Cartas a una joven psicóloga

Ignacio Solares

Fragmento

Título

Prólogo

Cuando escribí mis Cartas para Claudia hace dieciocho años, deambulé con mi manuscrito por las grandes editoriales de Buenos Aires ofreciéndolo para su publicación. Uno de los pocos editores que se dignó a contestarme lo rechazó con el argumento (por entonces verdadero) de que “nadie compra libros de psicología, salvo los psicólogos”, seguido de un guiño del editor de turno que agregaba: “que tampoco compran demasiados libros”.

Hoy me causa gracia recordar esta sentencia, por suerte para nada profética, y confirmar que los libros de divulgación psicológica tienen un lugar importante en la literatura contemporánea.

Desde entonces se fue haciendo para mí más claro que en esta área del conocimiento no siempre es el experto el que mejor explica los conceptos de la ciencia o del arte. En el caso de Ignacio Solares todo confluye para demostrar esta aseveración.

Con la excusa de escribirle cartas a su hija, el autor nos lleva de la mano en un paseo por un siglo de desarrollo de las ciencias que se afanan en comprender al individuo en sociedad, entremezclando magistralmente (permítaseme opinar) la información acerca de las distintas corrientes psicológicas y los aportes que la literatura ha sumado para esclarecer, confirmar o disparar dicho conocimiento.

Dice el gran escritor español Antonio Gala que la vida es una especie de juego de naipes donde todos estamos transitando nuestra partida. Sugiere la metáfora de que es la vida la que reparte los naipes y que nuestra libertad consiste nada más y nada menos que en elegir cómo jugar con ellos.

Siempre me pareció que sería fascinante asistir, como espectador, a una mesa en la que otros, sabios jugadores de ser posible, manipularan sus naipes y explicaran sus jugadas a los que menos sabemos. Y hete aquí que este privilegio te toca a ti, lector, porque siguiendo con la metáfora de Gala, Ignacio Solares está invitándote en estas páginas a presenciar una partida de este juego de la conducta humana llamado usualmente Psicología.

No te intimides cuando conozcas el nombre de los jugadores. El anfitrión se ha ocupado de que su lenguaje, a veces hermético en los textos originales, se vuelva accesible y de que sus reglas de juego, a veces incomprensibles para los aprendices, se presenten simplificadas sin perder veracidad ni profundidad.

Te encontrarás con lo que parecen ser dos grupos de jugadores: uno que llamaré equipo psi y otro que denominaré equipo liter.

El primer equipo, capitaneado por el mismísimo Sigmund Freud, incluye a Jung, a Skinner, a Mesmer, a James, a Sacks, a Frankl y a una decena más de pensadores, terapeutas y filósofos que explican en boca del autor sus ideas, principios y teorías. El equipo liter está liderado por Aldous Huxley y lo integran Cortázar, Chesterton, Dostoievski, Mann, Orwell y el admirado Jorge Luis Borges, por mencionar solamente algunos.

Cada una de las páginas de este libro funciona como una partida magistral entre estos genios de la psicología y de la literatura. La maestría de Solares es la de mostrarnos una y otra vez que los dos grupos forman parte de un solo equipo, que se sostiene y se desarrolla con la complacencia, aporte y sostén del otro.

Este coqueteo entre psicología y literatura no es una novedad; como el propio autor lo recuerda, el mismo Freud fue postulado a recibir un Nobel de literatura. Lo notable, en todo caso, es la fluidez del texto, la casi permanente certeza de los conceptos, lo amena que resulta su lectura y un algo más oculto detrás de cada página. Solares hace lo mismo que intenta mostrar en la obra; también él consigue transformar su libro, estéticamente hermoso, en una obra de divulgación psicológica trascendente.

Después de leer estas Cartas, no habrá más remedio que aceptar aquella premisa de Humberto Maturana, que aseguraba que la ciencia sólo puede preguntar lo que nadie sino un poeta puede contestar.

Me gustaría creer que hay una línea de continuidad entre aquellas Cartas para Claudia y estas Cartas a una joven psicóloga. Si la dibujara, imagino que la línea pasaría por la decisión de desempolvar el conocimiento académico y enigmático de las ciencias y transformarlo en imágenes y palabras accesibles al deseo y la necesidad de todos.

He sido honrado con el privilegio de ser el portero de la casa y estoy aquí para darles la bienvenida y desearles lo que sin lugar a dudas será una instructiva y divertida visita.

Buenos Aires, junio de 2001
Dr. Jorge M. Bucay

Título

Hay que emparentar a la medicina con la filosofía,
pues el médico filósofo es el igual de los dioses.

HIPÓCRATES

Título

Carta I

La flor que afecta una estrella

Querida Maty:

Me entusiasma que quieras estudiar psicología —después de la literatura, es mi disciplina predilecta—, aunque debo prevenirte contra posibles frustraciones. Y es que, mira: a más de dos mil años de la muerte de Sócrates y su famoso consejo: “conócete a ti mismo”, todavía no sabemos bien a bien qué estudia la psicología.

Nuestra mente tiene aún vastas regiones sin mapas que las identifiquen. En relación con la fauna que ahí habita no somos zoólogos profesionales, qué va, sino meros aficionados y coleccionistas de ejemplares curiosos. ¿Qué le vamos a hacer, Maty? Los psicólogos están más cerca del osado boy-scout que del científico riguroso, que todo lo quiere comprobado en laboratorio para darle validez. Buenas razones hay para que así sea.

Si, decíamos, no existe en la topografía humana paisaje menos explorado que el de la mente, entonces casi todo lo referente a ella está por decirse; mejor dicho, por pensarse y discutirse. Y es lo que hacemos, discutir cada vez que sacamos a colación el tema, sentirnos todos psicólogos con derecho a opinar. Si un médico habla sobre el corazón y la circu

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