Emma y las otras señoras del narco

Anabel Hernández

Fragmento

Emma y las otras señoras del narco

   

Introducción

El sistema criminal que existe en México tiene rostro masculino no solo porque, en su mayoría, los integrantes de la cúpula y quienes toman las decisiones son hombres: políticos, funcionarios públicos, jerarcas religiosos, empresarios y narcotraficantes, entre otros; sino porque se trata de un sistema patriarcal donde la prepotencia sobre el más frágil, la discriminación, el complejo de superioridad, el narcisismo, el uso de la fuerza y violencia como mecanismo de control, y el menosprecio por la existencia y los derechos del otro son la normativa.

Llevo más de 20 años investigando ese sistema y he entrado en sus sótanos para entrevistar a víctimas y victimarios, no solo para conocer su forma de operación y los nombres de sus cómplices, sino para intentar entender su raíz y esencia como quien busca conocer todas las partes del virus y sus mecanismos para encontrar una vacuna y combatir la pandemia. Esta búsqueda incansable es mi forma de protesta, de rebeldía ante ese sistema criminal que destruye nuestra nación, es mi humilde contribución para intentar combatir a la horda de enemigos públicos.

Este libro es parte de este largo camino periodístico de exploración y búsqueda de entendimiento. Hasta ahora mis investigaciones se han enfocado en diseccionar la operación del tráfico de drogas, cuyo ingrediente principal es la colusión que usa como pegamento a la corrupción y la ambición de poder. Ahora he querido ir más allá y recorrer el telón para ver lo que ocurre tras bambalinas. Un detrás de cámaras del mundo del narcotráfico.

¿Cómo son las vidas personales de estos jefes de la droga? ¿Cómo interactúan en la intimidad con sus mujeres y sus familias? ¿Cuáles son sus necesidades primordiales? ¿Qué los impulsa a producir y traficar drogas, corromper, asesinar y destruir todo a su paso? ¿Cuál es su objetivo? ¿Qué los nutre y les da fuerza para continuar como bólidos en su frenética carrera?

Este libro es un primer paso para entenderlo, y me he enfocado en explorar el mundo de sus mujeres: madres, hijas, esposas y amantes. Mujeres que forman parte de la corte en el reino de los narcos y se amoldan a las reglas machistas que les son impuestas y en “recompensa” disfrutan del botín obtenido de masacres, corrupción y violencia, cuyas principales víctimas son otras mujeres.

La presencia del género femenino —las mujeres que voluntariamente están dentro de la cúpula del narcotráfico— cubre la necesidad afectiva esencial que tienen incluso personas con un desorden psicosocial como los jefes de la droga. Les dan afecto, los solapan, los justifican, les aplauden, les dan placer, procrean hijos y multiplican su especie, y con ello los impulsan a seguir delinquiendo en un círculo vicioso sin fin. Ellas son el motor y a la vez son el objetivo. Son el alimento de la bestia.

¿Para qué alguien desea una montaña de dinero, aunque sea ensangrentado, si no tiene con quién disfrutarlo? ¿Para qué las mansiones, la ropa costosa y las joyas si no hay con quién compartirlo? ¿Para qué comprar un Ferrari si no hay quién los acompañe en el viaje? La gran mayoría de los narcotraficantes no son ermitaños que estén dispuestos a vivir aislados sentados sobre sus fortunas, pasando las horas en solitario contando su botín. Como el común de los humanos, son seres sociales por naturaleza, necesitan interactuar, reflejarse, confirmarse, reproducirse y ser aceptados. Y quizás ellos, cuyo perfil es megalomaniaco, lo necesitan más que los demás. ¿De qué sirve llegar a la cima de la pirámide del crimen si no hay con quién festejarlo? Sus mujeres son el primer círculo del coro que los vitorea y los recibe con laureles cuando regresan de combatir en las guerras criminales que destruyen nuestro país. Su calor contrarresta el repudio social, que, por cierto, preocupantemente, cada vez es menor en México.

Si los narcotraficantes se quedan aislados y solos, mueren. Por eso es necesario analizar las relaciones personales que los nutren, son un punto de fortaleza y su talón de Aquiles.

Esta investigación la he realizado con el mismo rigor y método que mis investigaciones sobre las redes de corrupción y abuso de poder. Tuve acceso a testigos directos, presenciales, de los hechos que aquí narro; personas que justamente estaban ahí, tras bambalinas, observando ese mundo íntimo hasta ahora secreto. Colaboradores muy cercanos a los narcotraficantes de los que habla el libro que vivieron su interacción con sus mujeres y familia. Algunos aceptaron hablar on the record y que sus nombres se publicaran, otros accedieron a ser mis informantes y contar los hechos a cambio de mantener sus identidades bajo reserva. Conservo grabaciones de muchas de las entrevistas que les realicé.

Sus testimonios pude cruzarlos y contrastarlos entre sí, y con otras fuentes de información fuera del mundo criminal que también fueron testigos porque forman parte de los círculos de amistad y familia de esas mujeres, o por razones de logística y casualidad.

Gracias a esos testigos pude entender cómo las relaciones de funcionarios públicos y políticos con narcotraficantes se dan no solo a través de la corrupción, el dinero y la búsqueda de poder, sino de mujeres que circulan en uno y otro mundo y se convierten en vasos comunicantes, en damas de compañía o amantes compartidas.

Pude corroborar la existencia de lugares, eventos y direcciones, y tuve acceso a expedientes judiciales de México y Estados Unidos, documentos de cuentas bancarias, certificados de propiedad, información fiscal y actas constitutivas de empresas nacionales e internacionales. Por medio de ese conjunto de información obtuve los nombres de los protagonistas, hombres y mujeres, de las historias que narro en cada capítulo.

Emma y las otras señoras del narco surge desde mi posición como mujer antagonista y víctima del mundo que aquí reconstruyo para el entendimiento del lector. No pretende ser un juicio sumario, no es abordado desde el punto de vista de prejuicios conservadores, ni tiene la intención de hacer escarnio, pero es necesario reconocer que a escala mundial existen mujeres que voluntariamente han sido protagonistas o cómplices esenciales de terribles casos criminales. Como la red de tráfico sexual NXIVM creada por Keith Raniere, cuya matriz se estableció en Estados Unidos, y en la que actrices de talla internacional participaron en el deleznable crimen, algunas ya condenadas como Allison Mack. O el caso de la red de explotación sexual de menores de edad encabezada por el empresario Jeffrey Epstein, cuya pareja sentimental y amiga Ghislaine Maxwell, una celebridad en el mundo de la alta sociedad británica, era su cómplice.

Estos dos ejemplos son la clara muestra de que a veces el crimen se oculta y opera mejor tras la fachada de los famosos. La fama y la forma en que los medios de comunicación la exaltan los cubre de un falso velo de virtud, como si el hecho de ser famosos los hiciera buenos y gentiles. Pero además de cómplices son trofeos, entre más famosos e i

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