Abril y tus ganas de mí (Pacto entre amigas 7)

Ángeles Valero

Fragmento

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Prólogo

Las navidades de Abril

Dos meses antes

—Abril, ¿qué ocurre? —preguntó Lola algo preocupada.

—Nada, nada... Acaban de llegar unos amigos.

—Pues parece que fueran armados con pistolas. Cielo, ¿por qué estás tan asustada?

—Está Mario —susurró.

—¿Mario? El que te gus...

—Ssssshhhh, que estás en altavoz. Sí, ese. Voy a darle la vuelta a la cámara, pero no digas nada, ¿vale?

Un chico moreno, muy atractivo, se dirigía hacia ella. Lola pudo entender por qué su amiga llevaba colada por él desde que tenía uso de razón. No es que fuera guapo, de hecho Diego lo era bastante más. Era otra cosa. Algo que hacía que no pudieras dejar de mirarlo.

—Pequeña, ¿cómo estás? —saludó él.

Ese apelativo les dolió a ambas.

—Bien, hablando con una amiga que está fuera. Luego te veo.

—Vale.

Sin decir nada más, Lola vio a través de la pantalla cómo Abril la llevaba a otra habitación y cerraba la puerta.

—¿Soy yo o parece un modelo?

—Lo parece. Está mucho mejor que en las fotos que nos enseñaste, pero si te va a hacer daño verlo, es el hombre más horrible sobre la Tierra.

—Ya os dije que no seguía colgada de él. Fue solo un amorío de juventud. Tengo que volver a saludar a sus padres y esas cosas. Te llamo con el brindis, ¿quieres?

—Estaré esperándote. Dile a tu tía que añoro su flan de almendra y garantízale a tu hermano que iré medio pedo antes de los turrones.

—En serio, ¿qué pasó entre vosotros el año pasado? Desaparecisteis casi dos horas.

—Eso no es verdad, estábamos en la terraza.

—En pleno diciembre y con el frío que hacía...

—Abril, sé una buena chica y ve a saludar a los invitados. Venga, que es de mala educación.

—Noah borracho es muy parlanchín. Voy a darle ya otra cerveza.

—No seas mala. Te quiero, nos vemos en unas horas.

—Te quiero.

Colgó la videollamada mientras se tiraba en la cama y miraba el techo. Necesitaba un momento para asumir lo que acababa de pasar. Hacía unos meses, debido a una publicación de Instagram, Mario y ella habían retomado el contacto directo. Hasta el momento, se limitaban a saber el uno del otro en encuentros con familia o amigos, y lo que Noah pudiera contar. ¿Quién había roto la comunicación? Abril había culpado a la distancia y la rutina del día a día. Sabía que Mario, al igual que su hermano, no era muy amigo del teléfono, pero después de esas últimas conversaciones, algo le decía que detrás de todo había más. Se armó de valor para enfrentarse de nuevo a todas las partes alteradas de su ser.

Mario vio cómo se abría la puerta de la habitación, había tenido los ojos fijos en ella desde que Abril la cerrara hacía una eternidad. «Pequeña, ¿cómo estás?», reprimió un escalofrío de rechazo ante el recuerdo de esa frase. Se había puesto nervioso, esa era la única explicación para cagarla tanto, tan rápido y en tan poco tiempo. Dos minutos, lo que se tarda en llegar desde la puerta de la casa al salón. Eso era lo que él había tardado en tirar por la borda todos los pequeños avances de las conversaciones de esos meses.

Recuperar el contacto comentando algunas de las historias había sido casual y no premeditado. Una suerte del destino y las redes sociales. Ellos siempre se habían llevado bien, que la vida los distanciara era otra cosa. Eso se había dicho todas esas noches, que solo estaba recuperando el contacto con la hermana de su mejor amigo, una amiga al fin y al cabo. Pero después de las últimas conversaciones, algo dentro de él había resurgido con más fuerza; y ahora, viéndola tan guapa y segura de sí misma, se desbocaba hasta límites insospechados. Y eso último era lo que había hecho que él empezara a verla con otros ojos: la seguridad. Tenía delante de él a una mujer decidida y no se le ocurría mejor afrodisiaco.

Aunque tal vez el vestido rojo de cuello en pico que dejaba las clavículas al descubierto y se ajustaba a sus curvas también tuviera algo que ver. Además, se había recogido la larga melena morena en un despreocupado moño que dejaba algunos tirabuzones libres y mostraba el cuello. Estaba más que seguro de que lo único que quería era besarla.

Ahora, los problemas eran otros: el primero, romper la barrera de la amistad; y el segundo, que confiara en él. Había dificultado lo primero llamándola «pequeña», y lo segundo seguía siendo un misterio.

Abril se acercó mientras él seguía sumido en el debate interno. Ella aprovechó ese momento para fijarse en los detalles: pantalón y chaqueta negros, camisa morada y corbata violeta claro. El pelo, algo largo, caía liso; él parecía estar a kilómetros de distancia. Llenó sus pulmones al máximo, ya no era la chica asustadiza que se había ido de Erasmus sin saber nada de la vida; ahora era una mujer hecha y derecha y podía con eso.

—Cuánto tiempo —consiguió decir, disimulando los nervios que le producía estar tan cerca.

—Ya veo que demasiado, ahora no me das un abrazo ni nada —respondió con más seguridad de la que sentía.

Fue ella la que dio el primer paso, rodeándole la cintura con las manos, juntando el cuerpo al de él. Pasó los brazos por la espalda e hizo presión para atraerlo más. Apoyó la cabeza en su cabello, que descansaba sobre su pecho, y aspiró su aroma.

Se recrearon en ese abrazo más de lo esperado para un saludo. Cuando se distanciaron, ella seguía siendo incapaz de mirarlo.

—¿Quieres una cerveza?

—Vale. Y ya que vas mete el cava en la nevera. —Mientras le daba una bolsa con tres botellas, ella lo miró extrañada—. ¿Qué? ¿Esperabas que viniéramos sin traer nada?

—No, claro, pero las has tenido en la mano un buen rato, ¿ya se te ha olvidado que en esta casa todo el mundo puede ir a la nevera?

—Eso será, ¿me haces memoria?

Y mientras decía eso, una mano distraída apartaba uno de los tirabuzones al tiempo que con los dedos rozaba levemente el cuello. A ella se le paró la respiración.

—Cerveza —murmuró alejándose de él como si se quemara.

El frío de la nevera la ayudó a bajar el calor que esa caricia le había provocado. ¿Qué acababa de pasar? Pegó una de las cervezas a sus mejillas, suspiró y cerró la puerta.

Mario la esperaba apoyado entre la entrada de la cocina y el ventanal de la terraza.

—Me alegro de que por fin tu madre decidiera aceptar la invitación.

—Yo también. De verdad que era absurdo pasar este día los tres solos cuando Soledad siempre ha insistido en que viniéramos.

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