La estrella de ébano

Francisco Toledo Lobo

Fragmento

cap

A Elena,

mi sirenita montañera,

mi Campanilla,

la que ve la vida del mismo color que yo

y consigue que seamos mucho más que dos

 

 

Non quia difficilia sunt non audemus,

sed quia non audemus difficilia sunt.

 

Epistulae morales ad Lucilium,

CIV SENECA LVCILIO SVO SALVTEM [26]

No es la dificultad lo que impide atreverse,

sino que de no atreverse viene toda la dificultad.

Epístolas morales a Lucilio,

Carta 104 de Lucio Anneo Séneca a Lucilio [26]

Traducción de FRANCISCO NAVARRO Y CALVO,

canónigo de la metropolitana

de Granada, 1884

cap-1

1

El rescate

Airam salía del puerto para navegar por el Mediterráneo en su primera singladura como capitana del Clara Campoamor. A los cuarenta y cinco años, saboreaba ese momento que tanto le había costado alcanzar en un sector donde las mujeres brillan por su ausencia. El buque y su gemelo, el Don Inda, eran los más grandes de SASEMAR, la Sociedad de Salvamento y Seguridad Marítima. El impresionante casco, de color naranja, destacaba sobre el intenso azul del mar. Con aquellos potentes motores, capaces de remolcar a un superpetrolero, surcaba el Mediterráneo en calma bajo un sol radiante que ninguna nube se atrevía a ocultar. Airam no podía imaginarse que aquella balsa de aceite estuviera a punto de desatar en su vida un tsunami y que cambiaría las de millones de personas.

Sebastián, el primer oficial, se dirigió a ella en el puente de mando en un intento de simpatizar con la impresionante rubia de ojos azul celeste que tenía como nueva jefa.

—Debe de estar orgullosa del nombramiento como capitán del Clara Campoamor.

—«Capitana», oficial, «capitana». Sí, me ha costado veinte años de servicio, pero al fin he cumplido mi sueño: capitanear uno de los dos grandes buques de SASEMAR. Es un orgullo estar al frente de esta imponente nave, y más cuando con ello he roto un techo de cristal.

—Que lo haya roto en un buque con el nombre de la principal impulsora del sufragio femenino en España debe de ser una grata coincidencia para usted.

—Seguro que también lo sería para Clara Campoamor.

La capitana recorrió junto con Sebastián el puente de mando, auscultando cada detalle y constatando que el Clara Campoamor poco tenía que ver con los remolcadores, guardamares y salvamares que había tripulado hasta entonces.

—Da mucha seguridad tener todos los elementos de control duplicados para así evitar fallos del sistema. —advirtió Airam.

—Y contar con dos puentes de mando —añadió Sebastián con un gesto. Uno de los puentes, el que utilizaban al navegar, miraba hacia proa; el otro, hacia popa, lo que lo hacía perfecto para supervisar las operaciones—. Siéntese en la silla del capitán y le enseñaré algo que no sé si conoce.

—A partir de ahora, «silla de la ca-pi-ta-na» —enfatizó Airam.

—Disculpe, aún no me he acostumbrado a que mi jefe sea una mujer.

—«Jefa», oficial, «jefa». Acostúmbrese pronto o nos las tendremos.

—Sí, mi capitana.

Airam tomó asiento y observó la cantidad de botones, palancas de mando y el joystick que permitían controlar las operaciones desde los brazos de la silla.

—Nada de esto me sorprende; como supondrá, estoy acostumbrada a manejar estos dispositivos.

Sebastián pulsó un botón, esbozando una sonrisa, y la silla comenzó a moverse hacia delante. Airam advirtió que podía desplazarla hasta el cristal que daba a la cubierta o retroceder para tener más a mano el resto de los mandos de control.

—Había oído hablar de esta chorrada, aunque no la recordaba.

—La verdad es que esta prestación aporta poco.

—Al contrario que el sistema de posicionamiento dinámico; tengo ganas de verlo en acción —comentó la capitana.

—Impresiona cómo mantiene la nave en una posición fija por más olas, corriente o viento que haga —añadió Sebastián.

—Para las operaciones de salvamento es fundamental —puntualizó Airam. El sistema en cuestión facilitaba el posicionamiento en apenas unos minutos—; nada que ver con el posicionamiento manual al que estoy habituada.

—Usted y todo SASEMAR, ya sabe que este sistema no lo tiene ni el Don Inda.

—Es que el Clara Campoamor es único —se preció la capitana—; tengo ganas de comprobar en la práctica tanto su excepcional maniobrabilidad, gracias a ese sistema y las seis hélices, como la potencia que le permite remolcar al buque más grande que existe gracias a los veintidós mil caballos de los cuatro motores Rolls Royce.

Sebastián sonrió al constatar que Airam conocía al dedillo las características de la nave, aunque no hubiera estado antes en ella.

La capitana bajó a interesarse por lo que hacían los otros tres oficiales y los nueve subalternos que completaban la tripulación. Cuando al cabo de unos minutos volvió al puente de mando el primer oficial retomó la conversación.

—Mi capitana, ¡menudo día para su debut! Es magnífico.

En efecto, la visibilidad desde aquel puente, que ofrecía una perspectiva de 360 grados, no podía ser mejor, pero Airam estaba acostumbrada a cortar cualquier atisbo de cercanía de sus subordinados que no tuviera relación con el trabajo y le respondió con tanta cordialidad como contundencia:

—Un día inmejorable, primer oficial, pero ya sabe que nada tengo que ver en ello.

Sebastián, que no pareció haber entendido el mensaje, prosiguió:

—Estamos en sintonía con la claridad del día.

—¿Por qué lo dice?

—Porque somos del Clara Campoamor. —Sonrió con complicidad—. Clara… claridad… Hay sintonía, ¿no?

La capitana no le devolvió la sonrisa. No salió ni una palabra de su boca. El silencio que siguió amonestaba a Sebastián por el necio comentario. Él, aparentemente fuera de onda, insistió de nuevo:

—Así que hoy estamos de suerte por partida doble en este buque: por la nueva capitana y por el día radiante.

—Primer oficial, ¡no me sea pelota! No me diga nada que no diría a un capitán, por favor.

—Sí, mi capitana, disculpe.

A Sebastián, al fin, le quedaron claros los límites de su flamante relación laboral con la capitana. No era cuestión del rango —quienes iniciaban esa carrera profesional asumían los límites establecidos por la cadena de mando—, era cuestión de género. Tomó nota de la primera lección de la capitana: no admitiría comentarios derivados de su condición de mujer.

La singladura transcurrió sin incidentes hasta que el marinero a cargo de la pantalla multifunción de radar dio un aviso:

—Alerta, primer oficial, tenemos una señal débil de un Objeto Flotante No Identificado a un par de millas de distanci

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