Bruno y el Big Bang

Rodrigo Contreras
Carolina Undurraga

Fragmento

libro-3


Este libro está dedicado a Valentina, Elisa, Jacinta, Ismael, Josefa, Aníbal, María Eugenia, Juan Cristóbal, Martín, Lucas e Isidora. Los legos de nuestras vidas


Prólogo


Queridas niñas y queridos niños, Aquí tienen un libro de ciencia. ¡Calma! ¡Calma!¡No se asusten! No es un libro como los del colegio, denso y con cosas difíciles de entender. Es una novela divertida que habla de Bruno, un colegial como ustedes que cuenta los días para que empiecen las vacaciones, pero que muy luego se aburre «como ostra» en la casa. ¿Les suena conocido?

Por suerte, Bruno se cansa rápidamente de jugar PlayStation y de ver tele, y se pone a explorar lo que tiene cerca. Primero con su lupa, luego con unos anteojos fantásticos que le llegan de regalo desde el espacio infinito.

Este libro habla de ciencia y les prometo que les va a enseñar algunas cosas que otros libros no siempre transmiten. La ciencia nace de la curiosidad, algo que ustedes tienen de sobra. La ciencia no es difícil de entender, y no solo es apta para los «mateos» de la clase: ¡la ciencia es para todos!

La ciencia puede entretener y sorprender más que cualquier cuento de ciencia ficción, porque a fin de cuentas ella nos explica cosas fantásticas, pero que son reales. La ciencia puede explicarlo todo, aunque de a poquito.

Así que no se apuren en tratar de entender los agujeros negros, las ondas gravitacionales o las supernovas sin antes haber entendido lo que es un átomo de hidrógeno, o mejor dicho, sin haberse preguntado primero qué hay en un «simple» vaso de agua.

Junto a Bruno aprenderán a aprender, en la manera en que lo hacemos los científicos. A pesar de que Bruno tiene ocho años y aún no sabe mucho de ciencias, es ya un investigador hecho y derecho, como Rodrigo Contreras, porque sabe explorar con pasión. Cuando terminen de leer este libro, habrá algo de él dentro de cada uno de ustedes. Y ya no mirarán el Universo de la misma forma.

Manuela Zoccali Directora Instituto Milenio de Astrofísica


Capítulo 1

Aburrido como ostra

Es verdad, reconozco que estuve desde agosto implorando que llegaran las vacaciones. Nunca pensé que estaría podrido de aburrimiento apenas dos semanas después de haber salido del colegio. Mis amigos partieron a distintos lugares, por lo que no me quedó más remedio que entretenerme solo esos tres largos meses.

Aunque tenía una lista detallada con mis planes, las cosas no siempre resultan como uno piensa.

La lista ya la había repetido veinte veces, excepto elpunto ocho, que nunca me resultó. Al parecer, Bowi letiene fobia a andar solo en skate y la única manera dehacer que se suba es amarrándolo, y no es la idea obligar a nadie a hacer algo que no quiere en vacaciones.

Bowi es mi mascota; un camaleón que me regalaron para mi cumpleaños número cuatro. En realidad, cuando llegó era más bien una especie de «cachorro de camaleón», tierno, pero feo.

Fue amistad a primera vista. Desde que lo conocí se transformó en mi inseparable compañero de aventuras. Nos encanta subir cerros, surfear, dormir en carpa en el jardín, jugar fútbol y comer cabritas (aunque Bowi prefiere las moscas).

El mismo día en que Bowi llegó de regalo a mi casa, pasé un susto terrible. Le había armado una casita con una caja de cartón y una vieja toalla calipso que tenía mi mamá. Fui entonces a buscarle agua y cuando volví... ¡Sorpresa! ¡Ya no estaba!

Perdí una tarde entera buscándolo y un par de lagrimones. Tuve que aguantar que todos en mi casa me mirarancon cara de ERES UN..., y además me gané un buen reto por no ser responsable con mi mascota nueva. Hasta que aprendí que Bowi no iba a ninguna parte: lo que pasa es que es un experto en el arte de mimetizarse.

Lo descubrió mi bisabuela Kenita, que por suerte estabatomando té en mi casa. Aunque ella usa unos tremendosanteojos «poto de botella», y todos creen que por ca-minar con bastón no entiende nada de la vida moderna,fue la única que se tomó con humor tanto escándalo.

---¡Brunito! ¡Déjate de sufrir por las puras, chiquillo! ¡Acá está tu bicho feo! ---me gritó desde mi pieza.

---¡Mira esta cosa! ¡Si está como el mar Caribe! ---exclamó mientras levantaba a Bowi, que ahora estaba completamente calipso---. ¡Asombroso!

El día que cumplí seis años (hoy me siento casi un adolescente con mis ocho), por poco ocurre una tragedia producto del talento de Bowi. Estuve a un pelo de clavarle mi tenedor en la pata cuando se le ocurrió mimetizarse con mi torta de chocolate con manjar. Esto de tener un camaleón tiene su ciencia, no es nada fácil.

Hay otra cosa particular que tiene Bowi y que no la tiene ni el pastor alemán de mi vecino (al que vienen a entrenar del ejército). Su lengua es tan larga que logra atrapar cualquier insecto, por veloz que sea. Si estamos en un asado y mi papá se está desesperando con esas moscas molestas que no lo dejan comer, entonces traemos a Bowi, lo ponemos de centro de mesa y él se hace cargo. Lo bueno es que, como se mimetiza con el mantel, mi mamá no se da cuenta que está ahí, porque si no armaría un tremendo escándalo con eso de la higiene.

Como soy curioso, hice un experimento para poder medir hasta dónde podía llegar la lengua de Bowi. El resultado fue sorprendente. Podía alcanzar un metro de distancia y moverse a una velocidad de noventa y seis kilómetros por hora en solo una centésima de segundo. ¡Más rápido que un Ferrari!

Un día, sin querer, descubrí que no solo podía atrapar moscas. Cecilia, mi hermana chica, ardiendo de ira porque nos habíamos comido sus cabritas, le dio un puntete a la pelota de fútbol con toda su fuerza y esta salió disparada hacia mi cara. Recuerdo que vi en cámara lenta cómo la lengua de Bowi atrapaba la pelota, interceptándola en una maniobra perfecta.

Desde ese día, Bowi reemplazó en todos mis cumpleaños a Palacios, quien había sido el arquero oficial del curso desde kínder.

Pero volvamos a la historia. El día nueve de mis vacaciones, cuando me rehusé a repetir mi lista por vigésima vez, pensé en invitar a jugar a Cecilia. Ella tiene seis años, es simpática y bien avispada, pero, como a todos en mi familia, no le para la lengua. ¡Así que imagínense! Mi panorama habría sido oír sus cuentos y yo, la verdad, no estaba con ánimo de escuchar a nadie, así que la idea duró menos que un helado a la salida del colegio.

En eso apareció mi mamá y como uno a veces actúa sin pensar, tuve la pésima idea de decirle que estaba aburrido.

---¿Y por qué no aprovechas de ordenar el chiquero que tienes en tu pieza, Bruno? ---dijo entusiasmada.

Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Imaginé mi vida como esas películas del fin del mundo que muestran panoramas poco alentadores: todo lleno de bolsas de basura y yo clasificando un cerro de autos, soldaditos y animales hasta la eternidad, bajo la sombra de una sonriente mamá en éxtasis.

Pero afortunadamente mi cerebro logró emitir una señal de alerta en el momento preciso. Tal como cuando caminas despistado por la calle y algún perro ha dejado su «sorpresa»... Justo antes de dar ese mortal paso que dejará tu zapatilla embetunada de pastel canino, algo en ti te dice: ¡¡¡reacciona, emergencia!!!

Prefería estar aburrido como ostra que sometido al suplicio de ordenar mi pieza. Así que agarré a Bowi como pude, salté sobre mi skate y en menos de un segundo había desaparecido. Fiiiiiiuuuuuu...

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