El manuscrito encontrado en Accra

Paulo Coelho

Fragmento

El manuscrito encontrado en Accra

Prefacio y salutación

En diciembre de 1945, dos hermanos que buscaban un sitio para descansar encontraron una vasija llena de papiros en una caverna en la región de Hamra Dom, en el Alto Egipto. En vez de avisar a las autoridades locales, como lo exigía la ley, resolvieron venderlos poco a poco en el mercado de antigüedades, evitando de esta manera llamar la atención del gobierno. La madre de los muchachos, temiendo la influencia de las «energías negativas», quemó varios de los papiros recién descubiertos.

Al año siguiente, por razones que la historia no registra, los hermanos pelearon entre sí. Atribuyendo el hecho a las mencionadas «energías negativas», la madre entregó los manuscritos a un sacerdote, que vendió algunos de ellos al Museo Copto de El Cairo. Ahí, los pergaminos adquirieron el nombre que conservan hasta hoy: Manuscritos de Nag Hammadi (en referencia a la ciudad más cercana a las cavernas donde fueron hallados). Uno de los peritos del museo, el historiador de las religiones Jean Doresse, comprendió la importancia del descubrimiento y lo mencionó por primera vez en una publicación en 1948.

Otros pergaminos comenzaron a aparecer en el mercado negro. En poco tiempo, el gobierno egipcio se dio cuenta de la relevancia del hallazgo y trató de impedir que los manuscritos salieran del país. Poco después de la revolución de 1952, la mayor parte del material que había sido entregado al Museo Copto de El Cairo fue declarada patrimonio nacional. Sólo un texto escapó al cerco, y apareció en el establecimiento de un anticuario belga. Hubo tentativas inútiles de venderlo en Nueva York y París, hasta que finalmente fue adquirido por el Instituto Carl Jung en 1951. Con la muerte del famoso psicoanalista, el pergamino, ahora conocido como el Códice Jung, regresó a El Cairo, donde hoy están reunidos cerca de mil páginas y fragmentos de los Manuscritos de Nag Hammadi.

* * *

Los papiros encontrados son traducciones griegas de textos escritos entre el final del siglo primero de la Era Cristiana y el año 180 d.C., y constituyen un cuerpo de textos conocido también como los Evangelios Apócrifos, ya que no se encuentran en la Biblia tal como la conocemos hoy.

¿Por qué razón?

En el año 170 d.C., un grupo de obispos se reunió para definir los textos que formarían parte del Nuevo Testamento. El criterio fue simple: se debería incluir todo aquello que pudiera combatir las herejías y divisiones doctrinarias de la época. Fueron seleccionados los actuales evangelios, las cartas y todo lo que tenía una cierta «coherencia», digamos, con la idea central de lo que a su juicio era el Cristianismo. La referencia a la reunión de los obispos y la lista de libros aceptados están en el desconocido Canon Muratori. Los otros libros, como los encontrados en Nag Hammadi, quedaron fuera porque presentaban textos de mujeres (como el Evangelio de María Magdalena) o porque revelaban a un Jesús consciente de su misión divina, lo que volvería su pasaje por la muerte menos sufrido y doloroso.

* * *

En 1974, un arqueólogo inglés, Sir Walter Wilkinson, descubrió cerca de Nag Hammadi otro manuscrito, esta vez en tres lenguas: árabe, hebreo y latín. Conocedor de las reglas que protegían los hallazgos en la región, envió el texto al Departamento de Antigüedades del Museo de El Cairo. Poco tiempo después recibió la respuesta: había por lo menos 155 copias de aquel documento circulando en el mundo (tres de las cuales pertenecían al museo) y todas eran prácticamente iguales. Las pruebas con carbono 14 (utilizadas para hacer la datación de materiales orgánicos) revelaron que el pergamino era relativamente reciente, escrito posiblemente en el año 1307 de la Era Cristiana. No fue difícil rastrear su origen a la ciudad de Accra (Acre), fuera del territorio egipcio. Por lo tanto, no existía restricción alguna para su salida del país, y Sir Wilkinson recibió un permiso por escrito del gobierno egipcio (Ref. 1901/317/IFP-75, fechado el 23 de noviembre de 1974) para llevarlo a Inglaterra.

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Conocí al hijo de Sir Walter Wilkinson en la Navidad de 1982, en Porthmadog, en el País de Gales, en el Reino Unido. Recuerdo que en aquella época mencionó el manuscrito encontrado por su padre, pero ninguno de los dos le dio mucha importancia al asunto. Mantuvimos una relación cordial a lo largo de todos esos años, y tuve la oportunidad de verlo por lo menos otras dos veces cuando visité su país para la promoción de mis libros.

El día 30 de noviembre de 2011 recibí una copia del texto al que se refirió en nuestro primer encuentro. Paso ahora a transcribirlo.

El manuscrito encontrado en Accra

Me gustaría tanto comenzar estas líneas escribiendo:
«Ahora que estoy en el final de la vida, dejo a quienes
vinieran después todo aquello que aprendí mientras
caminaba por la faz de la Tierra.
Que hagan buen uso de él»
.

 

Pero, por desgracia, eso no es verdad. Tengo sólo 21 años, unos padres que me dieron amor y educación, y una mujer a la que amo y que me corresponde, pero la vida se encargará de separarnos mañana, cuando cada uno deba partir en busca de su camino, de su destino o de su forma de encarar la muerte.

Para nuestra familia, hoy es el día 14 de julio de 1099. Para la familia de Yakob, mi amigo de la infancia, con quien jugaba por las calles de esta ciudad de Jerusalén, estamos en 4899: él adora decir que la religión judaica es más antigua que la mía. Para el respetable Ibn al-Athir, que pasó la vida intentando registrar una historia que ahora llega a su fin, el año 492 está a punto de terminar. No concordamos en las fechas ni en la manera de adorar a Dios, pero en todo lo demás, la convivencia ha sido muy buena.

Hace una semana se reunieron nuestros comandantes: las tropas francesas son infinitamente superiores y están mejor armadas que las nuestras. A todos nos dieron una elección: abandonar la ciudad o luchar hasta la muerte, porque

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