Dentro de tu silencio (The Wave 2)

Marian Viladrich

Fragmento

dentro_de_tu_silencio-4

Capítulo 1

Si cerraba los ojos, aún podía escuchar los aplausos. Los silbidos. Los gritos. Cientos de voces coreaban sus nombres, cantaban los estribillos de sus canciones, suplicaban por un tema más.

Si cerraba los ojos, aún estaba sobre el escenario, la música hormigueaba en sus dedos, las manos volaban sobre el teclado. La voz áspera de Miles desgarraba el aire y Aaron hacía retumbar el suelo con su poderosa batería.

Sí, si cerraba los ojos, podía sentir la euforia, el calor, la magia. Era de nuevo James Hathaway, teclista de The Wave, el grupo de rock que revolucionó el mundo.

Abrió los ojos.

Aquello había sucedido en otra vida, antes de que el suelo se abriera y cayeran en un espiral de autodestrucción de la que nadie pudo salvarlos. Los aplausos se habían apagado años atrás y la música que sonaba en aquel momento no era una canción de The Wave, sino el sonido frío y sintético de un tema de pop electrónico en una discoteca de moda de Nueva York. La voz de la cantante, teñida de autotune, tenía algo de robótico. «Música muerta», pensó con tristeza mientras clavaba la vista en el vaso vacío que sostenía entre los dedos. No estaba borracho y nunca le había gustado beber por las razones equivocadas. James conocía sus límites, aunque esa noche estaba dispuesto a saltárselos. Se volvió hacia el camarero y pidió otra copa.

—¿Un mal día? —preguntó con cierta simpatía el tipo mientras ponía los hielos en el vaso.

James se encogió de hombros. Cuatro malos años, en realidad, aunque no iba a reconocerlo ante un desconocido.

Notó la vibración del móvil y sacó el teléfono del bolsillo con desgana. Gerry, otra vez. Tenía al menos diez llamadas perdidas de su agente. Desconectó el teléfono sin ningún remordimiento. No pensaba hablar con él, porque esa noche odiaba un poco a Gerry Fisher. No era justo, pero no podía evitarlo.

Él había estado junto a ellos desde el principio, desde que eran unos chicos de veintiún años llenos de sueños y talento que querían comerse el mundo. ¿Habían pasado tan solo siete años? ¿Siete años desde que entraron en su despacho para firmar el contrato que cambiaría sus vidas? James sacudió la cabeza. No quería pensar en aquella época, cuando eran solo tres jóvenes ansiosos y arrogantes, llenos de música, que se creían preparados para una batalla que acabarían perdiendo.

El camarero deslizó la copa frente a él. James dejó un billete sobre el mostrador y se dio la vuelta sin esperar el cambio. Necesitaba alejarse de la barra para evitar recrearse en un pasado que prefería olvidar, sobre todo la terrorífica imagen del cadáver de uno de sus mejores amigos tendido en el suelo de una lujosa habitación de hotel. No quería volver allí. En su cabeza, había visitado aquella habitación de Sídney demasiadas veces en los últimos años. Solo quería olvidar, aunque fuese durante unas horas. Se introdujo entre los cuerpos que se movían frenéticos al son de aquella música sin alma. Una turba sudorosa se balanceaba exaltada con un pésimo sentido del ritmo. Dio un trago a la copa y el áspero sabor del whisky arañó su garganta. Una chica rubia se acercó a él. Sonreía y sus ojos estaban cargados de promesas inequívocas.

—¿Estás solo? —preguntó al tiempo que se inclinaba para mostrar su generoso escote.

En otro momento (en su otra vida), habría aceptado sin dudar aquella propuesta. Habría rodeado la cintura femenina con su brazo y habrían bailado unas cuantas canciones. Él habría coqueteado un poco, la habría hecho reír con su humor ligero y luego habría sugerido que se trasladaran a un lugar más tranquilo.

Pero ya no era aquel chico despreocupado y esa noche no buscaba compañía, así que negó con la cabeza y se alejó de la rubia.

Ráfagas luminosas verdes y rosas cruzaban la oscuridad de la sala. La masa de cuerpos pareció estrecharse sobre él. No paraban de moverse. Quiso ser como ellos y sacudirse bajo el eco de aquel ritmo repetitivo, de aquellos sintetizadores vacíos, de aquellos sonidos sin sangre que no dolían por dentro, pero era James Hathaway y necesitaba calidez, pasión, sufrimiento, amor... La música tenía que hacer sentir, vibrar, desgarrar. La música tenía que estar viva.

Observó confuso a su alrededor: los cuerpos que se mecían unos contra otros, las sonrisas vacías, los rostros sudorosos. Se llevó de nuevo la copa a los labios y solo encontró los restos de un hielo a medio derretir. Todavía no estaba borracho, aunque una agradable neblina envolvía su cabeza, llevándose los recuerdos, y comprendió que era el momento de parar. Había ciertas líneas que no estaba dispuesto a cruzar.

Debería volver a casa, meterse en la cama, mal dormir algunas horas y prepararse para llamar a Gerry y buscar a Miles. Al día siguiente no los odiaría, a pesar de que ambos le hubieran arrebatado las últimas esperanzas que le quedaban.

Se abrió paso entre los cuerpos amontonados. Una chica dejó caer los párpados para mirarlo a través de las pestañas brillantes de purpurina, alguien trató de cogerlo por la cintura. Molesto, avanzó un poco más. Necesitaba salir de allí, alejarse de todos, estar solo. Se había equivocado al entrar en la discoteca tras abandonar furioso el despacho de Gerry.

—Red Moon Records quiere grabar con vosotros —había explicado el agente de The Wave unas horas antes en su oficina. Miles había torcido el gesto ante la noticia, pero el corazón de James había dado un brinco. Un brote de esperanza aleteó en su interior.

Gerry no añadió que llevaba meses de duras negociaciones con el sello discográfico para conseguir aquella oportunidad; no hacía falta. Los dos integrantes de la banda eran conscientes de que la industria de la música no quería saber nada de ellos. Los habían ignorado, como si nunca hubieran existido, como si The Wave no hubiera roto todos los récords de ventas ni ellos hubieran sido adorados por cientos de miles de fans en todo el mundo.

Habían caído en el olvido.

Cuando todo se hundió tras la muerte de Aaron, las discográficas les dieron la espalda, los viejos amigos se evaporaron en el aire y los admiradores buscaron otros ídolos. Solo Gerry permaneció junto a ellos, decidido a darles el tiempo necesario para recuperarse antes de volver a la carga. Y ahí estaba, por fin, la oportunidad soñada, la posibilidad de rescatar al grupo, de volver a pisar un escenario, de recuperar una parte de sí mismos que quedó atrapada en un hotel de Sídney, junto al cadáver de Aaron.

Era el momento exacto, con Miles recuperado, sobrio y estable. No había nada que impidiera su vuelta. The Wave tenía una oportunidad, así lo había dicho Gerry, con los ojos brillantes de satisfacción.

Un golpe en el brazo lo devolvió al presente. Su mente salió del despacho de Gerry y se encontró de nuevo en medio de la turba sudorosa. Sonó una nueva canción y estuvo a punto de reír por la ironía. Waves, de Luna Shadow

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