Psicomagia

Alejandro Jodorowsky

Fragmento

»Ellos se sitúan cada uno debajo de una de mis axilas, a modo de muletas humanas, para ayudarme a avanzar hacia una escalera de piedra negra de veintidós peldaños que se levanta en el centro del patio, como un pedestal. “Ya me siento capaz de afrontar solo a la Divinidad”, les digo entonces a mis amigos. Y como sé que los dos son parte del sueño, los hago desaparecer de un empujón y empiezo a subir la escalera. Otra vez soy presa del terror: quizá vea surgir ante mí una imagen horrible... Los peldaños están mojados y tengo que hacer enormes esfuerzos para no resbalar. De pronto, aparece frente a mí una fotografía animada en la que un actor gigantesco hace muecas de payaso. Me cuesta creerlo: “¿Una foto, un actor, la Divinidad...? ¡No es posible!”. El actor desaparece y en su lugar aparezco yo. Tengo sesenta años y aspecto de viejo profesor de universidad. Llevo americana de cachemir y unas gafas en la punta de la nariz. Pienso que esta imagen inmensa de mí mismo es una pantalla necesaria, la proyección de ideales antiguos, que me permitirá vivir sin angustia mi primer encuentro con la Divinidad. La foto se anima y empieza a hablarme con simpatía. Me comunica un mensaje, una lección. Retengo poco, apenas cinco o seis palabras: “El tesoro de la humanidad...”. Me alegra mucho esta pequeña experiencia, que me permite dar un primer paso en la búsqueda del Dios interior, del guía, del maestro íntimo, del yo impersonal, poco importa el nombre que se le dé; y, además, sin sentir miedo. Reúno todas mis fuerzas, me apoyo en el aire y empiezo a flotar: con una embestida de carnero, atravieso la pantalla y me lanzo al firmamento, inmensidad cuajada de estrellas. Otra vez deseo contemplar mi Dios interior. Frente a mí aparecen dos pirámides imbricadas, tan grandes como la de Keops, similares a una estrella de David en relieve. Me digo que no debo conformarme con mirarlas –una es negra y la otra blanca– sino que debo fundirme con ellas. Penetro en su centro y estallo como un universo en llamas».

Éste es el sueño tal como lo anoté. Basándome en esta vívida experiencia, escribí el guión de El Incal.

Entonces, la práctica del sueño lúcido consiste en montar un acto dentro del contenido onírico. ¿Se puede ir más allá del sueño lúcido?

Sí. Es posible pasar a lo que yo llamo «el sueño terapéutico», dentro del cual la lucidez es utilizada para curar una herida o consolar de una carencia que se experimenta en el estado de vigilia. Citaré cuatro ejemplos sacados de mi cuaderno:

Me encuentro en compañía de Teresa, mi abuela paterna, a la que, por desavenencias familiares, no tuve ocasión de conocer. Es una mujercita algo gruesa y con la frente ancha. En el sueño, me doy cuenta de que, en realidad, no nos conocemos, que nunca nos hemos hablado, que no hemos paseado juntos ni una sola vez. Le digo: «¿Cómo es posible que tú, mi abuela, nunca me hayas tenido en brazos?». Comprendo que esto es una falta de delicadeza y rectifico: «Mejor dicho, ¿cómo es posible, abuela, que yo, tu nieto, nunca te haya dado un beso?». Le propongo dárselo ahora y ella acepta. Nos abrazamos y nos besamos. Despierto con un nítido recuerdo del sueño, contento de haber encontrado este arquetipo familiar.

padre y, en la realidad, le permití a mi hijo subsanar esa falta en su relación conmigo.

Tengo problemas económicos y sueño que van a contratarme como actor en una compañía teatral. Me dirijo al empresario para hablar de mi sueldo. Le explico que tiene que pagarme muy bien porque, conociéndome como me conozco, no me contentaré con interpretar, sino que procuraré que el espectáculo en su conjunto marche a la perfección. Supervisaré las luces, la música, el vestuario, el trabajo de mis compañeros, etcétera. En suma, me ocuparé de todo. El empresario me comprende y me fija un buen sueldo, el que merezco. Me despierto tranquilo y habiendo recuperado la confianza en mí mismo. Sé que las dificultades económicas se resolverán.

Hace tres días que sufro de fuertes dolores de estómago, probablemente a causa de una infección intestinal. Duermo mal y no quiero tomar antibióticos. Me acuesto y sueño: estoy en mi cama, sufriendo los mismos dolores que tengo cuando estoy despierto. Llega Pachita, la curandera. Se acuesta encima de mí y chupa el lado derecho de mi cuello diciendo: «Voy a curarte, hermanito». Haciendo un esfuerzo supremo, desliza su mano izquierda entre nuestros cuerpos y la apoya en mi vientre. Después, se eleva en el aire sin separarse de mí. Levitamos un rato horizontalmente, y luego bajamos a la cama. Ella se desvanece lentamente. Me despierto curado, sin sentir dolor alguno. Me parece que, por decirlo de algún modo, he asumido a la curandera y por fin puedo acceder a un médico interior, una especie de Divinidad. Recuerdo que en México, antes de morir, Pachita hizo aparecer un anillo en la palma de su mano, lo puso en mi anular izquierdo y me dijo: «Vendré a visitarte en sueños».

Como podrás imaginar, este tipo de sueños resulta tremendamente positivo. Son sueños reparadores en todo el sentido de la palabra y en los que el inconsciente canaliza su fuerza para curar.

Si es posible utilizar ese conocimiento adquirido en la práctica del sueño lúcido para llegar al sueño terapéutico, ¿se podría llegar aún más lejos, alcanzar a través del sueño una dimensión de sabiduría?

Es lo que yo llamo «el sueño humilde». Un día dejé de proponerme actos, a fin de asistir al sueño en calidad de simple observador. En esos casos dejo que el sueño se desarrolle, que siga su curso, pero sin ser absorbido por él, permaneciendo lúcido. Soy espectador de mi sueño y me abstengo de toda intervención. Es más, creo que últimamente he alcanzado un nivel aún más sutil, que llamo «sueño sabio». El protagonista del sueño al que asisto en calidad de espectador es un sabio. Pronuncia frases que yo anoto al despertar: frases que, por lo demás, no tienen nada de original y podrían ser extraídas de cualquier texto sagrado. Pero surgen desde lo más hondo del inconsciente, tal como observo lúcidamente durante el sueño.

¿Puede contar alguno de esos sueños sabios?

Sí, pero con reticencias...

¿Por qué? ¿Se trata quizá de pudor?

¡No, no se trata de eso! Temo, sencillamente, que no se me crea. (Jodorowsky saca de su biblioteca un cuaderno enorme que parece un libro de oro.) En este otro cuaderno anoto mis sueños más positivos. Puedo abrirlo y leer un ejemplo de sueño sabio; pero ¿aceptarán nuestros lectores que un hombre pueda tener sueños semejantes? Quizá debería antes dar mi palabra de honor...

¿Por qué no? Sería casi surrealista: «Declaro por mi honor haber soñado sabiamente...».

¡De acuerdo, entonces certifico por mi honor haber tenido estos sueños! Cada cual es libre de creerme o no.

¿Tan inauditos son esos sueños?

No; en realidad son muy simples. Lo que tienen de inaudito es precisamente ese elemento que los hace sueños sabios. Todo está en el clima interior del sueño. (Jodorowsky lee de su gran cuaderno.) «Me encuentro en una clase de artes marciales. El maestro me dice: “Déjate caer en mis brazos relajado”. Entonces me viene el pensamiento: “Vaya, voy a conseguir una relajación total”, y me dejo caer sin reservas. El maestro me sostiene y me tiende en el suelo. Entonces intenta hacerme una llave. Es tal mi abandono que no lo consigue. Entonces dice a su ayudante: “Imposible luchar con él. Está como muerto, y contra un muerto no se puede hacer nada”». Éste es un

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