Tú eres mi perdición (Contigo a cualquier hora 17)

Encarna Magín

Fragmento

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Capítulo 1

Caleb Stone tenía a la azafata a horcajadas sobre su pene erecto y con su mano lo encajó en el sexo femenino. Su hombría resbaló y se hundió por entero en el interior, arrancando gemidos placenteros a ambos. Nunca hubiera imaginado que le gustaría tanto viajar en el jet privado que había heredado junto a las fincas, una buena flota de coches de lujo, una cadena de hoteles de cinco estrellas y el título de conde de Northy. La belleza rubia de cuerpo seductor lo montaba con ansia y su polla entraba y salía mientras él amasaba los redondeados glúteos. La camisa blanca de la mujer estaba desabrochada, no llevaba sujetador y los pechos botaban a cada embestida. Era todo un espectáculo, y le encantaba, tanto que impulsó su pelvis hacia arriba con furia cuando notó que el clímax empezaba a sacudir sus entrañas. Ella no tardó en seguirlo y se desplomó jadeante sobre él.

Siempre tomaba precauciones, y cuando la azafata salió de encima, se sacó el preservativo, que fue a desechar al baño. A pesar de que ella le había dicho que tomaba la píldora, no quería sorpresas. Había mucha oportunista suelta, y ya se había topado con un par que aseguraron en revistas de cotilleos que los bebés que llevaban en sus vientres tenían sus genes. Suerte que existían las pruebas de ADN, pues nada más nacieron los neonatos demostró que él no era el padre. Ellas solo buscaban dinero, pero él tenía buenos abogados y no le arrancaron ni una libra. Si bien le aconsejaron que las denunciara por daños y perjuicios a fin de disuadir a futuras oportunistas, consideró que haciéndolo perjudicaría a dos bebés inocentes. Ya bastante tenían con cargar con unas madres tan superficiales.

Después de asearse, Caleb se reunió con la belleza rubia y se la encontró en el bar que había en un rincón, sirviendo whisky en dos vasos. El hombre arqueó una ceja, ya que después de follar le gustaba quedarse solo. Sin embargo, no le dijo nada, pues ella no lo sabía y no sería correcto echarla sin más. No pudo evitar que sus labios se tensaran cuando la azafata le alargó el vaso.

—¿Te apetece un trago? —musitó con dulzura la mujer.

—No, y apura el tuyo rápido que quiero estar solo.

Si bien su tono fue contundente, la azafata no quiso darse por aludida y sonrió como respuesta mientras se llevaba el vaso a los labios. Bebió pequeños sorbos al tiempo que lo miraba con intensidad. Caleb fue consciente de que algo tramaba y supo que había cometido un error al follar con ella una segunda vez. Se aseguraría de que no hubiera una tercera, desde luego. Normalmente nunca repetía con la misma fémina, no quería que se hicieran ilusiones, porque no estaba dispuesto a atarse a ninguna mujer. De hecho, era alérgico a las relaciones, y buena culpa de ello la tenía Fiona Clynton, la única mujer que había amado y que en el presente odiaba más que a ninguna otra.

—Me gustas, Caleb, y yo también te gusto —musitó la belleza rubia.

Dejó el vaso en la barra del bar y se acercó a él. Rodeó con sus brazos el cuello de Caleb y lo besó. Mientras las lenguas se enredaban, ella llevó la mano a la entrepierna masculina, acarició su pene, que creció hasta que quedó duro como el acero.

—Tenemos una relación, ya sería hora de que nos vieran en público, ¿no crees? —mencionó ella en cuanto sus bocas se separaron.

Una sirena de alarma empezó a resonar en la cabeza del conde. Su erección comenzó a desinflarse bajo la atónita mirada de la mujer. Caleb se apartó de ella como si tuviera una enfermedad contagiosa. Sabía que acostarse más de una vez con la misma mujer le traería problemas, hizo rechinar los dientes.

—Solo hemos follado dos veces, no creo que lo nuestro pueda llamarse «relación».

—Pediste que fuera yo quien te atendiera en el vuelo, es evidente que te gusto y que entre nosotros hay algo...

Él la interrumpió.

—Ehhh... no vayas tan deprisa. Tenía ganas de echar un polvo, nada más, y sabía que estarías disponible. Pero para que no haya más confusiones pediré que te trasladen a alguna compañía de aviación, incluso dejaré que escojas la que más te guste.

La azafata abrió los ojos sorprendida y enfadada al mismo tiempo. Puso las manos a la altura de las caderas y se controló para no gritarle.

—¿Me estás despidiendo?

—No, aunque podría hacerlo, pero no soy tan capullo. Me aseguraré de que tengas trabajo, tengo contactos en varias compañías aéreas y... —Puso los ojos en blanco cuando vio las lágrimas fingidas de ella, había tenido esa misma escena demasiadas veces para dejarse embaucar, tal como le sucedió con Fiona años atrás—. Por favor, ahórrate la escena dramática, eres una chica lista, no abuses de mi paciencia.

Los ojos de la fémina se quedaron secos al instante, lo miró con odio.

—Definitivamente eres un capullo.

Caleb esbozó una mueca burlona.

—Vaya, creía que te gustaba, te ha durado poco el enamoramiento —se mofó.

La mujer no lo increpó, se giró y desapareció de su vista; el portazo que dio cuando se metió dentro de la cabina de los pilotos fue sonoro. Caleb cabeceó, debía ir con más cuidado. Desde el momento que heredó la fortuna de los Stone y el título de conde, se había convertido en un premio de caza mayor para las oportunistas. Más valía seguir con su costumbre de acostarse solo una vez con las mujeres que le gustaban. No quería más sorpresas.

Sin más, agarró el vaso con el whisky y se sentó en el cómodo sofá color marfil. Frente a él había una mesa de centro donde había dejado una revista de economía y finanzas que había adquirido en un estanco de camino al aeropuerto. En la portada salía Abigail Hope, era la socia gerente del despacho de abogados Turner Law de Manhattan. Apenas hacía un mes que se había fusionado con Berlam Associates, otro prestigioso despacho de abogados afincado en Londres, el cual llevaba todos sus asuntos legales. De hecho, estos habían hablado personalmente con Abigail para que se encargara de sus negocios en Nueva York. Dentro de unas horas tenía una cita. Miró su reloj, según sus cálculos en cuanto aterrizara en el aeropuerto LaGuardia, habría una limusina esperándolo para llevarlo a su hotel, Stone Hotels, ubicado en Central Park West. Tendría tiempo de ducharse y cambiarse de ropa. Como buen inglés nunca llegaba tarde a una cita, fuera de trabajo o placer, de modo que una buena organización era la clave del éxito.

Dio un sorbo a su bebida, estaba seguro de que ese sería un buen día. Por fin L. P. (Lilith Productions) sería de su propiedad. No había nada en el mundo que le hiciera más ilusión que arrancar de las manos de Fiona Clynton lo que más ella amaba: su empresa cinematográfica que se dedicaba al cine pornográfico. Disfrutaría desmantelando a su bebé, tal como ella lo llamaba, para convertirlo en algo diferente.

Dejó el vaso en la mesa y se centró en la revista que agarró en la mano. Era raro que

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