Democracia en construcción

Enrique Krauze

Fragmento

Título

Prólogo

Este volumen de la colección Ensayista liberal recoge una selección de mis ensayos y artículos de crítica política escritos a lo largo de la última década. Junto con los dos libros que lo preceden, Por una democracia sin adjetivos (1982-1996) y Del desencanto al mesianismo (1996-2006), integran una historia del presente. Una historia en gerundio: escrita mientras estaba ocurriendo.

Democracia en construcción (2006-2016) cubre las administraciones de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto. Está dividido en nueve apartados que tocan los siguientes temas: el sexenio de Calderón (marcado por la discordia de origen); la idea —exagerada, a mi juicio— de que México es «un Estado fallido»; la brutal irrupción de la inseguridad y la violencia (en la que el gobierno tuvo una responsabilidad indudable, pero cuya naturaleza y causalidad lo rebasaba); el desigual papel de los medios de comunicación (la prensa doctrinaria, la radio y la televisión); el proceso electoral de 2012 (que pareció anunciar una restauración del viejo sistema); la derrota histórica del PAN (debida a sus graves errores políticos y morales); la administración de Peña Nieto (sus reformas estructurales, demeritadas por sus faltas morales); la lectura generacional de nuestra circunstancia; y, finalmente, mi balance del México de hoy, el desaliento que prevalece.

Aunque sinceramente sé que es imposible, mi aspiración ha sido cumplir con el llamado que nos hizo don Daniel Cosío Villegas, en un remoto ensayo de 1972, a convertirnos en escritores políticos. Don Daniel se extrañaba mucho de la relativa ausencia de escritores políticos en el México posrevolucionario. Recordaba el caso de Emilio Rabasa poco después del Porfiriato, pero no muchos más. ¿Qué entendía por «escritor político»? No se refería al comentario político y menos aún al texto doctrinario o propagandístico, escrito a partir de una matriz ideológica. Se refería a la reflexión crítica sobre la política hecha con rigor intelectual, perspectiva histórica, exigencia literaria y temple liberal. Aludía, desde luego, a la tradición inglesa en la que se había formado (y la que había editado como director del Fondo de Cultura Económica), pero también a la obra de ensayistas políticos franceses, como Raymond Aron, o españoles, como José Ortega y Gasset.

Como era ante todo un hombre práctico, en vez de teorizar sobre la literatura política nos puso el ejemplo. En el combativo ocaso de su vida (al cumplir los 70), tras haber dedicado 23 años a estudiar la historia moderna de México, don Daniel orientó sus afanes a emular con la pluma a la generación liberal de la Reforma, a la que admiraba, entre muchas otras razones, por haber dado tantos grandes escritores políticos. Algunos lo conocimos y otros no tuvieron esa fortuna, pero todos leímos sus ensayos y artículos como una revelación, como una lección de inteligencia argumentativa, valentía y transparencia. Por mi parte, devoré su tetralogía política (publicada por Joaquín Díez-Canedo en los Cuadernos de Joaquín Mortiz) escrita en tiempos de Echeverría. Y no me perdía sus artículos semanales en el Excélsior de Julio Scherer. Con el tiempo, escribí su biografía. Historiador, editor, ensayista, escritor político: su vida me parecía la más lograda, la vida ideal. Ahora que yo tengo casi la edad que tenía él cuando nos conocimos, pienso en su juicio severo, y me viene a la mente —mutatis mutandis— una línea de Borges sobre Lugones, aplicable a discípulos y maestros: «Si no me engaño, usted no me malquería […] y le hubiera gustado que le gustara algún trabajo mío».

Más allá de la influencia de Cosío Villegas, escribir sobre la vida política era el signo de aquellos tiempos. Después de la siesta universal de los cincuenta, llegaron los sesenta con un torbellino de pasiones intelectuales. La Revolución Cubana estaba en su cenit y todos soñábamos con redimir al mundo. Sobrevino el 68, en Europa, Estados Unidos y México. El movimiento estudiantil marcó nuestras vidas inscribiendo en nuestra frente la palabra no: no al autoritarismo, no al sistema corrupto, no a la hegemonía de un partido. Pero aclaremos: era un no de libertad, no un a la democracia. Esa convergencia vino después, y es la materia central del volumen Por una democracia sin adjetivos, de esta misma colección. Una vez conquistada, la democracia resultó insuficiente. Esa insuficiencia derivó en el surgimiento (aún vigente) de la alternativa populista, temas que toca Del desencanto al mesianismo. El corazón de este último volumen está claramente descrito en el título: Democracia en construcción. La democracia ha llegado, es un proceso en construcción: arduo, largo, incierto. Un proceso difícil.

El libro marca también el trecho final de una travesía que empezó en 1982, con «El timón y la tormenta». Hay algo extraño e ingrato —pienso ahora— en ser escritor político. Una condena a la fugacidad, a la inmediatez, a la rápida obsolescencia. Lo que levanta las pasiones un día, muere al siguiente. Los movimientos que parecen eternos, se difuminan casi sin dejar huella. Octavio Paz —que desde Posdata fue un gran escritor político— quiso abjurar un poco de esa vocación pero confesó que era imposible: «No podemos renegar de la política; sería peor que escupir contra el cielo: escupir contra nosotros mismos». Tenía razón. En su caso, renunciar a la política era renunciar a una de las pasiones rectoras de su tiempo, de su generación, de su siglo. Era renunciar a la posibilidad (así fuera remota) de incidir en la realidad. Era renunciar al deber moral de criticar al poder. En cuanto a nosotros, renunciar a la política —renunciar a la escritura política— hubiese sido voltear la espalda al legado de libertad del 68. Tanto como renunciar a nosotros mismos.

Vuelvo al origen, al movimiento estudiantil de 1968. La difícil construcción de la democracia tendrá su prueba de fuego en las próximas elecciones de julio de 2018 que coincidirán —justicia poética, profética— con el 50 aniversario de aquel episodio que marcó nuestras vidas y la vida de México. La convergencia será histórica y simbólica, como una cita con el destino. Muchos de los participantes de ese movimiento ya no están entre nosotros. Quienes alcancen la conmemoración, deberán responder preguntas de inmensa gravedad.

¿Qué pensaremos dentro de dos años, frente a la urna? ¿Pensaremos que la travesía ha valido la pena? Personalmente, creo que sí. Esta difícil construcción de la democracia es preferible a la «dictadura perfecta». ¿En qué nos equivocamos? En cosas esenciales: no previmos los efectos colaterales del cambio (la irrupción de la criminalidad) ni las perversas supervivencias del «sistema» (los intereses creados, los poderes fácticos, las inercias de la cultura política). No supimos educar a las generaciones siguientes en una cultura democrática de respeto y tolerancia. Pero logramos instaurar la libertad política y el valor del voto.

Ojalá que est

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos