Índice
Portadilla
Índice
Dedicatoria
Prólogo: La tarea que nos toca
Mirar a México con más honestidad
Hacer una declaración de fe
Recuperar el país rentado
I. Cómo hemos sido
País somnoliento
País petro-idiotizado
País mal educado
País conformista
País discriminador
País corrupto
País de privilegios
II. De dónde venimos
El gobierno como distribución del botín
“Gracias al PRI”
Las lecciones del profesor Hank
La famiglia Salinas
La impunidad como condición necesaria
La emulación panista y el suicidio perredista
¿El regreso a Macondo?
III. La oportunidad desperdiciada
Vicente Fox: el hombre que no pudo
El presidente como producto
La política de pactos con el PRI
La obsesión con AMLO
El co-gobierno con Marta Sahagún
“¿Y yo por qué?”
La presidencia perdida
IV. Lo que nos mantiene maniatados
El capitalismo de cuates
Cansados de pagar rentas
Carlos Slim: la ballena y la chinampa
Televisa: el primer poder
Ricardo Salinas Pliego: chantajear para ganar
¿Quién gobierna en México?
¿Qué hacer para crecer?
V. Nuestra democracia disfuncional
Democracia de perro verde
Partidocracia = cleptocracia
Sufragio efectivo, reelección indispensable
La metralleta mediática
La televisión y su modelo bombón
La correa indispensable
VI. Nuestros pendientes
El narcotráfico: ¿acorralado o invencible?
La estrategia gubernamental: ¿correcta o contraproducente?
Dos opciones: ¿legalizar o colombianizar?
El Estado de Derecho: ¿Existente o intermitente?
Presunto culpable: ¿podredumbre evidenciada o realidad cambiada?
La Suprema Corte: ¿vagón vanguardista o tren demorado?
VII. Lo que podemos hacer
Ciudadanos idiotizados
Patriotismo malentendido
Llamado a hablar mal de México
Diez acciones ciudadanas para cambiar al país
Epílogo
Créditos
Grupo Santillana
Para Germán Dehesa.
Recordado, extrañado.
Para Julia, Samuel y Sebastián.
Lo más importante.
PRÓLOGO:
LA TAREA QUE NOS TOCA
Los buenos ciudadanos no nacen, se hacen.
SPINOZA
MIRAR A MÉXICO CON MÁS HONESTIDAD
Alguna vez, el periodista Julio Scherer García le pidió a Ernesto Zedillo que le hablara de su amor por México. Le sugirió que hablara del arte, de la geografía, de la historia del país. De sus montañas y sus valles, sus volcanes, sus héroes y sus tardes soleadas. El expresidente no supo qué contestar. Hoy es probable que muchos mexicanos tampoco sepan cómo hacerlo. Hoy el pesimismo recorre al país e infecta a quienes entran en contacto con él. México vive obsesionado con el fracaso. Con la victimización. Con todo lo que pudo ser pero no fue. Con lo perdido, lo olvidado, lo maltratado. México estrena el vocabulario del desencanto. Se siente en las sobremesas, se comenta en las calles, se escucha en los taxis, se lee en las pintas, se lamenta en las columnas periodísticas, se respira en los lugares donde aplaudimos la transición y ahora padecemos la violencia.
México vive lo que el politólogo Jorge Domínguez, en un artículo en Foreign Affairs, bautizó como la “fracasomanía”: el pesimismo persistente ante una realidad que parece inamovible. Muchos piensan que la corrupción no puede ser combatida; los políticos no pueden ser propositivos; la sociedad no puede ser movilizada; la población no puede ser educada; los buenos siempre sucumben; los reformadores siempre pierden. La luz al final del túnel sólo ilumina el tren a punto de arrollar a quienes no pueden eludir su paso. El país siempre pierde. Los mexicanos siempre se tiran al vacío desde el Castillo de Chapultepec y no logran salir de allí. Por ello es mejor callar. Es mejor ignorar. Es mejor emigrar.
En México, como diría Elías Canetti, los pesimistas son superfluos y la situación actual demuestra por qué. Éstos son los tiempos nublados de muertos y heridos. De poderes fácticos y reformas postergadas. De priístas robustecidos y panistas divididos. De ciudadanos que quieren vigilar el poder y