¿Qué son los mocos?

Gabriel León

Fragmento

PRÓLOGO (o por qué escribí este libro)

PRÓLOGO (o por qué escribí este libro)

Una tarde, hace ya un tiempo, mi hija me gritó desde el baño que fuera a ver algo. Tenía cuatro años en ese entonces, y adoraba darse baños de tina. Cuando entré, vi que estaba mirándose las manos con una actitud muy seria. Me acerqué y me dijo: «Mira, estoy viejita». Acto seguido agregó: «Parece que tú te bañaste mucho». No me aguanté la carcajada ante tan ingenioso insulto. Sus dedos arrugados por el agua habían llamado su atención, pero no hizo más comentarios que ese.

Varios años más tarde, la historia se repitió. Esta vez, mi hija tenía ocho, se estaba dando un baño con espuma y, en vez de hacerme un comentario divertido, me preguntó: «¿Por qué se nos arrugan los dedos cuando estamos bajo el agua?». Quedé sorprendido. Balbuceé un intento de respuesta y le confesé que no tenía la más mínima idea, pero que lo averiguaría.

Al día siguiente llegué a mi oficina y, en lugar de trabajar en el manuscrito de un artículo científico que tenía que entregar de manera urgente, me puse a averiguar todo lo que pude sobre dedos arrugados. Me pasé, literalmente, la mañana entera leyendo artículos científicos al respecto y, para mi sorpresa, vi que había bastante investigación relacionada con este fenómeno. Eso me pareció muy interesante: la pregunta de mi hija —la misma que probablemente muchos niños y niñas han hecho a sus padres— es objeto de investigación científica seria y sistemática. Me convertí en experto en dedos arrugados y volví, victorioso, a entregar mi respuesta. Luego de la explicación (que podrán encontrar en este libro), mi hija me miró muy seria y me dijo: «Tú deberías escribir un libro sobre las cosas raras que le pasan al cuerpo». Se dio media vuelta y se fue. «¡Qué buena idea!», pensé y, efectivamente, me dediqué todo ese año a recolectar preguntas de niños. Niños de todo Chile que conocí gracias a charlas que tuve la oportunidad de dictar desde Iquique a Punta Arenas, y también otras que me hacían niños y niñas por redes sociales: ¿Por qué la noche es oscura?, ¿por qué mi caca no es tan hedionda como la de mi hermana?, ¿por qué tenemos ombligo?, ¿sienten sed los peces?, ¿por qué hay estrellas que se ven rojas?, ¿por qué los perros ladran y mueven la cola?, ¿por qué dormimos de noche?, ¿qué pasó con los dinosaurios?, ¿por qué la cebolla hace llorar?, ¿por qué nos salen lágrimas cuando tenemos pena?, ¿por qué se nos paran los pelos cuando tenemos frío? Eran preguntas para las que, en la mayoría de los casos, no tenía ni la más remota idea de su respuesta.

Las preguntas quedaron ahí, durmiendo en un archivo de mi computador llamado «Preguntas niños». Eso, hasta que una buena mañana recibí la llamada de la editora de este libro, quien me preguntó si me interesaría escribir un proyecto de ciencia para niños. Sonreí al teléfono y le dije: «Ya lo tengo». Por eso tienen este libro en sus manos.

Los niños son pequeños científicos. Su forma de aproximarse al mundo es siguiendo el método científico, usando la curiosidad como motor.

Una tarde de verano, hace unos treinta y ocho años, mientras jugaba en el jardín de mi casa, reparé en las plantas que crecían a un costado. Tenían hojas muy grandes, verdes y brillantes. Les decían Manto de Eva, y en mi cabeza de niño de cinco años, el tallo de esas plantas se me hizo muy similar al apio. Era mediodía y parece que tenía hambre... porque la mordí. Entré a la casa colorado, con la lengua hinchada y salivando profusamente: me había comido un trozo de la planta y los oxalatos de calcio —sustancia bastante irritante, que estas plantas producen en abundancia— me estaban causando serios problemas. Me llevaron a la posta y me gané un buen reto por comerme las plantas del jardín. Después de eso, les conté a mis amigos del barrio que era muy mala idea comer cierta flora.

Treinta años después caí en la cuenta de que ese había sido mi primer experimento científico: tuvo una observación (esa planta se parece al apio), una hipótesis (esa planta es comestible), un experimento (me comí la planta), un resultado (terminé intoxicado en la posta), una discusión (mi mamá me retó) y finalmente difundí los resultados de mi investigación entre mis pares (le conté a mis amigos). La curiosidad infantil fue mi mejor aliada en el camino de descubrir el mundo —eso y las herramientas del taller que había al fondo de mi casa— y, muy probablemente, cultivarla a través de la indagación fue fundamental en la elección de mi carrera.

Cuando salí del colegio, decidí estudiar bioquímica y después hice un doctorado en biología celular y molecular, lo que quiere decir que me fascinan las preguntas, sobre todo las que me hace mi hija. Hubo una época en que sus preguntas no parecían tener mucho sentido: la famosa etapa de los «¿por qué?». Es probable que, si son padres y están leyendo este libro con sus hijos, hayan experimentado esa etapa. Una sucesión de «por qué» que parecen ser inmunes a cualquier explicación. Es más, pareciera que la respuesta no es relevante. Sin embargo, después de esa etapa, viene otra en la que sí existe un genuino interés por la respuesta. Varios estudios científicos muestran que los niños eligen a quiénes creerles una explicación y prefieren las que les dan personas en quienes confían —como sus padres o profesores— incluso cuando la explicación claramente no tiene sentido o contradice lo que la propia experiencia de los niños sugiere. Eso quiere decir que creen enormemente en nosotros, lo que nos confiere una gran responsabilidad a la hora de guiarlos en el camino de descubrir el mundo. Pero muchas veces no sabemos ni siquiera por dónde comenzar. Este libro pretende ser una guía para ese camino. Una guía para niñas y niños, pero también para sus mamás y papás, que muchas veces quedan atónitos (y bastante complicados) con las preguntas de sus hijos. Y puede que en la lectura se topen con la respuesta a alguna pregunta que también se hicieron de niños y que, por diferentes razones, quedó sin resolver. Este libro no tiene todas las respuestas, pero al menos podrán encontrar una aproximación a la forma en la que los científicos intentamos contestar estas dudas.

¡Que lo disfruten!

GABRIEL LEÓN

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