiva conversación en la que acabé aceptando ser su novia a mi pesar.

—Oye... —dijo al cabo de un incómodo silencio—. ¿Piensas volver a clases algún día?

—Claro que sí, algún día.

—Pero ¿por qué estás faltando?

—Porque necesitaba dinero y empecé un trabajo a la misma hora que las tenía.

—Eso está mal, Sinaí, si necesitabas dinero, podías pedírmelo, no sería la primera vez. Los profesores ni sabrán quién eres cuando vuelvas.

—¿Y qué? Las vacaciones de Navidad están al caer, no vale la pena que me reincorpore a las clases. Ya doy el primer trimestre por perdido, pero quedan dos más, me pondré al día.

—¿Cómo piensas hacerlo? Para eso tendrías que sacar unas notas perfectas en los próximos seis meses, ni un punto menos.

Me tiré a la cama con dramatismo mientras ponía los ojos en blanco. Esa era la última conversación que quería tener. Simplemente no podía decirle que volvería a la escuela cuando Julio Caster, el protagonista de mis pesadillas, estuviese muerto.

—Sacaré solo notas perfectas —aseguré con indiferencia—. Y, si no, iré a recuperar cada maldita asignatura a final de año si hace falta, pero no es como si fuese a repetir el curso, ¿de acuerdo? Deja ya ese tema.

—¿Por qué faltas? —insistió, a pesar de que ya le había dado una explicación.

—Para serte honesta, porque me da la gana.

—Sinaí.

—Ser mi novio no te da derecho a regañarme usando mi nombre. Dime Monte.

—¿Que te monte? —bromeó con una sonrisita juguetona.

Eso no me quitó el enfado y, encima, el cambio de tema me dejó desorientada, pero de todos modos respondí:

—Por favor. Y gracias.

La puerta del cuarto se abrió y la madre de Soto entró. Llevaba el delantal sucio porque estaba cocinando. Él me había explicado que subsistían gracias a la venta de galletas y otros dulces que hacía su madre y repartía a domicilio por el vecindario. También llevaba algo en la mano, una bolsa de plástico llena de cosas que no alcancé a distinguir, y se la entregó a su hijo.

—Han pasado a dejarlo para ti.

—Dale. Cierra la puerta de nuevo cuando salgas.

Aunque frunció el ceño en señal de desagrado, la señora Mary hizo lo que su hijo pedía. Me pregunté si ya sospecharía de nuestra relación.

—¿Qué es? —interrogué mirando a Soto mientras él abría la bolsa.

Como la niña entrometida que era, me uní a la tarea y le ayudé a sacar varias cajas de pastillas y jarabes.

—¿Vendes drogas?

Se lo pregunté muy muy en serio. Ya nada me habría sorprendido de él.

—¿Te pica el culo? ¿Qué droga voy a estar vendiendo? No sé qué es todo...

Me arrancó el papel que tenía en las manos. Eran instrucciones médicas que señalaban cuánta dosis de cada medicamento había que tomar y cada cuánto tiempo. A pesar de que me lo quitó, ya había visto el sello.

Lo miré con una ceja enarcada.

—¿Por qué Frey’s Empire te envía pastillas y vainas médicas?

—No tengo ni puta idea, pregúntale a tu ruso —espetó Soto de mala gana mientras metía todos los medicamentos de vuelta en la bolsa.

—Soto.

—¡Que no lo sé!

—¿Por qué me has quitado así el papel? —insistí.

—No sé, quería leerlo yo primero.

—¿Por qué me mientes con tanto descaro?

—Solo buscas una razón para pelear, ¿te das cuenta? No tiene sentido que te pongas así, pero lo haces porque quieres tener motivos para decir que nuestra relación no funciona.

—Pero... —Abrí la boca, estupefacta, y volví a cerrarla cuando comprendí que mi expresión podría verse dramática—. Tienes razón, esto es una estupidez, solo que... Me parece extraño, y ya.

—Ya te lo he dicho. Pregúntale a tu ruso.

—Soto, ya basta. Si sigues así, me voy a molestar contigo, te lo digo en serio.

—Solo era una broma, Monte, calma.

—Ya.

Al cabo de un rato de silencio incómodo, recordé una cosa y decidí no quedarme con la curiosidad.

—Ayer cuando me pediste ser tu novia, dijiste algo...

—Ya, olvida eso —me interrumpió, y se agachó para esconder la bolsa de Frey’s Empire debajo de su cama.

—Pero...

—Lo digo en serio, Sina. Ya.

—Pero yo lo quiero hablar.

—Yo no.

—No me cansaré de preguntar...

—Las personas inseguras decimos cosas desesperadas para que las chicas que nos gustan acepten ser nuestras novias. Fin del tema. —Soto se levantó—. Tengo que ir a entregar unas fotos, te escribo más tarde, ¿sí?

—Supongo.

Él me dio un beso en la frente y me abrazó por la cintura.

—Todo comienzo es difícil, pero estaremos mejor.

En un principio solo respondí con una sonrisa cariñosa, hasta que con un suspiro dramático decidí agregar unas palabras que en ese momento creí honestas.

—Lo sé. Solo nos falta la bendición de María Betania y todo lo demás será un chiste.

Entonces dejó un beso fugaz en mis labios.

—Primero mi madre, pero no hoy. No le digas nada a María antes de eso.

—Okay, bebé —dije burlándome.

—Bebés son los que quiero hacerte cuando vienes a mi casa vestida así, pero no hablemos de eso ahorita porque, si no, no te dejo ir.

Me ahorré el comentario de que era él quien estaba pidiendo que me fuera y me reí de su broma.

Luego de salir de la casa de Soto... Mi novio, ¿no? En fin, que mientras caminaba por la acera rumbo a la parada de autobuses, recibí una llamada.

Era mi madre.

Me pregunté qué podía querer en ese momento, ya le había dicho que estaría fuera hasta tarde. De hecho, estaba volviendo supertemprano para lo que le había prometido.

—¿Dónde estás? —preguntó apenas atendí.

—Con María, mamá, ya te había...

—Deberías avisar a tus visitas cuando no vayas a estar en la casa, no soy tu secretaria.

—¿Qué visitas, mamá? No esperaba a nadie.

—Pues te vinieron a buscar en un carro negro todo precioso. Y dice que dónde estás, que te va a buscar. ¿Dónde vive María?

—Ya va... ¿Un qué? Pero yo no... Espera, ¿quién está en el coche?

—Un tipo simpático y narizón con acento italiano.

Tenía que ser Lingüini. Excepto por lo de simpático. Una colonoscopia tendría más don de gentes que él.

Pero... ¿por qué Lingüini habría ido a mi casa...?

Axer.

Mierda. Todavía no tenía resuelto ese asunto.

—Ponlo al teléfono, mamá, yo misma le explicaré cómo llegar.

No debí hacer eso.

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2

Ultimátum

SINAÍ

Lingüini no me quiso decir hacia dónde íbamos o por qué había venido a buscarme. Se limitó a conducir, como era costumbre en él y su odiosa existencia.

Solo para molestarlo, aproveché mis privilegios como pasajero VIP y me pasé todo el camino escuchando canciones de Factoría, reproduciéndolas en el teléfono sin usar auriculares, cantando a pleno pulmón como en la primera década de los 2000.

No vuelvas a mí aunque te quiero.

No vuelvas a mí aunque te extraño.

Te necesito aquí,

pero tu amor ya no es para mí.

TODAVÍA ME ACUERDO DE TIIII.

Imaginé a Lingüini crucificándome mentalmente, y esa sospecha, avalada por la mirada de asesino en serie asqueado de su propia víctima que mostraba Lingüini, me hizo gritar con más fuerza.

Si Axer me hubiese visto en ese momento, se habría avergonzado de mí, pero no me importó. Porque Axer ya no tenía que importarme, ahora tenía novio.

Llegamos a un auditorio y bajamos. Al entrar en la sala, vi que todos los asientos estaban ocupados por personas uniformadas, de traje o vestidas con una exquisitez y elegancia que ni haciendo un curso para ello yo habría podido emular. Todos parecían adinerados, influyentes y de gran importancia.

En los asientos vacíos habían colocado unos cartelitos con nombres para indicar que estaban reservados, y junto a una pared había una hilera de mesitas donde se ofrecían toda clase de tentempiés, dulces y salados.

En el escenario, amplio como una cancha, había una especie de estrado largo con una mesa tras la que se hallaban sentadas al menos seis personas. Tenían micrófonos, tabletas para tomar notas y una pequeña pantalla frente a cada uno que los identificaba con nombre, cargo, empresa y profesión.

En la entrada me recibió Anne, la mujer que me acompañó a la óptica por órdenes de Axer. La que me dijo que se encargaba, básicamente, de arreglarle la vida al ruso.

—Ven conmigo.

La acompañé hasta un asiento reservado con mi nombre completo y me senté, esbozando una sonrisa forzada.

Estaba completamente abrumada, tanto por la gente que me rodeaba, tan presentable, digna y poderosa, como por la magnitud del espacio en el que nos encontrábamos. No solía frecuentar lugares como ese. Y, sobre todo, me sentía absolutamente confundida.

—¿Qué hago aquí? —susurré a Anne mientras el resto de los asientos reservados se iban ocupando.

—Shhh, ya entenderás todo —respondió en inglés.

—¿Y Axer?

—Ya lo verás.

—En este momento no creo que esté entendiendo nada.

—Mira. —Señaló el centro del escenario, donde vi a una elegante mujer uniformada de blanco con una tableta en la mano—. Ya va a empezar a hablar.

Y, en efecto, así fue. Por medio del micrófono sujeto a su oreja, la mujer se dirigió a todos nosotros:

—Muchos de ustedes han acudido hoy a este acto porque son amigos, familiares o invitados de nuestros aspirantes. Otros, en cambio, no conocen más que información muy vaga sobre nosotros, y están ahí, aguardando pacientes en un intento de retener todo para sus reportajes, estudios o para decidir si vale la pena arriesgar sus donaciones o postularse para el ingreso.

»Así que esto es para ustedes: les presento la OESG, la Organización de Estudios Superiores para Genios. Nuestro programa es una especie de alternativa a la universidad que da acceso a una educación superior a jóvenes con un coeficiente intelectual superior, habilidades sobresalientes y mentes extraordinarias, sin importar su edad, otorgando un título equivalente a un posgrado en el tiempo que otros obtienen una licenciatura. Es decir, títulos en menor tiempo, con mayor inmersión de estudios y rendimiento académico a fin de llevar al aspirante a su máximo potencial y que nuestros genios puedan obtener tantas carreras, grados y doctorados como su mente pueda, y quiera, abarcar.

La mujer deslizó el dedo por su tableta antes de continuar.

—Los jóvenes que hoy se presentan se están postulando ante nuestros evaluadores, ingenieros, científicos, premios Nobel, profesores de universidades de élite, etc., para ser uno de los cuatro a los cuales se les aprobará el adelanto de su tesis.

»Cada uno de ellos ha preparado su propia evaluación para impresionarnos a nosotros, y también a ustedes.

La mujer volvió a fijarse en la pantalla, como si buscara alguna instrucción de cómo continuar.

—Con ustedes, el primer aspirante...

La mujer siguió hablando, pero yo dejé de prestar atención cuando vi que una chica rubia con un vestido plateado con lentejuelas avanzaba por el pasillo central de la platea hacia mí.

—Anne, sé que mi hermanito te pidió que cuidaras de su... —me miró de reojo— espécimen. Pero ya puedes irte, te relevo de tus responsabilidades.

—Lo siento, señorita Frey, pero las órdenes que he recibido...

—Ya no tienen relevancia. En ausencia de mi hermano, yo soy tu jefa. ¿Vas a desafiar una orden directa?

Anne bajó la cabeza, apretando los labios con aire de contrariedad. Yo me limitaba a intentar que las dos únicas neuronas de mi cerebro que no se habían fundido en esa conversación reaccionaran y unieran las piezas para aclararme el rompecabezas al que me enfrentaba.

Quería pensar que había entendido mal el inglés de Anne y que Verónika era una perra loca.

Al fin, Anne se levantó y la rubia ocupó su asiento.

—Hola, Sina. ¿Estás cómoda?

—¿Frey? ¿Te ha llamado señorita Frey?

—Y también soy rusa.

Al decir eso me di cuenta del cambio en su acento... Pero no tenía sentido. Nada en ese lugar parecía tenerlo.

—Oye. —Me volví para encararla—. Hace muchos siglos que tengo diez mil preguntas sobre ti y Axer. Háblame claro, por favor. Me dijiste que no estabas interesada en él, y ahora resulta que están comprometidos y yo...

—¿Comprome... qué? —Ella negó con la cabeza con horror—. Frey es mi apellido de nacimiento. Axer es mi hermano, no mi prometido.

Solté tal carcajada que las personas delante y detrás de mí se volvieron a mirarme con aire de reproche y me mandaron callar.

—Cuando veas lo que está a punto de pasar ya no te parecerá tan gracioso —aseguró Verónika sacando algo de un pequeño bolso satinado que tenía al lado.

—¿Qué...?

—Es alcohol, bébelo.

—¿Por qué debería beber eso?

—Te hará más fácil todo.

—Pero ¿todo qué? ¿De qué coño hablas?

—Sinaí.

Los largos dedos de Verónika se cerraron alrededor de mis mejillas, presionando para mantenerme quieta, callada y con la mirada fija en sus ojos intensos. Sus uñas perfectas me rozaban la piel causándome una sensación que odié disfrutar, y su rostro se aproximó al mío hasta dejarme sin espacio personal ni aliento.

—Cállate, maldita sea —espetó—. No soy tu rival, misógina de mierda. Todo lo que he buscado es acercarme a ti porque me vuelves loc... Si apartaras tus celos por un momento y entendieras que entre Axer y yo no hay más sentimientos que los estrictamente necesarios entre los miembros de una familia, y eso a duras penas, tal vez te darías cuenta de que te estás perdiendo una muy buena oportunidad para erizar tu piel.

—Pero yo...

Posó un dedo sobre mis labios para callarme.

—Solo te pido que bajes tus barreras, que dejes de atacarme. Eso es todo.

Me zafé de ella.

—¿Cómo es posible que Axer sea tu hermano?

—Mira.

Señaló al escenario, donde uno de los prodigios se marchaba después de haber expuesto su prueba de intelecto y volvía la mujer que había hablado en primer lugar.

—El siguiente aspirante es una de nuestras más prometedoras apuestas. A sus veintiún años ya es biólogo y actualmente está cursando Medicina para obtener el título de cirujano avalado por nuestra institución. Se presenta para optar a la aprobación del adelanto de su tesis... ¡Axer Viktórovich Frey!

No.

Me.

Pu.

To.

Jo.

Dan.

—Vero...

Me volví para mirarla. Por alguna razón, mis ojos estaban empañados. No tenía ni puta idea de lo que sentía, pero el impacto me horrorizó. Solo se me ocurre compararlo con descubrir ya de mayor que eres adoptada y que te cuenten que tus verdaderos padres son espías y te lo ocultaron para protegerte.

Me sentía encerrada en un plot twist de ciencia ficción.

Pero no podía ser cierto, debía haber algún sentido lógico.

Llegué a pensar que lo que veía no era más que el acto de una obra de teatro y que Axer era uno de sus personajes.

Porque no podía tener veintiún años. Tenía dieciocho y estudiaba en mi colegio, no en una organización universitaria futurista y millonaria para cerebritos.

Pero es que... tenía sentido. Tenía todo el maldito sentido del mundo que el hijo de Víktor Dmítrievich Frey estudiara en una institución de esa envergadura. Lo ilógico era que estudiara conmigo, pero eso no había querido verlo.

Y su edad también era tan estúpidamente adecuada... Tantas veces me dije que ese hombre no podía tener dieciocho, y ahora que lo confirmaba sentía que Satán me estaba jugando una broma de mal gusto. Axer era demasiado listo. Demasiado elocuente. Maduro. Amargado. Arrogante. No se relacionaba con los de mi edad. Odiaba... odiaba que lo llamara adolescente, pero yo nunca había entendido por qué.

Y su cuerpo... Lo dije desde la primera vez que lo vi, era como esos actores de más de veinte que Netflix suele contratar para representar adolescentes.

Pero... ¿biólogo? ¿A punto de presentar la tesis para su especialización como cirujano? Eso no tenía pies ni cabeza.

Por mucho que Axer tuviera la capacidad, el intelecto y la entrega que hace falta para obtener un grado universitario a su edad, eso dejaba demasiadas piezas sueltas. Primero que nada, ¿qué coño hacía en mi cochino liceo?

—Vero —repetí.

Sentía un nudo en la garganta y la boca seca, me palpitaba la cabeza, todo el entorno me daba vueltas y tenía los ojos tan nublados que no distinguía nada más allá de las voces de mi mente. Noté que me estaba bajando la tensión, de modo que agradecí estar sentada y tener un respaldo donde apoyarme.

Pero estaba experimentando otra caída, una de la que ningún respaldo podría salvarme: el derrumbe de las mentiras de Frey, que habían sido tantas, y cada una de tal magnitud que arrasaron conmigo.

Verónika me puso el envase con el alcohol en la mano y no dudé en beberlo todo de un trago, hasta la última corrosiva gota.

Axer era hermano de Verónika, eso ya no lo dudaba, pero ¿por qué mentía? ¿Por qué mentían todos ellos? Porque Axer no era el único que ocultaba cosas, en aquel engaño estaban él, su padre y Vero. Y tal vez había más.

Definitivamente, sin duda había mucho más.

Estaba abrumada, y no porque sintiera que todo eso era personal. Al contrario, lo veía como algo más grande, de mayor escala y desligado de mi mundana existencia adolescente. Lo malo era que no procesaba la información con suficiente rapidez.

Lo malo era que no había sido lo suficientemente astuta para unir las piezas.

O, mejor dicho, lo suficientemente paranoica, pues la astucia no te lleva a pensar que tu crush está envuelto junto con toda su familia en una especie de conspiración científica.

Había estado jugando con Axer, creyendo que podía ser la reina de un tablero que era suyo sin saber que en la ecuación existían más piezas. Y no eran las piezas lo que debía preocuparme, eran las manos que orquestaban sus movimientos: los Frey.

Escuché los vítores y los aplausos a mi alrededor y me obligué a reaccionar. Necesitaba ver lo que ocurría para retenerlo en mi memoria y luego asimilarlo.

Axer salió por una de las puertas que había a los lados del escenario y se situó en el centro, de cara al público. No dijo ni una palabra, pero era él, no tenía duda.

Su cuerpo estaba cubierto por una bata de laboratorio, sus ojos protegidos por los lentes cuadrados.

Un grupo de personas llevaron tres camillas rodando hasta él y las dejaron ahí.

Una de las camillas estaba llena de utensilios quirúrgicos, otra era una especie de simulación de paciente abierto —al menos esperaba que fuese simulado— y la otra tenía un cronómetro, una carpeta y varios monitores encima.

—Axer Frey está a punto de realizar una operación en vivo —explicó la mujer de antes desde un rincón mientras otro grupo de asistentes corría a ponerle a Axer su mascarilla, los guantes y el gorro—. Tiene exactamente seis minutos para leer el expediente del caso, diagnosticar el problema e intervenir antes del deceso del paciente.

»En cuanto el aspirante toque el expediente, el tiempo comenzará a correr.

Axer tocó la carpeta y la hojeó a una velocidad que me dejó mareada. El monitor de una de las camillas debía de tener alguna especie de cámara, puesto que una imagen ampliada de las manos de Axer aparecía en una enorme pantalla situada de modo que todo el público pudiera verla. Imagino que los evaluadores estarían viendo algo parecido en sus tabletas.

Axer se veía tan sereno que imaginé que esos grandes auriculares que llevaba puestos emitían la más lenta y armoniosa de las sonatas sinfónicas.

Uno de los monitores marcaba las constantes vitales del paciente y, hasta que no se estabilizaran, no se daría por acabada la operación. El reloj corría a un paso que me tenía sin respiración, como si una mano me apretara la garganta y otra me retorciera el estómago.

Ahora entiendo que, a pesar de cualquier engaño, y sea cual fuese la explicación que tuviera Axer para esto, lo último que quería era verlo fracasar.

En la pantalla apareció la mano de Axer tomando el bisturí y seccionando la piel del paciente desde el esternón, dejando un canal rojo y profundo a su paso.

Cuando lo vi hacer eso, tuve el impulso de levantarme boquiabierta por el asombro. No era una broma, eso quedaba descartado; sus manos se movían como las de un cirujano, usando un aparato de succión para limpiar el exceso de sangre, abriendo aquí, cortando allá y...

Cuando todavía quedaba medio minuto, levantó la mano con una pinza en alto que apresaba un pedazo minúsculo de vidrio. Ese fragmento entre los dientes de la pinza debió de ser el problema del paciente, porque los valores del monitor se normalizaron y los jueces comenzaron a aplaudir.

Me moría por levantarme a gritar y celebrar la proeza como en un jodido concierto.

El hombre de mi vida acababa de salvar a un paciente en una operación pública y evaluada por expertos en menos de seis minutos.

En seis minutos yo no resuelvo ni el dilema de qué quiero desayunar.

No. Me. Jo. Dan.

Axer Puto Prodigio Frey.

Era real.

Pero no acabó ahí, porque apartó las manos del paciente y dio unos pasos por el escenario con un estilo que solo podía compararse con la comodidad de un artista frente a su público.

Se quitó los guantes ensangrentados y los arrojó a las camillas como si fueran una pelota de baloncesto.

Sonreía, su seguridad era desbordante. Actuaba como si no necesitara evaluación. Él sabía que era bueno, que era capaz, estaba disfrutando de su momento como si fuesen los demás quienes tuviesen que esforzarse para que él los aprobara.

Su arrogancia no tenía límites, y eso solo empeoraba lo mucho que ese hombre me enfermaba la mente.

Por detrás de él, otro grupo de ayudantes apareció en el escenario arrastrando un tanque de cristal lleno de más o menos medio metro de agua. Me removí en mi asiento para fijarme mejor, ya que al principio pensé que lo había imaginado.

—¿Qué va a hacer ahora?

Me llevé las manos a la boca, horrorizada, pero no pude apartar la vista. No quería ver, pero menos quería perderme el espectáculo.

Axer se quitó la bata y la entregó a uno de sus ayudantes. Cuando vi que se desabrochaba el cinturón y que alzaba los brazos para quitarse la camisa... no pude creer lo que presenciaban mis ojos sedientos.

Axer quedó semidesnudo delante de todos, solo con sus auriculares y un bóxer negro. Todo lo demás estaba al alcance de mi codiciosa vista... Sus brazos, fuertes y tallados como por demonios artistas; sus piernas expuestas, las mismas sobre las que me había sentado y había hecho otras cosas que no debía estar rememorando.

Axer tenía un físico tan atractivo que debería ser ilegal por lo mucho que influía en la toma de decisiones, porque no se podía superar. Era como una droga, adictiva y manipuladora.

Es que cada retazo de su piel me ponía muy mal, me tenía imaginando cosas y... Mierda.

Me estaba calentando hasta las orejas, una estúpida reacción de mi cuerpo en un acto académico.

Y no sé qué me delató, tal vez estaba babeando, tal vez fue mi agitada respiración, pero Verónika supo leer mi excitación y sacó ventaja.

Posó una mano sobre mi pierna, tocando zona de piel que la falda no cubría.

Contuve la respiración y casi pierdo el equilibrio y la noción de mi identidad cuando sus uñas comenzaron a acariciar mi piel de arriba abajo en un roce leve pero delicioso.

No quería mirarla, porque estaba segura de que mi expresión me iba a delatar. Ella sabía que yo estaba fantaseando con su hermano y aun así aprovechaba la oportunidad con tal de ser ella quien me estimulara.

Abrí la boca, pero creo que mis palabras se habían ido junto con mi saliva, así que la volví a cerrar.

Su mano y sus dedos subieron más por debajo de mi falda, cada vez más hacia la cara interior del muslo. Supe que era momento de parar cuando sentí que mi cuerpo me traicionaba, cuando fui consciente de que me estaba mojando como nunca.

Pero, en lugar de decir «no», que habría bastado sin dar explicaciones y me habría dejado en mejor posición, escogí la patética opción de balbucear:

—Tengo novio.

Su mano se detuvo, su rostro se perturbó de sorpresa. No sé por qué, pero sentí que lo que la incordiaba no era saber que tenía novio, sino que ella no estuviese enterada.

—¿Quién es? —interrogó.

—Eso no es tu problema.

—De todas formas, da igual, no es «él» —expresó en tono confidencial deslizando su mano más al interior de mi falda, pero dándome tiempo a que la detuviera.

Como no le puse freno, Vero avanzó más bajo mi falda hasta rozar con las uñas mi entrepierna por encima de la ropa íntima.

Agradecí que las luces estuvieran tan bajas y que los demás estuvieran tan concentrados en el discurso de la mujer que hablaba en el escenario, de lo contrario no solo habrían visto lo que hacía Vero, sino también la patética expresión de mi rostro.

—Da igual quién sea tu novio si quien quieres que te haga suya es otro. Ya lo descubrirás, Sinaí. Un Frey solo se supera con otro Frey.

En ese punto mi humedad sin duda dejaría una marca en la tapicería del asiento.

—¿Y qué piensas hacer? —espeté con la respiración entrecortada—. ¿Llevarme al clímax aquí? ¿Delante de todos?

—No. —Su mano se detuvo y ella volvió a enderezarse en su asiento, como si solo hubiese estado inclinada sobre mí para contarme un secreto—. Voy a regalarte esta frustración hasta que admitas que me necesitas para resolverla.

En efecto, mi necesidad explotó al no tener su mano sobre mi piel ni sus uñas sobre mi braga. Su ausencia lo hacía todo más doloroso y frustrante, pero yo no iba a admitir eso ni aunque amenazaran con amputarme la lengua.

Volví a fijarme en el espectáculo de Axer a tiempo para ver cómo lo encadenaban a una silla dentro del tanque. El agua ya le cubría la mitad de las piernas. Solo le dejaron libre una mano, en la que sostenía una especie de lápiz, y le acercaron una mesa cuya superficie era una pantalla táctil.

Lo encerraron dentro, solo, y de nuevo volvió a escucharse la voz de la presentadora del evento.

Lo que me preocupaba es que el agua no se detenía, seguía subiendo, escalando por las extremidades de Axer, cubriéndolo poco a poco y de manera continua.

Si lo ahogaban ahí, yo misma iría a matarlos a todos, aunque se hubiese metido en eso por voluntad propia.

—Es necesario hacer énfasis en el riesgo de esta prueba. El señor Axer Frey hizo una declaración legal ante notario respecto a su voluntad. Él mismo ideó este método de evaluación para demostrar que ninguna circunstancia, ni la proximidad de la muerte, el tiempo, ni ninguna presión o estrés, puede afectar el ritmo en que su cerebro responde a las emergencias.

»Por medio de los auriculares, nuestro aspirante escuchará un problema médico en el que se le describirán ciertos síntomas. Él debe escribir en su pantalla el diagnóstico y la solución que crea correcta, ya sea un procedimiento quirúrgico, anotado paso por paso, o algún medicamento.

El agua ya cubría a Axer hasta la cintura, estaba sumergido por completo de ahí hacia abajo. Apreté los reposabrazos con terror vívido y latente ansiedad, hasta la calentura se me había pasado.

—Así mismo —continúo la presentadora—, se le improvisará alguna complicación, y él debe escribir una solución que no provoque la muerte del paciente. Si falla, se reiniciará la prueba con otro problema médico, pero para entonces el agua ya podría haberlo cubierto por completo y no tendría tiempo para respirar. Provocaría su muerte.

»Cabe aclarar que Axer Frey, con la autorización de su padre, ha firmado una petición de no ser reanimado. A pesar de que el aspirante es mayor de edad, se prefirió contar con el beneplácito paterno para evitar conflictos políticos y legales con el presidente de Frey’s Empire.

El agua le llegaba hasta los putos hombros. ¡¿Cuánto más pretendía hablar esa maldita mujer?! ¡Tenían que narrar el problema de una vez! ¡Lo estaban matando con cada segundo de retraso!

Sin embargo, él parecía sumamente tranquilo, con una sonrisa ladina en su rostro enfocado por las cámaras, y en el verde de su mirada brillaba una satisfacción que no podía ser humana. ¿Qué ser sensible podía permanecer así, tan imperturbable, hallándose al borde de una de las muertes más agónicas posibles?

«Si mueres, te mato, maldito».

—Vero —susurré con la voz quebrada.

La mano de ella se posó sobre mi puño en un intento de reconfortarme.

—Confía en él.

Pero ¿cómo podía hacerlo cuando me había ocultado tantas cosas? ¿Cómo podía estar segura cuando la apuesta era su vida?

La mano libre de Axer se comenzó a mover a una velocidad apremiante, reaccionando al estímulo de la voz que él captaba por los auriculares y que los demás oíamos a través de los altavoces.

Sus respuestas aparecían transcritas en la pantalla frente a nosotros, nombrando medicamentos y sus dosis, instrumentos quirúrgicos, métodos de reanimación y otras cosas que no entendía, pero que me hacían sentir en una especie de episodio de The Good Doctor en vivo.

Se suponía que, si fallaba, una alarma sonaría y la pantalla se encendería en rojo intenso. Cada nueva palabra que escribía sin que se accionara la alarma era como una bocanada de oxígeno a mis atribulados pulmones, pero el agua, que ya le cubría los labios y escalaba hacia su nariz, era como una maldita patada que volvía a robarme todo el aliento.

Sentí que me estaban operando a mí, porque aunque el procedimiento fuera una simulación, si Axer fallaba, él moriría.

De pronto la pantalla brilló en verde y el agua dejó de subir justo cuando rozaba sus pestañas inferiores, y yo me levanté junto a todo el público a aplaudir y gritar como si mi ídolo estuviese cantando a pleno pulmón en su último concierto.

Drenaron el agua del tanque y desencadenaron a Axer. Los asistentes le consiguieron una manta para que se secara, pero no tuvo oportunidad de vestirse, ya que un montón de personas influyentes, incluidos los jueces, se acercaron a felicitarlo, a estrecharle la mano y a tomarse fotos con él.

No sé en qué momento empecé a llorar, pero estaba tan feliz, tan aliviada, que las lágrimas brotaban de mis ojos sin rumbo claro. Y no dejaba de aplaudir, ni siquiera pensaba en volver a sentarme. Él se merecía la ovación, y todo el auditorio se la concedió con júbilo.

Verónika y yo nos desplazamos hacia el pasillo para esperar a que Axer se alejara un poco de toda la gente importante y poder darle una felicitación más informal, de amigos y familiares.

Pero él no se movía, y el desfile de personas parecía no terminarse nunca. Hasta que llegó el grupo de sus compañeros de la organización de genios, los demás prodigios, y me di cuenta de lo hermosas que eran todas las mujeres que lo habían rodeado a lo largo de sus estudios.

Todo explotó cuando una de ellas cruzó la línea de la formalidad: introdujo la mano bajo la manta para rodear el torso de Axer en un abrazo y le pidió que sonriera para hacerse una foto con él en su celular.

No debería haberme importado, lo sé.

Primero, yo tenía novio. Segundo, ese novio no era Axer. Y tercero, era demasiado misógino por mi parte odiar a una mujer a la que no conocía solo porque estuviese tocando a un hombre que, además, no tenía ningún compromiso conmigo.

Pero los celos me cegaban, aunque no estuvieran justificados.

Me di cuenta de que Axer no la tocaba. También me fijé en cómo se deshacía del abrazo con disimulo, o al menos eso me pareció, porque fue muy educado, así que me quedé algo confusa.

Pero lo que sí fue evidente es que mientras ella le hablaba sonriendo, con los ojos casi chispeando de idolatría, él no la miraba. O sí, pero no a los ojos. Ella no era el centro de su atención, porque seguía socializando con todos los que se acercaban a saludarlo.

Y no fui la única que lo notó, porque otras chicas se acercaron a intentar acaparar su atención.

Las odié a todas, y no porque estuvieran haciendo nada mal, sino porque sacaban lo peor de mí, esa parte que no dejaba de compararse y menospreciarse.

Seguro que eran buenas chicas. Seguro que ni estaban interesadas en él.

Pero a mí eso me importaba una mierda.

Así que tomé una decisión, y de ello dependería todo.

Si yo era invisible e insignificante para él, si el mundo que él prefería era ese y yo no encajaba, si era demasiado para mí, pues que se quedara con el resto y me dejara en paz. Renunciaría a Axer para siempre, eso me juré.

Pero le daría una oportunidad, una última oportunidad de probarme a mí, y a sí mismo, si era por mí por quien esperaba, si era yo la que estaba en su cabeza mientras fingía prestar atención a los demás.

Así que mandé a Verónika al carajo y a toda razón y desfilé decidida hacia el escenario, sabiendo que si fracasaba supondría una vergüenza tan estratosférica que no la superaría en la vida.

Pero me arriesgué, tenía que intentarlo, pisar el miedo con mis botines y desfilar con la frente en alto como si no contemplara otra opción que una victoria.

—Señoritas —saludé con una sonrisa al llegar a la altura de Axer.

Todas me miraron con extrañeza, pero me abrieron paso sin preguntar.

Solo faltaban un par de pasos, un par más para descubrir toda la verdad.

Pero no tuve que darlos yo.

Axer me alcanzó y abrió sus brazos al tenerme cerca, reclamando mi cuerpo, envolviéndome con la manta.

Nos miramos a los ojos, negras y blancas enfrentadas en una jugada con solo dos variables: mate o tablas. Y sonrió, como si no hubiese esperado a otra persona en el mundo más que a mí.

Cuando sus dedos hicieron contacto con mi barbilla, acariciándola con gentileza, sentí que las piernas me fallarían, que no podría sostenerme más.

—Frey —saludé en un hilo de voz.

—Te extrañé, Schrödinger.

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3

Rompecabezas

SINAÍ

Tenía demasiados interrogantes juntos ese día, pero había algo de lo que no dudaba: de mi debilidad. Quería demasiado al que ahora llamaba mi novio, pero las sensaciones que Axer despertaba en mí eran demasiado difíciles de ignorar, de resistir.

Lo especial que me sentí en sus brazos en medio de aquel auditorio lleno de gente importante que lo admiraba y evaluaba no era normal.

Eso era lo especial de Axer, que con él nada era convencional.

Cuando al fin me soltó, un montón de gente se acercó a él para indicarle lo que tenía que hacer a continuación. Le sugirieron que se marchara un momento para cambiarse y luego volver, pero, antes de obedecerlos, Axer volvió a mí.

—Entonces..., sí viniste —me dijo con una sonrisa contenida, tomándome de ambas manos como a una doncella de los libros de época, donde cualquier roce de piel es una indiscreción.

—Claro que vine, me mandaste a buscar con tu chófer.

—Pudiste haber dicho que no.

Y debí hacerlo, ya que acababa de empezar una relación. Pero no había necesidad de mencionarlo en ese momento.

—Pude, pero siempre eres tan misterioso que... tenía curiosidad —expliqué encogiendo los hombros.

Con una sonrisa soltó mis manos para ajustar la manta a su cuerpo. No quería imaginar el frío que debía tener... Tampoco quería imaginar las soluciones que inventó mi cerebro para que entrara en calor, pero hacía mucho que ya había perdido la batalla contra mis pensamientos.

—Imagino que ya empiezas a entender el porqué de tanto misterio —señaló Axer tiritando.

—De hecho, no entiendo un...

—Hola, bebé —canturreó Verónika acercándose adonde estábamos. Puso una mano sobre mi hombro para luego dirigir la mirada a su presunto hermano.

—¿Qué haces tú aquí? —espetó él. Todo rastro de buen humor se había evaporado.

—Vine a ver a mi hermano en su momento triunfal. ¿No puedo?

Axer se volvió a mirarme, como si le aterrara que yo hubiese oído sus palabras. Parecía muy molesto por que Verónika lo llamara hermano delante de mí. ¿Cuánto más pretendía ocultarme ese hecho? ¿Qué ganaba con eso, aparte de ponerme celosa sin motivo?

—Le contaste —concluyó Axer con la mandíbula tensa.

—¿Algún problema? —inquirió Verónika con la cabeza ladeada—. Ya que nos estamos sincerando, no creí que hiciera daño...

—Era mi decisión cuándo decirle, no la tuya.

—Te equivocas. Era mi decisión cuándo dejar de participar en tu pantomima.

Esa conversación me estaba poniendo muy incómoda. De pronto me empezaba a sentir muy pequeñita, como si el efecto de las caricias y la atención de Axer de repente empezara a desintegrarse.

—Hablaremos luego —cortó él, y volvió su rostro hacia mí.

Me miró concentrado, como si estuviera decidiendo qué hacer, cómo manejar su amargura repentina, cómo dirigir la situación a partir de ese momento.

Con sus ojos felinos tan fijos en mí, fui muy consciente de mi aspecto. Los botines negros con la suela todavía llena de la tierra del barrio de Soto, el suéter gris que no me cubría la cintura, como un top, y una falda negra con cuadros blancos similar a la de una colegiala.

No iba vestida para la ocasión, las prendas que llevaba no eran de la marca ni la calidad de las que lucían las personas congregadas en ese auditorio. E, incluso así, Axer no estaba mirando a nadie más. No con la intensidad con la que me miraba a mí.

—Quédate —pidió al fin, sobresaltando de sorpresa incluso a su hermana.

—¿Que me quede a qué exactamente? —pregunté.

—Terminaron las pruebas, ahora empezará la celebración. Ahí darán los resultados de lo que me viste hacer, escogerán los cuatro que merezcan el adelanto de sus tesis. Sé que tienes muchas preguntas...

En realidad, estaba muy conforme con la situación. Demasiado a gusto. Seguía desconcertada, con cientos de preguntas, pero no me tomaba nada de lo ocurrido como algo personal. Había muchas personas involucradas en aquel engaño, pero no era como si Axer me hubiese mentido solo a mí mientras todos confabulaban en silencio. Esto iba más allá. Mucho más allá. Era una mentira de familia, una familia poderosa que engañaba a todo un país, a un colegio, a sus vecinos. Al mismísimo Google.

No podía sentirme ofendida, sería darme demasiada importancia. Por el contrario, me sentía afortunada de una manera ilógica, porque Axer me estaba confiando aquel secreto a mí. Envió a su chófer a buscarme para que presenciara aquel momento tan significativo en su carrera secreta.

Ahora la pregunta era por qué. Por qué a mí. Por qué así. Por qué entonces.

—Sí. Me quedaré —lo interrumpí—. Siempre que no me dejes sola. No conozco a nadie y...

Axer me tomó del brazo, tirando de mí hasta estrecharme contra su cuerpo. Un gesto fuerte y desconcertante, como un impulso, e igual de efímero.

Verónika carraspeó detrás de nosotros.

—Yo te la cuido, hermanito. Ve a cambiarte.

Axer enfrentó a la rubia con una mirada que podría igualar el efecto de diez mil cuchillos de hielo.

—No la dejaré sola contigo ni aunque me drogues.

—No tienes opción, ¿esperas estar en este evento vestido con una manta toda la noche?

Axer ignoró a su hermana y se volvió hacia mí.

—¿Te molestaría acompañarme a los camerinos?

—No puede —recordó Verónika con fastidio, como si su hermano estuviese ignorando cosas demasiado obvias.

—¿Y quién la va a detener? ¿Tú? Además, ella también tiene que cambiarse, ¿no?

—Vik, si... —empezó a amenazar Verónika, pero Axer la calló dándole un repentino beso en la frente.

—Nos vemos, hermanita.

Y, tirando de mi brazo, me arrastró con él al fondo del auditorio, a un laberinto de pasillos y puertas por donde otros genios transitaban.

Aunque el lugar lo estaba ocupando esa organización de estudios avanzados para genios, el auditorio seguía siendo un lugar destinado al teatro, por lo que los camerinos, pese a tener el nombre de los aspirantes en cada puerta, estaban repletos de maquillaje y trajes para representar distintos personajes de ficción.

Cuando al fin llegamos al camerino con el nombre de Axer, él cerró la puerta con urgencia detrás de nosotros y apoyó la espalda en ella. Tiró de mis manos para pegarme a su cuerpo semidesnudo, solo protegido por la manta, y comenzó a hablarme en voz baja y confidencial, usando sus dedos helados para llevar mis mechones de cabello rebelde detrás de mi oreja.

—Hazme un favor esta noche —pidió.

Yo a ese tipo, así como estaba, le hacía todos los favores que me pidiera las noches que lo quisiera.

Pero solo en mi mente, por supuesto. Ahora estaba en una relación, ya no tenía las mismas libertades.

—Di-dime —tartamudeé, y enrojecí por completo al ver que Axer contenía una sonrisa de satisfacción al notarme tan nerviosa.

—Serán dos favores, a decir verdad.

—Okay... —Aproveché esa oportunidad para alejarme un par de pasos de él. Los puntos donde su piel helada rozaba la mía no me estaban ayudando a pensar claro—. Te escucho.

—Primero, aléjate de Verónika.

—¿Hay algo que temas que me diga? —indagué con altanería, pues ya sospechaba la respuesta.

—Al menos una docena de cosas, sí. Pero no porque yo no te las vaya a decir, simplemente no quiero que te enteres por ella. En serio, lo dirá de la peor manera posible, y no es así como quiero que lo sepas.

—Pues... Ya me estás asustando —bromeé.

—Lo muy asustada que puedas estar es igualmente proporcional a la cantidad de teorías erróneas que hagas. La solución es evidente; no le des vueltas a las cosas, no intentes adivinar. Los hechos me inclinan a concluir que no tienes imaginación suficiente para acertar la verdad.

—No me jodas... —Parpadeé, una vez. Y luego otra. Y una más. Él no daba indicios de estar bromeando—. Lo decía jugando hace un momento, pero ahora sí me asusté.

De pronto, Axer me veía como si no entendiera nada. Como si no me entendiera a mí. Me miraba con los ojos entornados, buscando una lógica a quién sabe qué.

—¿Por qué? —preguntó al final.

Me reí con incredulidad.

—¿Por qué qué?

—Lo lógico sería que estés muy alterada, e imagino que por dentro debes estar hecha un desastre con todo lo que recién descubres, pero no discutiste de ninguna manera mi invitación a acompañarme

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