Ciencia

Ikram Antaki

Fragmento

Título

LA NATURALEZA HUMANA

“Allá donde se veía una clara distinción entre el hombre de cerebro voluminoso y el primate, cabeza de chorlito, hoy aparece el valle fértil de la hominización”, dice Edgar Morín. Allá donde se veía al homo sapiens saltar majestuosamente fuera de la naturaleza y producir con su bella inteligencia la técnica, el lenguaje, la sociedad, la cultura, vemos la naturaleza, la sociedad, la inteligencia, la técnica, el lenguaje y la cultura coproducir al homo sapiens a lo largo de un proceso de varios millones de años. La tarjeta de identidad del hombre no está clara: ¿faber?, ¿socius? Cronológicamente, el lenguaje y la cultura precedieron al sapiens. En estas condiciones ya ni siquiera le queda al hombre una fecha de nacimiento. Geertz decía: “Los hombres tienen fechas de nacimiento, el hombre no la tiene”. Lo que significa que la humanidad tiene múltiples nacimientos, antes de sapiens, con sapiens, después de sapiens y quizá promete un nuevo nacimiento después de nosotros.

El estudio de grupos de simios y antropoides en libertad —babuinos, macacos y chimpancés— muestra que ya no son la horda sometida a la tiranía del macho polígamo, sino una organización social con diferenciación interna, intercomunicaciones, reglas, normas, prohibiciones. Estas sociedades son territoriales, demográficamente autorreguladas, mantienen en forma constante un número medio de individuos del orden de varias decenas, y una repartición relativamente invariable, según el sexo y la edad. Hay exclusión o éxodo del excedente, o por dispersión solitaria, o por fundación de colonias autónomas. El tipo de sociedad varía según la especie y el medio: se pueden distinguir sociedades de selva como los chimpancés, o de sabana como los babuinos. Las sociedades de selva, donde la vida arbórea presenta una gran seguridad, son descentralizadas; el liderazgo se adquiere más bien por exhibicionismo o cualidades hedonistas. Las sociedades de la sabana son centralizadas, la jerarquía se adquiere por la lucha y los combates, los subordinados tienen los ojos clavados en el jefe macho, que ejerce el poder en función de su agresividad o voluntad de potencia. En el seno de estas diversas sociedades se dibujan fronteras entre machos adultos, hembras y jóvenes, hasta constituir castas en el caso de los machos adultos, bandas en el caso de jóvenes y ginoceos en el caso de las hembras. No sólo es una diferenciación jerárquica sino también de estatus, de papel, de actividades: un embrión de clases biosociales. Así, los machos protegen el territorio, dirigen la lucha contra los depredadores, guían al grupo, mantienen la estructura jerárquica alejando a los jóvenes, impidiéndoles el libre acceso a las hembras. Las hembras se dedican a las ocupaciones maternales y a la socialización de los niños. Los jóvenes están marginados, aunque en ocasiones innovan. Las mujeres constituyen el núcleo de estabilidad y de cohesión social. En la cumbre del poder hay inestabilidad y competencia. Tarde o temprano un macho dominante será vencido y remplazado por otro. Los jóvenes tienen un estatus inestable, entre la exclusión y la integración. Las relaciones de dominación-sumisión regulan las relaciones jerárquicas entre clases e individuos. El principio de la dominación es complejo: no es suficiente la potencia física, ni la sola potencia sexual, ni únicamente la inteligencia para llegar al poder. La potencia social da poderes sexuales y políticos, permite el florecimiento personal; es una mezcla variable. El ejercicio del poder oscila entre la agresividad y el exhibicionismo. El líder mantiene su autoridad por intimidación y por el recuerdo constante de su presencia y de su importancia. La subordinación también es compleja: el subordinado trata de soportar su condición alejándose, complaciendo o presentando su trasero al macho dominante. Una hembra de estatus medio sin hijo, o un macho de clase media, se ofrecen para proteger y acariciar con servilismo a los hijos de una hembra de estatus superior. En la periferia encontramos individuos temporalmente solitarios, casi fuera de la ley, rechazados y marginados. La jerarquía colectiva de clase se cruza con la jerarquía individual del rango; entre las hembras esta jerarquía, está en función del rango de su macho, quien les otorga un conjunto de derechos y deberes. El estilo de conducta no es inmutable ya que depende de la situación en la cual se encuentra el individuo; por lo que tenemos movilidad social, no sólo desigualdad social.

Cuando la jerarquía es rígida la desigualdad social es desigualdad de vida. En la casta alta los individuos tienen una gran libertad de movimiento y pocas inhibiciones. El poder otorga todas las ventajas, libertades y posibilidades de desarrollo personal. En los rangos bajos hay obligaciones, frustraciones, inhibiciones, prohibiciones, neurosis; la desigualdad social es una desigualdad en la felicidad; es mucho menos fuerte en las sociedades descentralizadas de la selva y más opresiva en las tropas militarizadas de la sabana. La desigualdad es atenuada por la relativa movilidad social: los jóvenes se vuelven adultos, los adultos viejos decaen; la edad no es un factor automático de promoción; ya antes de la hominización existen destinos individuales en el ascenso y en la decadencia social. Las sociedades de babuinos, macacos y chimpancés presentan caracteres de jerarquía, castas, casi clases sociales, una diversidad y variedad muy grande. Sin embargo, el núcleo primigenio de la sociedad, la familia, es poco desarrollado. Los grupos donde hay machos monógamos constituyen, en algunas especies, un principio de sociedad y de familia; la formación de la familia se ve atrofiada, en el grupo con machos polígamos, en provecho de la organización social del conjunto. Hay una relación entre madre e hijo, entre macho y hembra, pero no existe el núcleo familiar del padre, la madre y los hijos. Entre los macacos, el papel del macho no implica cuidados paternos.

Pero, si bien la figura original del padre hace falta, la relación sexual entre genitora y progenitura tampoco existe: no hay unión incestuosa madre-hijo; la madre jamás olvida que su hijo, llegado a la madurez sexual, es su hijo, ni éste olvida que aquélla es su madre —la inhibición sigue ligada a un estatus y un papel que perduran más allá de la infancia. Por el contrario, existe objetivamente la posibilidad del incesto entre padre e hija y éste ha debido existir hasta el nacimiento de la noción de padre en la hominización; la mutación que ha reducido el número de cromosomas de cuarenta y ocho en el antropoide, a cuarenta y seis en el hombre, supone uniones incestuosas padre-hijas.

Alrededor de la relación madre-hijos se tejen relaciones más profundas y más duraderas que entre los mamíferos y los primates inferiores. La prolongación del periodo de infancia lleva a extender, más allá de ella, las relaciones afectivas maternas y filiales; entre los chimpancés hay relaciones personales entre hermanos y hermanas, es decir, desarrolló de un núcleo prefamiliar alrededor de la madre, pero no de un núcleo familiar trinitario: padre-madre-hijos. En cambio, la em

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