Introducción
Este libro nació de una plática en el restaurante Barrio Sur de la Ciudad de México, a mediados de 2009. Fue una de esas buenas tardes en las que conversamos acerca de nuestra vida personal —los dos estábamos recién separados de nuestras respectivas parejas—, de nuestra vida laboral —ambos estudiamos una carrera en el ITAM y ahora somos periodistas— y de los retos que atestiguamos día con día en nuestro ejercicio periodístico e intelectual —los dos tememos que México se diluya y pierda en el escenario internacional.
Partimos de la hipótesis de que las generaciones que nos han precedido no han hecho bien la tarea. Nos han fallado. El país está lleno de políticos de más de 50 años de edad que no han querido movilizar estructuras que frenan la competitividad del país. El mundo nos observa desde arriba, y la sociedad mexicana suele ver al mundo desde abajo. Asimismo, estamos inundados de empresarios cuyas compañías funcionan con esquemas poco modernos y que se insertan muy mal en la realidad global. Varios de ellos no han sabido pasar la estafeta de la creación de riqueza a las nuevas generaciones. Su inversión en investigación y desarrollo, por ejemplo, es casi nula. Por si fuera poco, hay ámbitos como el deporte, la gastronomía, el arte o la ciencia, en los que México ha destacado más por esfuerzos individuales que como resultado de instituciones sólidas de las que salgan personas competitivas en buen número. Nosotros mismos, por ejemplo, dedicados al periodismo, no estudiamos una licenciatura en esa disciplina y no hubo ni una sola institución u organización de medios de comunicación que nos entrenara formalmente en estos menesteres. Aprendimos periodismo escuchando, observando, leyendo, cuestionando, analizando. Sobre la marcha y a la mexicana.
Creemos también que México no tiene héroes contemporáneos de vasto trapío y de amplia referencia para todas las capas de la población. Los pocos con los que cuenta son efímeros: duran tanto como tres temporadas regulares de fútbol o son tan profundos en sus capacidades intelectuales como un político estridente o una estrella de la farándula en un reality show.
Carecemos de modelos de inspiración que trasciendan. Ello, en el fondo, refleja la ausencia de líderes sólidos en las generaciones que nos preceden. Pero no sabemos si esta carencia de héroes se debe efectivamente a la inexistencia de éstos o a la falta de capacidad de la sociedad civil para reconocerlos. En cualquier caso, pensamos que México sufre. Estamos en bancarrota en materia de liderazgo.
Ante esta realidad se nos ocurrió la idea de cuestionar si nuestra generación —la nacida en la década de los setenta o alrededor de ella— tenía algo que decir al respecto. Quisimos saber si un empresario joven, un atleta destacado, un artista consolidado o un político visionario, en sus treinta y tantos años, quería expresar las razones por las cuales se motivaba a seguir adelante, a empeñarse en su labor cotidiana para vender más, para ganar otra medalla, para dar otra clase, para cantar en otro concierto o para argumentar académicamente en otro artículo.
En México suele criticarse a los gobiernos y a nuestro destino con una pregunta implícita dentro de una afirmación explícita. La gente afirma: “si estamos tan bien, ¿por qué estamos tan mal?”. Esa frase significa que si estamos aparentemente tan bien como los políticos, los gobiernos y los optimistas dicen, por qué entonces, sentimos que estamos tan mal en nuestro ánimo individual, en nuestro entorno económico o de oportunidades. En otras palabras: ¿cómo nos atrevemos a decir que el país va por buen camino cuando la realidad de cada individuo muestra otra cosa completamente diferente? La frase es una ironía y cada día se escucha más.
Sin embargo nuestro propósito con Uno+uno, 32 líderes sumando por México, es invertir esa frase para que, a partir de las reflexiones aquí vertidas, nos planteemos la pregunta inversa, a partir de esa afirmación tan arraigada en la sociedad y en el ánimo del mexicano contemporáneo. Así, mejor preguntémonos: “Si estamos tan mal, ¿por qué estamos tan bien?”. Esto significa que si las cosas efectivamente están tan mal como mucha gente lo percibe; si somos tan patéticamente mediocres como para consignar a diario en nuestros periódicos sólo lo mal que va el país; si no somos capaces de contar con las organizaciones más competitivas y modernas; si es que somos un país de perdedores, ¿por qué entonces hay gente que destaca, que brilla, que trabaja arduamente por salir adelante?, ¿qué objeto tiene que lo hagan con ese ahínco si, como dicen los pesimistas, este es un país donde no se puede salir adelante? Invirtamos la ironía. Preguntémonos qué genes tienen quienes destacan tanto y a pesar de las condiciones aparentemente adversas.
La respuesta está en las siguientes páginas. A lo largo del segundo semestre de 2009 y del primero de 2010, nos dimos a la tarea de convocar a 32 jóvenes nacidos en la década de los setenta, destacados en varios ámbitos de la sociedad, para que hablaran del país, de su ámbito profesional y de su propia historia. Les expresamos también nuestro deseo de que nuestra generación hablara de México y de su futuro. Afortunadamente para nosotros y para esta convocatoria, su respuesta fue un contundente “sí acepto”. Todos quisieron decirle algo a México.
Así, preparamos una batería de preguntas para estos 32 colaboradores. Eran preguntas sencillas de formular, pero complejas de responder. Muchos de los convocados escribieron sus respuestas y elaboraron sus ensayos en libertad. Otros prefirieron una entrevista en la que conversamos sobre el tema, lo que después sería puesto en la prosa adecuada por nuestros editores Arnoldo Langner y Orfa Alarcón, quienes por cierto hicieron un extraordinario trabajo.
La primera pregunta era cómo veían a México; qué les dolía del país; qué les agradaba y enorgullecía; qué sentían por la patria como sus ciudadanos, como mexicanos; qué le cambiarían. La segunda gran pregunta fue qué instituciones en su ámbito —arte, vida académica, política, periodismo, mundo empresarial, deporte, gastronomía—son relevantes en el país y cómo las califican ellos desde su éxito. ¿Son las mejores del mundo? ¿Hay otros países en donde sería mejor dedicarse a lo que ellos se dedican? ¿Tiene posibilidades México de colocarse entre los primeros sitios de ese campo? ¿Qué tendría que suceder para lograrlo? Finalmente, la tercera pregunta tuvo que ver con su ámbito personal. Quisimos saber qué momentos fueron fundamentales en su vida para destacar; qué personajes fueron clave en su formación; qué decisiones fueron críticas para llegar adonde llegaron.
Este no es un libro de preguntas de coyuntura a personajes famosos. No. Es un texto que busca aportar ideas a partir de experiencias y reflexiones personales. Es lo que piensa un grupo de individuos exitosos, seleccionados subjetivamente, sobre cómo anda México y cómo debería andar. Es, si se quiere, la voz de nuestra generación, o de una parte destacada de ella a la que quisimos convocar para que, ante la reflexión y el sentir del chef, el yogui, el empresario, el académico, la chamana, el futbolista, la directora de orquesta, la empresaria de la sustentabilidad, el arquitecto, el físico, la diseñadora de modas o la golfista, otros mexicanos encuentren una inspiración, una motivación o una guía. Para que encuentren un héroe.
Durante el proceso de convocatoria y aglutinamiento de las ideas aquí vertidas descubrimos atributos que a todos los convocados fueron comunes: ninguno de ellos tiene planeado detener su camino; todos se muestran muy proclives a empeñarse en el trabajo; a ninguno le es indiferente México como su patria; ninguno la ha tenido fácil. En otras palabras, para todos ha tenido un costo haber llegado tan alto. Pero hay algo aún más revelador: todos podrían elegir hacer menos, pero eligen hacer más. Y queremos enfatizar esta idea: eligen hacer más.
Cuando nacimos el mundo estaba en guerra y los hippies pedían paz. Durante el decenio de los setenta la guerra fría ocupaba los titulares de los diarios internacionales, reflejando la condición más atroz del ser humano, la guerra, entonces materializada en el conflicto de Vietnam. Fue también en esa década que Intel lanzó al mundo el primer microprocesador; que Francis Ford Coppola dirigió El padrino; que la música disco hizo su debut. En los años setenta, un golpe de Estado derrocó a un gobierno socialista en América del Sur, y una mujer se convirtió en la primera ministra del Reino Unido. En esa década Karol Wojtyla hizo su llegada al Vaticano, nació el primer bebé de probeta, se aprobó el aborto en Estados Unidos con la histórica resolución Roe versus Wade, y China inició su poderosa transformación hacia una economía de mercado. En los años setenta Steve Jobs hizo un retiro espiritual en la India, trabajó en Atari y fundó Apple. A la mitad de la década, Bill Gates fundó Microsoft. En 1977 se estrenó La guerra de las galaxias, cimbrando por completo a la industria cinematográfica. Fue también en esos años que Klaus Schwab inauguró el Foro Económico Mundial, reunió cientos de líderes empresariales y políticos en Davos, y lanzó el concepto de stakeholder a la discusión empresarial contemporánea. En los años setenta IBM inventó el disco floppy y Sony presentó el Walkman, mientras los hornos de microondas y las consolas de videojuegos hacían su debut comercial.
En los años setenta Felipe Calderón era un adolescente; mientras, Luis Echeverría y José López Portillo daban al traste con nuestra economía, y la clase empresarial regiomontana se cimbraba con el secuestro y asesinato de Eugenio Garza Sada. Fue en esos años que el Estado autoritario y antidemocrático mexicano tuvo sus pasajes más paradigmáticos. En los setenta se yuxtaponían visiones de México muy antagónicas, incluyendo la famosa frase “no pago para que me peguen”, de José López Portillo, con una de las grandes reformas democratizadoras del siglo XX: la que impulsaba Jesús Reyes Heroles en 1977.
Fue también en los años setenta que un coro de niñas del Colegio Miguel Ángel y la Rondalla Infantil del Colegio México cantaron “Amigo”, de Roberto Carlos, durante la primera visita pastoral de Juan Pablo II a México. En esa década saltó a la escena mediática mexicana Emilio Azcárraga Milmo, hombre fuerte de Televisa durante muchos lustros. En los mundiales setenteros la selección mexicana de fútbol hacía papeles siempre mediocres, derrotada en diferentes ediciones por Italia, Trinidad y Tobago o Túnez.
Nosotros aparecimos en esos años, en México. Somos los nacidos en los setenta.
Nuestra generación ha atestiguado cómo el país ha transitado por un camino transversal histórico sumamente complejo y pletórico de fenómenos yuxtapuestos en lo cultural, social, económico y político. A lo largo de más de tres décadas hemos visto cómo buena parte del campo mexicano continúa incólume, detenido en el tiempo, mientras las cadenas comerciales más emprendedoras y exitosas despliegan cientos de productos de marca global que lo mismo se encuentran en Londres que en Mérida.
Fue en este correr del tiempo que creció exponencialmente el uso del automóvil en México, sin que ello se correspondiera con un crecimiento igualmente significativo de la infraestructura urbana que debió darle soporte.
En estas décadas el mundo se integró económicamente a México, pero México no se integró totalmente al mundo. No sólo nuestro país abrió sus fronteras a productos electrónicos fabricados en China o Japón, a servicios financieros concebidos en Boadilla, o a ropa diseñada en La Coruña; sino que no supo cómo colocarse en el centro de las preferencias del consumidor global. México se consolidó como el maquilador de marcas y tecnologías que aquí nunca se crearon, y sufrió constantemente el desprecio de un mercado laboral flexible que prefirió trasladar aquella ventaja competitiva desde nuestras tierras hacia Asia.
En los años de nuestra juventud temprana México no fue democrático. Vergüenza nos daba visitar otros países y escuchar que el voto aquí no se respetaba, y que los presidentes ganaban con un ridículo 90 por ciento de las preferencias electorales. Eso cambió en el año 2000, pero ahora vivimos una democracia disfuncional nutrida de parches locales que lo único que arrojó fue la institucionalización de los cacicazgos hasta llevarlos al poder formal en estados y municipios.
Social y culturalmente nuestro país ha crecido torcido en las últimas tres décadas y media. En este suelo coexisten, ya sin darnos cuenta, las tradiciones del Halloween y del Día de Muertos; Santa Claus y los Reyes Magos, la pasión por el Super Bowl con el Día de la Familia; el culto por RBD con el de U2; Costco con la tienda del ISSSTE; los lancheros de Catemaco con los cruceros Royal Caribbean; el shopping a San Antonio con el Bazar del Sábado y el Mercado de Sonora; el Peje con Viviana Corcuera; la Maestra con Lorenzo Servitje. Somos uno de los pueblos que más viaja a los estadios donde se lleva a cabo la Copa del Mundo, pero estamos llenos de escuelas rurales donde los niños medio aprenden, medio juegan y medio se nutren. Este es un mosaico inigualable, irrepetible y muchas veces incomprensible.
Creemos que la única manera de comprender a este complejo país, e impulsarlo a un futuro pletórico de oportunidades para todos sus habitantes, es por medio de las ideas. De su concepción, sí, pero también de su ejecución. ¿Por qué? Porque son las ideas lo que mueve al mundo. Muestras de ello hay por doquier. Piénsese por ejemplo en Steve Jobs como ícono global de creatividad e ingenio, o en Muhammad Yunus, premio Nobel de la paz, que intenta erradicar la pobreza en uno de los rincones más pobres del planeta, Bangladesh.
La motivación de este libro es muy sencilla y viene, hay que decirlo, de una fibra interna que refleja coraje. Coraje por atestiguar que nuestro país está dividido actualmente entre quienes quieren avanzar con decisión hacia el futuro, y quienes anhelan capitalizar para sí mismos las oportunidades perdidas de nuestra sociedad.
Reconozcámoslo: hay muchos privilegios que sólo acaparan unos cuantos, mientras la mayoría pierde. Basta con ver la violencia que ha azotado durante los últimos años el norte del país —típicamente la zona más próspera—, para observar las consecuencias de una sociedad que funciona con una enfermedad en sus entrañas: unos cuantos de sus ciudadanos tienen vastos y desmedidos privilegios, mientras otros muchos apenas subsisten y enfrentan carencias abrumadoras. Desafortunadamente entre estas contradictorias palancas hay una clase gobernante que nos mantiene sin dirección.
No obstante lo anterior, nuestra generación tiene fe y trabaja duro. Nosotros estamos orgullosos de atestiguar que entre todos los pasajeros de este glorioso barco llamado México hay algunos tripulantes que han decidido poner manos a la obra y hacer bien lo que saben hacer. Su vocación es auténtica. No se engañan y no nos engañan. Trabajan. Aquí, en Uno + uno, 32 líderes sumando por México, hay una buena muestra de ellos.
En estos personajes de nuestra generación hay mucha de la esperanza que el país requiere. Los colaboradores de este volumen ocupan ya una silla preponderante en su ámbito. Si hablan, son escuchados. Si actúan, son imitados. Algunos son criticados, pero ninguno pasa inadvertido.
Queremos sumar. Queremos que estas 32 reflexiones sirvan para desanudar el lazo con el que están amarrados los más nobles y altos sueños de México. Todos los ciudadanos de este país merecemos habitar un territorio donde la armonía, las oportunidades, la riqueza, la salud, la educación, el respeto y la imaginación creativa sean atributos universales a toda la sociedad y asequibles a todo individuo. Para ello tenemos que aprender a encontrar a nuestros héroes contemporáneos, a aquellos que pudiendo haber elegido hacer menos, día con día eligen hacer más.
Carlos Mota y Ana Paula Ordorica,
Ciudad de México,
Enero de 2011
Prólogo
de Francisco Martín Moreno
Si algo es la juventud, sin duda alguna, es fuerza renovadora, potencia vital, la oxigenación que requiere un país, los refuerzos sociales para revivir a la nación y llevar a cabo los cambios de tripulación de tal manera que los cansados puedan apartarse de los puestos de mando para ceder su lugar a las nuevas generaciones.
La juventud es indómita, es intolerante, es arrebatada, es apasionada, vive dominada por la curiosidad para hacer astillas los viejos patrones, por cambiar, por derrumbar las viejas estructuras, por construir unas nuevas que se traduzcan en más oportunidades y en la apertura de espacios para todos. La juventud es fuente de inspiración. Así, en un salón cerrado donde la mayoría de las personas ha fumado durante varias horas, los presentes podrían ya no sentirse afectados por el olor a alquitrán y a tabaco quemado. Sin embargo, quien penetra de golpe en la misma estancia inmediatamente se percata del nivel de toxicidad y pide, en consecuencia, la ventilación, la oxigenación. Si esta metáfora es válida, así es como yo entiendo a la juventud. A esa generación que percibe lo que los viejos ya no sienten o tal vez no quieran sentir, ni siquiera ver, por el agotamiento. Los jóvenes se percatan de los errores, los exhiben, los enjuician sin pudor y tal vez sin respeto: esa es tal vez su obligación, la exhibición de errores y de faltas, de visiones que deben ser divulgadas y entendidas para estar en posibilidad de ponerles remedio. ¿Quién puede resolver un conflicto cuando ni siquiera ha reconocido su existencia? He ahí a la juventud, la que delata, la que denuncia, la que no se conforma, la que no se resigna, la que llega llena de esperanza a dar un golpe de timón, la que no está agotada y por el contrario vive dominada por la pasión y el optimismo, ingredientes fundamentales para construir un país, sin olvidar claro está el conocimiento, la cultura y la tecnología, en general.
La suerte de un país depende, en buena parte, de su capacidad de transformación, y es precisamente esta capacidad de transformación la que encuentra sus mejores apoyos en la juventud. Valga otra metáfora: de la misma manera en que cuando un barco se acerca a una tormenta el capitán debe arriar las enormes velas para oponer menos resistencia a la fuerza demoledora de los vientos, los gobiernos y las empresas también deben apresurarse a adoptar las políticas pertinentes cuando las primeras brisas anuncian la presencia inminente de un colosal meteoro dotado de un formidable poder destructivo. Esta habilidad para adecuarnos a las circunstancias imperantes la tiene la juventud. Si los viejos son lentos y tortuosos en su desplazamiento, los jóvenes, por lo contrario, gozan de una agilidad sorprendente, y con esta agilidad los asuntos nacionales, académicos, sociales, culturales, económicos, industriales, políticos, los puede acometer la juventud con su mejor euforia y talento.
Los autores que han participado en la redacción del actual libro, palabras más, palabras menos, ostentan una gran capacidad de transformación, la misma que se exige para la mayoría de los mexicanos. Ninguno de ellos se erige como conservador amante del inmovilismo, ya que el inmovilismo está reñido absolutamente con las pasiones y la fuerza renovadora de la juventud. Los autores no consideran que todo tiempo pasado fue mejor; para ellos el futuro, el que sueñan con construir, es precisamente el México del futuro, el que está por llegar, el que ellos dirigirán. ¿Cómo es posible no soñar cuando se es joven? ¿Cómo es posible cerrar las puertas a la imaginación e ignorar las fuerzas vitales en nuestro interior? Los jóvenes no se detienen ni analizan ni sopesan tanto los riesgos. Es con esa audacia con la que se puede cambiar el rostro a una sociedad y de un país. ¡Pobre de aquel gobierno que intente embotellar las fuerzas emocionadas de la juventud, que las encarcele, que las silencie o que las ignore! ¡Pobre! En realidad estará mutilando la capacidad transformadora de una sociedad, y quien lleva a cabo este crimen sólo puede esperar el atraso, la miseria y la desintegración social. La juventud debe hablar, debe gritar, debe proponer, debe aducir, debe denunciar con argumentos inteligentes y lúcidos, tal y como se plantean una y otra vez al leer este libro, cuya lectura produce un sentimiento inequívoco, cálido y generoso: el del optimismo. ¿Y cómo no va a ser así si algo que se le debe reconocer a la juventud es su optimismo?
Siempre habrá un pretexto para evitar la transformación. Los conservadores siempre serán reacios al cambio; no así los jóvenes de cualquier edad, quienes, como en el presente caso, proponen mecanismos ágiles, audaces, propios de un temperamento emprendedor. En estas páginas llenas de vida se percibe el coraje, las ganas de sobresalir, la rabia envidiada por quienes ya se han resignado y postrado. Es admirable la visión del futuro con que cuentan estos jóvenes maduros que afortunadamente se animaron a dejar esta constancia, breve por cierto, de su paso por la vida. En muy corto plazo los veremos ejecutar sus propuestas de acuerdo con su propia visión del futuro, con las que piensan romper patrones conservadores, superar la postración retardataria, modificar velozmente la realidad imperante, alterar las condiciones reinantes, luchar ferozmente en contra de la adversidad, sumar esfuerzos, invitarnos a tomarnos de la mano para dirigir el gran barco de la nación hacia otros horizontes escapando de la ruta de colisión con determinación y sin perder la brújula.
Claro que se habla de rescatar la verdadera identidad para lograr el verdadero bienestar. Los jóvenes proponen acrecentar el amor propio para mejorar la condición general de los mexicanos que ignoramos nuestra historia y por ello tenemos esa inclinación tan marcada a seguir, sin éxito, otros modelos e idealizar a otras naciones, porque nuestras necesidades requieren de soluciones muy nuestras, propias de nuestra sociedad. Hablan de diversas señales de alarma que en México llevan mucho tiempo encendidas, confirman que la educación marca la dirección del país, que la educación es el centro de nuestros movimientos y que por lo mismo conviene analizarla para detectar las obstrucciones y superarlas con empeño para no volvernos a extraviar. He ahí el gran diagnóstico: la educación.
Los jóvenes no dejan de denunciar el más grave de los problemas nacionales: el crimen organizado, que amenaza la existencia de esta gran sociedad mexicana. Exigen cambios en los órganos de impartición de justicia, acabar con cualquier tipo de censura, volver a la imagen del Estado como protector de los ciudadanos, modificando los pilares de la vida en sociedad. Ahí está una de las claves para vivir en el seno de una gran sociedad.
Se percibe otro deseo, el de ayudar, el de trabajar en equipo, el de evitar los esfuerzos aislados, el de contar con responsabilidades compartidas en las que exista un gran compromiso social. ¡Magnífico! Hasta ahora hemos fracasado en dichos intentos.
Se plantea la existencia de una bala de plata que pudiera acabar para siempre con los problemas del país. El autor se responde a sí mismo que duda de la existencia de esta posibilidad; en cambio propone un mercado académico doméstico porque este tipo de institución es la que tiene mejores probabilidades de promover la competencia entre investigadores y porque cree que un mínimo de competencia siempre hará al país más productivo. La modernización del país quedó inconclusa, según ellos, y en México, en nuestros días, se ha dejado de pensar en grande y cuando ello ocurre los resultados son tan insignificantes como miopes en todos los órganos de la vida nacional. Alegan que en la vida política todo parece indicar que las grandes reformas estructurales fueran inalcanzables o como si hacer grandes obras fuera propio del pasado. Este pesimismo, sostienen, que en buena parte deriva de la ineficacia del Estado para cumplir con sus responsabilidades básicas, no únicamente ha vulnerado la confianza en el país, sino que también ha erosionado la credibilidad del sistema democrático. Proponen demostrar que los acuerdos son posibles y hacerlo con hechos, evidenciando que se puede avanzar en las grandes reformas y que las grandes obras son posibles. He ahí la fuerza, he ahí el optimismo, y para lograrlo los políticos de esta generación de jóvenes deben ajustar su visión a una nueva forma de hacer política democrática para inyectar frescura en el mundo de las ideas honrando los valores esenciales de congruencia y credibilidad que requieren los políticos de cualquier época. Ahí está el caso del Partido Demócrata en Estados Unidos que vincula a las juventudes mediante una eficiente interacción con las universidades de aquel país. Inglaterra también aprovecha la vinculación con las universidades para acercarse a los jóvenes a través de grupos de debate bien estructurados.
Finalmente, ¿de qué se trata todo esto? De ser feliz, por más que suene a un cliché. Esta generación sabe distinguir e intuir cuando se argumenta con poca sinceridad y autenticidad: está despertando a la nación para dar un paso hacia lo posible. Se trata de aprovechar una energía que no tiene miedo a mostrar su vulnerabilidad y mucho menos a mostrar su grandeza, una energía que abraza, no que divide, que borra fronteras, que respeta, cuida y nutre… Una energía que incluye y reconoce las virtudes y los valores.
Todos hablan, todos proponen, todos aducen, todos vibran, todos sienten y confiesan también que están heredando un país mucho más moderno, libre y democrático que el que recibieron sus padres, y de ello más les vale tomar nota, tomar conciencia para no tirar por la borda lo logrado. Citan a Roosevelt cuando éste adujo: “La verdadera libertad individual no puede existir sin seguridad económica e independencia; las dictaduras están hechas de gente hambrienta y desempleada”. Imposible leer esta cita del expresidente estadounidense sin pensar que en México la mitad de la población vive sepultada en la miseria, por lo que la democracia mexicana corre el riesgo de derrumbarse por una simple razón, porque estamos construyendo instituciones sobre arena ante la falta de igualdad formal y material.
Nuestro reto es lograr la justicia social sin perder la democracia. Los mexicanos sentimos una necesidad de paz y de convivencia social. Somos mayoría quienes soñamos con un país más humano y más seguro para nuestros hijos.
Es necesario actuar con hechos si queremos otro México. Necesitamos, dicen, unirnos y trabajar juntos para transformarlo; generar una conciencia principalmente en los jóvenes para que se acerquen a la realidad de nuestro país y que entre todos ocupemos una buena cantidad de horas en beneficio de los demás. He aquí el mensaje central, la unión entre todos nosotros, una unión que lamentablemente no se ha dado, lo que se ha traducido en una lamentable pérdida de energía, energía con la que se construyen los grandes países y las grandes potencias.
Aplaudo la idea de la edición de este libro, porque implica ese grito de coraje tan necesario para materializar los sueños con los que creemos edificar el país que todos creemos merecernos. Bienvenida la juventud que oxigena, que denuncia, que grita, que sacude y alborota para descubrirnos a todos otros caminos, otras opciones para construir el país con el que soñamos y creemos merecernos.
Prólogo de Klaus Schwab
Durante los últimos 30 años he visitado México con regularidad, y a lo largo de este tiempo he observado con sumo interés la forma en la que el país ha desarrollado su propio camino, su propia trayectoria. Constantemente me han impresionado lo fuerte y rico de su cultura, así como la combinación de estos atributos con el optimismo y la determinación de su pueblo.
La última vez que fui a México fue en abril de 2008, con motivo de la reunión del Foro Económico Mundial sobre América Latina en Cancún, auspiciada por el presidente Felipe Calderón. Recuerdo que la discusión fue particularmente vibrante sobre el papel de la región y de México en el diseño del futuro del mundo. La reunión me generó mucho entusiasmo sobre el potencial del país, de tal manera que quise enfatizar el papel de América Latina durante la Reunión Anual de Davos en 2009. En realidad queríamos rendir tributo a toda la región.
No obstante nuestra intención original, la crisis financiera global que afectó severamente al mundo durante la última parte de 2008 modificó la atención de muchos actores y la reenfocó hacia los riesgos derivados de la falta de confianza en las instituciones financieras en todo el orbe. Ello evidenció la fuerte interdependencia de nuestros sistemas sociales, financieros, políticos y económicos. De igual manera se evidenciaron las fallas de un sistema exclusivamente orientado a la maximización de utilidades financieras, que funcionaba a expensas o al margen de los valores de nuestra sociedad.
Pero esta crisis también representó —de hecho, sigue representando— una oportunidad para repensar nuestros valores, sobre todo porque vivimos juntos en una sociedad global y a la vez multicultural. La crisis detonó nuestra necesidad de rediseñar nuestros procesos, principalmente aquellos asociados a la manera en la que confrontamos los problemas y los retos de la agenda global. De igual forma, al centro de esa agenda, la crisis fungió como un fuerte llamado para rediseñar nuestras instituciones. Como resultado de ello, el eje central de nuestra Reunión Anual del Foro Económico Mundial en Davos durante 2010 fue “Repensar, reconstruir, rediseñar”. Este eje central de discusión es sumamente relevante para muchas naciones del mundo, y por supuesto también para México.
Esta crisis también ha puesto de manifiesto la necesidad de generar un sistema de cooperación múltiple entre audiencias sumamente variadas, lo que en inglés llamaría multi-stakeholder cooperation. Debido a la complejidad de los retos globales del mundo moderno y a la compresión de tiempo que estamos experimentando, el futuro de nuestro planeta no puede ser determinado por las decisiones aisladas de gobiernos, empresas o sociedad civil en su carácter de entidades independientes, sino por una alianza entre ellas mismas, así como por el grado de interacción de entidades tanto estatales como no estatales. De tal forma y con objeto de auxiliar a resolver la gran necesidad de establecer estas alianzas globales, durante los últimos 40 años el Foro Económico Mundial ha desarrollado una plataforma propicia para que múltiples audiencias analicen y propongan soluciones a los grandes temas globales. Estas plataformas son útiles porque a través de ellas se presentan retos a las corporaciones a fin de que puedan asumir las responsabilidades que les son inherentes, no únicamente desde su muy particular campo de acción, sino también desde una perspectiva en la que ellas mismas son consideradas entidades fundamentales dentro del mundo globalizado.
Hay que destacar que conforme la humanidad transita hacia una alianza global diferente, nuevos fenómenos han hecho también su aparición. Uno de los más importantes es precisamente el surgimiento de nuevos polos de poder. Esto es de particular relevancia para un país como México, que es una de las economías más importantes en la región y que ha estado fortaleciendo sus instituciones luego de haber completado su camino hacia la democracia en el año 2000. Los líderes mexicanos y, de manera aún más importante, los líderes jóvenes, fungirán como actores clave en el mundo nuevo, en el que los países emergentes desempeñarán un papel crítico para el crecimiento económico. Un buen ejemplo de ello es la relevancia que ha tomado el G20 para la reconstrucción de la confianza global. Este es un momento de gran oportunidad para México, pues justo ahora podría capitalizar enormemente sus fortalezas y convertirse en una de las estrellas más relevantes del nuevo orden mundial.
El mundo hacia el cual evolucionamos estará muchísimo más basado en valores que en la premisa de la maximización de utilidades financieras. Esto requerirá un cambio de paradigma hacia una conciencia de “ciudadanía global”. Para las empresas, esta nueva conciencia implica una expansión del concepto de responsabilidad social más allá de su campo de acción inmediato y tradicional. Asimismo, esta transformación —que se halla justamente al centro de un nuevo comienzo después de la crisis—, es necesaria no sólo entre las empresas, sino también entre todos los actores individuales, colectivos, públicos y privados.
El cambio de conciencia de la humanidad hacia la adopción del concepto de “ciudadanía global” requiere también de un alto involucramiento por parte de los líderes jóvenes. En enero de 2007, a tan sólo dos meses de haber tomado posesión, el presidente Felipe Calderón expresó en la Sesión Plenaria del Foro Económico Mundial, en Davos, que México quizá no era la Tierra Prometida, pero que él estaba convencido de que era “la tierra del futuro”, y señaló que se requería más de México en el mundo, y más del mundo en México. En mi opinión, su deseo se podrá convertir en realidad conforme la sociedad mexicana y su generación de jóvenes decidan desempeñar un papel decisivo en los debates y en las acciones necesarias para rediseñar el mundo. Debe tomarse en cuenta que cerca de la mitad de la población mexicana tiene 25 años de edad o menos. Estos 53 millones de jóvenes necesitan involucrarse en repensar, rediseñar y reconstruir nuestro mundo.
Por todas las razones anteriores celebro enormemente la iniciativa de Carlos Mota y Ana Paula Ordorica para coordinar este libro sobre liderazgo y sobre el futuro de México, visto desde la perspectiva de un grupo compuesto por algunas de las mentes más brillantes del país. Al leer los ensayos, uno percibe la pasión y el entusiasmo de esta generación de México, completamente compenetrada en la creación de prosperidad para la sociedad mexicana y para todos sus conciudadanos. Así, no resisto la tentación de mirar algún día la forma con la que Alondra de la Parra dirige la Orquesta Filarmónica de las Américas; la manera en la que Olegario Vázquez Aldir va erigiendo una de las corporaciones de cuidado de la salud más grandes de América Latina; o el talante con el que las aclamadas creaciones culinarias del chef Enrique Olvera despuntan en el plano mundial desde su restaurante en la Ciudad de México. Pero más importante aún, me confieso particularmente emocionado por la forma en la que este excepcional grupo de 32 individuos sumamente empeñosos y nacidos durante la década de los setenta están comprometidos para mejorar el estado de las cosas en su país y en el mundo entero. Estoy cierto de que su esfuerzo será perenne y de que sus acciones generarán prosperidad para muchas generaciones venideras.
Klaus Schwab
Ginebra, Suiza
Hans J.
Backhoff

Ingeniero en Industrias Alimentarias,
MBA, Enólogo y Director General, Monte Xanic
La flor que se abre
tras la primera lluvia del año
Monte Xanic es una empresa familiar que empezó hace 22 años. Uno de los socios fundadores es mi papá, el enólogo actual de la compañía. Un enólogo es quien hace el vino, realmente gracias a él la pasión me nació desde niño. Durante mis veranos me ponían a trabajar en el viñedo y eso era lo que yo sabía hacer.
Soy ingeniero de industrias alimentarias, egresado del Tecnológico de Monterrey, y desde ahí quise abrir un poco más mis horizontes. Estuve dos años en Burdeos donde hice una maestría en enología. Hablaba muy poco francés cuando llegué y dentro de la rama que estudiaba el lenguaje era muy técnico y me costó mucho aprenderlo. Tuve la oportunidad de trabajar con Lafite Rothschild y otras compañías similares. Hice mi tesis durante los nueve meses que estuve con ellos.
Mi tesis fue acerca de las levaduras en la enología; estudié y analicé las levaduras nativas de los viñedos de Lafite, cómo se comparaban con las levaduras que uno mismo inyecta y que son más industriales. Analizaba sus propiedades y finalmente comparaba los resultados en los vinos. La conclusión fue apostar por las levaduras industriales, porque las levaduras nativas producen demasiados compuestos, como el ácido acético, y otros productos que elevan ciertas características a vinagre y que se deben limitar. Para el vino se necesita levadura especial muy dominante para generar el producto deseado.
Para estudiar vinicultura hay que salir del país. Cuando empecé no había nada. Las opciones eran ir a las mejores casas productoras como University of California Davis, Burdeos o Montpellier. Esos tres lugares son el punto de partida. Después de Burdeos me fui a hacer un MBA a Cardiff, en Reino Unido, y con eso cerré lo que quería aprender: administración, ingeniería, enología y el aspecto tecnológico. Después volví a México y traté de hacer algo diferente. Me fui a un laboratorio farmacéutico porque quería tener un poco de experiencia profesional fuera de la compañía, cortar el cordón umbilical, y así aportar algo a la compañía cuando fuera el momento apropiado. Trabajé en el laboratorio Boehringer Ingelheim en el área de marketing, gerente de producto y después volví a la compañía.
Entonces el negocio lo manejaba uno de los hijos de otro de los socios, Leonardo Pacheco. Cuando me invitaron yo apenas estaba empezando mi carrera profesional. El reto era fuertísimo y tenía mucho miedo a todo lo que estaba pasando. Deseaba continuar un poco más en mi empleo para aprender, pero tuve que tomar las riendas del negocio. Han pasado algunos años y el miedo no se me ha quitado pero sí ha disminuido. Actualmente nos encontramos en un proceso de reestructuración de las áreas de información, comunicación, producción y comercialización.
Antes de nosotros había unas cuatro compañías vinícolas, todas dedicadas al mercado de volumen, todo era exportación. Nosotros nos propusimos hacer el mejor vino en México: “vamos a empezar con un mercado nuevo, que no existe, y si funciona, padrísimo, y si no, ni modo”. El resultado fue muy positivo, la gente lo aceptó muy bien. Los consumidores se dieron cuenta de que era lo único de calidad que existía y el mercado se expandió. De cuatro empresas vinícolas que había, en la actualidad somos alrededor de setenta. En México hay gente conocedora de vino y el mercado es muy bueno para consumo de marcas de lujo.
Todas estas casas están involucradas en un mercado que nosotros empezamos. México empieza a producir vinos buenos y a ser reconocido poco a poco. A nivel internacional nos falta todavía mucho por hacer, pero México empieza a tener productos bastante respetables e interesantes.
Con nuestro vino se firmó el Tratado de Libre Comercio entre los presidentes Carlos Salinas de Gortari y George Bush. Eso detonó un interés por la industria, luego nuestro vino se le ofreció al Papa Juan Pablo II en una de sus visitas. Hemos estado presentes en muchos eventos, el barón Eric de Rothschild y Barack Obama también han probado nuestros vinos. Se han hecho catas con vinos internacionales como el Vega Sicilia y un Gran Ricardo, que es nuestro, y nos ha ido muy bien. El vino mexicano, especialmente el de muy alta calidad, está luchando contra los mejores.
La clase política también se empieza a dar cuenta de que existen vinos en el mercado nacional que vale la pena ofrecer. En Francia el presidente ofrece vinos y comida de la región, sus mejores vinos y sus mejores quesos en visitas oficiales. Antes, en México, cuando nos visitaba un dignatario se le ofrecía vino francés. Eso cambió cuando llegamos nosotros. El presidente Felipe Calderón es un fan de nuestro vino Gran Ricardo, y en Baja California se está creando infraestructura para la ruta del vino, con caminos y carreteras. En la actualidad hay mayor reconocimiento por el vino mexicano.
Con los impuestos a productos, como el IEPS (Impuesto Especial sobre Producción y Servicios), los vinos no fueron tan castigados ya que no contienen un alto índice de alcohol. Sin embargo, en ocasiones se engloba dentro de la palabra “vino” a productos como ron o whisky. Desafortunadamente en ocasiones los legisladores, al momento de revisar el aumento de impuestos, generalizan al “vino”. No se han dado cuenta de lo mucho que han perjudicado a la industria.
En México el vino no representa un ingreso importante para el PIB (Producto Interno Bruto), aporta alrededor del 0.1%, lo cual es muy poco. ¿Por qué? Porque las compañías no tienen toda la estructura para crecer. Chile o Estados Unidos tienen en la venta de vino una parte importantísima de sus ingresos. En Estados Unidos se consumen más de 24 mil millones de dólares en vino. En México sólo 100 millones.
Además está el tema del malinchismo. Existe la idea de que todo lo que se produce afuera es mejor de lo que se produce adentro. Basta ver las estadísticas: 65% del vino que se consume en México es importado, sólo 35% es mexicano.
El mexicano consume menos de 500 mililitros per cápita al año. Casi nada. A comparación de un italiano que anda en los 62 litros. Esa gente sí consume vino. Esta cifra de consumo de vino en México se ha duplicado en los últimos cuatro años, lo cual nos dice lo importante de la tendencia. En Monte Xanic tenemos para ofrecer a esos consumidores distintas líneas de vino. La primera fue Monte Xanic. La línea de segunda etiqueta es Calixa que compite con el mercado de los vinos chilenos y los argentinos, relativamente buenos en calidad y precio. Irónicamente, el vino llegó por primera vez al continente por México y de aquí se distribuyó la vid por toda América; sin embargo, nunca nos quedamos con una cultura del vino.
Para descubrir lo que puede funcionar, realizamos experimentos y comercializamos únicamente aquellos que son positivos, como los exitosos Syrah y el Malbec que han sido revolucionarios de la industria. El Malbec es tan bien aceptado aquí en México como en Argentina.
Después viene nuestra primera etiqueta que es Gran Ricardo (todos los años ha sido ganador de medallas de oro en concursos internacionales), es una selección de la selección. Se producen apenas mil cajas, pero se trata de un vino extremadamente concentrado y de amplia calidad y eso es lo que nos indica que el vino mexicano tiene un buen potencial.
La industria vinícola en México aún está en pañales, pero si hacemos las cosas bien, convenceremos al consumidor de los beneficios del vino mexicano, de su potencial para crecer tenemos todo el potencial para detonar los niveles de consumo.
Preferir vinos importados tiene que ver con que el consumidor mexicano en realidad no sabe mucho de vino; aunque hay un porcentaje de consumidores muy selectos que sí conocen, la gran mayoría no detecta un buen vino. Esto no es un problema exclusivo de México, se compra mucho vino por imagen, por esnobismo en todos lados del mundo. Al consumidor mexicano le hace falta aprender un poco más.
Los ingleses, por ejemplo, son consumidores muy curiosos, son early adopters. Ellos están dispuestos a probar cosas nuevas, son curiosos y saben de vino o por lo menos están mucho más familiarizados con los conceptos de calidad. Los ingleses están dispuestos a probar vinos de diferentes regiones, son el “consumidor de los vinos del nuevo mundo”. Existen dos tipos de vino: los de Nuevo Mundo y los del Viejo Mundo. El Viejo Mundo comprende Francia, Italia, España; el Nuevo Mundo, Australia, Estados Unidos, Chile y Argentina.
Los estilos de estas dos industrias son muy diferentes, y el estilo del Nuevo Mundo se está volviendo popular. Lo que se busca en esos vinos es mucha fruta, mucha expresión aromática, que sean vinos sencillos, no tan complejos, menos madera, toda una tendencia. Todos esos vinos se han vuelto populares mientras que los europeos, por ejemplo los de España y Francia, están teniendo unos problemas horribles de inventarios.
Por eso ahora los vinos californianos y mexicanos empiezan a destacar. Vivimos una tendencia, una popularidad. El vino del Nuevo Mundo es lo que el consumidor está buscando. Por eso es importantísimo que una casa vinícola pueda adaptarse y entender esos cambios.
Dentro de nuestros procesos utilizábamos ciertas mecánicas de elaborar los vinos y hoy en día estamos cambiándolas, porque debemos adaptarnos. No es fácil, es difícil de entender y el enólogo, mi padre en este caso, se está adaptando a todas las ideas nuevas que estamos llevando a cabo y está haciendo cosas interesantes. Hemos ganado más de 100 medallas en concursos internacionales y en 2010 ganamos más de 15 medallas, lo cual habla de la aceptación de los estilos nuevos de nuestros vinos.
La lista de cosas que quisiera cambiar es larga. Por un lado me gustaría que el consumidor entendiera mejor el concepto de calidad. Existen muchos críticos líderes de opinión que dicen a la gente qué tomar pero que no necesariamente saben. El consumidor no siempre sabe cómo verificar la información: cuál es verdad y cuál es mentira. Es importante que existan líderes de opinión que sepan, que realmente conozcan de vinos mexicanos, que no se especialicen sólo en ciertas marcas o con ciertos intereses.
Necesitamos educar mejor al consumidor mexicano y ése es uno de nuestros retos más importantes para los próximos años: hacer campañas de educación. Por otro lado la ayuda que recibimos del gobierno es muy limitada. En Chile, por ejemplo, las empresas también pagan IVA, pagan IEPS, pero el gobierno apoya la industria reinvirtiendo parte de los impuestos. Lo que hacen con ese dinero es construir infraestructura y tienen más viñedos y tienen más apoyos y también impulsan la exportación. Esa es la manera de apoyar.
En Estados Unidos el impuesto es de 7% y en Chile de 35%. México es el país con impuestos más altos al vino, 43%, y eso es muy complicado porque el consumidor sólo ve que los vinos mexicanos son caros. Por un lado tienen razón, por lo general el vino mexicano no es barato, aunque sí existen productos que tienen precios de mercado, por ejemplo el Calixa cuesta 150 pesos.
Alguien que se quiera dedicar a la vinicultura en México tiene que saber que apenas estamos empezando, apenas empieza a haber escuelas, cursos especializados dentro de la industria, pero aún no están bien definidos. Por ejemplo, en el valle de Guadalupe apenas están iniciando una escuela que se especializará en enología, es un proyecto del gobierno local. Esto va a ayudar mucho a que la gente aprenda y se vaya desarrollando. También existen escuelas de sommeliers. Sin embargo, no veo a muchos jóvenes interesados en esta industria, en México no es algo popular.
En Baja California sí es posible decir que hay una cultura del vino, pero es una tendencia regional. En Ensenada hay varias escuelas donde los niños empiezan a involucrarse con los viñedos, así se despierta el interés y hay escuelas de experimentación donde la gente va y hace su propio vino. Ese tipo de actividades empiezan a desarrollar un interés, sin duda es una de las áreas con más oportunidad en México porque apenas está en desarrollo. Queremos trabajar la cultura del vino y el camino empieza por la educación.
Ahora nos vamos a enfocar en Estados Unidos. Aparte de ser el mercado más grande, es el más interesante y hay una tendencia muy importante por valorar la gastronomía mexicana, y el vino va de la mano. Hay un cambio. Aparecen menos Taco Bell y empieza a haber lugares gourmet en Nueva York y eso representa una oportunidad bastante buena. Estados Unidos está lleno de latinoamericanos y mexicanos y van a recibir muy bien estos vinos. El consumidor allá es muy innovador, es muy curioso. Aprovechando todas estas particularidades, estamos empezando con esa fase de la internacionalización y queremos replicar el “efecto Corona”, es decir, cuando triunfa allá y se consume más aquí.
Ahora hay una explosión de lo mexicano en el mundo. México se está volviendo muy popular, pero el vino mexicano está rezagado porque nadie
