Cuando los hijos mandan

Josefina Vázquez Mota

Fragmento

Cuando los hijos mandan

PRÓLOGO

 
La adolescencia y juventud:
observaciones sobre algunas experiencias

 
Manuel Mondragón y Kalb

 
No deseo juzgar, sólo invitar a la reflexión profunda y objetiva, y considerar en ella todos los elementos concurrentes; muchos, por cierto, de alta complejidad. Narro, pues, vivencias que muestran situaciones que pueden ser representativas del fenómeno psicosocial de adolescentes, jóvenes y de sus padres, o tutores, cuando los hay.

Siendo secretario de Seguridad Púbica, un día sábado fui informado sobre la presencia de un numeroso grupo de adolescentes, por lo menos trescientos, entre hombre y mujeres, casi todos menores de edad, que irrumpían en una estación del metro provocando destrozos severos y que, a su salida a las calles, en actitud de alto desorden e inclusive de vandalismo, lastimaban a personas e inmuebles. Ordené detenerlos y enviarlos al Ministerio Público, lo que se cumplió atendiendo a las múltiples solicitudes y quejas recibidas de personas afectadas. Sin llegar a la confrontación, los jóvenes involucrados fueron contenidos y transportados a la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal. El propósito era convocar a sus padres, informarles de los acontecimientos y corresponsabilizarlos para evitar acontecimientos semejantes en el futuro. En ningún caso se consignaría al menor detenido.

Algunos padres arribaron a la procuraduría en actitud por demás agresiva contra la autoridad por la detención “injustificada” de sus hijas e hijos. Para éstos, la conducta observada por sus descendientes era propia de la juventud, y la reacción de la ciudadanía afectada y de la autoridad era desmesurada y de franca incomprensión. El otro grupo de madres y padres aceptaba su fracaso en la educación y en el control sobre los adolescentes o jóvenes bajo su tutela. No faltó quien, con lágrimas en los ojos, me pidiera ayuda, la que fuera, para controlar al hijo o a la hija ante la insuficiencia de sus esfuerzos para mejorar su educación e, incluso, para guiar el comportamiento de sus vástagos.

Permítaseme referir otra experiencia: una tarde fui informado acerca de que en uno de los consejos tutelares de menores infractores, representantes de dos dormitorios habían violentado su conducta enfrentándose unos a otros.

El desorden crecía con peligro de afectaciones mayores, por lo que acudí de inmediato con personal especializado para la contención de este tipo de problemas, lo que efectivamente se logró después de dialogar con los jóvenes involucrados, quienes manifestaban un temperamento altamente violento, incluso dispuestos a traspasar cualquier límite contra sus rivales. No soslayo comentar que muchos de estos internos habían sido detenidos por cometer delitos graves, incluyendo violación, robo a mano armada, lesiones severas e incluso homicidio.

Pero el problema mayor lo confronté con familiares y padres de familia quienes, en la calle aledaña al centro, protestaban con un alto nivel de desorden y de agresión en contra de la autoridad y del gobierno de la ciudad que acudía a resolver el conflicto, lo que por cierto se logró sin uso alguno de violencia. Paradójicamente, fue más complejo argumentar con los padres de familia que con los propios internos Pareciera que la autoridad fuese la condicionante de la conducta de estos jóvenes y los padres de familia sólo las víctimas resultantes.

Comentaré una tercera experiencia: Estando al aire dentro de la cabina de una de las importantes estaciones radiofónicas del país, el moderador había convocado al público a establecer comentarios con el secretario de Seguridad en torno a temas alusivos. Se inició comunicación con una mujer joven que expresaba su gran molestia e, incluso, queja, sobre la irrupción de policías judiciales en una discoteca, en la que, estando ella con amigas y amigos, la autoridad había ingresado para clausurar el sitio. Comentaba la joven que el comportamiento de los policías había sido por demás intempestivo y rudo; el tono de la queja era severo, incluso escandaloso; según ella, la acción había sido inaceptable Aun cuando no era policía bajo mi jurisdicción, sabía que la decisión de clausurar el sitio obedecía a la inconformidad de muchas personas sobre la admisión y la venta de alcohol a menores de edad e, incluso, sobre la posible existencia de drogas de diseño (metanfetaminas) para el consumo de la concurrencia.

Entonces me dirigí a la jovencita y le dije que entendía su molestia si acaso los elementos policiales se habían excedido en sus funciones, con actitud y con acciones que sobrepasaran los niveles aceptables; empero, después le formulé algunas preguntas: “Por cierto, ¿me puedes recordar a qué hora ocurrió el incidente?” Su respuesta titubeante fue que había sucedió a las 4:30 horas de la mañana. A la segunda pregunta: “¿Cuál es tu edad?”, ella, con más titubeos, respondió que tenía dieciséis años.

Lo siguiente fue mi comentario sobre si sus padres sabían de su presencia en aquel lugar, a esas horas de la madrugada; de su ingesta de bebidas alcohólicas con amigas y amigos; si había obtenido el permiso de ellos. En ese momento, la comunicación se cortó.

La cuestión es si los padres de esta joven habrán estado a la escucha de esta conversación, que se inició con un reclamo y terminó abruptamente por la misma quejosa. ¿Habrán oído este diálogo otros padres de familia?

He vivido tres diferentes generaciones cuyos comportamientos se diferencian notablemente entre sí, en lo referente a la educación y a la relación entre padres e hijos Hago alusión a mi propia generación y al vínculo con mis padres cuando era niño, adolescente y joven. Me refiero a la educación y a la relación con mis hijos, y comento también el tipo de comunicación de mis hijos con sus propios hijos. Tres modos y estilos con matices profundamente distintos entre sí, tanto en lo relativo a la comunicación y a la vinculación personal como con el entorno.

No pretendo referirme a lo acontecido a mediados del siglo pasado, a las circunstancias de la penúltima década o a lo que observamos ya en los primeros lustros del siglo XXI. Habrá denominadores comunes. Sin duda, el amor, de padres a hijos, y viceversa. El profundo sentido para cumplir responsabilidades de atención, guía y educación. Pero, ¿cuán disímbolo es el entorno y el medio en cada una de las épocas? ¿Cuánto habrán influido los cambios en la cercanía, en el cuidado personal; en síntesis, en la guía y la educación de padres a hijos y en la respuesta de éstos hacia sus progenitores, tanto en fondo como en forma?

Los cambios son obvios. Están a la vista. Los observamos y los vivimos día a día. Se contemplan en el campo de la familia y en su estructura; en el terreno de la educación y, después, en las oportunidades y las posibilidades del trabajo. La comunicación, la información y la tecnología al alcance de cualquier persona, nos han permitido acortar distancias y resolver cuestiones prácticas, dejando muchas veces, eso sí, lo humano a un

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