La polarización política en Estados Unidos

Josep M. Colomer

Fragmento

Introducción ¡Son las instituciones!

Introducción

¡Son las instituciones!

La confrontación política ha sido la pauta de la política de Estados Unidos durante la mayor parte de los últimos treinta años desde el final de la Guerra Fría. Las hostilidades culminaron con la presidencia de Donald Trump y su desenlace, pero ya se habían agravado durante las presidencias de Bill Clinton, George W. Bush y Barack Obama y, en contra de algunas predicciones, continúan durante la de Joe Biden.

Este libro se basa en la hipótesis de que los conflictos políticos continuados y la creciente polarización en Estados Unidos se derivan sobre todo del desencaje entre el tamaño y la diversidad del país y el sistema constitucional y político, que está basado en la separación de poderes entre un Congreso legislativo y un presidente ejecutivo con solo dos partidos políticos. La obsesión con la personalidad de los presidentes y la permanente búsqueda de salvadores de la patria oscurece la importancia de los factores estructurales y las reglas del juego que determinan en gran parte el comportamiento político.

No hay duda de que las desigualdades económicas, raciales y territoriales predisponen a la confrontación. Sin embargo, las diferencias sociales y culturales solo se convierten en conflicto político si los actores políticos las activan. La principal explicación de tanta hostilidad y tantos choques como los que han impregnado la mayor parte de la historia del país reside en la esfera política. Los políticos tienen motivaciones diversas, pero se mueven por las restricciones y los incentivos creados por las instituciones políticas, las cuales, con la actual configuración, favorecen la competición polarizada. Así, el proceso político genera animosidad entre los ciudadanos, la cual aumenta la escala y la profundidad de las disparidades basadas en diferencias sociales y culturales. Estas, a su vez, se convierten en plataformas agigantadas para los antagonismos de los políticos.

Mi interpretación es, pues, que el factor más importante de una gobernanza efectiva es el diseño institucional. No debemos esperar que las instituciones políticas eliminen la diversidad o las diferencias de intereses; más bien deberían encauzarlas mediante normas legales y compromisos aceptables capaces de evitar una confrontación grave. Unas instituciones democráticas bien diseñadas deberían ser capaces de tomar decisiones colectivas vinculantes apoyadas por la mayoría de los votantes, proveer bienes públicos eficientes y equitativos, favorecer los acuerdos consensuados y evitar graves enfrentamientos.

El problema es que la separación institucional de poderes con solo dos partidos, como en Estados Unidos, a menudo fomenta lo contrario: promueve y exacerba el antagonismo y produce un conflicto sostenido. La mayoría de las veces, un partido se hace con la Presidencia y el otro, con al menos una de las cámaras del Congreso; se atrincheran en estas instituciones separadas y se bloquean mutuamente. Con dos partidos disciplinados, los controles mutuos entre instituciones tienden a provocar agravios y polarización.

UN DISEÑO INSTITUCIONAL DESATINADO

El diseño estadounidense fue el resultado de un malentendido y un error de cálculo. Cuando los autores de la Constitución en Filadelfia a finales del siglo XVIII miraron a Gran Bretaña en busca de inspiración, entendieron mal su sistema político, que había dejado de funcionar con una separación de poderes entre un rey ejecutivo y un Parlamento legislativo. Los poderes ya habían empezado a fundirse en un régimen parlamentario, en el que el Parlamento confirmaba al primer ministro ejecutivo y a su Gabinete, como lo ha continuado haciendo hasta hoy.

Además, los constituyentes americanos calcularon mal que los partidos políticos, a los que despreciaban como «facciones» corruptas, no operarían a escala nacional en un país tan grande y diverso. Sin embargo, tras los años fundacionales con presidentes que habían firmado la independencia o la Constitución, surgieron candidaturas rivales y partidos de ámbito nacional. La elección de presidentes partidistas se convirtió en una importante fuente de confrontación política.

Con hostilidad partidista generalizada, los checks and balances entre la Cámara, el Senado y la Presidencia impiden, de hecho, un gobierno eficaz. Los controles mutuos entre instituciones no promueven consensos y equilibrios como se esperaba. En la práctica, el sistema produce presidentes elegidos por una minoría del voto popular, una política de confrontación, parálisis legislativa, recurrentes cierres del Gobierno e impugnaciones presidenciales cada vez más frecuentes.

Estados Unidos es el único país que usa las dos fórmulas electorales más restrictivas: por un lado, elecciones presidenciales ejecutivas separadas; por otro lado, elecciones legislativas en distritos con un solo escaño por la regla de la mayoría relativa o pluralidad, que solo permiten dos partidos viables. Este sistema constitucional ni siquiera se estableció en los países que Estados Unidos liberó al final de la Segunda Guerra Mundial: Alemania, Francia, Italia, Japón. Hoy en día, ninguna otra gran democracia usa esa combinación de diseño electoral.

PAZ INTERNA VERSUS PAZ EXTERNA

En un gran país de tamaño imperial como Estados Unidos, la política pública más importante es la política exterior. La cohesión interna y la unidad nacional, por lo general difíciles de alcanzar en un país tan grande y diverso, aumentan frente a una amenaza existencial extranjera, como ocurrió durante la Segunda Guerra Mundial y la posterior Guerra Fría con la Unión Soviética. En esas situaciones, la paz interna se puede lograr centrándose en la política exterior, relegando la diversidad territorial y evitando las cuestiones potencialmente divisorias, lo cual permite que la vida política gire en torno a una agenda estrecha y consensuada. A la inversa, una relativa paz exterior, como en los últimos treinta años, tiende a ir acompañada de conflictos internos, ya que favorece el surgimiento de rivalidades políticas y territoriales que a menudo las instituciones existentes no pueden resolver con éxito y de forma duradera.

Una mejor gobernanza requeriría un gobierno federal menos conflictivo. Una división más clara de responsabilidades entre una Presidencia responsable centrada en asuntos exteriores y un Congreso centrado en asuntos internos compartidos con los estados y las ciudades podría lograr una relación de poderes más equilibrada. Solo con un giro institucional que evitara el bloqueo y promoviera la cooperación, el sistema podría funcionar como el modelo clásico y fundacional de una federación democrática.

Sin embargo, siempre puede existir la tentación de identificar un nuevo enemigo exterior y lanzar una nueva Guerra Fría, ya sea con Rusia o con China o con las dos a la vez. La invocación de una nueva amenaza existencial extranjera podría servir de distracción para dejar de lado las cuestiones de política interior que causan división y en las que, de otro modo, el

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