El descontento democrático

Michael J. Sandel

Fragmento

Prefacio a la nueva edición

Prefacio a la nueva edición

En los años transcurridos desde que se publicó la primera edición de este libro, el descontento democrático se ha hecho más profundo y se ha agudizado a tal punto que suscita dudas sobre el futuro del sistema en Estados Unidos. En esta nueva edición, que alarga el relato hasta la presidencia de Donald Trump y la pandemia de la COVID-19, pasando por los años de las administraciones de Clinton, Bush y Obama, intento explicar por qué. La primera edición se dividía en dos partes —una dedicada a la tradición constitucional estadounidense y otra relativa al discurso público sobre la economía— y mostraba cómo la filosofía pública del liberalismo contemporáneo se había ido desplegando en cada uno de esos terrenos. En esta nueva edición, he prescindido de la explicación constitucional y me he centrado en los debates sobre la economía. Observar la evolución de estos últimos durante la era de la globalización puede ayudarnos a entender mejor cómo hemos llegado a este peligroso momento político.

Desde la aparición de El descontento democrático en 1996, he acumulado un sinfín de deudas de gratitud con quienes reaccionaron al libro. Debo un especial agradecimiento a Anita L. Allen y a Milton C. Regan por haber organizado en el Centro de Estudios Jurídicos de la Universidad de Georgetown un memorable simposio, presidido por la decana Judith Arens, que juntó a grandes estrellas de la teoría jurídica y política que ofrecieron sus minuciosos comentarios críticos al libro. Allen y Regan editaron un volumen colectivo a partir de aquellos y otros comentarios y reseñas bibliográficas titulado Debating Democracy’s Discontent, publicado en 1998. Yo mismo aprendí muchísimo con aquellos ensayos críticos y quiero dar mis más sinceras gracias a sus autores: Christopher Beem, Ronald S. Beiner, William E. Connolly, Jean Bethke Elshtain, Amitai Etzioni, James E. Fleming, Bruce Frohnen, William A. Galston, Will Kymlicka, Linda C. McClain, Clifford Orwin, Thomas L. Pangle, Philip Pettit, Milton C. Regan, Richard Rorty, Nancy L. Rosenblum, Richard Sennett, Mary Lyndon Shanley, Andrew W. Siegel, Charles Taylor, Mark Tushnet, Jeremy Waldron, Michael Walzer, Robin West y Joan C. Williams.

Agradezco también a Kiku Adatto, George Andreou y David M. Kennedy los útiles comentarios que han hecho al epílogo de la nueva edición. Katrina Vassallo corrigió el texto del manuscrito con gran profesionalidad y esmero. Le debo asimismo un agradecimiento especial a Ian Malcolm, mi editor en la Harvard University Press, pues fue él quien, a lo largo de los años, me ayudó a desarrollar el concepto de partida para esta nueva edición. Además de un magnífico criterio editorial, Ian posee una asombrosa habilidad para encontrar el equilibrio justo entre orientación y paciencia. Mis hijos Adam y Aaron, dos fuentes de alegría personal para la primera edición, han ejercido tanto de guías como de perspicaces críticos para esta segunda. Estoy en deuda con ellos y, sobre todo, con Kiku. Este libro sigue siendo para ella.

Prefacio de la edición original

Prefacio a la edición original

A menudo parece como si la filosofía política residiera en algún lugar alejado del mundo real. Los principios son una cosa, la política es otra y ni siquiera nuestros mejores intentos de estar a la altura de nuestros ideales dan pleno resultado, salvo en muy raras ocasiones. La filosofía puede satisfacer nuestras aspiraciones morales, pero en la política se tratan hechos refractarios a la teoría. Sin duda, habrá incluso quien diga que el problema de la democracia estadounidense es que nos tomamos nuestros ideales demasiado en serio, que nuestro celo reformista rebasa el respeto que deberíamos mostrar por la distancia entre la teoría y la práctica.

Pero si la filosofía política es irrealizable en cierto sentido, también es inevitable desde otro punto de vista, pues la filosofía es una habitante original del mundo en que vivimos: nuestras prácticas y nuestras instituciones son, en ese sentido, encarnaciones de la teoría. Difícilmente podríamos describir nuestra vida política ni, menos aún, participar en ella sin recurrir a un lenguaje preñado de teoría: un lenguaje de derechos y deberes, de ciudadanía y libertad, de democracia y leyes. Las instituciones políticas no son simples instrumentos que ponen en práctica ideas concebidas de forma independiente, sino que, en sí mismas, son encarnaciones de unas ideas. Por mucho que nos resistamos a abordar ciertas cuestiones fundamentales, como cuál es el sentido de la justicia o cuál es la naturaleza de la vida buena, no podemos escapar al hecho de que siempre estamos viviendo una u otra respuesta a esas preguntas: vivimos la teoría.

En este libro, exploro la teoría que vivimos ahora, en el Estados Unidos contemporáneo. Me propongo identificar la filosofía política implícita en nuestras prácticas e instituciones, y mostrar cómo sus tensiones afloran en la práctica. Si la teoría no guarda las distancias, sino que habita en el mundo desde el principio, es posible que encontremos precisamente en la teoría que vivimos alguna pista sobre nuestra situación. Prestar atención a la teoría implícita en nuestra vida pública puede ayudarnos a diagnosticar nuestro estado político actual. También podría revelarnos que el dilema en el que se halla la democracia estadounidense no se debe solamente a la brecha entre nuestros ideales y nuestras instituciones, sino que implica asimismo otras brechas abiertas dentro del ámbito de los ideales en sí y dentro de la autoimagen que se refleja en nuestra vida pública.

La primera parte de este libro tomó forma a partir de unas Conferencias de la Fundación Julius Rosenthal de la Facultad de Derecho de la Northwestern University en 1989. Quiero dar las gracias al decano Robert W. Bennett y al profesorado de dicho centro por su calurosa hospitalidad y sus perspicaces preguntas, así como por el permiso que me han dado para incorporar aquellas conferencias a este proyecto más amplio. Han sido igualmente muy provechosas para mí las oportunidades que he tenido de someter varias partes de este libro al escrutinio de profesores y estudiantes de las universidades de Brown, California en Berkeley, Indiana, Nueva York, Oxford, Princeton, Utah y Virginia, así como del Instituto de Ciencias Humanas de Viena, y también de los participantes en diversas sesiones de la Asociación Estadounidense de Ciencia Política, la Asociación de Facultades de Derecho de Estados Unidos, la Sociedad de Filosofía Ética y Jurídica y el Taller de Profesorado de la Facultad de Derecho de l

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