All in, Sinatra

Pedro Zavala

Fragmento

Título

A♥

¿Por qué Las Vegas y no la Praga de Franz Kafka? ¿Por qué una sala de juego en la planta baja del Venetian y no la Biblioteca Nacional en Buenos Aires? ¿Por qué el paño beige de una mesa ovalada para Texas Hold’em, a la mitad del desierto de Mojave y no una mesa de lectura en la Biblioteca Pública de Nueva York?, se preguntó bajo la luz incandescente de la enorme sala, ante la mirada de los jugadores a su alrededor.

Are you feelin’ ok? —preguntó el crupier frente a él.

Génesis Montesinos posó la mirada en la camisa blanca, el chaleco negro con bordes dorados y la corbata de moño de su joven interlocutor. Quedó en silencio algunos segundos, escuchando la oleada de preguntas desbocándose en su mente.

¿En qué maldito momento comenzó esta locura? ¿Cuándo hundí las manos en mares de fichas por primera vez? ¿Vale la pena arriesgarse sólo con un rey? ¿Cuándo invertí todo mi dinero para jugar al póquer? ¿Voy o no? ¿Exactamente cuánto dinero hay sobre la mesa en fichas de colores? ¿Cuántas negras en total? ¿Cuántas verdes? ¿Las rojas cuánto valen? ¿Cuál es la jugada correcta en este caso? ¿Por qué suben las apuestas sin ver antes las cartas? ¿Tienen ases y reyes? ¿Apuesto? ¿Qué haría Frank Sinatra en mi lugar?

El chasquido de las fichas en manos de jugadores impacientes lo arrancó de aquellas cavilaciones. ¿Qué hacer?, se preguntó y posó la mirada en las torres miniatura de sus enemigos en turno: las pilas blancas, rojas, azules, coronadas con fichas verdes y negras marcadas con la palabra VENETIAN en el centro.

¿Cuántas fichas tiene Pyongyang? ¿Va a apostar más? ¿Cuánto tiene Alabama? ¿El Cowboy? ¿Umberto Eco ya no va? ¿Y la señorita Nebraska? ¿Tiene más fichas que yo?

—¿Juega o no? —preguntó en inglés el crupier, arrancándolo del caos mental.

Génesis se quitó los lentes, cerró los ojos, escuchó sus latidos acelerados y reparó en el ambiente templado al interior del casino. Palpó sus orejas, paseó sus manos por la barba, siguió con su cabeza calva. A pesar del aire acondicionado encontró ardiente su rostro y frente. Respiró. Sintió ensanchar su pecho y deshincharse una y otra vez. Diferente, desconocido, ajeno. Pulmones apresurados como dos animales heridos. Respiró. Sintió las palpitaciones en el cuello, a punto de reventárselo y, después, notó la contracción de sus testículos. Luego vino la descarga eléctrica por su espalda.

¿Qué hacer? ¿Jugarlo todo?, se preguntó. A la mitad del casino pensó en sus colegas del departamento de literatura en la universidad. Pensó en sus caras. Recordó las fotos enmarcadas en las paredes de sus cubículos. Estúpidos trofeos de caza, en blanco y negro o a color. Harold Bloom, Julian Barnes, Lionel Trilling, John Banville, Carlos Fuentes, con sonrisas simuladas al lado de aquellos advenedizos, al borde del éxtasis.

¿Voy o no?

De nuevo los rostros. Ahí estaban en su mente. Raya, Gandino, Salamé. Pensó en el café aguado y servido en vasos de cartón, los días de junta en la universidad. Romero, Stirzel, Gutiérrez. Recordó las pilas de galletas secas sobre servilletas manchadas con pequeños círculos amarillos. Vera, Licona, Aranguren. Lo criticarían por su banal elección vacacional.

¿Las Vegas, Génesis? Es por la biblioteca en la Universidad de Nevada, ¿verdad?

El golpe sobre la mesa lo arrancó de aquella sucesión de imágenes y voces incómodas.

—¿Vas a jugar o no? —insistió Pyongyang.

Sólo quiero mirar las cartas. Sentir mi pulso en la garganta, en el pecho. El flop al centro de la mesa. Una, dos, tres. Acción, pelea, la sangre en las sienes antes de morir. Luego el turn. Las luces derritiéndome la cara. Las manos temblorosas. Finalmente, la última carta: el river. El calor interno, las ganas de gritar y empujar todas las fichas al centro de la mesa, en espera del veredicto final. Ser el maldito Gatsby.

Génesis Montesinos tenía sesenta y cuatro años cuando lo dijo por tercera vez en el día.

All in.

All in. Dos palabras. Estallido verbal para obliterar las imágenes repugnantes de su pasado. All in.

Segundos después se escuchó al otro lado de la mesa, la respuesta a aquella decisión apresurada.

Call —dijo con serenidad el Cowboy. Tomó algunas fichas de la pila roja y las arrojó al centro de la mesa, con desenfado.

Call, repitió Génesis en su mente. Call, call, call. Somos dos ahora, pelea, call, call, call, pensó. ¿Tiene un as? ¿Un par? ¿Estoy perdido?

Durante la noche había escuchado que se referían a él como Wild Jack. Blanco, alto, hombros anchos, camisa abierta al pecho y un sombrero Stetson en la cabeza. Esclavas de oro en las muñecas y cadenas al cuello. El viejo había relatado historias de su juventud deportiva y recitado el catálogo de equipos de basquetbol que había integrado.

Gordo ignorante. Grasa informe. Culo rechoncho. Tan diferentes, pensó Génesis. Tan diferentes y ahora alrededor de la misma mesa, con un interés común.

La cordialidad y las historias deportivas desaparecieron al jugarse cincuenta y tres mil dólares entre dos desconocidos. Algunos jugadores de las mesas cercanas se acomodaron detrás de Wild Jack. Génesis los miró. Las muecas en sus rostros, las sonrisas cómplices, el cuchicheo irritante.

Esta gente quiere mirar la sangre. Más bien, la catástrofe y la muerte. Mi muerte en la mesa. Observadores del empalamiento y las decapitaciones. Cúmulo de ignorantes. Camarilla de holgazanes. Estoy vivo. Aquí. Ahora. Listo y en espera del desenlace, el combate por venir, abróchense los cinturones.

—Muestren sus cartas —dijo el crupier dirigiéndose a Génesis. Él las lanzó al centro de la mesa junto al mar de fichas de colores.

K♥ y 10♥. Los jugadores detrás de Wild Jack miraron las cartas con ojos abiertos como platos.

¿Por qué se asombran? ¿Creen que soy un loco por jugar esas dos cartas? ¿Fue una decisión errónea? ¿Qué pasa? ¿Soy un viejo de pelo escaso tomando una decisión suicida? Banda de tahúres. Malditos gringos enajenados.

Wild Jack sonrió. Se acomodó el Stetson, tocó tres veces la punta y mostró sus cartas. Par de reinas.

¡Un par! No, no, no. ¿Qué me trajo a este precipicio? Todas mis fichas están al centro. ¿Lo hice mal? ¿Por qué arrojarse al vacío con dos corazones?

Génesis cerró los ojos y recordó la sensación de la primera y, después, la segunda vez que lo dijo a lo largo del día. All in. Quería recrearla. Pasarla de nuevo por sus entrañas. Ése era el verdadero motivo. Los latidos a tope y los brazos como dos enormes troncos. Sentir el recorrido de pequeñas descargas eléctricas por la espalda. La visión borrosa, las manos temblorosas. El vértigo momentáneo, luego el aletargamiento. No importaba qué o cómo. La

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